LOS FRANCISCANOS EN LA FRONTERA DE CHUQUISACA Y CORDILLERA
Las expresiones mencionadas del P. Antonio Comajuncosa fueron escritas en los años de 1811. Ellas, más que indicaciones de voluntad, son interpretaciones de lo que fue el evangelizar franciscano. Nos permitimos otorgarles una significación histórica, acorde y desacorde con la política...



Las expresiones mencionadas del P. Antonio Comajuncosa fueron escritas en los años de 1811. Ellas, más que indicaciones de voluntad, son interpretaciones de lo que fue el evangelizar franciscano. Nos permitimos otorgarles una significación histórica, acorde y desacorde con la política colonial del momento. El “ir” entre los pueblos originarios, después de dos siglos, era también programación geopolítica colonial. El régimen colonial del Virrey Francisco de Toledo consistía en realizar en el continente un modelo de sociedad urbana: un régimen de comunicación territorial encubierto por un mismo sistema social, similar infraestructura económica y configuración de relaciones entre estamentos sociales diferentes. Fue precisamente esa configuración global, la que facilitó el mestizaje, donde lo étnico, cultural, biológico y prácticas de supervivencia se contraponían y, a la vez, se integraban. El conjunto, sustentado por el capital agrícola y de minerales, empujó a la concentración de personas en una ciudad capital, que se prolongaba en los centros rurales. Desde la misma estructura de comunicación global, se imponía un Estado centralizador en dimensión imperial. Quedaba implícita una situación monolítica que condicionaba las “diversidades” y mal soportaba las divisiones. De allí, según la probabilidad de inclusión en “cortos tiempos” o “largos tiempos”, se originó la división política en “indios amigos” e “indios enemigos”.
El espacio de periferización correspondía a los últimos. Sin embargo, la misma geopolítica colonial se cuidó bien de introducir agentes inseguros en su seno. La cartografía colonial describía esa situación con la división entre “bárbaros” y “civilizados”. Los segundos eran territorios de presencia colonial directa, y los otros de presencia indirecta. El concepto de periferia indicaba que los “bárbaros” eran agentes secundarios del sistema global colonial. Las relaciones con la “madre patria” era la consolidación de intercambio desigual en todo el continente, que si aseguraba mercados, al mismo tiempo, los condicionaba. La periferia, por tanto, era territorio de exclusión. En ese concepto se debe aceptar la programación del colegio de Propaganda Fide de Tarija: superar los condicionamientos de las “antiguas provincias” e interpretar la calificación de “bárbaros” como personas en pobreza.
Razones en contra para el inicio de “pueblos-reducciones” guaraníes en Pilipili.
El P. Mingo de la Concepción es el que relata el inicio del “ir” hacia la Frontera de Chuquisaca. Las fundaciones franciscanas las indica con los términos de “misiones”, “conversiones”, y más tardíamente con “pueblos-reducciones”. Pensamos que ese último concepto no sea atribuible a su forma de pensar la acción entre los pueblos originarios. De hecho, su crónica se conecta con las de los grandes autores del siglo XVI (México) y XVII (Perú), que si bien retranscribían procesos históricos de reducciones” y “doctrinas”, su motivación de trabajo era atenerse a la metodología de los Hechos de los Apóstoles.
