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El futuro de Bolivia más allá de las campañas

La Bolivia informal, con un 70% de empleados en precario y con una actividad industrial mínima y penalizada, llega a su cita con la crisis con una economía todavía pequeña, pero cada vez más dependiente del contexto internacional

La cantidad de retos que se vislumbran en la próxima legislatura obligan a emitir un voto consciente más que nunca, sin embargo, todas las campañas apelan a un voto emocional, incluida la del “voto útil racional”, cuyos argumentos se basan en la negación del otro más que en cualquier propuesta.

Por otro lado, el concepto de democracia empieza a sufrir graves deformaciones a su sentido, lo cual abre inescrutables vías hacia el autoritarismo, como viene reflejando desde hace un lustro el latinobarómetro, donde apenas el 50% sigue considerando más importante votar a quien quiera que vivir tranquilo y seguro en su hogar.

El Gobierno de Transición nunca mostró neutralidad, ni antes de ser candidato, menos mientras fue candidato, y tampoco ahora, que ya no es candidato. El resto de instituciones también “parecen” de parte, mientras que el Tribunal Supremo Electoral trata de guardar las formas bajo un ataque sostenido desde todos los frentes.

Con ese cóctel, la elección del 18 de octubre pasa por convertirse en un evento de alto riesgo al que contribuyen las encuestas publicadas hasta la fecha, que básicamente pronostican un escenario ajustado, prácticamente igual al que generó la violencia en 2019.

La pandemia ha vuelto a desnudar las carencias de unos frente a otros, y ha evidenciado la quimera de la “economía naranja” y otros derivados en la industria de la cultura o el turismo, que ahora tendrá otros parámetros a la hora de definir destinos.

¿Puede permitirse el país alargar una crisis política que ha desencadenado todos los horrores? No, no puede, pero eso no significa que sea lo que exactamente vaya a pasar.

La crisis política se ha convertido en evento recurrente, pero a ello se le ha añadido una crisis sanitaria desconocida, y sobre la que todo el mundo trata de pasar de puntillas; y ha desencadenado una crisis económica sobre una desaceleración, que ya se venía advirtiendo, y que va a tener otras características que las que habitualmente hemos conocido, fundamentalmente porque el país ha cambiado.

La Bolivia informal, con un 70% de empleados en precario y con una actividad industrial mínima y penalizada, llega a su cita con la crisis con una economía todavía pequeña, pero cada vez más dependiente del contexto internacional. La mayoría de los candidatos, además, plantean hacerla aún más dependiente por la vía del endeudamiento como camino para enfrentar el problema.

El problema, sin embargo, es que los ingresos caen. Ya no solo el tributario, que es consecuencia directa de la coyuntura, y que tardará en recuperarse mucho más de lo que los políticos en campaña se pueden permitir reconocer, sino también por el agotamiento del sector hidrocarburífero.

La demora en la transformación del sector y en el aprovechamiento real de los recursos naturales ha dejado al país en una situación compleja, con los mercados naturales copados por su propia producción y los proyectos de industrialización muy demorados. Lo propio con el litio, con el mutún y con otros proyectos estratégicos que “ayudarían” a pagar esa vía del endeudamiento que muchos plantean como “solución”, y que sin embargo está en veremos.

La pandemia ha vuelto a desnudar las carencias de unos frente a otros, y ha evidenciado la quimera de la “economía naranja” y otros derivados en la industria de la cultura o el turismo, que ahora tendrá otros parámetros a la hora de definir destinos.

El futuro no parece estar bien ponderado en las campañas, pero seguramente sí entre los ciudadanos. 


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