La inflación y la chicana

La economía boliviana arrastra problemas estructurales desde hace tiempo y atraviesa coyunturas graves por la falta de previsión

Excusas y oportunismo, sin duda, dos claves de la política actual, apegada más a las redes sociales que al verdadero sentir de la calle, y siempre dispuesta a la guerra de posiciones en corto, sin mucho dato ni mucho detalle contextual, pero sí mucho relato.

La Bolivia de hoy tiene una serie de problemas estructurales de fondo que los analistas más serios vienen advirtiendo de forma más o menos constructiva. Tiene que ver con un sistema fiscal que ni es progresivo ni es eficiente; con un negocio hidrocarburífero arruinado y con una exposición mayor a los eventos internacionales del que teníamos hace dos décadas, cuando éramos una economía minúscula, desconectada y propia de un país rematadamente pobre que vivía de las limosnas mientras la clase dirigente saqueaba los recursos propios.

Es verdad que se puede discrepar sobre la receta, pero no se puede negar que es la misma que hace una década

En esa exposición se explican algunos de los problemas de la clase media – alta y de la pequeña y mediana empresa, que está teniendo dificultades para encontrar dólares porque, en general, en todo el mundo se están retirando del mercado con los progresivos incrementos de las tasas de interés para combatir la inflación en lo que viene siendo la receta más ortodoxa de las disponibles en este contexto postpandemia y de la que difieren muchos profesionales.

Con todo, la economía está “resistiendo” en la parte popular, es decir, aquella a la que realmente le temen los políticos, y es la que en menos de nada puede provocar un estallido social: la inflación está relativamente controlada y eso es lo que le permite al Gobierno augurar que podrá llegar al final de su mandato incluso con opciones de reelegirse.

No es producto de la casualidad sino de medidas netamente económicas y algunas políticas que se han implementado desde hace años: tipo de cambio fijo y subvención al combustible, fundamentalmente, pero también el control de la producción para evitar la exportación si los precios se exceden en el mercado interno, así como mecanismos para inyectar a través de Emapa productos de primera necesidad, como la harina, a precios muy bajos, para evitar que se ingrese en una espiral alcista que suele cobrarse muchas víctimas en la subida hasta que llega, fundamentalmente, a la presidencia.

Es verdad que se puede discrepar sobre la receta, pero no se puede negar que es la misma que hace una década. Por lo mismo, resulta curioso encontrar a altos cargos del último gobierno de Evo Morales, empezando por él mismo, cuestionar el desastre provocado en materia hidrocarburífera, donde hace años que no se encuentran nuevos yacimientos, ni se renuevan los contratos, ni se abren nuevos mercados, ni se apuesta por la exploración directa ni tampoco por la industrialización, que desde 2015 quedó olvidada en un rincón salvo pequeños proyectos de cara a la galería.

Tal vez sea el momento de nuevos ajustes o de nuevas ideas que saquen mejor rendimiento de la coyuntura actual, pero al final, serán los bolivianos quienes acaben poniendo a cada uno en su lugar, y en esas, no hay duda de que el pueblo es sabio y soberano, y además, tiene memoria.


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