Fray Diego Córdoba (Córdoba D., Crónica franciscana de las provincias de Perú- 1651. Ed. P. Lino Cañedo, Washington D.C., 1975, pág.541] define la santidad del P. Solano, afirmando que él tuvo “Las cuatro cosas propias a los apóstoles y varones apostólicos, que son: peregrinaciones, trabajos, conversiones y milagros”. Diego de Mendoza, por su parte, contextualiza en lo mismo el ser franciscano misionero: Poco importaría a la Provincia de San Antonio de los Charcas ser fértil rama del tronco ilustre de la Religión Seráfica, plantado en el Paraíso de la Iglesia, cuyos renuevos se han dilatado por todas partes del mundo: si no atendiese a estar siempre radicada en el Apostólico árbol de su Evangélico origen; fructificando en este nuevo orbe, regulares observancias de pobreza evangélica, en que tiene vinculado todo el mayorazgo Apostólico nuestra Seráfica Familia. El más seguro caudal de nuestra Católica Iglesia es éste, con que adelanta por todo el mundo las tremolantes banderas de la Fe y de los Católicos Reyes de Castilla, firmísima áncora, que en medio de las turbaciones de estas nuevas conquistas, les asegura la fidelidad más firme, que cupo en pecho del más leal vasallo.” [Mendoza D., Crónica de la provincia de San Antonio de los Charcas, -1663-, La Paz, 1976, págs.13-14]
Por tanto, se trataba de repetir los orígenes franciscanos en el continente latinoamericano. Ahora, por decisión real y de la Iglesia “conversiones” y “misiones” habían sido sustituidas con presencia de clero secular, y por tanto habían pasado al régimen parroquial. En 1755, sólo los padres jesuitas seguían manteniendo el régimen reduccional en Moxos y Chiquitos. Más que los éxitos, el P. Mingo quiere repetir los acontecimientos iniciales de cristianización, clasificando a los pueblos originarios tan sólo en su universo de gentilidad. Así, su escritura, más que procesos de cambios social y cultural, retranscribe el avance de la cristianización en la frontera de Chuquisaca y Cordillera.
Sin embargo, la situación de los pueblos originarios de la frontera de Chuquisaca y Cordillera había experimentado profundas mutaciones, que se reflejaban en la crisis de autoridad de los caciques. La grande sublevación de 1728-1735, conducida por Aruma, manifiesta la reacción unitaria de la acción que era espejo del malestar de la nación guaraní, históricamente indicada como chiriguana en la literatura boliviana. Todos los autores modernos rechazan la interpretación negativa ofrecida por Garcilaso de la Vega. El nombre primitivo sería de chiriguanaes, de origen guaraní, y no quechua. La evolución del nombre, según documentos del archivo, sería una adaptación a la fonética de la lengua española. La “nación” guaraní se habría aproximado a Bolivia por migraciones en la búsqueda mitológica de la “tierra sin mal”. Se atribuye su primera llegada, en 1515, al séquito de Alejo García, soldado portugués, que desde las tierras de Brasil se internó en las regiones de Santa Cruz. Otra migración vino de los territorios del actual Paraguay. La residente población chañé fue conquistada y sometida por procesos de aculturación guerrera. Rápidamente los guaraníes ocuparon la faja de las tierras bajas, extendiéndose hasta las regiones de los valles de Cochabamba, Chuquisaca y Tarija. La presión que ejercieron fue tan fuerte que los autores coloniales (y entre ellos los franciscanos) justificaron el termino de Frontera de Tarija como punto de defensa contra ellos. Según nosotros el concepto de “frontera” sería ligado al nombre antiguo de Tarixa o Taqrexa, palabra aymara, que significa “límites” y de allí el nombre dado a la ciudad de San Bernardo de la Frontera.
El Virrey Francisco de Toledo quiso incluir a los guaraníes en los “tiempos cortos” y libró contra ellos una campaña militar (1580) para encontrar un camino de aguas desde el Pilcomayo hasta Buenos Aires.[Calzavarini L., La nación chiriguana: grandeza y ocaso, Cochabamba, 1980, págs. 106-114] Lo que no pudieron las armas lo logró la cercanía. Los contactos con los territorios coloniales se dieron a raíz de un pacto silencioso con los ganaderos que se aproximaban a los territorios guaraníes. Los guaraníes apreciaban las novedades alimenticias referentes al ganado. Esos contactos, sin embargo, rompían su geopolítica de relaciones entre los centros de decisiones y la periferia, que se volvía zona insegura. En tales situaciones la figura del profeta adquiría más poder respecto a los caciques. Estos correspondían a un poder territorial local, a su vez, unido por un gran capitán establecido en términos de regiones. Conocemos las capitanías de Cuevo, Macharetí, Huacaya y del Ingre. Cuando el poder de los caciques (capitanes) no lograba mantener la unidad psico- social, política y religiosa, intervenía el profeta, personaje no ligado a restricciones de residencia. Manejando el universo religioso, se movía en las diferentes reparticiones de la “nación”. Su estatus era de persona formalmente célibe, que tenía poderes de curación, que vivía en pobreza y proclamaba las palabras míticas en las reuniones. Sin embargo, su rol de animación guerrera consolidaba la unidad de la nación guaraní en las sublevaciones, que evidentemente estaban incitadas y proclamadas por él. Así los ataques, realizados en las periferias, eran guiados desde las zonas centrales por lo profetas.
