Fragmentos del libro del Prof, Julio Humberto Arce Arce:
“El Llurito de mis recuerdos Añoranzas y Nostalgias”



LA SOCIEDAD HUMANA Y LAS CLASES SOCIALES
Como en todo pueblo chico y como resabios de una sociedad conservadora, tipo de la colonia, la sociedad estaba dividía en clases: una que se decía superior, la de los aristócratas y que hoy la llamarían feudal, burguesa, de apellidos y abolengo; le seguía la media o la de los "cholos" y campesinos.
En la vida pública y administrativa, los cargos de mayor responsabilidad y figuración estaban destinados para los "decentes" y así, el mayor anhelo de un jefe de familia era que siquiera uno de los varones sea diputado y mejor senador.
Prefecto y Honorable Presidente del Consejo Municipal y cuando hacía varoncitos que no daban para el estudio los mandaban al Colegio Militar: que no se diga que los mandaban por burros, sino por flojos y en dicho colegio tenían que estudiar y la verdad es que, sería por la dura disciplina que los burritos respondían y después resultan buenos y disciplinados militares.
Las futuras damitas estudiaban y se educaban en un ambiente religioso en la Escuela Santa Rosa, bajo principios morales, sin descuidar el arte, como la música, el bordado para ser mañana dignas y recatadas amas de casa.
La sociedad era extremadamente rígida y severa, de esta manera jóvenes y damitas debían cuidar su conducta en el Hogar y más, en la calle, sin las libertades que hoy se permiten y lucen algunos y algunas.
Nada de fiestas nocturnas y peor en locales públicos.
La clase media estaba constituida por modestos empleados públicos, algunos hijos de obreros con aspiraciones y ex-obreros que después de duro trabajar, ahora gozan de posición económica desahogada y se dan comodidades; sus hijos estudian secundaria en el San Luis o son ya bachilleres, ocupan puestos muy subalternos en la administración o son empleados de comercio. Otros de simples empleaditos han adquirido experiencia, se han independizado y han puesto un pequeño negocio.
Cuando había la Facultad Libre de Derecho, algunos llegaron a doctorarse pero seguían siendo "cholos"... también algunos, muy pocos por ser ahijados de influyentes conseguían, ya bachilleres, salir a la sede del gobierno, conseguir algún pequeño empleo con que vivir y así también profesionarse.
El obrero gustaba vivir independientemente de su noble y honrado trabajo, mejor oficio y vivir a su manera: unos como dueños de taller y se llamaban maestros y otros que trabajan, primero como aprendices, después de practicar lo hacían como oficiales y todos bien, no había patrones ni asalariados.
Reiteramos, el obrero vivía sin más ambiciones que trabajar y tener de que mantener a los suyos; tener su casita, darse gusto de no tener con que vivir haciende genuflexiones a los poderosos o buscarlos para algún favor; en todo caso, para las elecciones son buscados y solicitados por los candidatos por el voto.
Tenía sus propias convicciones políticas; podían ser saavedrista o liberal y se hacía "majar" por su ídolo, un Montes o un Saavedra; leal a sus ídolos o a sus convicciones, pero estas no eran suficientes para romper los lazos de amistad y respeto al adversario político.
El obrero vivía su destino, vivía su vida, feliz con su trábalo su destino, vivía' su vida, feliz con su trabajo tesonero y sin envidias; lo hemos dicho, su anhelo era que no falte el pan de cada día, salud, paz y tranquilidad para los suyos y su Hogar. Por eso a la par de los hijos mayorcitos y sus oficiales, trabaja de ocho a doce del día, de dos a seis de la larde y su trabajo era responsable.
COMO ERAN LOS CAMPESINOS
Poquísimos eran dueños de las tierras que cultivaban, los más eran arrenderos y como tal dependían de los patrones; pero con todo si era trabajador y cultivaba su arriendo vivía bien y tenía tiempo para cumplir con las obligaciones que convino con el verdadero dueño de las parcelas de las que disponía.
