La encrucijada de la universidad pública
Cierto: todas las Universidades del país tienen dificultades de financiación, y aún más desde la confiscatoria Ley de Incentivos a las transnacionales petroleras, a las que premia con el 12% del IDH sin que hayan generado resultados en más de dos años y medio de vigencia. Y aunque las...
Cierto: todas las Universidades del país tienen dificultades de financiación, y aún más desde la confiscatoria Ley de Incentivos a las transnacionales petroleras, a las que premia con el 12% del IDH sin que hayan generado resultados en más de dos años y medio de vigencia.
Y aunque las reivindicaciones presupuestarias de las universidades tienen legitimidad, es necesario también recordar que estas casas de estudio superior están en una crisis que trasciende lo financiero, y en cuyo núcleo está la calidad y el modelo académico.
Ya el año pasado, este mismo medio reportó que nuestro país no cuenta con ninguna universidad de rango mundial, algo que según el docente e investigador del Instituto de Estudios Sociales y Económicos (IESE) de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS), Wilmer Ascárraga, es un tema de “vital importancia para el desarrollo económico de largo plazo de Bolivia”.
Así lo demuestran los rankings globales más influyente, como THE, ARWU, Webometrics, QS. Incluso entre las top 500 aparecen pocas universidades latinoamericanas. La UNAM (México) y la USP (Brasil) ocupan las mejores posiciones, 75 y 60 (respectivamente) en THE (2015).
Bolivia, nada. En el ranking de Webometrics, por ejemplo, las universidades públicas bolivianas recién aparecen cerca del puesto 3.000 y a las privadas en el 5.000.
El economista Gonzalo Chávez hace notar que “existe muy poca conexión entre el mundo académico y el desarrollo social o empresarial. Las universidades en los países en vías de desarrollo están escasamente conectadas con su entorno local, político, económico y productivo. Así no se avanzará mucho”.
Por eso, el problema no se reduce solamente a que las universidades públicas reciban poco más del 2% del PIB –cifra por debajo del promedio latinoamericano-, y de que sus 556.371 estudiantes resulten un número demasiado grande para los 16.189 docentes que la Comisión Ejecutiva de la Universidad Boliviana (CEUB) reportó como último dato en 2015.
No es menor el dato de que el nivel de titulación de estudiantes no pasa del 30%. Esto significa que muchos no terminan su carrera universitaria, lo que implica que el dinero gastado por el Estado en su educación no ha cumplido su objetivo final.
Pero también muestra algo que muchos de quienes estudiamos en las universidades públicas sabemos muy bien: muchos se quedan como “estudiantes” en la “U” hasta entrados en años para dedicarse a la política universitaria, una forma de ganarse la vida que algunos consideran legítima, pero que es en los hechos es una actividad no productiva y que sólo implica un malgasto del escaso recurso económico. Los llamados “dinosaurios”.
La contracara de ese fenómeno está entre los docentes. Sólo el 3,3% de ellos tiene doctorado, con lo que, según Chávez, “no se puede llegar muy lejos ni en la enseñanza ni en la investigación”. Muchos de ellos además ganando sueldos estratosféricos.
Sí, falta presupuesto para la U. Pero a su interior urgen cambios de fondo, en el marco de la autonomía, para que cumpla su rol fundamental, que es el de generar ciencia y conocimiento para la sociedad, y brindar capital humano de primer nivel para el desarrollo económico del país.
Y aunque las reivindicaciones presupuestarias de las universidades tienen legitimidad, es necesario también recordar que estas casas de estudio superior están en una crisis que trasciende lo financiero, y en cuyo núcleo está la calidad y el modelo académico.
Ya el año pasado, este mismo medio reportó que nuestro país no cuenta con ninguna universidad de rango mundial, algo que según el docente e investigador del Instituto de Estudios Sociales y Económicos (IESE) de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS), Wilmer Ascárraga, es un tema de “vital importancia para el desarrollo económico de largo plazo de Bolivia”.
Así lo demuestran los rankings globales más influyente, como THE, ARWU, Webometrics, QS. Incluso entre las top 500 aparecen pocas universidades latinoamericanas. La UNAM (México) y la USP (Brasil) ocupan las mejores posiciones, 75 y 60 (respectivamente) en THE (2015).
Bolivia, nada. En el ranking de Webometrics, por ejemplo, las universidades públicas bolivianas recién aparecen cerca del puesto 3.000 y a las privadas en el 5.000.
El economista Gonzalo Chávez hace notar que “existe muy poca conexión entre el mundo académico y el desarrollo social o empresarial. Las universidades en los países en vías de desarrollo están escasamente conectadas con su entorno local, político, económico y productivo. Así no se avanzará mucho”.
Por eso, el problema no se reduce solamente a que las universidades públicas reciban poco más del 2% del PIB –cifra por debajo del promedio latinoamericano-, y de que sus 556.371 estudiantes resulten un número demasiado grande para los 16.189 docentes que la Comisión Ejecutiva de la Universidad Boliviana (CEUB) reportó como último dato en 2015.
No es menor el dato de que el nivel de titulación de estudiantes no pasa del 30%. Esto significa que muchos no terminan su carrera universitaria, lo que implica que el dinero gastado por el Estado en su educación no ha cumplido su objetivo final.
Pero también muestra algo que muchos de quienes estudiamos en las universidades públicas sabemos muy bien: muchos se quedan como “estudiantes” en la “U” hasta entrados en años para dedicarse a la política universitaria, una forma de ganarse la vida que algunos consideran legítima, pero que es en los hechos es una actividad no productiva y que sólo implica un malgasto del escaso recurso económico. Los llamados “dinosaurios”.
La contracara de ese fenómeno está entre los docentes. Sólo el 3,3% de ellos tiene doctorado, con lo que, según Chávez, “no se puede llegar muy lejos ni en la enseñanza ni en la investigación”. Muchos de ellos además ganando sueldos estratosféricos.
Sí, falta presupuesto para la U. Pero a su interior urgen cambios de fondo, en el marco de la autonomía, para que cumpla su rol fundamental, que es el de generar ciencia y conocimiento para la sociedad, y brindar capital humano de primer nivel para el desarrollo económico del país.