Cuando los franciscanos aparecieron en 1758 en la Frontera de Chuquisaca, se encontraron con una crisis más profunda. La presión colonial había roto las relaciones ínter-étnicas entre mataguayos, bejoses en el sur y tobas en las zonas más próximas al Pilcomayo. La situación ahora provocaba también una angustia intra-étnica, que se manifestaba en las diferentes actuaciones entre guaraníes y chanés.
Los franciscanos organizaron su camino hacia los guaraníes, desde La Laguna, donde construyeron un hospicio, todavía en nuestros días indicado como la “Misión”. De allí, en acuerdo con la Audiencia y las autoridades religiosas del lugar, se fueron hacia el pueblo de Pilipili. Éste era de reciente formación, de gente chané, que se había escapado de los guaraníes de Saipurú, Porongo o de otras cercanías de Santa Cruz. La audiencia los ayudó para asentarse allí. Desde La Laguna algunos sacerdotes habían tenido contactos con ellos pero sin mayores éxitos. El sacerdote don Andrés Zabala, persona con hacienda en Sopachuy, se había acercado a ellos, realizando algunos bautizos de niños e imponiendo nombres cristianos a adultos. Para P. Mingo esto era suficiente para definir una “conversión” [Mingo de la Concepción M., Historia de las misiones franciscanas, Ed. P. Bernardino del Pace, Tarija 1996, Tomos I y II, pág. 126]. Sucesivamente a dicho clérigo, se hizo presente en 1752, desde La Laguna, un fraile mercedario, acompañado por militares. Éstos “empadronaron” a los indios y pidieron al religioso construir una capilla con la ayuda de los indios que se pusieron a la obra. El éxito parecía estar cercano con la actuación de un chantaje: si no se hacían cristianos se adoptaría la decisión de alejarlos de Pilipili. Con este imaginario de imposición y coacción, al mes también, el sacerdote se alejó. En tales circunstancias, se tomó la decisión para los franciscanos de Tarija de ir hacia la Frontera de Chuquisaca con la insinuación de trasladar el Colegio a la Recoleta de Chuquisaca.
El escenario ahora se complicaba. Los franciscanos llegaron a La Laguna el 26 de junio de 1758. De acuerdo con las autoridades locales, se envió un lenguaraz a Pilipili, para invitar a los guaraníes a hacerse presentes en La Laguna. Llegaron tan sólo cuatro capitanes (sobre ocho) y entre ellos al capitán Chindica. Las respuestas fueron que querían “ser amigos de los cristianos, pero no cristianos”. Nuevamente con violencia de palabras y acciones se pedía su conversión. Se envió otro lenguaraz desde Sauces, indicando que esta vez se trataba de la llegada de franciscanos que los habrían defendido. El cuadro de los proyectos se cerraba con el consejo del segundo lenguaraz: antes de la ida de los franciscanos, él habría visitado los pueblos guaraníes del interior para insinuar a los capitanes que no permitieran la integración de personas de Pilipili en sus comunidades.
Finalmente, la decisión del P. Mingo fue la de aproximarse a Pilipili, acompañado por el lenguaraz Sebastián Torres (el del aviso a los capitanes) y el “capitán Rivera y su criado solamente”. Llegaron el día 18 de agosto, recibidos por un cacique, que fue sobrepasado por el poder de Chindica. Éste guió la discusión del día después, afirmando que el P. Mingo mentía acerca de la vida después de la muerte y que no querían “pagar tasas o tributos”. En el 1760, desde Tarija se envió otro sacerdote, que tampoco recogió resultados diferentes. De tanto dialogo quedó sólo el miedo que los de Pilipili asaltaran a La Laguna.
