Del libro: Poetas Tarijeños, de Heriberto Trigo Paz. Año 1959
Los Marqueses del Valle de Tojo (Segunda parte)
Al cumplirse el centenario del nacimiento de don Manuel Campero
MANUEL CAMPERO
Al cumplirse el centenario del nacimiento de don Manuel Campero, el 5 de octubre de 1952, el pueblo de Tarija revivió el recuerdo de este su ilustre hijo. Fue en romería cívica a depositar ofrendas florales al pie de la tumba del prócer; bautizó con su nombre una de las calles de la ciudad; realizó sesiones de arte; declaróse de fiesta...
Y es que — como dijo el poeta — hay ausencias que son presencias.
Presente está en Tarija don Manuel Campero.
Presente, como cuando paseaba su menuda figura por las calles de la romántica Villa de las últimas décadas del siglo XIX. Erguido, con resuelto paso, la mano en el inseparable bastón de puño y contera, que él llevaba con distinción singular y manejaba como espada; pulcro en la vestimenta; el rostro poblado de barbas, con grueso y retorcido bigote. Era como una estampa viva del caballero español sin miedo y sin tacha, de aquella persona que, al decir de Larreta, evoca todo lo que en la vieja España servía para distinguir, desde lejos, la sangre noble y el honor...
Presente, como cuando su fantasía, su inquietud, su imaginación de poeta se avivaban en las horas silenciosas de la noche tarijeña y él se echaba a caminar por las callejas, hasta llegar al rio Guadalquivir —su viejo amigo—, que rompe el silencio con el cadencioso rumor de sus aguas...
Presente el inquieto edil; el secretario de la presidencia de la república del general Narciso Campero; el parlamentario de fluida oratoria; el inspirado poeta de Leyendas Bolivianas, Alboradas, Lirios, Manojos y Romances Tradicionales; el escritor viril que, con sus Obras de Casimiro Olañeta, abre el sendero al juicio histórico...
Presente el descendiente del marqués de Tojo, Caballero de la Orden de Carlos III, defendiendo con altura, orgullo y dignidad sus títulos nobiliarios...
Presente, en fin, el vate de acendrada sensibilidad que asistía a las festividades artísticas de la sociedad tarijeña, y regalaba un verso por cada sonrisa, un poema por cada mirada...
Nacido el 5 de octubre de 1852, la niñez de Manuel Campero transcurrió entre mimos y cuidados de la aristocrática familia. Sus padres se empeñaron, con buen éxito, en procurarle educación esmerada. En escuelas y colegios de Tarija y Sucre, cubrió los ciclos primario y secundario, titulándose de Bachiller en Letras el año 1873. Luego, ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca. Alumno sobresaliente, titulóse de abogado el año 1877.
Desde muy joven, Campero cultivó las bellas letras. Tenía sólo 21 años cuando publicó su primer libro de poesías, intitulado Leyendas Bolivianas (Sucre, 1874). En las palabras liminares de esa obra de juventud, su autor anota sugestiones notables para ese momento histórico de la literatura nacional, pues aboga por la creación de la poesía verdaderamente nativista, en Bolivia. Y él da el ejemplo y los primeros pasos. «No encontraréis — dice— en mis versos nada que sea imitación ni extraño al país que me cobijó en su seno; los clásicos populares y la naturaleza admirable y fecunda de nuestra patria han sido mis maestros». Luego añade: «He leído a nuestros poetas, y con sentimiento no he encontrado uno que pueda llamarse nacional. Por mi parte, confieso ingenuamente que canto con más gusto a la Virgen de las Peñas que a la de Puig;... que lloro las ruinas de Tiahuanacu con más sentimiento que las de Palmira y Herculano. No puede ser de otra manera, si en esas leyendas del pueblo y en esas ruinas encuentro a mis progenitores sepultados bajo los escombros de éstas, o viviendo aún en los héroes de aquéllas»... «Las tradiciones de un pueblo, sus canciones populares y sus hábitos dan a conocerlo con mayor precisión y claridad que la narración de una verdadera pero seca historia» ... «Esta es la poesía en germen, participando del carácter de sus habitantes, de sus creencias en todos los órdenes de la vida, de sus costumbres y aún del aspecto físico del suelo».
