El círculo de la codicia

Había una vez un mono muy egoísta, tan egoísta y codicioso que quería todos los plátanos del mundo para él. Cierto día había bajado quince plátanos del árbol, de pronto vio a un mono lastimado de la pata que le rogó: ¡dame uno por favor, que me muero de hambre! – ¿Qué, acaso...

Había una vez un mono muy egoísta, tan egoísta y codicioso que quería todos los plátanos del mundo para él. Cierto día había bajado quince plátanos del árbol, de pronto vio a un mono lastimado de la pata que le rogó: ¡dame uno por favor, que me muero de hambre!
– ¿Qué, acaso tengo rostro de beneficencia?
– Le preguntó Monko (el mono) como increpándole.
– No, lo que pasa es que estoy mal de la pata derecha, pero en cuanto me cure yo treparé y sacaré por mí mismo, y hasta te devolveré el triple de lo que me des.
– De ninguna manera ¡estos plátanos son todos míos!
– No seas egoísta, Monko, los monos debemos ayudarnos unos a otros, hoy por ti mañana por mí.
– No, eso sí que no, los plátanos son todos míos.
-Dijo Monko mientras seguía su camino con los quince plátanos que había bajado del árbol.
Cierto día un gran bananero estaba repleto de sabrosos plátanos y un monito trepaba para recoger y llevar todos los platanitos a sus hermanitos pequeños, pero Monko que pasaba por ahí, vio los sabrosos plátanos, así que se trepó más rápido y a tanta velocidad que acaparó todo los plátanos, no dejándole uno al monito.
– ¡Vamos déjame uno Monko!
– No, todos son para mí.
– No sé para qué quieres tanto ¿acaso vas a comértelos todos? Mejor déjame unos cuantos para mí y mi familia
– ¡He dicho que no, monito!
–Exclamó Monko.
Dicho estas palabras, Monko se retiró cargando todos los plátanos, y con mucho esfuerzo logró llevárselos.
Otro día un anciano mono luchaba por trepar el árbol de plátanos.
– ¡Uf! ya no puedo trepar como antes, pero debo hacerlo, porque necesito comer.
Monko pasó por ahí, vio esos sabrosos plátanos de isla y sin dudarlo trepó y los agarró todos.
– Monko, ¿por qué eres egoísta? Comparte, que la codicia es un gran defecto.
Pero Monko, como era su costumbre, no escuchó los sabios consejos.
Pero un caluroso día, Monko, caminando por la selva, vio cientos de plátanos en una especie de alfombra
– ¡Qué bien! ¡Es mi día de suerte! – pensó Monko, que aunque no tenía hambre porque estaba lleno, después de haberse comido una docena de plátanos. Sin embargo, su codicia hizo que deseara poseer todos los plátanos del mundo para él, es así que al acercarse tomó los primeros plátanos de allí, de la alfombra, que se cerró repentinamente porque era una trampa, y Monko queda colgado y atrapado.
Sí, amables lectores, Monko, el mono codicioso, cayó en una trampa creada por Alberto, el cazador de monos, un hombre que tenía la ambición de tener todos los monos del mundo para él.

Más del autor