En el nacimiento faltó un pastor
El ángel del Señor y los ejércitos celestiales llenaron de esplendor el firmamento



El ángel del Señor y los ejércitos celestiales llenaron de esplendor el firmamento; pero ya habían desaparecido y los pastores y sus rebaños quedaron bañados por una claridad deslumbradora. Se sentían ofuscados por las maravillas que habían visto y oído y, lo mismo que sus animales se estrecharon entre sí.
-Tomemos el camino de Belén –dijo el más viejo de los pastores- para ver qué nos anuncia el Señor.
La ciudad de David se extendía al lado opuesto de una alta y lejana colina, sobre la cual parpadeaba una estrella. Los hombres se dispusieron a partir, pero uno de ellos, de nombre Amós, clavó su cayado en el césped y se asió a él.
-Ven -le dijo el más anciano, pero Amós hizo un gesto negativo.
-¡Fue un ángel! –Dijo otro- Ya oíste lo que nos anunció: ¡Ha nacido el Salvador!
-Ya lo oí, sí –dijo Amós- Pero me quedo.
- No has entendido. Un ángel nos ha dado la orden. Iremos a Belén para adorar al Salvador. Dios no ha manifestado su voluntad.
-Pero no está en mí ir a Belén ahora –replicó Amós.
-¡Con tus propios ojos viste las huestes del cielo! –Exclamó enojado el más anciano- Y oíste también su voz porque resonó como un trueno, cuando el canto de gloria a Dios en las alturas vino a nuestros oídos en medio de la noche.
-No es eso bastante para Amós –terció otro de los pastores- porque la montaña aún está en pie y no se ha desplomado el cielo sobre nosotros. Necesita oír una voz más fuerte que la voz de Dios.
Apretando el cayado vigorosamente, Amós contestó:
-Me hace falta oír un susurro. Los pastores soltaron una carcajada.
-¿Qué te diría esa voz al oído? Cuéntanos, ¿Qué te diría tu Dios, pastorcillo de cien ovejas?
Toda mansedumbre abandonó el ánimo de Amós quien gritó:
-¡Yo también soy un salvador para mis cien ovejas! Contemplad mi rebaño; el temor al ángel y a las voces lo conturba todavía. Dios está muy atareado en Belén, no tiene tiempo para ocuparse con cien ovejas. Yo me quedo.
Los pastores no tomaron esto a mal, pues en verdad el terror se adueñaba de todos los rebaños, y ellos conocían bien las costumbres de sus ovejas. Antes de partir, cada uno de los pastores dio instrucciones a Amós sobre lo que debía hacer para cuidar de los diversos hatos. No Obstante, uno o dos volvieron la cabeza para burlarse de él:
-Nosotros veremos la gloria al pie del trono de Dios, mientras que tú no verás otra cosa que ovejas.
Amós no le hizo caso, pensando que un pastor menos al pie del trono de Dios no tendría importancia. Se mezcló entre las ovejas y produjo un ruido como un cloqueo, que para sus cien animalitos y para los ajenos era una señal más grata y amistosa que la voz del ángel resplandeciente. Cesó a poco el temblor de las ovejas, las cuales comenzaron a pastar, mientras el Sol asomaba detrás de la montaña sobre la que había aparecido la estrella.
-Para las ovejas -se dijo Amós- es siempre preferible un pastor. Los ángeles resplandecen demasiado.
Con la mañana los demás volvieron por el camino de Belén y le hablaron del pesebre, de la compañía de los reyes que habían alternado allí con los pastores, de los regalos que aquéllos habían llevado consigo: oro, incienso y mirra.
-Y tú… ¿Acaso viste tú alguna maravilla al quedar aquí con los rebaños? –le preguntaron.
-Mis cien ovejas son ya ciento una –repuso Amós, mostrándoles el corderillo nacido antes del alba.
-¿Y a anunciarte esto vino alguna poderosa voz celeste? –interrogó el más viejo de los pastores.
Amós movió la cabeza sonriendo, y asomó a su rostro algo que aun en aquella noche de prodigios, pareció un prodigio a los pastores.
-Percibí un susurro –replicó- percibí un susurro en mi corazón.
FIN