Algunos campesinos eran terratenientes por lo que heredaron y acrecentaron con el dinero conseguido con su trabajo; estos gozaban de mejor situación y se daban aires de citadinos, por el continuo trato con ellos; eran gente buena, sabían ser hospitalarios y exhibir su cordialidad.
Los más, que no gozaban de propiedad alguna, acudían, al patrón para que les dé algunas parcelas de tierra a las que cultivaban como suyas y de cuyos productos vivían; con ellos mantenían las necesidades de su hogar y algo vendían para vestirse y festejar en las "fiestas grandes". Así como recibían el arriendo contraían obligaciones con el patrón como ser el pago anual del alquiler, en algunos casos proporcionar seis cargas de leña del monte o del cerro, cierto número de palos costaneras y cargas de paja; pero lo más esencial ya que el patrón precisaba mano laboral, era que para la siembra y la cosecha, los arrenderos debían trabajar un determinado número de días para aquel. Por lo general, lo del alquiler era nominal ya que el campesino respetuoso, sin embargo se daba maña para convencer al mayordomo y más a su patrón que, "el año había sido malo para él", los terrenos flojos no rindieron, se le habían muerto unas ovejas y hasta algún "chiuta" y de yapa la mujer se le enfermó mucho tiempo, etc.
Socarrón el chapaco, pero no altanero. Tampoco el patrón era dueño de vidas y haciendas, no tenía "pongos" ni los campesinos hubieran consentido y tampoco eran alzados; respetuosos si, pero también sabían del trato que debían recibir del patrón que a la vez era para ellos; juez, abogado, médico, consejero familiar y si algún abuso había tal vez de algún capataz o mayordomo.
Tanto el campesino, mejor llamémoslo "chapaco" como la chapaca gustaban de vestir lo suyo, lo tradicional; así el varón usaba un buen sombrero que estrenaba junto con los demás para Año Nuevo, al igual que su compañera. El sombrero era beige con su toquilla adornada por una hebilla grande de hueso o concha; al cuello llevaba un gran pañuelo anudado o sujetado con un aro o anillo.
En el torso, sobre la camisa vestía un armador o chaleco con el espaldar de raso de color vivo y brillante; los terratenientes en su lugar usaban una chaqueta tipo mejicano. Vestía pantalones de bayeta tejida de "caito" (hilo de lana) que desde la cintura se enanchaban a la altura de los bolsillos y desde estos se enangostaban normalmente hacia abajo y desde aquellos bajaba lateralmente una franja negra.
Sujetaba los pantalones con la faja de caito tejido con les extremos terminados en borlas; todo de color rojo y que atrás a la altura de los riñones aseguraba el infaltable cuchillo tucumano.
Calzaba ojotas que para cualquier fiesta eran charoladas y con ojalillos y a veces con hebillas de plata.
Natural que para el diario no importaba si usaba humildes ojotas de "quiña" (hechas de tiento o tiras de cuero sin curtir al igual que para la planta); también su ropa era ya la vieja.
La campesina actual poco conserva de su vestimenta tan típica y simpática, salvo el mismo sombrero que como antes gusta de llevarlo a lo "hualaicha", en la nuca; por lo demás fuera del sombrero ya beige o plomo, lucía una camisa de buen lienzo, confeccionada y bordada por ella; para ir al "poblau" llevaba su manta bordada con flores, a veces de factura extranjera; desde la cintura hasta las rodillas bajaba la pollera "atracada" en las caderas y después amplia de color variado pero que se distinga de la manta; no usaba el sostén de ahora sino un corpiño y sobre él la camisa y para la fiesta encima una blusa.
También calzaba ojotas de cordobán y para ir al pueblo o a una fiesta usaba las charoladas, con ojalillos como adorne.
La mayor aspiración del chapaco era tener un buen caballo, mejor si brioso y de buen paso; éste para lucirlo y, los burritos, para conducir al poblau sus productos.
