¿Es el agronegocio una actividad (neo)extractivista?
¿Es la agroindustria una actividad extractivista? Muchas personas tienden a dudar de esta denominación por el carácter agrario de esta actividad, que permitiría entenderla como una actividad “renovable” y “sostenible” en el tiempo. Para abordar lo anterior, es importante indagar en lo...



¿Es la agroindustria una actividad extractivista? Muchas personas tienden a dudar de esta denominación por el carácter agrario de esta actividad, que permitiría entenderla como una actividad “renovable” y “sostenible” en el tiempo. Para abordar lo anterior, es importante indagar en lo que se entiende por extractivismo y la diferencia de la agroindustria con la actividad agraria tradicional.
Distintos intelectuales y académicos coinciden en que la historia de la relación de Bolivia con el mundo es, entre otras cosas, una historia de extractivismo. La actividad minera, que sigue teniendo un lugar privilegiado entre las variables macroeconómicas del país (aunque no tanto como antes de la mitad del siglo XX), ha sido la actividad extractivista nacional por excelencia. El célebre pensador boliviano, Zavaleta Mercado, decía: “las cosas […] quieren insistir en su propio ser y el ser económico de Bolivia era la minería”.
Tanto así que el académico argentino y profesor de la Universidad Nacional de Catamarca, Horacio Machado, no duda en calificar que el extractivismo mundial se sostiene en lo que él llama Principio Potosí: “Un régimen de poder mundial asentado sobre un enorme trastorno ecológico global y el violentamiento sistémico de la condición humana”.
Con todo, el extractivismo en Bolivia no ha sido solo minero. El petróleo, la quina, la goma, la castaña, la madera, son actividades de este rubro. Dependiendo del momento histórico del país y de la demanda mundial, estos recursos han tenido mayor o menor relevancia.
Sin embargo, a partir del último cuarto del siglo pasado –y de manera acelerada en estos últimos 20 años– la agroindustria viene asumiendo un rol protagónico en la economía nacional. Por tanto es importante entender el porqué es una actividad extractivista.
El ambientalista uruguayo Eduardo Gudynas entiende el extractivismo como una actividad con tres dimensiones: 1) altos volúmenes de recursos extraídos, 2) intensidad elevada de impacto ambiental, y 3) recursos destinados a la exportación con poco o nulo valor agregado.
Desde hace algunos años atrás, diversos intelectuales vienen utilizando el término “neo-extractivismo”. Según la reconocida socióloga Maristella Svampa, de la Universidad de La Plata, esta idea tiene que ver con que ahora las actividades extractivistas, frente al agotamiento de los recursos, se realizan en territorios que antes eran considerados improductivos. La otra característica de esta actividad es la gran escala de estos emprendimientos, que ocupan inmensos territorios para la implementación de monocultivos o monoproducción.
La idea del neo-extractivismo, como explica el investigador Ben McKay, de la Universidad de Calgary (Canadá), se relaciona también con un componente político. No han sido solo los gobiernos neoliberales los únicos en promover este tipo de actividades productivas, sino que también lo han hecho los gobiernos considerados “progresistas”.
En síntesis, Svampa identifica al agronegocio como una actividad neo-extractiva: “debido al hecho de que consolida un modelo que sigue el monocultivo, la destrucción de la biodiversidad, una concentración de la propiedad de la tierra y una reconfiguración destructiva de vastos territorios”. Actividad que se diferencia por completo del manejo campesino de la tierra que, por lo general, implica estrategias sostenibles en el tiempo y una relación menos agresiva con la naturaleza.
La soya como indicador de la agroindustria boliviana
El crecimiento de la producción de soya en Bolivia es uno de los indicadores representativos de la expansión de este sector extractivista.
Entre los años 2007 y 2019 la producción pasó de 1,6 millones de toneladas métricas a casi 3 millones, mientras que en el mismo periodo la extensión cultivada de soya se incrementó de 987 mil hectáreas a 1,3 millones de Ha. Por otro lado, la soya transgénica pasó de representar el 21% de la producción total de esa oleaginosa en 2005, a más del 98% en 2014.
Distintos intelectuales y académicos coinciden en que la historia de la relación de Bolivia con el mundo es, entre otras cosas, una historia de extractivismo. La actividad minera, que sigue teniendo un lugar privilegiado entre las variables macroeconómicas del país (aunque no tanto como antes de la mitad del siglo XX), ha sido la actividad extractivista nacional por excelencia. El célebre pensador boliviano, Zavaleta Mercado, decía: “las cosas […] quieren insistir en su propio ser y el ser económico de Bolivia era la minería”.
Tanto así que el académico argentino y profesor de la Universidad Nacional de Catamarca, Horacio Machado, no duda en calificar que el extractivismo mundial se sostiene en lo que él llama Principio Potosí: “Un régimen de poder mundial asentado sobre un enorme trastorno ecológico global y el violentamiento sistémico de la condición humana”.
Con todo, el extractivismo en Bolivia no ha sido solo minero. El petróleo, la quina, la goma, la castaña, la madera, son actividades de este rubro. Dependiendo del momento histórico del país y de la demanda mundial, estos recursos han tenido mayor o menor relevancia.
Sin embargo, a partir del último cuarto del siglo pasado –y de manera acelerada en estos últimos 20 años– la agroindustria viene asumiendo un rol protagónico en la economía nacional. Por tanto es importante entender el porqué es una actividad extractivista.
El ambientalista uruguayo Eduardo Gudynas entiende el extractivismo como una actividad con tres dimensiones: 1) altos volúmenes de recursos extraídos, 2) intensidad elevada de impacto ambiental, y 3) recursos destinados a la exportación con poco o nulo valor agregado.
Desde hace algunos años atrás, diversos intelectuales vienen utilizando el término “neo-extractivismo”. Según la reconocida socióloga Maristella Svampa, de la Universidad de La Plata, esta idea tiene que ver con que ahora las actividades extractivistas, frente al agotamiento de los recursos, se realizan en territorios que antes eran considerados improductivos. La otra característica de esta actividad es la gran escala de estos emprendimientos, que ocupan inmensos territorios para la implementación de monocultivos o monoproducción.
La idea del neo-extractivismo, como explica el investigador Ben McKay, de la Universidad de Calgary (Canadá), se relaciona también con un componente político. No han sido solo los gobiernos neoliberales los únicos en promover este tipo de actividades productivas, sino que también lo han hecho los gobiernos considerados “progresistas”.
En síntesis, Svampa identifica al agronegocio como una actividad neo-extractiva: “debido al hecho de que consolida un modelo que sigue el monocultivo, la destrucción de la biodiversidad, una concentración de la propiedad de la tierra y una reconfiguración destructiva de vastos territorios”. Actividad que se diferencia por completo del manejo campesino de la tierra que, por lo general, implica estrategias sostenibles en el tiempo y una relación menos agresiva con la naturaleza.
La soya como indicador de la agroindustria boliviana
El crecimiento de la producción de soya en Bolivia es uno de los indicadores representativos de la expansión de este sector extractivista.
Entre los años 2007 y 2019 la producción pasó de 1,6 millones de toneladas métricas a casi 3 millones, mientras que en el mismo periodo la extensión cultivada de soya se incrementó de 987 mil hectáreas a 1,3 millones de Ha. Por otro lado, la soya transgénica pasó de representar el 21% de la producción total de esa oleaginosa en 2005, a más del 98% en 2014.