La corrupción que cargamos en Bolivia

El “roba pero hace” es un estribillo que conduce directamente al precipicio social, y no hay que ir muy lejos para identificar a un buen puñado de políticos que llevan toda la vida en eso

Los políticos de todas las tendencias han pasado casi de puntillas por el Día Internacional de la Lucha contra la Corrupción, una fecha que suele servir para hacer grandes declaraciones y buenos propósitos, de esos que luego se olvidan cuando llegan al poder.

Con el último año de gestión ha quedado claro que la corrupción no es propiedad de uno u otro partido, sino que afecta en conjunto a prácticamente toda la clase política. Sin embargo, sería un error considerar que es un problema sólo de las élites o los gobernantes y negar que ha empapado ya en todas las capas de la sociedad y en todos los sectores donde la interacción humana es necesaria.

Nadie puede precisar con detalle qué hubiera sido de la candidatura de Jeanine Áñez sin el escándalo de la compra de los respiradores españoles y su vergonzante sobreprecio. Tampoco cuánto daño hizo al régimen de Evo Morales el goteo constante, ni cuánta de la resistencia hacia Carlos Mesa se debe a sus turbios negocios con Sánchez de Losada y PAT a principios de siglo.

La corrupción está demasiado presente y demasiado interiorizada en el país. El “roba pero hace” es un estribillo que conduce directamente al precipicio social, y no hay que ir muy lejos para identificar a un buen puñado de políticos que llevan toda la vida en eso, comprando voluntades e imponiendo criterios y narrativas.

Lo cierto es que el que roba no hace y con el tiempo, queda en evidencia. Pero la corrupción empieza mucho antes de que el dinero empiece a fluir por los despachos y las licitaciones. El Vicepresidente David Choquehuanca, que se toma el cargo con calma pero que ha dejado ya una serie de lapidarias sentencias como con recado, se explayó ayer de nuevo en la figura: El querer eternizarse en el poder es un primer acto de corrupción que precede al resto.

La clase política vive enredada en este tipo de situaciones corruptas que van más allá de lo económico. Esas que emergen del incumplimiento con sus promesas electorales, eso que pasa cuando se deja de escuchar al pueblo, eso que sucede cuando cada cual busca su supervivencia y beneficio político personal.

Choquehuanca evoca con maestría una sociedad indígena enraizada en los valores colectivos que lucha contra la corrupción occidental, aunque lo cierto es que en el día a día nos topamos con miserias de todo tipo y personas buscando ventajismos para sí mismo en cosas tan minúsculas como sacar un turno en la caja o pagar cincuenta centavitos menos.

Hay otras formas de corrupción gremial institucionalizadas, como cuando un curso entero presiona por el aprobado general o le meten nomás en una actividad antes de tener los papeles en regla o cada vez que se premia la viveza criolla sobre el esfuerzo individual.

La corrupción se ha institucionalizado y normalizado demasiado. Urge recuperar los valores humanos, ancestrales originarios o cristianos, pues no distan en su concepto principal: hacer el bien en beneficio de la comunidad y sin esperar nada a cambio, algo que el capitalismo ha podrido.

DESTACADO.- Choquehuanca evoca con maestría una sociedad indígena enraizada en los valores colectivos que lucha contra la corrupción occidental


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