Comentando esta obra, el escritor Jorge Oblitas emitió este juicio: «La limpieza de su verso, la originalidad de sus temas y en muchas ocasiones la melancolía que se desprende de esas preciosas concepciones, hacen muy agradables las Leyendas. Pero sobre todo lo que las hace inestimables, es que son verdaderas poesías bolivianas» ([4])
Correspondiendo a la necesidad de contar con medios materiales para explayar sus propias inquietudes culturales y las de la juventud intelectual del país, el año 1876 don Manuel Campero adquirió en Europa una imprenta moderna y fundó en Sucre la «Tipografía Colón». El acontecimiento fue debidamente celebrado, como lo acreditan estos párrafos de «La Unión Nacional», de Sucre, en el número correspondiente al 4 de mayo de 1876: «El día 30 del mes próximo pasado — dice el periódico chuquisaqueño — tuvo lugar la inauguración de la hermosa tipografía «Colón», establecida en esta capital mediante los esfuerzos pecuniarios del distinguido joven don Manuel Campero. En este acto verdaderamente solemne, por la causa de la ilustración y progreso de nuestra patria, se encontraron presentes varias personas amantes de las letras, e interesadas, por lo mismo, en celebrar un acontecimiento de tan alta significación e importancia. La prensa Marinoni, única en su género en Bolivia, y que hoy tenemos la fortuna de ver establecida entre nosotros, es, podemos decirlo, sin temor a equivocarnos, la expresión más completa de los últimos adelantos conquistados por la tipografía moderna».
El propietario de la flamante imprenta no perdió tiempo. Montada aquélla, inició la publicación de una revista quincenal, «científico-literaria» que hizo época: El Correo de Bolivia, la misma que llevó por el mundo el pensamiento boliviano.
Pero Campero fue más allá, mucho más allá. Puso la «Tipografía Colón», gratuitamente, al servicio de la pluma, del ingenio de la juventud estudiosa del país. De esta suerte, vieron la luz trabajos literarios que hoy hacen historia en las letras nacionales. Uno de ellos es la primera colección de poesías que pudo publicar el vate José Vicente Ochoa, el mismo que dejó testimonio de gratitud a su «distinguido amigo D. Manuel Campero», quien — agrega— «tan bondadosamente se presta a la impresión» del volumen, por lo que le rinde «un cordial agradecimiento».
En ese mismo momento, Campero comenzó a editar en su «Tipografía» las obras de Casimiro Olañeta, precedidas de una introducción «escrita con brillo» por don Manuel, como anota «La Democracia», de Jujuy (N°. 17). El primer tomo (parece que fue el único que apareció) contiene 18 folletos separados con tres títulos: Mi Defensa, Defensa de Bolivia y Ley del Procedimiento Criminal.
Con motivo de esa publicación, el escritor don Julio Méndez, que a la sazón desempeñaba el cargo de Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública de Bolivia, escribió una carta al doctor Campero, expresándole, entre otras cosas, lo siguiente: «Felicito a usted por su labor y le deseo igual éxito en la obra de salvar del olvido las hojas volantes de nuestra literatura histórica. En Bolivia a usted y a don Vicente Ballivián Roxas les ha cabido el primer paso. El último ha cegado y es anciano; a usted, joven patriota y tan esforzado que principia por una labor como la que recibe ya tantos aplausos, a usted le cabe levantar el monumento autógrafo de nuestra literatura histórica».
En 1878, Manuel Campero publicó su Biografía del doctor Manuel Mariano Montalvo, en cuyas páginas se revela la vida de un filántropo boliviano. «La Democracia», diario paceño, al ocuparse de este libro, dice: «Bien y honrosamente desempeña don Manuel Campero el rol que ha tomado en las letras bolivianas. Presenta al mundo el grado de civilización de su patria, coleccionando las obras de los prohombres de ésta, las que llevan al frente apreciaciones de ellas o biografías de sus autores, llenas de sano criterio. Es misión en la que creemos ha de cosechar más laureles que en cualquier otra; laureles perfumados con el aroma de gratitud que más tarde le consagrará el pueblo boliviano».
