Corpus Cristi
Esta celebración fue también muy festejada. Ahora igualmente ha desmerecido grandemente. Se ha concretado a dos procesiones del Santísimo. Las procesiones de las Iglesias: la Matriz y San Roque, sobresalían por sus hermosos altares. Los de San Roque eran colocados por las familias de doña...
Esta celebración fue también muy festejada. Ahora igualmente ha desmerecido grandemente. Se ha concretado a dos procesiones del Santísimo.
Las procesiones de las Iglesias: la Matriz y San Roque, sobresalían por sus hermosos altares. Los de San Roque eran colocados por las familias de doña Julia Benítez, Encarnita Aramayo, Mercedes Estenssoro, Paulina Trigo, María Trigo de Navajas y señoritas Tórrez.
A esta procesión de las diez de la mañana, concurrían los campesinos y gente del pueblo. La otra procesión salía de la Matriz a las cuatro de la tarde del primer jueves del mes de junio, fecha en que caía esta fiesta, ahora es movible. Los altares para esta procesión eran colocados por las siguientes familias:
A la salida del templo, la señora Rosaura de Mogro; en la cuadra siguiente, esquina de la Plaza Luis de Fuentes, la señora Celia de Ávila; en la otra, las señoritas Valverdi; seguía la señora Carmen M. de Ávila. En la calle Sucre, doña Lucinda Mendieta, las hermanas Navajas; luego en la calle Ingavi la señora Esperanza Morales de Navajas y María C. de Raña Trigo.
Esta procesión recorría las calles: La Madrid, Comercio, (ahora General Trigo), 15 de Abril, Sucre y una cuadra de la calle Ingavi., guardando siempre los límites de sus diferentes parroquias.
Desde hace sesenta y tantos años, muchas de estas familias, con sus mayores ya desaparecidos, siguen guardando esta tradición.
Después de esta última procesión, en la plaza “Luis de Fuentes” se tocaba la retreta para la sociedad de Tarija, la que se colmaba de familias tradicionales.
Por la noche, en la suntuosa residencia de la señora Casimira Campero, se daba un gran baile, a portones abiertos, con brillo y señorío.
En estos grandes acontecimientos, se acostumbraba, servir una corrida de champagne francés y luego romper el baile, con una cuadrilla de lanceros (simbólicamente llamada así). Después ya venían los bailes de pareja. Se abría la cantina señorial, donde hasta el amanecer se servían todos los licores europeos, champagne, coñac, whisky, jerez, oporto, vinos franceses, cerveza inglesa y alemana.
A horas doce se pasaba al comedor, allí estaban las carnes frías, con pavo y salsas a escoger. A las tres de la mañana, se servían los pasteles, tortas, gelatinas, etc., A las cinco de la mañana su tasa de consomé, diana, té o café. Cuantas señoras de la alta sociedad, se recogían con sus esposos de frac, tarro alto, bastón y portando ella o alguno de sus hijos un pañuelito con bombones, confites, macitas de almendra, para los niños en vigilia esperando el exquisito y dulce presente, obsequio consentido, ofrecido por esos dueños de casas que representaban la tradición social, política e histórica del conservado e inmutable pasado. ! Qué tiempos aquellos!!! De solidaridad, de sincera convivencia y amistad y de un indiscutible cristianismo, que no manchaba su trayectoria.
Mientras que en los salones se escuchaba el piano armoniosamente tocado por algún maestro contratado o por señoritas de la sociedad concurrentes a la fiesta, por las calles de la ciudad, se dejaba escuchar la ronda “campera” con guitarra, bandolín, concertina de ello, nadie se incomodaba. Cada cual tenía el derecho de festejar su “Corpus Cristi” a su gusto y antojo.