Fray Francisco del Pilar, el que fue “tomado por brujo”
En 1761 se retomaron las iniciativas para Pilipili, con otros tres personajes: P. Matías de San Diego, P. Tomás Anaya y el hermano lego Fray Francisco del Pilar. No pasaron por La Laguna (hoy, Padilla) sino por Sauces (San Antonio de los Sauces, hoy Monteagudo). La enfermedad hizo que los frailes se retiraran a Tarija. Mientras tanto se fortaleció el Colegio con más franciscanos llegados de España. Así fue que Fray Pilar, Tomás Anaya y otro sacerdote llegaron en agosto de 1765 a La Laguna. En septiembre, el hermano Francisco se presentó solo en Pilipili que, por sufridas inundaciones, se había dividido en dos parcialidades: Pilipili y Acero. “No tenía allí el citado religioso, en muchos días, para su alimentación más que un poco de maíz y para su vivienda no tuvo por algún tiempo más que una mala ramada ajena, en la que sufrió y aguantó muchos aguaceros y otras inclemencias del tiempo, de todo lo cual resultó el que enfermase de tercianas fuertes que lo debilitaron mucho. Pero, así enfermo y muchas veces mojado, no cesaba de ir y venir desde su ramada a las dispersas casas de los indios, a los cuales se ofrecía a servirlos a fin de ganarles sus voluntades para abrazasen el cristianismo. Unas veces les traía agua a sus casas y otras (que eran muy frecuentes) curaba a los enfermos párvulos y también a algunos adultos, siendo preciso, para estas continuas visitas, pasar y cruzar vados del río, por estar distantes y dispersas las casas. Y con todas estas obras que cedía a favor de los indios, ellos como ingratos le miraban mal, le intimaban que se fuese de Pilipili y aun le amenazaban.”
“Así perseveró con paciencia hasta que en uno de los dichos meses consiguió, por el interés de unas gualdas, esto es, por algunas sartas de abalorios o de chaquiras, un triste rancho destechado y desamparado por haber habido en él algunos enfermos, los cuales murieron en él y en él los enterraron, como acostumbran. Luego le sobrevinieron otros trabajos, porque, saliendo con frecuencia de su rancho al empleo que había tomado de curar a los enfermos y visitar a todos los indios aunque estuviesen sanos, experimentaba que de éstos unos le amenazaban. Otros le mandaban con imperio y mofa que les trajese agua o leña, lo cual hacía de buena gana, y aun alguno o algunos le pedían segunda vez la paga de aquel mal rancho que había pagado con guaicas y chaquiras.” [Mingo de la Concepción M., Historia de las misiones franciscanas de Tarija entre chiriguanos, Ed. P. Bemardino del Pace, Tomos I y II, Tarija 1996, págs. 136-137).
Con permiso de algunos caciques, Fray Francisco empezó la construcción de una capilla. Nuevamente la oposición de los caciques que lo invitaban a salirse de Pilipili y también de destruir el trabajo hecho. Con ayuda de las autoridades de La Laguna se terminó una capilla (“de pajareque o de embarrado”) y sin ningún concurso de guaraníes se inauguró la reducción de Pilipili, en el mes de septiembre [Mingo de la Concepción M., Historia de las misiones franciscanas… op. cit., pág.140] de 1766. Pasó, también, un hecho imprevisto. El indio Romi, injustamente acusado de que habría querido meterse con una mujer casada, el marido de ésta, flechó al inocente. “El herido, hallándose un día muy afligido y enfermo en sus hamaca, vio como en sueños a un religioso franciscano cuyo semblante era el de Fray Pilar, que le dijo estas palabras: sanarás, cree en Jesucristo” [Mingo de la Concepción M., Historia de las misiones franciscanas...,op. cit., pág. 139], A pesar de la incredulidad de los familiares, Romi les decía que debían invitar a Fray Pilar a arrimarse a su hamaca. El día después, nuevamente le apareció el religioso que “le tocó la herida” y lo sanó. El año después de 1767 [Mingo de la Concepción M., Historia de las misiones franciscanas..., op. cit., pág.140] Romi fue bautizado. Fue también confirmado por la Audiencia en su cargo de capitán; y más personas lo siguieron. Por lo cual, en 1774, se construyó otra capilla y se pusieron los cimientos de convivencia cristiana, bajo la autoridad de los franciscanos. Las prácticas religiosas eran: oración cotidiana y procesión en los domingos; las de gobierno político: el P. Conversor y los capitanes tradicionales guaraníes; el gobierno espiritual: escolaridad de los jóvenes; el régimen económico: (con una ayuda de una bienhechora desde España) el Colegio de Propaganda Fide pudo ofrecer cien reses vacunas y se mantenían las costumbres agrícolas sea agrícolas sea de caza y pesca.