Ese mismo año, el doctor Campero regresó a Tarija. Aquí, «La Siempreviva», prestigiosa revista literaria, en su número correspondiente al 30 de enero de 1878, le dio la bienvenida en estos términos:
De hoy a mañana debe llegar nuestro amigo y compañero el distinguido poeta boliviano Manuel Campero, a quien saludamos muy cordialmente, y con cuya preciosa cooperación cuenta La Siempreviva.
Manuel Campero es miembro de las sociedades literarias de Lima, La Paz y Sucre, donde es harto conocido por su talento y hermosas poesías».
En su tierra natal, don Manuel escribió y publicó varios trabajos de aliento, entre ellos su libro Alboradas (Poesías) Tres fechas de América y Observaciones económico - políticas.
Más tarde, en 1883, al fallecimiento de su padre, Manuel Campero tomó, personalmente, a su cargo la defensa de su patrimonio, en el ruidoso y largo proceso que se suscitó entre los herederos del último marqués de Tojo. Con este motivo publicó un vibrante alegato sobre La caducidad y no existencia del mayorazgo del valle de Tojo. «La Opinión», de Potosí, al comentar este alegato, en el número correspondiente al 2 de septiembre de 1890, dice: «El folleto del doctor Manuel Campero está fundado con notable erudición y escrito en un estilo digno del foro».
El año 1893, nuestro poeta da a luz Lirios, su mejor obra en verso.
En el mismo género, Poesías, Ramilletes y Versos son los títulos de otros tres libros de este inspirado vate tarijeño.
En prosa, hay que agregar dos opúsculos: Aclaración Política y Vamos a Cuentas que se suman a las obras ya mencionadas del escritor sobrio y elegante, del político, historiador y literato, que fue don Manuel.
Escritor de variadas facetas, Campero ha sido, sobre todo, poeta, un poeta lírico, cuyas composiciones corresponden al mundo emocional de ambiente y medio de la época. Sus versos están compuestos en formas consagradas por el romanticismo. Poesía sentimental y emotiva, noble en su concepción y en su realización. Nada de giros extravagantes y de metáforas obstrusas. Sencillez, claridad, transparencia, que hacen innecesarias las explicaciones. De ahi que, a pesar de las continuas transformaciones de las formas estéticas, a más de cien años del nacimiento del vate, sus versos siguen siendo voz que se escucha, mensaje que llega al corazón.
Como poeta, Campero se interesó por los temas en boga de su época: el dolor, la muerte... Y los cantó. El mismo reflexionaba: «El fondo de la vida humana es el dolor»; «El verso es la armonía del dolor, el grito del dolor»... Pero él sentía palpitar «la fuerza de la vida». Y también cantó a la vida, a la alegría y a la esperanza.
Hay que destacar, fundamentalmente, que Manuel Campero introduce en el mundo lírico boliviano el elemento nativista, de sabor popular y toques de colorido local, lo que trascendió a poetas y escritores de generaciones posteriores. Así su poema Encantos de mi morena, que recogemos en esta selección, en el que el alma de juglar de don Manuel cristaliza y se manifiesta con acentuada sensibilidad vernácula.
Desencadenada la Guerra del Pacifico, Manuel Campero sintióse profundamente conmovido por aquel suceso. Artista amable, traza poemas de serenidad, con calor patriótico.
Vino la derrota, y el poeta siguió creyendo en la patria y teniendo fe en Bolivia.
En 1882, estando de paso por la ciudad de Oruro, don Manuel presentóse a la Capitanía General del Ejército, y expresó: «El suscrito, en vista del estado anormal en que se encuentra su patria, ha creído de su deber ofrecer sus servicios, gratuitamente, a usted que tan dignamente la representa, en el puesto que usted crea conveniente aceptarlos. — Oruro, junio 2 de 1882. — (Fdo.) Manuel Campero». Este ofrecimiento mereció la siguiente resolución: «Capitanía General del Ejército.— Oruro, junio 3 de 1882. — Aceptándose el ofrecimiento del presentante, como un rasgo digno de su antepasado el Coronel Mayor don Juan José Fernández Campero, que sacrificó sus títulos y honores, su inmensa fortuna y su vida misma, por sostener la causa de la Independencia Sud - americana, extiéndasele el nombramiento de Sub Secretario honorario de esta Capitanía General. — (Fdo.) Narciso Campero. — (Fdo.) Ramón Rosquellas, Secretario del Capitán General».