Al caballo lo trataba mejor que a si mismo y sus "teckes" o chiutas, porque a cualquier fiesta tenía que ir bien montado, buenas riendas y el apero o silla y, mejor si .ambas eran con virolas de plata, así la gente sabía que era "de tener".
Gustaba llevarla a su compañera en las ancas y ella o él portaba la caja sonora el ercke o la quena y sino la camacheña.
Los tiempos han cambiado y con ellos la idiosincrasia del campesino, si ya no tiene patrones, es altanero y alzao, los falsos líderes y apóstoles lo han echado a perder; hoy, estos son sus nuevos, amos.
Con la Reforma agraria, son ahora propietarios de sus tierras sin embargo los mozos prefieren irse a la Argentina a trabajar para otros amos o vienen a la ciudad en busca de puestos públicos; quienes trabajan son los viejos. Con el voto universal son mimados, por días, por los politiqueros y por eso exigen derechos por medio de sus sindicatos y manifestaciones. Si hacen servicio militar, desmovilizados buscan de emplearse, por lo menos de guardias y que guardias... prepotentes, que mayor gozo para ellos garrotear con sus laques a un pueblerino.
En la vida civil, ya no visten como antes, ahora usan sombrero de ala corta o el sombrero de cuero del chaco argentino ya no se los ve con el útil poncho de caito sino el argentino sobre un saco citadino; usa pantalón vaquero, zapatos "induvar" y para una fiesta, en vez del pañuelo al cuello, una mal amarrada corbata.
Como dijimos antes, la campesina aún conserva algo, el sombrero y la pollera, pero ahora es minipollera copia o remedo de la minifalda de las "chotas"... Ya no hay manta ni ojotas, sino zapatillas hasta de taco aguja...
Hemos tratado de hacer un recuerdo y revivir la imagen e idiosincrasia de los antiguos campesinos, aquellos simpáticos chapacos; una generación que se fue y con ella hermosas costumbres y bellas tradiciones. Hoy la imagen, la estampa del apuesto chapaco y de la garrida moza, su leal compañera tiende a desaparecer de nuestra vivencia.
COSTUMBRES HOGAREÑAS
La mujer, sea de alta sociedad, clase media y obrera y aún la campesina, era la esposa abnegada, a veces sacrificada y dedicada por entero a la atención del hogar, sobre todo muy de su casa: cuidadosa del orden, aseo, cuidado de los intereses del esposo y vigilancia de los hijos. De estos últimos vigilaba su comportamiento, su educación y buenos modales; tanto ella como el esposo se sentían responsables, incluso aun llegada la mayoría ¡Oh que temporada!, ¡Oh que Amores! Época sin igual, nadie conocía ni reclamaba aquello: "de la rebelión de la juventud o del respeto a la personalidad del adolescente y del joven: cuando había que reprimir y castigar una falta se lo hacía aunque sea con rigor, el hijo o la hija, siempre dependían de sus padres, se debían a sus padres, se debían a ellos y a la convivencia familiar.
En el seno de la familia imperaba el espíritu cristiano; nadie debía olvidar los preceptos religiosos: asistir a misa los domingos y fiestas de guardar; sobre todo en la clase media y popular, se respetaba aquella vieja costumbre por la que la ama de casa con todos los hijos y la servidumbre el día domingo asistía a la misa de cinco, en cambio la llamada aristocracia, por rango, asistían a la misa mayor la de las once.
Sí las amas de casa y las niñas asistían a la misa con blusa o saco de manga larga, por respeto al templo, las mujeres del pueblo y más las campesinas lo hacían al entrar al templo con la cabeza cubierta por la infaltable manta y las de abolengo con la mantilla de tipo español.
TARDES TARIJEÑAS
Estamos en los espléndidos e inefables días de septiembre, todavía el cielo muestra los vellones albos de las nubes aunque el día declina y el astro rey, el sol fatigado en su diario viaje por el firmamento se va perdiendo por el ocaso, tras de la serranía del Chigmuri. Del poético Guadalquivir sopla un ligero viento suave y apacible, una brisa que acarrea el perfume de la hierbabuena, menta, manzanilla y toronjil de las huertas ribereñas; brisa que acaricia el follaje de los naranjos, ceibos y tarcos que adornan nuestra plaza.
