Califican la propuesta sobre transgénicos de “antinacional”
Ante la caída del precio del petróleo, que afectará los ingresos percibidos por el Estado boliviano, el Gobierno busca alguna otra fuente de rentas que permita seguir ostentando elevadas cifras de crecimiento económico.



En una particular alianza con el poderoso sector agroindustrial cruceño (antes tildado de “oligárquico” por Evo Morales), el Gobierno pretende consolidar el uso de los transgénicos en Bolivia con el argumento de la soberanía alimentaria.En contraposición, el Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (Conamaq), a través de su dirigente, Hilarión Mamani, proponen fortalecer la agricultura familiar, campesina ecológica.“Nosotros estamos pidiendo tecnología en el tema agrícola, tenemos que equipar principalmente con motobombas, luego con riegos, garantizar el terreno, cambiar el terreno con abonos orgánicos para avanzar hacia la soberanía alimentaria y ecológica, y de esta manera poder garantizar la seguridad alimentaria en el país”, explicó Mamani.Entrando al análisis, el sociólogo Arturo Villanueva Imañana, ha llegado a advertir que profundizar el uso de transgénicos sería “una medida antinacional, que bajo el loable argumento de mejorar la producción nacional de alimentos, el crecimiento económico y la seguridad alimentaria, será precisamente todo lo contrario, hasta el punto de constituir una especie de traición a la patria”.Otros expertos en el tema hacen notar que el uso de transgénicos en realidad transfiere el control sobre la producción agrícola hacia las corporaciones transnacionales, por lo que en los hechos “los transgénicos se encuentran en la antípoda de cualquier noción de soberanía alimentaria”. “Lo paradójico es que, ante la imposibilidad de revertir la fuerza de sus discursos, se pretende incluir a los transgénicos en la agenda de la soberanía alimentaria”, resalta Castañón.Villanueva, por su parte, ha afirmado recientemente que tanto el gobierno como los agroindustriales de la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO) “están equivocadamente convencidos que la única manera de lograr este propósito es sobre la base del impulso e incentivo a la gran agroindustria terrateniente de una muy reducida cantidad de empresarios, pero que concentran grandes extensiones de tierra”.En días recientes, el presidente de la CAO, Julio Roda, señaló que el tema de ampliar el uso de transgénicos en la producción agrícola es el más urgente y es uno de los principales para producir más alimentos y ser competitivos con los países vecinos. “Nosotros, sin esta tecnología, no podemos acceder a los rendimientos y costo de producción que tienen otros países en maíz y algodón”, afirmó. Transgénicos para ampliar producción… ¿de qué?Si bien Santa Cruz es hoy en día el principal productor de alimentos que concentra el 70% de la producción nacional, esta cifra oculta el hecho de que de ese total de alimentos producidos, la mayor cantidad constituyen productos de exportación como la soya, el azúcar, el aceite y la carne que se producen en grandes extensiones de tierra y con tecnología transgénica, cuyo destino principal es el mercado internacional y no así la alimentación de los bolivianos.En este sentido, Arturo Villanueva hace notar que “una cosa es la cantidad total de productos alimenticios que produce Bolivia, y otra cosa muy diferente es la cantidad, diversidad y los requerimientos que cubren el consumo y la canasta familiar de los bolivianos. En este último aspecto, Bolivia ha incrementado su dependencia de la importación de los alimentos que requiere para cubrir sus necesidades de alimentación. Es decir, tenemos cada vez menos seguridad alimentaria”.Representantes del empresariado boliviano han argumentado, a favor de los transgénicos, que “en Argentina obtienen 200 quintales de maíz transgénico con una tierra más frágil que la nuestra y nosotros sacamos solo 80 quintales”. Sin embargo, datos de la propia CAO muestran que el rendimiento de soya desde la introducción de la variedad transgénica hace diez años, se estancó en el nivel más bajo de toda la región: aproximadamente 1,9 toneladas por hectárea. Por tanto, advierte el investigador Enrique Castañón, lograr mayor producción con el uso de transgénicos es, en el mejor de los casos “una pregunta abierta”.
Una pérdida de soberanía
Numerosos expertos en agricultura coinciden en señalar que las semillas, vistas como medio de producción, le permiten al agricultor una capacidad de autoabastecimiento y autonomía cuando éste puede propagar su semilla tras cada ciclo productivo indefinidamente.El académico Jack Ralph Kloppenburg, hace notar que es precisamente esta capacidad de autoabastecimiento la que se pretende destruir a través de la tecnología transgénica para así dar paso al proceso de subsunción de la agricultura en el capital.Según Castañón, este ataque sobre la autonomía de los agricultores se ha dado por en dos frentes principalmente: 1) El desarrollo de “Tecnologías Restrictivas del Uso Genético” – más conocidas como “Tecnologías Terminator”- , que impide la germinación de semillas a menos que se apliquen productos químicos patentados; y 2) Un creciente lobby corporativo para que haya una legislación bajo el acuerdo sobre los Derechos de Propiedad Intelectual (DPI) que se negoció al interior de la Organización Mundial del Comercio, para normar los cultivos.Estos se constituyen en mecanismos “para impedir que los agricultores puedan continuar sembrando lejos del control transnacional”, advierte Castañón, y señala que “al desactivar la capacidad de siembra de los productores locales, son las semillas transgénicas las que se consolidan como la opción productiva dominante. Esto hace que las corporaciones pasen gradualmente a controlar de facto la tierra de los Estados”. Por tanto, la tierra no puede ser puesta en producción si no es con los insumos que las mismas empresas transnacionales producen. En este sentido, para Villanueva, consolidar el uso de transgénicos sería una mediada claramente “antinacional y neocolonial. Todos sabemos que quien controla las semillas, controla la alimentación”.De esta manera, “los Estados que abrazan la tecnología transgénica pierden soberanía alimentaria pues ven mermada su capacidad de controlar y regular la producción de alimentos doméstica. Abandonan su rol rector en el desarrollo agrícola y pasan más bien a convertirse en simples consumidores de mercancías del Norte”, dice Castañón.“En cierto sentido, se contribuye a consolidar la división internacional del trabajo, el patrón primario exportador y las condiciones comerciales desfavorables que históricamente han marcado las relaciones entre el Sur y el Norte”, concluye el investigador boliviano.