Pilipili se consolidaba en Acero. El aluvión de Pilipili de 1762, y más el poco respeto hacia la autoridad de los caciques, hizo que algunas personas construyeran sus casas en Azero. Cacique de esta parcialidad era Chemboyere, que manifestó al P. Tomás Anaya su deseo de hacerse cristiano. El dialogo con el P. Tomás Anaya enfureció a los de su parcialidad. Fray Pilar fue a Azero y se repitieron las reacciones iniciales de Pilipili. El hermano se puso a la obra para la construcción de la capilla, pero “fueron de noche algunos indios a quitar los palos o palcas de la principiada casa, las arrancaron y las arrojaron al río.” Como cabeza de la reacción parece otro capitán, Guaricaya, que repitió las hazañas de Chindica. Con refuerzos de Pilipili se inauguraba la capilla en Azero, el 12 de noviembre de 1767 [Mingo de la Concepción M., Historia de las misiones franciscanas...,op. cit., pág. 160). Los resultados fueron coronados con una visita de Romi y compañeros al Colegio, pidiendo más sacerdotes. En 1768 en Azero se enfermaba Chindica que en el final de sus días recibió el bautismo. Si la confrontación era antes entre los guaraníes y los padres franciscanos, desde la fundación de Azero, se enraizaba entre los guaraníes mismos: Romi y Guaricaya.
Sin embargo, en la organización franciscana se anotaba una acción unitaria en las dos entidades, indicando como presidente de ambas al P. Mariano de la Concepción. Esto permitía más eficaz contratación con las autoridades coloniales. Con la ayuda de la Audiencia (“costeada por el Rey”) se edificó otra capilla de adobes en 1775. Otro título, el de “comisario”, se reconocía al P. Manuel Gil, que en 30 de noviembre de 1771 empezó la misión en Abapó. Otra necesidad se presentó en 1767 por el alejamiento de los padres jesuitas de Salinas (y continente latinoamericano). Las autoridades de Tarija impulsaron a los franciscanos a hacerse cargo de la reducción. Era difícil oponerse a la invitación por la residencia del Colegio en la villa de Tarija, y, al mismo tiempo, no se podía interrumpir el circulo de iniciativas iniciado en la Cordillera, donde la personalidad de Francisco del Pilar era punto central de la corriente cristiana, insertada entre los guaraníes.
Luis Necker en su libro: Indios guaraníes y chamanes franciscanos [Ed. Universidad católica, Asunción, 1990] desarrolló una hipótesis interesante sobre la labor de los franciscanos en la cual incluimos al Hermano Francisco del Pilar. Este habría sido asumido por el universo cultural guaraní en la categoría de “profeta”- Su situación en Pilipili correspondía precisamente a tal rol. Era célibe, vivía apartado, ejercía la medicina, hablaba en sueño, tenía su santuario: su poder era superior a los de los caciques y era objeto de actitudes contradictorias de oprobio y de exaltación. Fray Francisco del Pilar fue formalmente indicado como brujo categoría shamánica) otorgándole el poder de dominio de los agentes atmosféricos en situación de necesitad de lluvia. Otra apreciación de la calificación de “profeta” podría encontrarse en las relaciones con los grandes capitanes opositores que, por el libre tránsito entre las parcialidades, podrían ser considerados ellos mismos “profetas”. El poder de Fray Francisco del Pilar habría sido un poder de contraposición, asumido por la corriente guaraní favorable al cristianismo. También la fundación de Abapó se debió a la acción del hermano. Fue invitado, todavía estando entre los cristianos de Pilipili. Se dio a la construcción de la capilla sin oposición de nadie. Procedió asimismo a la inauguración de la misión con el consentimiento de los capitanes, aún no cristianos. En 1772 se retiraron de Salinas 1000 cabezas de ganado para Abapó. Según las informaciones del P. Manuel Mingo de la Concepción, inmediatamente se inició lo que era el gobierno político, económico religioso de la parcialidad guaraní, reinando en todo una “paz octaviana”