En estas fiestas rosqueras y populares, jamás había un “resfriado” que alteraba la armonía y el sedante de esos momentos hablando de política; esto estaba relegado a su hora y a su lugar. Por esos tiempos lo que era más noble y humano, se escuchaba cantar: en tonada de corpus, estas coplas:
Tan largo como es el tiempo
así es mi amor
Para cambiarme con otra,
tienes valor.
Tan largo como es el tiempo
Así es mi amor...
Una y otra te lo he dicho
vení dediya.
Porque si vienes denoche,
no es culpa miya.
Así es mi amor
Así es mi amor
Para cambiarme con otra,
tienes valor.
Te ’i llamado no hás venido
te habrás sentido
yo no te ’i dado el motivo,
quencha bandido...!
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Lo sobresaliente de esa fiesta y de esas épocas, era la costumbre muy española de las “serenatas” con sus vidalitas y cantos de amor. La guitarra, el bandolín, el violín, la concertina, daban la nota de la bella hora de dedicar a la enamorada, a la novia, a la dulce amiga confidente, aunque sea a la beata para despertarla de la soledad, o de sus sueños místicos para despertarla después enajenada pensando quién será ese diablo romancero que perjudica ese angelical y casto sueño, tocar y cantar debajo de un balcón con fragancia de jazmines y claveles, o al pie de una ventana enrejada eran noches plácidas donde el músico y el cantor daban la nota armoniosa expandiendo su espíritu para la !prenda de su alma! algunas veces ese balcón solía abrirse y recibir al galante, con el halago familiar o también esa reja era testigo de un beso furtivo. Cuántos balcones y cuántas ventanas han sido testigos de
aquellas horas de dicha y de sincera emoción que vivían los enamorados. Una pieza de tango o de vals o una vidalita, sintetizaban al serenatero, el amor que en sí guardaba para la niña de sus ojos...! Con este motivo musical la vecindad y el viandante trasnochador eran también partícipes de esas horas felices, horas viajeras sin retomo...! en la serenata el enamorado vuelca todo el cariño que atesora su juventud amparada en el manto negro de la noche. Cuántas mozas en los brazos del mancebo, se perdían entre las encrucijadas que depara esta picara vida...! En el centro de la población estaba el recato y la distinción.
En el barrio de San Roque, Satanás con sus cómplices, festejando con baile y a su amaño, con erque y caja.
La “Calle Cochabamba”, vulgarmente llamada “Calle Ancha”, ardía de un confín a otro.
Las casas populares de doña “Tecla”; la Yurquina, la Zárate, la Mena, llamada la “Flor de Tarija”, como la “flor de Mate”, la Miss San Roque, eran las expertas mujeres para la preparación de exquisitos y variados platos de comidas criollas y tradicionales, donde el rico y el pobre saboreaban a gusto la exquisitez del asado de keperí, la saraza, el asado de matahambre, el chanchito al horno, el asado de cordero con choclos y mucha “llajua”, el picante de conejo con chuñuputi, el chancao, picante de gallina, de lengua, de ubre, el saice borracho, la ranga-ranga, la chanfaina, la rica parrillada de chunchulis con tripa gorda con su mote “patasca” y su “llajua” las humintas, los exquisitos tamales, en chala rellenos con pasa de uva y cabeza de chancho, etc., etc. Todo esto se asentaba con la rica chicha elaborada por ellas como el “agua ’i anchi” que se servía en “tutumas”, encantarada y también embotellada, fuerte y clarita que daba gusto tomarla.
Para esta festividad, la “calle ancha” y esas casas estaban bien arregladas con aceras limpiecitas, con zócalos nuevos con banderitas, y con portones abiertos, Invitando a pasar y atisbar la fiesta desde sus ventanales. Allí los caballeros de la sociedad, aquellos señores que no eran esclavos del tiempo ni del interés penal, iban a buscar sus horas de esparcimiento.
En esas amplias salas pasaban sus horas fiesteras, donde alguna hija de casa o mocita visitante, se encargaba de calentar las orejas del patriarcado.
