Stigliz: desigualdad en EEUU no apareció, fue creada
Si bien las leyes del mercado juegan un papel, la creciente desigualdad en EEUU, especialmente las cantidades apropiadas por el 1% más rico, “es un ‘logro’ distintivamente estadounidense”, observa el premio nobel de economía, el norteamericano Joseph Stiglitz.



Y es que el actual nivel de desigualdad en EEUU es inusual. “Comparado con otros países y comparando con el pasado del propio EEUU, es inusualmente grande y ha estado creciendo inusualmente rápido”, apunta el experto. La desigualdad en sí misma no es un fenómeno nuevo, y a lo largo de la historia hubieron diferentes explicaciones para intentar justificarla. Por ejemplo, en la época precapitalista, era explicada y justificada por razones religiosas: los que estaban en la cúspide de la sociedad tenían el “derecho divino” a ello, y cuestionarlo era cuestionar el orden social e incluso la voluntad de dios. Según explica Stiglitz, a lo largo de la historia, “aquellos con poder usaron ese poder para fortalecer sus posiciones económicas y políticas, o al menos para mantenerlas. También intentaron dar moldear la forma de pensar en la sociedad, para hacer que las diferencias de ingreso –que de otra manera serían odiosas- fuesen aceptadas”. Así, a medida que evolucionan las sociedades también evolucionan las explicaciones de los poderosos para justificar la desigualdad. En la era de la revolución industrial, cuando Marx hablaba de explotación, surgió como contraparte la teoría de la Productividad Marginal para justificarla. Según la productividad marginal, aquellos con mayor nivel de productividad logran mayores ingresos que reflejan su mayor contribución a la sociedad. Los mercados competitivos, a través de las leyes de la oferta y demanda, determinan el valor de la contribución de cada individuo. Si uno tiene alguna destreza escasa y valiosa, el mercado le recompensará ampliamente debido a su mayor contribución a la producción y al rendimiento. Si no tiene estas habilidades, su ingreso será bajo. Sin embargo, Stiglitz observa que si bien la tecnología y la escasez -trabajando a través de las leyes de oferta y demanda- juegan un rol en la forma que tiene la desigualdad de hoy en día, hay algo más que está haciéndolo, “y ese algo es el gobierno”.
Desigualdad creada: el gobierno“La desigualdad es resultado tanto de fuerzas económicas como de fuerzas políticas. En una economía moderna el gobierno establece y hace cumplir las reglas del juego, lo que es competencia justa y las acciones que son consideradas anti-competitivas e ilegales, quién obtienen qué en caso de una bancarrota, cuándo un deudor puede pagar todo lo que debe, cuáles prácticas se consideran fraudulentas o prohibidas”. Así resume Stiglitz el rol del gobierno en la producción de la desigualdad, y agrega que éste “da recursos (tanto abiertamente y como de forma menos transparente), y a través de impuestos y gasto social modifica la distribución del ingreso que emerge del mercado, que está moldeada por la tecnología y la política”. El gobierno entonces altera las dinámicas de la riqueza por ejemplo a través del impuesto a la herencia y de la provisión de educación pública gratuita. Entonces la desigualdad no está determinada solamente por cuánto paga el mercado a un trabajador calificado en relación a uno no calificado, sino también por el nivel de calificación que un individuo ha adquirido. “En ausencia de apoyo del gobierno, muchos niños pobres no podrían conseguir nutrición y salud básicas, y mucho menos la educación requerida para adquirir las habilidades necesarias para mejorar su productividad y tener ingresos más altos. El gobierno puede afectar el grado en el que la educación y la riqueza heredada de un individuo dependa de la de sus padres”, sentencia el experto.
Competitividad limitadaPara el premio nobel, las fuerzas competitivas deberían limitar el tamaño de las ganancias, pero si el gobierno no asegura que los mercados sean competitivos, se crean grandes ganancias para los monopolios. “Las fuerzas competitivas también deberían limitar las compensaciones desproporcionadas de los ejecutivos, pero en las corporaciones modernas el CEO (presidente de la compañía) tiene enorme poder, incluyendo el de decidir cuánto gana”, agrega. Tal es el poder de los ejecutivos de las empresas que hasta pueden influir en quiénes son los miembros del directorio, que supuestamente deberían ser su contrapeso. Algunos países tienen mejores leyes para gobernar a las empresas, que circunscriben el poder del CEO, por ejemplo, insistiendo que los miembros del directorio sean independientes, o que los accionistas tengan voz y voto sobre el sueldo del CEO. Pero, “si un país no tiene buenas leyes corporativas o no se hacen cumplir efectivamente, los CEOs pueden pagarse a sí mismos beneficios enormes”.En EEUU “tenemos un sistema político que da poder inusitado a los que están arriba, y ellos lo han utilizado no sólo para limitar la redistribución de recursos, sino también para que las reglas del juego estén a su favor, y para extraer del público lo que sólo puede llamarse grandes ‘regalos’”. Los economistas tienen un nombre para estas actividades: rentismo. No obtienen ingresos como recompensa por crear riqueza y valor, sino por apropiarse de una gran porción de la riqueza que es producida sin su esfuerzo. “Los de arriba aprendieron cómo succionar dinero del resto de formas que los demás apenas percibe, esa es su verdadera innovación”, sentencia Stiglitz.