Ya es la hora del Ángelus y entre las ramas de los perfumados azahares, con ellos alternan variedad de avecillas que pian y hacen escuchar el dulce gorjeo de una chulupía.
Bajo los naranjos en flor, en los bancos de la plaza, antes solitarias al atardecer, los colman caballeros ancianos, para gozar del fresco y también cambiar opiniones sobre los últimos acontecimientos y problemas del quehacer cotidiano y porque no, sacar el cuero al prójimo ausente.
Inspirado en la apacibilidad de una hermosa y fresca tarde tarijeña, los viejitos olvidan sus preocupaciones, discuten y cambian ideas sobre el futuro de la Patria, solucionan sus conflictos según ellos o rememoran hechos; por un momento se sienten felices, viviendo una hora de gratos recuerdos de su ya lejana juventud. En cada sofá los caballeros se seleccionan automáticamente según sus preferencias, intimidades y afinidad de opciones; entre ellos no falta el "sábelotodo" que tiene la obsesión de acaparar la palabra, contar anécdotas y dar las últimas novedades.
Los viejitos algunos lo escuchan, otros hacen que oír o no le llevan el apunte. En los laterales del ingreso al Club Social Tarija también hay dos sofás en los que no faltan otros "maduros" socios de la institución; por la acera raro es el transeúnte y menos alguna femenina que se atreva a pasar, porque... seguro que después por un buen rato le ha de arder las orejas.
Lo mismo ocurre en la acera, frente a la estatua de don Aniceto Arce en La Madrid; hay una botica y a su puerta, se reúne un conocido grupo de señores que gusten de darle libertad de acción a la "sin hueso"... la lengua, sin ofender a nadie, viperina y biliosa...
Todavía Febo lanza sus rayos luminosos y las sombras de la noche aún no se han adueñado de la ciudad y por la calle Genera] Trigo aparecen en briosos potros, hábiles jinetes que saben manejar a sus corceles, son los patricios Heriberto Trigo, Alfredo Rodo, don Deterlino Caso y en veces es Pablito Azurduy que monta un "alazán' de bella estampa. En la misma ciudad hay quienes se dan el gusto de tener en sus casas, caballerizas y buenas monturas.
Por fin hace rato que repicaron San Francisco anunciado que ya pasa la hora del "Ángelus' y es también para los viejitos, hora de recogerse, hay que cenar temprano, precautelando su gastada salud... y los patricios se recogen a sus casas con las hombreras de sus sacos adornados con ciertos recuerdos que llueven desde los naranjos, atención de los pajarillos bulliciosos que abundan en las ramas.
NOCHES EN LA VILLA
Las sombras de la noche invaden las calles de la ciudad, los focos de la luz alumbran con desgano, no pueden competir con los rayos de "la pálida", peor las velas de los ¡faroles. Deslizándose y escapando de una densa nube, la indiscreta e importuna luna disipa las sombras y alumbra las calles de la ciudad.
Y es entonces en las calles no tan marginales como la Colón, en la que se escucha el grato y suave murmullo del agua que corre por la acequia por entre plantas acuáticas por media calzada.
Es una de esas clásicas noches de las tantas que se realizan en la linda Tarija: hay luna, no necesitamos de luz eléctrica ni que los vigilantes municipales prendan los faroles en las esquinas; si hay velas encendidas son las de las tiendas donde no faltan los clientes, las "mochas" para comprar pan o azúcar para el desayuno y les "tragueros" para comprar el "tirulo" para matar el gusano...
La luna sigue su recorrido por el firmamento derramando sus rayos silénicos y alumbrando la superficie telúrica indiferente a lo que pasa en la tierra de gente atormentada por los jinetes del Apocalipsis: guerras, revoluciones, guerrillas, raptos y asesinatos.