Un sesentón aporreado por lo tragos y decepcionado por sus años: “A los sesenta para arriba, no te mojes la barriga” -dice el refrán, cantaba el punto y contrapunto, como suprema valentía, al meterse con mujeres cetreadas de las que era suficiente una de ellas, para acabar con toda la prosapia apolillada.
Canta el audáz sesentón:
A mí me gusta comer
choclitos de chacra ajena,
comerme lo bueno, bueno
dejar la chala pal dueño.
Contesta ella:
La dueña siempre e’i ser
de todo lo que se me antoje
vení viejo de tus amaños
y te quitaré tus años.
Contesta él:
Casate vidita
casate conmigo,
regalos no te a’i faltar,
palizas cada domingo.
Contesta ella:
Este viejo está farseando
no quiere comprender
que a la larga
o a la corta
ni la piola va tener.
Contesta él:
No lloro por lo perdido,
mucho menos de mi maizal
lloro por lo que me has hecho,
mujer mal natural.
Contesta ella:
Tus ojos tienen la culpa
con ellos debís reñir
pa’ que no sepan mirar,
lo que nu’han de conseguir.
Al día siguiente de Corpus, la gente fiestera se prepara para la “sanada” con el exquisito Keperí, la lagua Kalapurqueada, el caldo arrecho, y otros platos tradicionales que los tiempos se los han llevado. Eran preparados sustanciosos para reemplazar el desgaste del día anterior. Estas comidas tan sabrosas eran calificadas muy bien con esos nombres dentro del “argot” de esos tiempos inmemoriables. Por eso dice el refrán: “La mordedura del perro, se cura con el mismo pelo”. También correspondía a las pulperas alivianarse en sus ganancias, visitándose mutuamente y devolver en Parte los “fernandinos” que celosamente entraban a ese ¡pozo de Airón...!
La caña que ya comenzaba a tocarse recordaba la fiesta de San Roque.
Se cuenta que en esta tradición, en la “Calle Ancha” de un confín a otro, desde Las Pilastras hasta “La Pampa de Carreras”, había por lo menos unas doscientas banderitas coloradas que llamaban a la chicha. Por esas calles pasaban los fiesteros, unos con los bolsillos llenos y otros con los bolsillos vacíos., forasteros caídos en desgracia y otros bohemios con riquezas imaginarias; pero lo cierto era que para todos había fiesta. ! Dios no desampara...!
Costumbre era en esas épocas de bonanza, llamar al transeúnte ofreciéndole un matecito de chicha y su platito de loza lleno de ají con arroz guisado para comprometerlo al gasto. Era lo mismo para esas buenas pulperas que el agasajado entre a gastar o siga recto su camino. Nadie lo obligaba. Pero sucedía que tanto probar el rico platito de ají que al final acababa por pasar adentro y corresponder a la “quiska” se pedía un “yambuy” de chicha que con cinco o diez medidas se llenaba. Y así seguía de nuevo la tomada, con la barriga llena y el corazón contento. Prodigio de una época que ahora parece un sueño y que lo narrado puede merecer un sonoro mentiz...!
¡Eso ha sido Corpus Cristi donde se tomaba aloja de maní con vino y la rica chicha de maíz servida en ajipas, cuya pulpa era raspada para convertir ese tubérculo en vaso bien enflorado con rosas pascuas y albahacas. Costumbre ésta muy típica que por ahora no existe.
También para Corpus se daba inicio a la temporada de “riña de gallos”. Entre los grandes galleros que tenían predilección para estas riñas citaremos a: Adolfo Trigo Achá, Heriberto Dolz, Juan Oller, Néstor y Samuel Arce, Martín Gutiérrez, Flavio Sandoval, Hilarión Noguera, Lorenzo y Jorge Gareca, Nivardo Aguirre, Alejandro Vedia, Luis Ramón y Plácido Antelo, Matilde Rojas, Lucio Cardozo. (el “zorro” Lucio) llamado así cariñosamente por sus amigos. Todos ellos desde meses atrás tenían desafiadas sus apuestas por fuertes sumas de dinero. Se escuchaba decir “Voy por el Moñon”, el “Crestón”, el “Pinto”, el “Cenizo”, el “Ají seco”, el “Colorao” o por el “gallino” que se llamaba al gallo “Mojfloro”, con su peso de 4-6 de 5-7 etc. esas riñas estaban ya aceptadas.