Invitado por el general Narciso Campero, presidente de la república, a colaborarle en sus esfuerzos de reconstrucción de la patria, don Manuel pasó a desempeñar el cargo de Secretario del jefe del Estado. Allí estuvo hasta 1883, fecha en que, al fallecimiento de su padre, don Fernando Campero, ocurrido en la ciudad de Salta (Argentina), hizo renuncia del puesto y retornó a Tarija para asumir la defensa de su patrimonio en el proceso suscitado entre los herederos del marqués de Tojo.
En la dispersión de actividades a que se ven obligados nuestros hombres, detrás del artista de vocación encuéntrase el político, el abogado, el médico, el empleado fiscal, etc.
Manuel Campero no podía ser la excepción. Tras el poeta' y escritor inspirado; de natural predisposición, estaba el educador que, con elevada y resplandeciente moral, ejerció la docencia pública.
Así, el año 1885 regentó las cátedras de literatura y de filosofía en el Colegio Nacional «San Luis», de Tarija. Aceptó el cargo con el ardoroso entusiasmo que él tenía por el arte literario. Enseñó con el ejemplo. Su cátedra fue, de esa suerte, escuela donde los alumnos sintiéronse cautivados por el maestro y por el arte.
Careciendo el país de textos de enseñanza, el profesor Campero escribió un compendio de literatura, que serviría, en primer término, para su asignatura. Los alumnos del establecimiento, que tenían formada una escuela de arte dramático, acordaron destinar el producto de una velada, preparada para el 6 de agosto de 1885, a cubrir los gastos de edición de la obra de su maestro. Pero, ante la insistencia de otras solicitudes, se convino que esos fondos fuesen utilizados para los trabajos del templo de San Roque. El libro quedaría inédito. Entonces surgió una iniciativa la suscripción popular. A propósito, leemos esta crónica: «Correspondiendo a la generosidad de la juventud (el destino de los fondos para los trabajos de la iglesia de San Roque) y deseando que el texto de literatura (el de don Manuel Campero) se publique, tanto para la enseñanza en el Colegio, como para honrar nuestra escasa y naciente bibliografía, iniciamos la idea de levantar una suscripción para la edición de esta importante obra. La empresa de «El Trabajo» se suscribirá a un competente número de ejemplares». [5]
Parece que la nobilísima intención no prosperó. No hay noticias de que el compendio de literatura del profesor Campero haya sido publicado.
En Bolivia nadie puede eludir la política militante. Tomado por ella, Manuel Campero fue uno de los organizadores y jefes del partido Liberal en Tarija. Y, como tal, sostuvo apasionadas batallas democráticas por el triunfo del liberalismo en el país, fue combativo y combatido. Dueño de convicciones inquebrantables, luchó por la libertad del hombre, por el Derecho, por sus ideales...
En el municipio tarijeño, probó su saber y su temple, y dejó obra provechosa. El año 1896, fue elegido presidente del Concejo Municipal.
Como diputado por Tarija, asistió a la Asamblea Constituyente de 1899, y formó parte de la Comisión de Constitución, juntamente con Juan Misael Saracho, Domingo L. Ramírez y otros estadistas de nota.
En uno u otro tiempo y lugar, en el municipio o en el parlamento, el descendiente de los marqueses del Valle de Tojo dio pruebas de su fervor patriótico.
Manuel Campero perteneció a la generación que vivió un momento importantísimo de la metamorfosis de Bolivia. El país se transformaba. La sociedad, la política, la economía evolucionaban. Y, a su lado, la vida intelectual alcanzó un sitial no vivido hasta entonces.
Para Tarija, aquel fue un período económico - social que claramente se traduce en el orden de la cultura. Con Manuel Campero hay que citar, entre otros, a Tomás O’Connor d’Arlach, a J. Electo Díaz, a Félix Soto, como poetas; a Luis y a Domingo Paz, a Manuel Othon Jofré (h), a Bernardo Raña Trigo, a Pablo Subieta, a Manuel Torres, a Faustino Vacaflor, entre aquellos que ocuparon el campo fecundo del periodismo.
