Pebetero de octubre
El martillo del rayo golpea sobre el yunque de la montaña; prende llamaradas de azufre, y echa a rodar las cimas, trizadas en aludes. Los sordos estampidos del trueno repercuten lejanamente; luego, se aduermen en las cumbres. La lluvia —como un álamo enraizado en las...
El martillo del rayo
golpea sobre el yunque
de la montaña; prende
llamaradas de azufre,
y echa a rodar las cimas,
trizadas en aludes.
Los sordos estampidos
del trueno repercuten
lejanamente; luego,
se aduermen en las cumbres.
La lluvia —como un álamo
enraizado en las nubes—
se deshoja en rumores
sobre la tierra; fluye
por los surcos sedientos
y exhala su perfume.
Es el copioso aroma
de la vega, la múltiple
fragancia de los huertos,
el olor limpio y dulce
de elementales búcaros
que el agua pluvial funde
en un solo sahumerio
de volutas azules.
La tierra es como un cálido
pebetero de octubre;
una oración que asciende,
evadida en perfume.
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golpea sobre el yunque
de la montaña; prende
llamaradas de azufre,
y echa a rodar las cimas,
trizadas en aludes.
Los sordos estampidos
del trueno repercuten
lejanamente; luego,
se aduermen en las cumbres.
La lluvia —como un álamo
enraizado en las nubes—
se deshoja en rumores
sobre la tierra; fluye
por los surcos sedientos
y exhala su perfume.
Es el copioso aroma
de la vega, la múltiple
fragancia de los huertos,
el olor limpio y dulce
de elementales búcaros
que el agua pluvial funde
en un solo sahumerio
de volutas azules.
La tierra es como un cálido
pebetero de octubre;
una oración que asciende,
evadida en perfume.
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