Comienzos y reacciones en la constelación regional franciscana
La política territorial guaraní se componía de varias regiones colindantes entre sí. Se trataba de armonizar lo local con lo regional. Siguiendo la sucesión de los acontecimientos generados alrededor de la acción del Hermano Fray Francisco del Pilar, resultaban las grandes capitanías establecidas en la frontera de Chuquisaca, del río Guapay (Río Grande) y del río Parapetí. A observarse también que la parcialidad donde se iniciaba “el pueblo-reduccional” correspondía siempre a la zona con más recursos de agua y que ocupaba el centro de la región. En ella residía el Tubicha- rubicha (capitán de capitanes). Podía subsistir una concepción de dispersión de autoridad respecto a la realidad geográfica. En estos espacios de separación se imponía la acción de los “profetas”. Otra distorsión se impuso con la presión de la institucionalidad colonial. Las zonas centrales gozaban de más seguridad mientras que las de contactos próximos se trasformaron en precarias. Por tanto, se imponía a los guaraníes otra concepción geopolítica. La zonas seguras se ubicaron como “centro” y las precarias como “periferia”. Éstas últimas eran campos de contratación, que sumaban ventajas y desventajas en un concepto de territorialidad, que incluía la corriente cristiana, la no cristiana de la “reducción” y la “del monte”, que resultaba ser la más tradicional. Evidentemente los profetas tenían su fuerza en los del “monte”, que eran lugares de más gentilidad.
En territorio del Norte, la “reducción” de Abapó podía formar una fácil regionalización con las débiles realidades cristianas existentes. Piray era realidad cristiana, guiada por los padres jesuitas, en 1728. Con la insurrección de Aruma, que indicamos ya en relación con las muertes de los padres dominicos (1728) y del P. Julián Lizardi (1735) en la región de Salinas, tuvieron que retirarse a Santa Cruz. Sólo en 1768 el clérigo don Lorenzo Ortiz, inició un proyecto de “pueblo- reducción”. Con erogaciones personales siguió perfeccionando aquella realidad “aunque le costase vender la propia vajilla”, [Comajuncosa A., Manifiesto..., op. cit., pág.145], también otorgándole una cantidad de ganado. Murió a los cuatro años. En 1772, el obispo de Santa Cruz invitaba a los padres franciscanos para que se hicieran cargo de la situación de Piray. Siempre por decisión del Obispo de Santa Cruz, don Francisco Ramón de Herboso y Figueroa, el presbítero don José Melchor Mariscal construyó una capilla en Cabezas en 1769. El sacerdote logró con donaciones reponer una instancia, pero a los dos años se enfermó y pasó a Chuquisaca. Como en Piray, los franciscanos se hicieron cargo de Cabezas el 25 diciembre de 1772, enfrentados siempre a las mismas necesidades. “Entraron dichos padres misioneros (Fray Manuel Gil, Fray Francisco León de Caballero y Fray José Tadeo de Caballero) en el trabajo de adelanto en lo temporal y espiritual sin más socorros que los de la Providencia porque ellos no tuvieron sínodo hasta el año de 1774; la hacienda apenas alcanzaba para mantenerse a sí y a los enfermos; el Rey les dio por unos pocos años 50 pesos para las escuelitas, y algunas partidas de dinero de Temporalidades, pero con cargo de Misas” [Comajuncosa A., Manifiesto...,op.cit., págs. 154-155. En aquellos tiempos, la ofrenda para una Santa Misa era de dos pesos, que correspondían a un jornal por trabajos extracomunitarios]. A pesar de las dificultades, se hizo otra capilla en lugar de la existente, si bien de “pajareque o embarrado”, construyeron la casa para los conversores, reunieron los indios dispersos, organizaron la plaza con casas alrededor, las escuelas y las estancias para el ganado; y otras, para la producción agrícola.