La casa o coliseo para estas riñas, generalmente era la casa de don Carlos Cherroni, un italiano muy estimado por la sociedad y el pueblo de Tarija.,
Las procesiones de las Iglesias: la Matriz y San Roque, sobresalían por sus hermosos altares. Los de San Roque eran colocados por las familias de doña Julia Benítez, Encarnita Aramayo, Mercedes Estenssoro, Paulina Trigo, María Trigo de Navajas y señoritas Tórrez.
A esta procesión de las diez de la mañana, concurrían los campesinos y gente del pueblo. La otra procesión salía de la Matriz a las cuatro de la tarde del primer jueves del mes de junio, fecha en que caía esta fiesta, ahora es movible. Los altares para esta procesión eran colocados por las siguientes familias:
A la salida del templo, la señora Rosaura de Mogro; en la cuadra siguiente, esquina de la Plaza Luis de Fuentes, la señora Celia de Ávila; en la otra, las señoritas Valverdi; seguía la señora Carmen M. de Ávila. En la calle Sucre, doña Lucinda Mendieta, las hermanas Navajas; luego en la calle Ingavi la señora Esperanza Morales de Navajas y María C. de Raña Trigo.
Esta procesión recorría las calles: La Madrid, Comercio, (ahora General Trigo), 15 de Abril, Sucre y una cuadra de la calle Ingavi., guardando siempre los límites de sus diferentes parroquias.
Desde hace sesenta y tantos años, muchas de estas familias, con sus mayores ya desaparecidos, siguen guardando esta tradición.
Después de esta última procesión, en la plaza “Luis de Fuentes” se tocaba la retreta para la sociedad de Tarija, la que se colmaba de familias tradicionales.
Por la noche, en la suntuosa residencia de la señora Casimira Campero, se daba un gran baile, a portones abiertos, con brillo y señorío.
En estos grandes acontecimientos, se acostumbraba, servir una corrida de champagne francés y luego romper el baile, con una cuadrilla de lanceros (simbólicamente llamada así). Después ya venían los bailes de pareja. Se abría la cantina señorial, donde hasta el amanecer se servían todos los licores europeos, champagne, coñac, whisky, jerez, oporto, vinos franceses, cerveza inglesa y alemana.
A horas doce se pasaba al comedor, allí estaban las carnes frías, con pavo y salsas a escoger. A las tres de la mañana, se servían los pasteles, tortas, gelatinas, etc., A las cinco de la mañana su tasa de consomé, diana, té o café. Cuantas señoras de la alta sociedad, se recogían con sus esposos de frac, tarro alto, bastón y portando ella o alguno de sus hijos un pañuelito con bombones, confites, macitas de almendra, para los niños en vigilia esperando el exquisito y dulce presente, obsequio consentido, ofrecido por esos dueños de casas que representaban la tradición social, política e histórica del conservado e inmutable pasado. ! Qué tiempos aquellos!!! De solidaridad, de sincera convivencia y amistad y de un indiscutible cristianismo, que no manchaba su trayectoria.
Mientras que en los salones se escuchaba el piano armoniosamente tocado por algún maestro contratado o por señoritas de la sociedad concurrentes a la fiesta, por las calles de la ciudad, se dejaba escuchar la ronda “campera” con guitarra, bandolín, concertina de ello, nadie se incomodaba. Cada cual tenía el derecho de festejar su “Corpus Cristi” a su gusto y antojo.
