Contra las fake news en Bolivia, mejor educación e información

Para luchar contra la mentira y la desinformación solo hay dos vías: la primera es garantizar medios independientes que cuenten los hechos y hagan la labor periodística de investigar y contrastar; la otra es tener ciudadanos críticos y bien formados

Después de unos cuantos años de alta intensidad en las redes sociales bolivianas, y mientras se dan los últimos coletazos con la campaña de las subnacionales y se asienta el Gobierno y la oposición en sus nuevos roles, parece momento adecuado para hacer una reflexión sobre lo sucedido en ese entorno.

El problema de las noticias falsas no es exclusivo de Bolivia, al contrario, en todos los países del mundo se libran batallas ideológicas crudas en las redes sociales, donde la mentira suele ser una herramienta útil para esas lides.

Acostumbrados como estamos desde aquellos años del 11S a sacrificar libertad por disque seguridad, varios colectivos y políticos empezaron a culpar a las propias redes de lo que en sus muros se publica y les pidieron intervención y acción para evitar eso: la difusión de noticias falsas.

Los dueños de las redes sociales están acostumbrados al espionaje digital, al almacenamiento de metadatos y a elaborar patrones de comportamiento, pero les cuesta más discernir una verdad de una mentira. En ese sentido, lo primero que hicieron fue extremar aún más el efecto del algoritmo, reduciendo a círculos más pequeños y más iguales las visualizaciones de los muros. Posteriormente empezaron a castigar a los emisores de noticias, sin discernir lo que en realidad estaban diciendo. Simplemente, eliminó visibilidad de todos, sobre todo de medios tradicionales, frente a otras páginas emergentes creadas precisamente para difundir bulos.

Las estrategias desplegadas por las redes tienen un nombre común: censura, una práctica que es muy antigua y siempre ha sido ejercida por los poderosos respecto a los que promueven ideas diferentes

Las estrategias desplegadas por las redes tienen un nombre común: censura, una práctica que es muy antigua y siempre ha sido ejercida por los poderosos respecto a los que promueven ideas diferentes y que siempre ha tenido una justificación: evitar la propagación de mentiras, o, más técnicamente, lo que al juzgador le parecen mentiras.

Hay casos sintomáticos y evidentes: Google y Facebook prohibieron literalmente hablar del dióxido de cloro y desapareció; pero también hay otras mucho más sesgadas, como la propaganda rusa sobre sus éxitos científicos, que los dueños de las redes consideran mentiras.

Con todo, el fracaso de los planes impulsados por los dueños de las redes sociales a pedido de los grandes “beneficiarios” – léase políticos, grandes sectores de negocio, etc., - ha sido más que evidente, porque las falacias y mentiras repetidas mil veces se siguen difundiendo por las redes y los celulares de todo el mundo. En Bolivia y en EEUU, por ejemplo, grupos numerosos siguen hablando de “fraude monumental” en las elecciones de 2020 sin presentar una sola prueba.

Para luchar contra la mentira y la desinformación solo hay dos vías: la primera es la de garantizar medios independientes que cuenten los hechos y hagan la labor periodística de investigar y contrastar; la otra es tener ciudadanos críticos y bien formados, con los instrumentos necesarios para ponderar cada información y saber qué es verdad y qué es mentira.

A las redes no parece interesarle demasiado ni una vía ni la otra, y a los gobiernos, por lo visto, tampoco.  


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