La cultura está nuevamente de luto con el fallecimiento de nuestro buen y gran amigo Roberto Barja Miranda (+26/10/2020): profesor de Filosofía, músico violinista clásico, formador
En Memoria de Roberto Barja
La vida está hecha de recuerdos.



La vida está hecha de recuerdos.
El presente que vivimos, en el mismo instante que ocurre se convierte en pasado, y si los fragmentos que constituyen la memoria se desplazan en el olvido, nuestra vida pierde la continuidad cotidiana. Es una realidad que nuestro paso por el mundo está interconectado en la memoria de las personas amigas, pero cuando una de ellas se va, con ella se quiebran los recuerdos, y desaparecen detalles únicos que se guardaban en su interior.
La pandemia del virus se lleva implacable a nuestros seres queridos, y con ellos también nosotros empezamos a diluirnos en el olvido, ya que cuando se hayan ido todos los que nos conocieron, entonces también nosotros habremos partido definitivamente; porque no hay muerte mayor a la del olvido absoluto.
El problema actual es que el vendaval de la muerte nos atropella el alma, nos quiebra el corazón sin retorno: apenas somos retazos sobrevivientes de lo que queda de nosotros en las personas que amamos.
Estos pensamientos me vienen a la mente, porque uno tras otro, en los últimos meses se fueron de este mundo Abraham Tirado, Osvaldo Medrano, Ricardo Arduz, y ahora, Roberto Barja. Cada uno se llevó fragmentos del tiempo que compartimos, y de todo aquel tiempo futuro que podíamos haberlo vivido y se perdió definitivamente en los caminos de lo imposible.
Con Roberto confraternizamos décadas de amistad, música y conversaciones en las que demostraba poseer una vastísima cultura. Siempre admiré en él las ideas claras y precisas, su visión –y acción- del mundo en función de los necesitados, una profunda fe en Dios, además de una inclaudicable adhesión a la sencillez, franqueza, puntualidad y respeto al prójimo: cualidades que suelen perderse de vista en la actualidad.
Las últimas veces que hablamos en casa, antes de la cuarentena, nos comentó de Muyupampa, su tierra natal chuquisaqueña, de sus viajes al exterior, de mil y una anécdotas con la facilidad de palabra y simpatía que siempre le caracterizaban. (En ningún momento pasó por mi cabeza la idea que después de aquéllas, no habría más conversaciones… ¡Descansa en paz, querido Roberto!).
Los fallecimientos por el covid suman números y estadísticas mundiales que los expertos se esmeran en tabular y graficar, pero cuando el dolor llama a la puerta con el nombre de una persona cercana, la situación es otra, porque el 100% del pesar cae sobre la espalda de los dolientes, ya que Dios ha dado al ser humano la posibilidad de amar al prójimo tanto como a sí mismo. Es ese amor divino que llevó a Jesucristo a morir y resucitar para darnos la vida eterna con el Padre: “…Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
No sabemos el momento ni la circunstancia en que nos tocará el turno de seguir el camino de quienes se fueron antes; Dios quiera que el tiempo restante nos alcance para tomar la decisión de seguir los pasos de Cristo que nos llevarán a la eternidad con Él.