Los “pueblos-reducciones” habían fragmentado las regionalizaciones indígenas de la Frontera y del Guapay. Se hacía necesaria la recomposición de la “nación” guaraní. Así en 1778 apareció en Abapó un “dios fingido”. Los padres franciscanos inmediatamente se dieron cuenta de la dimensión profética de la insurrección. El P. Antonio Comajuncosa la equiparó a la de Aruma, que, además de Salinas con la muerte de los padres dominicos y del P. Julián Lizardi en los años de 1728 y 1735, atacó también la misión jesuítica de Santa Rosa (Piray) y polémicamente redactó los acontecimientos: “La causa o motivo de esta sublevación, no fue el haber querido dichos Padres impedir a dichos Indios el comercio con los cruceños, como escribió inconsiderablemente un Gobernador Intendente de Cochabamba por sus fines particulares contra los misioneros”, sino una acción de “firme credulidad que siempre dan a los dichos e interpretaciones de su brujos” [Comajuncosa A., Manifiesto...,op. cit., pág. 144).
El mismo autor describió: “Fue el caso que en el día 4 de noviembre de 1778, apareció en el pueblo, entonces bárbaro, de Mazavi, un hombre desconocido acompañado de gente sagaz y de su perversa condición y de una chusma innumerable de Bárbaros Chiriguanos, que lo respetaban como si fuera su Dios. Este hombre perverso, usurpando al verdadero Dios las fuerzas de su poder y los respetos de su divinidad, pasaba gran parte de la noche predicando a aquel gentío que él tenía poder para hacer llover fuego del cielo para convertir los hombres en piedra, para arruinar pueblos, destruir ganados y acabar con todos los que no se conformasen con su doctrina. Con esto los tenía a todos atolondrados y ellos temerosos de lo que les amenazaba, le doblaban las rodillas, le hospedaron en un rancho bien aseado y blanqueado, le regalaban con cuanto apetecía y le concedían cuanto pedía, aunque fuese el sacrificio más abominable de Venus. Por desgracia se halló presente un capitán de esta Misión de Abapó con algunos Indios Catecúmenos y otros Neófitos; éstos lo comunicaron secretamente a los suyos y, de repente, sin decir cosa alguna al único Padre Conversor que tenían, Fray Cristóbal Luengo, ni a Fray Francisco del Pilar, se marcharon cosa de 800 personas a Mazavi abandonando todos sus ajuares y haciendas y sólo quedaron en el pueblo cosa de 180 Almas, no por su voluntad, sino porque habiéndose descubierto esta fuga y el motivo de ella, anduvieron los Padres Conversores muy solícitos en atacar a los que retardaron su marcha y en repudiar con vivas exhortaciones a los que ya habían pasado el río. Con esto pudieron conseguir que se revolvieran como 120 que, juntos con los que habían quedado en el pueblo, serían 300. Pero todos estaban muy disgustados y no dejaban manifestar los deseos que tenían de pasar a Mazavi y sujetarse al dios fingido, para evadir sus amenazas”. [Comajuncosa A., El manifiesto..., op. cit., pág. 134],
De Piray llegaron 200 indios bien armados, y asimismo, un piquete de soldados desde Santa Cruz. El dios fingido se retiró más adentro y los indios de Abapó volvieron a sus pueblos. Sin embargo volvió el 3 de junio del año inmediato 1779.
“Llegó con toda su chusma cerca la opuesta ribera del río (Guapay) e intentó vadearlo; pero los neófitos y catecúmenos de aquel pueblo, que todavía estaban arrepentidos y avergonzados de haber dado crédito a sus embustes, se armaron de valor y flechas, y capitaneados del Hermano Fray Francisco del Pilar, embistieron y rechazaron a los enemigos obligándolos a tomar la retirada para sus tierras y dejarles en paz.” [Mingo de la Concepción M., Historia de las misiones franciscanas..., op. cit.. pág. 211],
La regionalización del Sur, definida a veces como Misiones de Tarija, era aquella que tenía su centro en Salinas, de la cual hemos hablado en relación con los padres jesuitas.
[gallery ids="227179,227180,227181,227182"]