Un plan nacional para salir de la pandemia

No habrá milagro el 1 de enero y las recetas de las potencias no parecen servir para los países con vacunaciones bajas. Urge un plan propio adecuado a las características de Bolivia para superar el virus

La pandemia no ha terminado. Las cifras son mejores a nivel mundial gracias a la vacunación en el mundo occidental, pero los porcentajes en los continentes más pobres y más poblados son paupérrimos. Los contagios, tímidamente, se van frenando y, por ende, también los decesos, porque, aunque no se vaya a encontrar un fármaco milagroso contra el virus, precisamente porque es un virus y tiene manifestaciones distintas, sí que los médicos han mejorado en mucho el manejo de los casos más graves y particularmente de las neumonías bilaterales.

En Bolivia la realidad del virus sigue siendo un misterioso, básicamente porque desde el mismo día que entró en los aeropuertos se ha manejado con intenciones políticas, lo que impide tener una fotografía real del alcance y el impacto.

Bolivia es de los países que antes decretó una cuarentena rígida, en aquel mes de marzo de 2020 cuando apenas había 25 casos confirmados en el país, pero la presidenta Jeanine Áñez, ya candidata, quería dar esa imagen de “madre protectora con puño de hierro” igual se tratara de masistas o de virus.

La realidad de un país informal que vive del día llevó también a que se volviera a una extraña normalidad en pleno incremento exponencial, en el mes de mayo. Por entonces, miembros muy destacados del MAS en la oposición sembraba las bases de la desconfianza sobre un virus “del imperio” que se enfrentaba “con chuño y sol”, preparando una rebelión popular que no estalló porque nadie se excedió en la aplicación de las cuarentenas, lo que tuvo su costo en salud.

A la vuelta, Luis Arce ganó las elecciones ya con un horizonte de vacunación más cercano, eso sí, con marcas alternativas a las avaladas por esa organización sicaria al servicio de las farmacéuticas internacionales, que nunca se preocuparon de suministrar dosis a los países menos desarrollados: aunque algunas elites exijan Pfizer, Moderna, y demás, la realidad es que nunca hubo dosis disponibles para los pobres en los momentos más duros, y aun a día de hoy no hay regularidad en las entregas.

Con vacunas chinas - la buena de las chinas - y la vacuna rusa - con todos sus problemas para la administración de la segunda dosis – se inició una campaña de vacunación tortuosa en la que se fueron saltando los cupos de edad antes de llegar a porcentajes significativos precisamente para dar la sensación de avance, pero que, llegada la hora de la verdad, se evidencia que sigue siendo extremadamente bajo.

Si a esta situación se suma que los diagnósticos nunca fueron del todo fiables, que cuesta horrores lograr una prueba PCR o un permiso laboral, y que el estigma sigue sobrevolando por barrios populares y elitistas, el problema es de consistencia, pues no habrá verdadera normalidad hasta que no vuelva el colegio, y no parece que nadie esté dispuesto a asumir el desgaste que significa explicar científicamente el plan.

El pan actual parece ser llegar a fin de año, como si el 1 de enero de 2022 se fuera a obrar un milagro, algo que con toda probabilidad no sucederá, o seguir las directrices de los países ricos, que ya se han lanzado a por sus terceras dosis y a la vacunación masiva de niños con productos sin certificar.

Bolivia debe tener su propio plan de salida de la pandemia, tomando en cuenta su propia naturaleza y realidad, un plan que permita aislar al virus y recuperar totalmente la normalidad, empezando por la vuelta a las aulas.


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