Se diría que estos hombres encendieron la luz que alumbraría el sendero de las letras bolivianas.
Manuel Campero contribuyó, en lo que a él le correspondió, a aquella transformación.
Hinchado de anhelos de amor, el pecho del poeta Manuel Campero reclamaba, demandaba el cariño duradero de una mujer. La buscó, la llamó, le cantó, le prometió amor y más amor... Quería formar el hogar que genera vida y felicidad. Y en una joven de la sociedad tarijeña encontró a la dama de sus sueños: doña Mercedes Echazú Suárez, mujer de radiante simpatía, con amplios atributos morales, bondadosa, católica ferviente... El 19 de julio de 1884 realizóse el matrimonio. Comprensión, cariño, decencia fueron, entre otros, los atributos de ese hogar. El poeta era feliz, y cantaba a su esposa:
Desde que el hado echó mi débil barca,
sin velas ni timón,
a la playa feliz de tus amores,
ancló mi corazón.
Vinieron los hijos trayendo alegrías y esperanzas: Candelaria, Manuel, Delina y Octavio: éste el autor de «Amancayas» y de «Voces» que, «desgrane que te desgrane — una mazorca de cánticos», mantiene en alto su estirpe de poeta exquisito.
Decíamos que Manuel Campero ha sido un lírico. Hay que agregar que fue un lírico que nació en su época.
Anotábamos que cantó al dolor y a la muerte. Pero por sobre todo, cantó a la vida, cumpliendo misión de gloria, hecha paz, dulzura, suavidad... Y es que amaba la vida, era un enamorado de la vida. Si tenía presente la idea de la muerte, sería por ese camino de amor a la vida... De suerte que, como si se hubiese familiarizado con la imagen de la «Pálida Enlutada», en agosto de 1901, cuando se disponía a escribir la Historia de Bolivia, después de haber reunido pacientemente un estimable material de trabajo, durmió el sueño sin despertar.
Cerráronse sus ojos, y una lágrima postrera, conteniéndose, se volvió sonrisa... ¡La vida y la muerte!...
La gente de la villa de Tarija ya no verá, en la plaza florida de azahares, en los salones sociales, en las festividades, la figura familiar de Manuel Campero, el poeta de los ensueños de oro...
Y en su ausencia, en esa ausencia que es presencia, llorándole le admirará más y más...
POESÍAS DE MANUEL CAMPERO
ENCANTOS DE MI MORENA
No ha mucho que tropecé
(y fue al salir de una misa,
en la mañana de Pascua)
con una hermosa chiquilla.
La seguí, furtivamente,
por una senda florida;
volvió los ojos, nos vimos,
y desde entonces fue mía.
Mas, — ¡qué pena! — , no era yo
el único en perseguirla.
Me casé porque la amaba;
por sandunguera y bonita;
no porque tuviese aquello,
tan codiciado en la vida...
Es decir, que no busqué
ninguna capellanía.
No es criadero de diamantes
ni de rosicler es mina;
y, sin embargo, la oculto,
pues los celos me aniquilan:
tanto a jóvenes y viejos
les despierta la codicia.
En sus diminutos dedos
no fulgen gordas sortijas,
pero destella la aguja,
con claridad nunca vista.
No adornan su cabellera
peinetas ni pedrerías;
sólo una flor luce en ella,
graciosamente prendida.
No viste de terciopelo,
pero cualquier percalina
modela su firme talle,
con tan fresca gallardía,
que los hombres la apetecen,
y las mujeres la envidian.
No tiene la piel de nardo,
ni de cielo las pupilas.
Negros refulgen sus ojos,
y lava con agua fría
su tez morena y tostada
por el fuego de la vida.
Mujeres hay más hermosas
que esta mujer pueblerina,
pero, de tanto donaire,
¡dudo que ninguna exista!
Nunca pudo sobre el piano
dejar sus leves caricias;
de los genios de la música
los encantos no adivina;
pero, en pulsando las cuerdas
de su amada guitarrilla,
tañe cuecas tan sabrosas,
caluyos de tanta chispa,
que hace hablar a su vihuela,
con dulce melancolía.
