A Ricardo
Te escribo lo que no pude decirte por teléfono



Te escribo lo que no pude decirte por teléfono, ya que hasta la última charla que tuvimos, ambos teníamos la esperanza de que habría la oportunidad de volvernos a encontrar para compartir un almuerzo fraterno, como lo hicimos en tantas ocasiones.
Pero ya ves, esos planes quedaron truncos porque tú te adelantaste en el viaje sin retorno, del cual nadie queda fuera, aunque no sepamos qué transporte, ni qué fecha, pese a que la tenemos reservada desde antes de nuestro nacimiento, según los designios del Creador.
No sé si en este momento tú aún puedes leer en mi corazón este puñado de recuerdos y pensamientos que se apretujan por salir… En todo caso, deseo, querido hermano, que Cristo esté a tu lado conduciéndote hasta la morada eterna en el reino del amor divino.
Lamento la forma cómo sucedieron las cosas: es casi inverosímil imaginar que un virus microscópico pueda arrasar con proyectos, sueños, ideales y un mundo de posibilidades que ya no se cumplirán porque quedaron hechas cenizas. Y para colmo, se suma la imposibilidad del despido, de las condolencias, del dolor compartido. El mundo post-covid amenaza ser un mundo con distanciamiento social y personal: un mundo con barbijos, sin apretón de manos, sin abrazos, en que la gente ya no se saluda porque no se reconoce en las calles, y prefiere ese anonimato masificado a llevar la sonrisa en el rostro con la sinceridad en la mirada.
No comprendo cómo hay personas que afirmen que el covid no existe, que sólo es un invento de la política para atemorizar y controlar las vidas…, pero, ¿acaso las muertes son inventadas? No puedo evitar recordar Romanos 1:22: “Profesando ser sabios, se hicieron necios”… Negar el riesgo que implica el covid, es lo mismo que abrirle la puerta para que continúe llevándose a nuestros seres queridos.
La misma ceguera que impide admitir que Dios es nuestro creador, ahora impide ver que la pandemia es real y que sólo Dios nos puede dar la tranquilidad de aceptar su voluntad, sea cual fuere el resultado. Tú, habiendo sido médico, sabes que la medicina únicamente es el instrumento que ratifica los propósitos de Él en nosotros. Y, a propósito, quiero darte las gracias por todos los cuidados que nos diste en cuanto a salud, en las operaciones, y en los momentos innumerables que recurrimos a ti.
Gracias también por todas las mascotas (perros, gatos, conejos, monos, cotorras, loros, etc.) que llevabas a la casa paterna, dándole color y alegría a mi niñez. (Cómo no recordar a “Los Alaracos” de Sucre, tu destreza gimnástica en la barra fija, tu colección de estampillas de correo, tus insectarios amenazantes, tu buen humor incansable…).
Nos separan 14 años de edad, tú el mayor, yo el menor de los cinco. El tiempo nos regaló una serie de sucesos y vivencias, de los cuales solamente quedan recuerdos, y por mi parte, guardaré los mejores para decirte: ¡mil gracias, querido hermano!