Por eso en una noche serena, noche de luna llena, rememoramos aquellas noches, únicas de Tarija, cuando nuestros padres, solían ocupar la acera de la casa y sentarse junto a los vecinos o a nuestros abuelos para gozar de la apacibilidad del momento, conversar mientras nosotros, los hijos aún pequeños, sentados al borde o cordón de la vereda con la servidumbre solucionábamos "masmaris" y adivinanzas, jugábamos la "chimalina" y los mayorcitos jugábamos a la bata, las pilladitas, el metapaso o la tuncuna, el cedacito o la cebollita hasta que considerando vecinos y los viejitos que ya es hora prudencial de ir a la cama., ordenaban recogerse y... "a miar" y dormir para no hacerse "pis" en la cama...
Entonces la calle quedaba silenciosa y solo los ladridos de algún perro vagabundo interrumpía el silencio de la noche o el canto descontrolado y aguardentoso de algún borracho.
UN DOMINGO EN LA PLAZA
Es un domingo, día de la fiesta para los católicos y ellos cumpliendo los preceptos de la Iglesia deben asistir a la Misa; en las clases populares y media, acostumbra la ama de casa concurrir con los hijos y la servidumbre a la misa de las cinco para lo que madrugan; los de la clases de "sociedad lo hacen a la misa de once", los esposos y los hijos con sus mejores ropas van a la Catedral o a San Francisco, perqué eso es de "buen tono", la señora y las hijas entran al templo con el respeto debido, cubierta la cabeza por finas mantillas, así lo hacen también las de la clase media; en cambio las campesinas, se cubre con sus mantas.
Mientras los papas ocupan los escaños con sus hijas, los muchachos, si ya son jovencitos se ubican tras los pilares desde donde cruzan miraditas disimuladas con las enamoradas y los más chicos buscan de escapar a la hora del sermón que, no les interesa, por eso el papá está al cuidado.
Pasa la misa y todavía hay tiempo para reunirse en la plaza de armas con las amistades y así se sientan en los sofás, mientras las chicas "'dan vueltas" por la acera principal que contornea la plaza. Así en fila y tomadas de los brazos caminan en un sentido y ya es sabido los enamorados lo hacen en sentido contrario para encontrase con las damiselas y cruzar miraditas con las que se expresan amor mutuo, se dicen lo que los labios no osan manifestar. Para todos ojalá que la retreta matinal nunca se acabe... cuando hay amor no hay hambre.
En la noche del domingo como en la del jueves, hay retreta, la Banda de Música con don Saturnino Ellos se lucen desde las ocho de la noche hasta las nueve haciendo escuchar sentidos valses peruanos e incluso vieneses, foxtrots, paso dobles y los tangos del treinta, para entonces de la Pampa y de los demás barrios especialmente de San Roque concurre la gente del pueblo, también tienen derecho y pasean por la acera interior (sin enlosetar y sin bancos buenos), mientras por la externa lo hacen los caballeros y los sofás los ocupa la gente de bien...
No hay chicas, ellas no salen en la noche y si hay muchachos, son algunos que tienen permiso hasta lo que dura la retreta y antes que los viejos lleguen a casa ya deben estar acostados.
A los muchachos no les interesa la retreta sino aprovechar del tiempo para sus picardías; los hay que inician un partido de pataditas, todos contra todos, para ello deben quitarse los zapatos y ahí en la esquina de la plaza, frente a la casa de los Avila organizan el evento cuidándose de los rondas, especialmente del Cabezón y el Carchancho, que se las tienen juradas... A veces hay sorpresa desagradable, aparecen los gendarmes, los muchachos despavoridos escapan y se acogen generalmente en la casa de doña Celia abandonando los calzados los que después hay que reclamar en la policía. El Intendente es un señor cascarrabias, drástico en sus decisiones y el comisario de" turno ordena que la entrega de los benditos zapatos se hará una vez que cumplan la sanción. Un grupo en plena retreta debe acarrear agua (hay cántaros a propósito) y otro grupo... debe moler agua (hay piedras especiales o molejones). Ahora, cuando los muchachos están bien mojaditos deben pasar a recibir las caricias del Cabezón y del carcancho en las nalgas, con buenos cinturones de cuero de anta (esto lo sabemos por experiencia). Cuantos fuera de la sanción recibida en la Policía les ligó la final en su casa por no haber llegado a su hogar a tiempo.