Nada sabe de las óperas,
porque jamás pudo oírlas;
no entona de la Traviata
ni el Brindis ni la Agonía;
pero canta unas endechas,
tan hondamente sentidas,
que, en parangón, ciertas arias,
desmerecen por ficticias.
No ha nacido para el vals,
ni el schottisch, ni la cuadrilla;
pero hay que verla en la cueca
¡cómo ondula y cómo vibra!...
Con la mano en la cadera,
o suspendiendo la orilla
de su falda, zapatea
con tanta sal y alegría,
al ritmo de las guitarras,
que es una cosa exquisita!...
Por eso, mozos y viejos,
jueces de mirada ríspida;
casados, viudos, solteros,
¡ah, todos me la codician
! A MERCEDES í
Cada palabra tuya es una nota
del arpa de David.
Los arrebatos calma de mi anhelo
tu dulce sonreír.
Desde que el hado echó mi débil barca,
sin velas ni timón,
a la playa feliz de tus amores,
ancló mi corazón.
Cautiva, para siempre, entre tus brazos
está mi juventud;
a tu lado se siente adormecida
de celestial virtud.
Como a la diestra mano que lo hiere,
se abandona el laúd,
así florece en música mi vida,
cuando la pulsas tú.
¿Qué pasará el arrobo?...Todo pasa,
la primavera en flor...
Mas, girará mi alma tras tu alma,
con eterna atracción.
TROVA
Reflejada su imagen en mi alma,
no la pierde un instante el pensamiento;
y la sigue adorando el sentimiento,
por doquiera que va.
En las flores respiro yo su aliento;
recojo sus palabras en la brisa;
en la aurora contemplo su sonrisa;
la admiro donde está.
Ella es la luz que en los opacos días
pone nuevos destellos en el alma;
y en los de sol, la sombra de la palma
al soplo del amor.
Es el manso fulgor de las estrellas,
que yo en mis largas noches atesoro.
Ella disipa con sus rayos de oro
las sombras del dolor.
AL CISNE DEL DOLOR
— María Josefa Mujia —
Has cantado, señora, tus dolores,
lamentando, con tierna melodía,
la noche que circunda de temores
tu incierto paso en el temprano día.
Al escuchar tu voz, los trovadores,
heridos por igual melancolía,
acompañan su queja a tu lamento,
como gime el pinar al son del viento.
Es muy triste, en verdad, el tenebroso
eclipse de la luz...Tu noche obscura...
¡ No contemplar el astro majestuoso
que se eleva dorando la llanura;
y se quiebra al pasar por el undoso,
cristalino torrente de agua pura;
y cae entre sangrientas oriflamas,
como un inmenso corazón en llamas!
Es, en verdad, muy triste que velada
esté ya para tí naturaleza,
por el supremo artista decorada
con paisajes de lírica grandeza;
que el cielo azul se oculte a tu mirada,
y no alumbre la luna tu tristeza...
Pero, en cambio, florece en tu camino,
como una estrella, el cántico divino.
Y no miras las luchas tormentosas
de los hombres: — ¡ hermano contra hermano!—;
las lágrimas que ruedan silenciosas
de los ojos del niño y del anciano;
holladas, sin piedad, todas las cosas
por el tropel de bestias del tirano;
y el odio y la venganza y las traiciones;
chacales devorando corazones!...
Tú vuelves hacia el alma la mirada,
como buscando la inmortal presencia
de Dios en esa límpida morada...
El retempla tu lira en la paciencia
de la pena sufrida y macerada
con infinito amor... Está en la esencia
de tu canción, más pura que el gemido
del moribundo cisne dolorido
Sucre, mayo de 1879.
EL ACTOR
¡Cómo vive la vida de los héroes
que crea la ficción!...
En cada personaje de la escena
vuelca su corazón.
Encarna las pasiones más opuestas:
el odio o el amor;
se expande en el placer y la alegría,
o expira de dolor.
Esclavizado al arte de Talía,
tan peregrino ser
recoge los aplausos con orgullo;
los silbos, sin querer.
Ávidamente espera de la gloria
el clásico laurel;
y, tras un mutis por la escena, cae
la noche para él.
[4] «El Tribuno del Pueblo», Cochabamba, 13 de agos to de 1874.
[5] «El Trabajo », Tarija, 5 de agosto de 1885.