2024, el año de la catástrofe ambiental
Se han batido récords en quemas y también en contaminación de los ríos, y los argumentos clásicos ya no sirven para tapar una tragedia con demasiados intereses económicos
Se acerca el fin de año y es tiempo de hacer balances, y en esta Bolivia en crisis, siempre hiper expuesta a los avatares de la política, no ha habido mayor desastre en este 2024 que el ambiental.
Bolivia ha batido su propio récord de bosque quemado: 10 millones de hectáreas han sido pasto de las llamas en una temporada de incendios que empezó ya en junio y que se detuvo en octubre porque afortunadamente, la temporada de lluvias se adelantó, o se estabilizó respecto a los desfases y sequías de los últimos años, pues de haberse repetido, la desgracia hubiera sido de proporciones bíblicas.
La quema indiscriminada es una realidad que sucede ante nuestras narices cada año, pero, sobre todo, en las narices de nuestros representantes legislativos que son quienes deberían moverse para evitar esta catástrofe y que sin embargo, apenas se mueven en la emergencia y se olvidan con la llegada de las lluvias.
El asunto es evidente: convertir bosques en campos enormes de monocultivo es un buen negocio en un tiempo en el que el mundo entero demanda alimentos de todo tipo antes de que se venga una crisis. Si además existe la amenaza de un acuerdo con la UE – recién firmado y no ratificado – que limitará la compra de productos provenientes de áreas quemadas, que en realidad ha tenido un efecto de aceleración – y sobre todo, un Estado que necesita dólares con urgencia luego de fracasar en todos los proyectos que debían atraerlos, el resultado es evidente.
Poner el foco en las leyes es importante, pero también en los beneficiarios, las tensiones entre grandes y pequeños productores no impiden que ambos converjan en las mismas necesidades: transgénicos y ampliación de la frontera agrícola por los medios más baratos. No se ha hecho nada para remediarlo, por lo que con seguridad 2025 será igual, incluso con unas elecciones por el medio.
La otra gran catástrofe tiene que ver con la minería ilegal, sobre todo del oro, que desde hace unos años se ha instalado impunemente en muchos cauces de río con potencialidades y sobre lo que nadie ha hecho nada hasta que era demasiado tarde, tal vez por lo mismo que con los incendios: el gobierno necesita oro y la reciente Ley lo convierte en comprador prioritario al tipo de cambio oficial, y esa emergencia se está llevando por delante nuestros ecosistemas.
El problema del medioambiente es especialmente disfuncional respecto a los tiempos políticos. Las decisiones a tomar son trascedentes y de largo plazo frente a presidencias efímeras: seguramente todos piensan que no se acordarán de ellos cuando la Amazonia agonice y el Chaco colapse, pero no es así.
Ojalá 2025, de nuevo año electoral, de nuevo año de urgencias, permita alcanzar algún tipo de acuerdo de mínimos que al menos le de una pausa ecológica a nuestro país, uno de los más biodiversos del mundo y también, uno de los más vulnerables ante el cambio climático. Jugar con fuego, nunca mejor dicho, es demasiado peligroso. Ojalá el bicentenario sirva para reflexionar sobre eso.