Trump presidente: la caída del “neoliberalismo progresista”
Nancy Fraser, profesora de filosofía y política en la New School for Social Research de Nueva York, considera que “la victoria de Trump no es solamente una revuelta contra las finanzas globales.



Lo que sus votantes rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista”. La académica reconoce que si bien el término “neoliberalismo progresista” pude sonar como un oxímoron (combinación de dos palabras con significado opuesto), en los hechos se trata de una lineamiento “muy perverso” y “muy real”, y constituye la clave para entender los resultados electorales en los EEUU.El neoliberalismo progresista ha tomado la forma de una alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos LGTBI), por un lado, y por el otro, sectores de negocios de gama alta y sectores de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood).“En esta alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente la financiarización”, donde las primeras prestan su carisma a este último, explica Fraser. Así, ideales como la diversidad y el empoderamiento, “que en principio podrían servir a diferentes propósitos, ahora dan lustre a políticas que han resultado devastadoras para la industria manufacturera y para las vidas de lo que otrora era la clase media”.
¿Cómo surge el neoliberalismo progresista?Según la académica, el neoliberalismo progresista se desarrolló en EEUU durante las tres últimas décadas y fue ratificado por el triunfo electoral de Bill Clinton en 1992: “Clinton fue el principal ingeniero y abanderado de los ‘Nuevos Demócratas’, el equivalente estadounidense del ‘Nuevo Laborismo’ inglés de Tony Blair”. Así, en vez de la coalición del New Deal entre obreros industriales sindicalizados, afroamericanos y clases medias urbanas, Clinton “forjó una nueva alianza de empresarios, suburbanitas, nuevos movimientos sociales y juventud: todos proclamando orgullosos su buena fe moderna y progresista, amante de la diversidad, el multiculturalismo y los derechos de las mujeres”. Fraser advierte además que, aún si la administración Clinton hizo realmente suyas esas ideas progresistas, también “cortejó a Wall Street, pasó el mando de la economía a Goldman Sachs, desreguló el sistema bancario y negoció tratados de libre comercio que aceleraron la desindustrialización”.Luego, continuadas por sus sucesores (incluido Barak Obama), las políticas de Clinton “degradaron las condiciones de vida de todo el pueblo trabajador”, especialmente de los empleados en la producción industrial. Clinton tiene entonces “una pesada responsabilidad en el debilitamiento de los sindicatos de trabajadores, en el declive de los salarios reales, en el aumento de la precariedad laboral y en el auge de las familias con dos ingresos que vino a substituir al difunto salario familiar”, indica la académica.
Ausencia de una izquierda realLo que hizo posible esa combinación de truncados ideales de emancipación y formas letales de financiarización, fue la ausencia de cualquier izquierda genuina. Y la victoria de Trump se dio porque no hubo una “narrativa abarcadora de izquierda” que pudiera vincular los “legítimos agravios de los votantes de Trump con una crítica efectiva de la financiarización, por un lado, y con la visión antirracista, antisexista y antijerárquica de la emancipación, por el otro”, salvo la candidatura primaria de Bernie Sanders, que fue frenada eficazmente por el poco democrático Partido Demócrata.Para Fraser, la emancipación no debe significar diversificar la jerarquía empresarial, sino abolirla, y prosperidad no puede significar incrementar el valor de las acciones o el beneficio empresarial, sino “la base de partida de una buena vida para todos. Esa combinación sigue siendo la única respuesta de principios y ganadora en la presente coyuntura”.Ahora bien, aunque la victoria de Trump significa una derrota para el neoliberalismo progresista, su presidencia no ofrece ninguna solución a la crisis, no trae consigo la promesa de un nuevo régimen ni de una hegemonía segura. “A lo que nos enfrentamos más bien es a un interregno, a una situación abierta e inestable en la que los corazones y las mentes están en juego. En esta situación, no sólo hay peligros, también oportunidades: la posibilidad de construir una nueva Nueva Izquierda”, sentencia Fraser.