Retomar la industrialización

En 2020 Bolivia gastó casi cinco millones de dólares en importar urea, mientras que en 2019 apenas se gastó uno, lo que desnuda algunos de los argumentos que se oponen a Bulo Bulo

Después del fallido año 2020 y en medio de una crisis económica mundial que tendrá efectos relevantes en el reajuste de fuerzas entre las potencias centrales y los países periféricos, Bolivia y su Gobierno deben retomar la reflexión – y la acción – que en algún momento del pasado se extravió.

La necesidad de retomar el camino de la industrialización de nuestras materias primas es imprescindible. Otra cosa es que se pueda discutir cual será la mejor manera de hacerlo, o en qué orden, o si se deben ceder en algunas áreas, como la del litio, para ganar autonomía en otras, como en el fierro o el gas, pero el horizonte es innegociable.

Bolivia necesita industrializar su gas, su soya, su fierro, su litio, su quinua y seguramente alguna cosa más, pero ya hay bastante para empezar

Lo es porque la historia nos ha vuelto a dejar un nuevo ejemplo de cuál es la economía que funciona y cuál no: los países industriales están sufriendo mucho menos que los de servicios los efectos de la pandemia, y lo es también porque ha vuelto a quedar claro que aquellos que se oponen y hablan de socios extranjeros o partners, en realidad, buscan dilapidar el patrimonio del Estado para beneficio personal, como ha quedado patente, por ejemplo, con la última renegociación del contrato con Brasil, cuyos gestores hoy se encuentran en paradero desconocido.

Bolivia necesita industrializar su gas, su soya, su fierro, su litio, su quinua y seguramente alguna cosa más, pero ya hay bastante para empezar. Algo que no debería tardar demasiado dados los buenos argumentos que el pasado reciente ha dejado.

La planta de amoniaco y urea ha sido una de las infraestructuras impulsadas desde la izquierda nacional y encarrillada en el primer gobierno de Evo Morales – aunque tardó casi 10 años en hacerse realidad – más vilipendiada desde los círculos de oposición y los sectores económicos más liberales. Resultaba común criticar el emprendimiento alegando que su ubicación – en el centro del país – perjudicaba la exportación y que no resultaba rentable. El Gobierno de Jeanine Áñez no dudó en paralizar su producción ni bien tuvo oportunidad, aunque con el paso de los meses hasta el entonces ministro de Hidrocarburos, Víctor Hugo Zamora, reconoció que era necesario recuperarla y ponerla en funcionamiento.

Después de un año, los campesinos del valle central de Tarija han advertido desabastecimiento de urea en la región, además de precios prohibitivos de la urea de importación. La bolsa de 50 kilos, que llegaba a los 160 bolivianos, cuesta ahora cerca de 280, y lo que es más doloroso, procedente de Chile o de Perú.

El propio IBCE, que no es sospechoso de colaboracionista, señala que en 2020 Bolivia gastó casi cinco millones de dólares en importar urea, mientras que en 2019 apenas se gastó uno, lo que supone una buena forma de cuidar divisas sustituyendo importaciones, además de evitar la inflación en el mercado, pero claro, de esto casi nadie quiere hablar.

Se supone que el Gobierno y el MAS han hecho reflexión sobre los errores del pasado. Lograr la soberanía económica es una cuestión elemental que esta vez no puede subordinarse al afán de reproducción. 


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