En estas fiestas rosqueras y populares, jamás había un “resfriado” que alteraba la armonía y el sedante de esos momentos hablando de política; esto estaba relegado a su hora y a su lugar. Por esos tiempos lo que era más noble y humano, se escuchaba cantar: en tonada de corpus, estas coplas:
Tan largo como es el tiempo
así es mi amor
Para cambiarme con otra,
tienes valor.
Tan largo como es el tiempo
Así es mi amor...
Una y otra te lo he dicho
vení dediya.
Porque si vienes denoche,
no es culpa miya.
Así es mi amor
Así es mi amor
Para cambiarme con otra,
tienes valor.
Te ’i llamado no hás venido
te habrás sentido
yo no te ’i dado el motivo,
quencha bandido...!
[gallery type="slideshow" size="full" ids="209899,209900,209901,209902,209903"]
Lo sobresaliente de esa fiesta y de esas épocas, era la costumbre muy española de las “serenatas” con sus vidalitas y cantos de amor. La guitarra, el bandolín, el violín, la concertina, daban la nota de la bella hora de dedicar a la enamorada, a la novia, a la dulce amiga confidente, aunque sea a la beata para despertarla de la soledad, o de sus sueños místicos para despertarla después enajenada pensando quién será ese diablo romancero que perjudica ese angelical y casto sueño, tocar y cantar debajo de un balcón con fragancia de jazmines y claveles, o al pie de una ventana enrejada eran noches plácidas donde el músico y el cantor daban la nota armoniosa expandiendo su espíritu para la !prenda de su alma! algunas veces ese balcón solía abrirse y recibir al galante, con el halago familiar o también esa reja era testigo de un beso furtivo. Cuántos balcones y cuántas ventanas han sido testigos de
aquellas horas de dicha y de sincera emoción que vivían los enamorados. Una pieza de tango o de vals o una vidalita, sintetizaban al serenatero, el amor que en sí guardaba para la niña de sus ojos...! Con este motivo musical la vecindad y el viandante trasnochador eran también partícipes de esas horas felices, horas viajeras sin retomo...! en la serenata el enamorado vuelca todo el cariño que atesora su juventud amparada en el manto negro de la noche. Cuántas mozas en los brazos del mancebo, se perdían entre las encrucijadas que depara esta picara vida...! En el centro de la población estaba el recato y la distinción.
En el barrio de San Roque, Satanás con sus cómplices, festejando con baile y a su amaño, con erque y caja.
La “Calle Cochabamba”, vulgarmente llamada “Calle Ancha”, ardía de un confín a otro.
Las casas populares de doña “Tecla”; la Yurquina, la Zárate, la Mena, llamada la “Flor de Tarija”, como la “flor de Mate”, la Miss San Roque, eran las expertas mujeres para la preparación de exquisitos y variados platos de comidas criollas y tradicionales, donde el rico y el pobre saboreaban a gusto la exquisitez del asado de keperí, la saraza, el asado de matahambre, el chanchito al horno, el asado de cordero con choclos y mucha “llajua”, el picante de conejo con chuñuputi, el chancao, picante de gallina, de lengua, de ubre, el saice borracho, la ranga-ranga, la chanfaina, la rica parrillada de chunchulis con tripa gorda con su mote “patasca” y su “llajua” las humintas, los exquisitos tamales, en chala rellenos con pasa de uva y cabeza de chancho, etc., etc. Todo esto se asentaba con la rica chicha elaborada por ellas como el “agua ’i anchi” que se servía en “tutumas”, encantarada y también embotellada, fuerte y clarita que daba gusto tomarla.
Para esta festividad, la “calle ancha” y esas casas estaban bien arregladas con aceras limpiecitas, con zócalos nuevos con banderitas, y con portones abiertos, Invitando a pasar y atisbar la fiesta desde sus ventanales. Allí los caballeros de la sociedad, aquellos señores que no eran esclavos del tiempo ni del interés penal, iban a buscar sus horas de esparcimiento.