Entre valses, tangos, al último bailecitos y cuecas terminan la retreta con una marcha; lo "chusos" se retiran y la gente también.
UNA SERENATA
Creemos que en este valle florido la gente viene acunada desde el vientre materno con los susurros de la musa Euterpe parece que desde el nacimiento de la persona la bautiza a su modo y la hace su idólatra.
Por eso ya de muchachos soñamos con tener una guitarra y hacerla vibrar. Que cante la prima y llore el bordón de la guitarra!
La mejor prueba de estimación a una persona y mejor, a la enamorada es festejarla con una serenata, era hacer méritos por una verdadera amistad o un sincero amor.
Las serenatas eran tradicionales, previo el permiso correspondiente del comisario de turno, si no querían terminar la serenata en la policía... los rondas gustaban de aquella, también tenían su corazoncito, pero eran estrictos al cumplimiento de la ley, no hay permiso, no hay nada y con la música a otra parte...
Para una serenata, el interesado, invocando la amistad de quienes saben tocar, los reúne en su domicilio o en el de buena voluntad; allí se la prepara entre copas de buen vino o cócteles que entusiasman el ensayo hasta que llega la hora propicia.
Entre muchos jóvenes y "maduros" se organizó por el año de 1930 la segunda Estudiantina, inolvidable y de gratos recuerdes para quien estas líneas escribe ya que fue uno de sus componentes; nos referimos a la "24 de Septiembre"; con buen repertorio de antiguos valses, foxtrots, paso dobles y sobre todo música del folclore regional, cuecas, bailecitos y caluyos.
Nos reuníamos en la casa del más viejo, don Juan de Dios Sigler y hacíamos arte, mejor noches de arte agradables; no podíamos excusarnos al pedido de algún amigo que solicitaba nuestra colaboración, por la amistad y... porque nos gustaba. Del pentagrama, de las notas, etc., no nos entendíamos, para eso don Juan tenía una vieja vitrola y en ella poníamos el disco de alguna pieza que queríamos aprender y a la que seguíamos en nuestros instrumentos y así estábamos al día con la música de moda... la verdad es que la mayor parte tocábamos "de oído".
Una noche, era vísperas del cumpleaños de un amigo "bohemios y rangoso', amante de la música y sobre todo generoso y abierto: se trataba de don Andrés, un comerciante cuyo lema comercial era: "Don Andrés compra a cuatro y vende a tres".
Noche de crudo invierno, fria que congelaba el habla; entre copas van y copas vienen ejercitábamos y hacíamos hora, pues las serenatas se dan siempre a las doce (24 horas). Ya siendo hora prudencial nos dirigimos a la casa del "agraciado", nos acomodamos cerca de la reja de la ventana y comenzamos con un paso doble "salió el toro", aire netamente español; tras él unos valses, machichas y algunos tangos, después los bailecitos de rigor. El frió entumece los dedos y los vuelve adoloridos; todo sea por el arte y por el recibimiento que nos haría generoso el dueño de casa...
Cuando se tocaba lo último, un sentido y viejo caluyo, como diciendo al dueño de casa ya nos estamos yendo y es hora que salga y nos invite a entrar sobre el frió tremendo que sentíamos, un nocherniego que se recogía a su casa, nos echó un balde de agua, más fría que el ambiente... nos dice: "de balde están esperando helándose con la música.
.. don Andrés con su familia, ayer se ha ido a su propiedad, a Tomatitas"...
Frustrados tremendamente nos recogimos donde don Juan de Dios, nuestro eterno anfitrión, tocando el caluyo que quedó a medias... allí no faltaba buen singani y no nos íbamos a quedar con el ojo en tinta.
¡Oh! serenatas de aquellos viejos tiempos, vino la guerra con el Paraguay; los de la "24" vistieron el glorioso caqui verdeolivo, algunos marcharon al campo de batalla y otros .a prestar servicios de retaguardia y pasada la hecatombe, pocos quedaron de aquel simpático grupo de bohemia y música; al final pasaron los años y cuando esta crónica escribimos sólo quedamos dos sobrevivientes para recordarlos.
CUMPLEAÑOS
Las vísperas, los esposos Artunduaga, en su acogedora casa, desplegaban gran actividad, al día siguiente había que festejar un cumpleaños y por eso, la ama de casa, hizo matar unos cuis o conejos criados en la cocina, bien gorditos y alimentados con alfalfa, desperdicios de cebolla y lechuga; también, con buena masa de maíz molido y recado conveniente aderezaron buenos tamales y hacía cocer keperí y matambres; mientras el esposo se preocupaba de las bebidas para festejar el acontecimiento.
En la noche y era cosa bien sabida, esperaban la visita, serenata de las amistades íntimas y en efecto, primero se hicieron presentes los de una estudiantina tipo español, era "La 24 de Septiembre" que, se hizo oír a las doce de la noche con sus pasodobles, foxtrots, tangos y lo demás del repertorio. Cuando tocan el caluyo, el dueño de casa los hace pasar; después es la banda de música pagada por una hora, gracias a otras amistades es la que hace escuchar sus sones atronadores.
Los dueños de casa se desviven invitando sandwichs, corridas de cocteles, vino y cerveza y así entre bebidas alternadas la serenata se prolonga hasta casi el amanecer.
Los serenateros, siendo hora prudente se retiran a medida que les vencen el sueño y escasea la bebida, al retirarse, los dueños los invitan para el día siguiente a servirse "un platito' a horas cuatro. Es el gran día, los invitados y entre ellos algunas amistades autoridades y mejor si son diputados, senadores y ministros van llegando desde las cinco, es decir más tarde de la hora señalada... es de buen tono...
Los cumpleaños en la clase media son más festejados, gustan de votar la casa por la ventana aunque después no haya para el mercado...
Ya comienza la fiesta.
Después de escanciar cócteles de buen singani sellaño, vino o cerveza o su buena chicha, viene lo más interesante: sentarse a la mesa a servirse "el Platito" que consiste en varios, comenzando por la entrada, sopa de maní, asado de Keperí y matambre alternados con corridas de variada bebida y después vienen los platos fuertes: ají de conejos y tamales y sobre ellos una buena chicha de ""doscientos hilos"
No falta el bastonero que se encarga por cuenta de los dueños de casa de hacer tomar y cumplir con los "invito a los salu" y si hay algún mañudo o renuente a la tomada para eso recurre al babero...
Menudean los "invito" y los "salú"; todos se sienten eufóricos y alegres hay dos jóvenes que bordonean las guitarras y las sirvientes sacan la mesa de la sala o corredor y retiran las sillas contra la pared y se va a amar el baile. La primera cueca la bailan los dueños de casa y le siguen otras, siempre una pareja porque así se lucen en las filigranas de la cueca, con las dos vueltas, la media y después el jaleó.
Ya la fiesta continua hasta que las velas no ardan; el bastonero se luce aprovecha de moretear canillas, anima la fiesta; a las cuecas le siguen los bailecitos y al final el baile en batalla, nadie se queda sentado porque es lo último que se hace y después viene la despedida.
Al día siguiente hay quienes invitados o no vienen a comer el "coknichi" que, no sabemos porque razón es más rico, será por la sanada del cuerpo?.
El cumpleaños en las "Casas Grandes es más de protocolo y serio, es más íntima. En ambas clases, olvidábamos en el cumplís, los invitados acostumbran con anticipación mandar sus obsequios.