En esas amplias salas pasaban sus horas fiesteras, donde alguna hija de casa o mocita visitante, se encargaba de calentar las orejas del patriarcado.
Un sesentón aporreado por lo tragos y decepcionado por sus años: “A los sesenta para arriba, no te mojes la barriga” -dice el refrán, cantaba el punto y contrapunto, como suprema valentía, al meterse con mujeres cetreadas de las que era suficiente una de ellas, para acabar con toda la prosapia apolillada.
Canta el audáz sesentón:
A mí me gusta comer
choclitos de chacra ajena,
comerme lo bueno, bueno
dejar la chala pal dueño.
Contesta ella:
La dueña siempre e’i ser
de todo lo que se me antoje
vení viejo de tus amaños
y te quitaré tus años.
Contesta él:
Casate vidita
casate conmigo,
regalos no te a’i faltar,
palizas cada domingo.
Contesta ella:
Este viejo está farseando
no quiere comprender
que a la larga
o a la corta
ni la piola va tener.
Contesta él:
No lloro por lo perdido,
mucho menos de mi maizal
lloro por lo que me has hecho,
mujer mal natural.
Contesta ella:
Tus ojos tienen la culpa
con ellos debís reñir
pa’ que no sepan mirar,
lo que nu’han de conseguir.
Al día siguiente de Corpus, la gente fiestera se prepara para la “sanada” con el exquisito Keperí, la lagua Kalapurqueada, el caldo arrecho, y otros platos tradicionales que los tiempos se los han llevado. Eran preparados sustanciosos para reemplazar el desgaste del día anterior. Estas comidas tan sabrosas eran calificadas muy bien con esos nombres dentro del “argot” de esos tiempos inmemoriables. Por eso dice el refrán: “La mordedura del perro, se cura con el mismo pelo”. También correspondía a las pulperas alivianarse en sus ganancias, visitándose mutuamente y devolver en Parte los “fernandinos” que celosamente entraban a ese ¡pozo de Airón...!
La caña que ya comenzaba a tocarse recordaba la fiesta de San Roque.
Se cuenta que en esta tradición, en la “Calle Ancha” de un confín a otro, desde Las Pilastras hasta “La Pampa de Carreras”, había por lo menos unas doscientas banderitas coloradas que llamaban a la chicha. Por esas calles pasaban los fiesteros, unos con los bolsillos llenos y otros con los bolsillos vacíos., forasteros caídos en desgracia y otros bohemios con riquezas imaginarias; pero lo cierto era que para todos había fiesta. ! Dios no desampara...!
Costumbre era en esas épocas de bonanza, llamar al transeúnte ofreciéndole un matecito de chicha y su platito de loza lleno de ají con arroz guisado para comprometerlo al gasto. Era lo mismo para esas buenas pulperas que el agasajado entre a gastar o siga recto su camino. Nadie lo obligaba. Pero sucedía que tanto probar el rico platito de ají que al final acababa por pasar adentro y corresponder a la “quiska” se pedía un “yambuy” de chicha que con cinco o diez medidas se llenaba. Y así seguía de nuevo la tomada, con la barriga llena y el corazón contento. Prodigio de una época que ahora parece un sueño y que lo narrado puede merecer un sonoro mentiz...!
¡Eso ha sido Corpus Cristi donde se tomaba aloja de maní con vino y la rica chicha de maíz servida en ajipas, cuya pulpa era raspada para convertir ese tubérculo en vaso bien enflorado con rosas pascuas y albahacas. Costumbre ésta muy típica que por ahora no existe.
También para Corpus se daba inicio a la temporada de “riña de gallos”. Entre los grandes galleros que tenían predilección para estas riñas citaremos a: Adolfo Trigo Achá, Heriberto Dolz, Juan Oller, Néstor y Samuel Arce, Martín Gutiérrez, Flavio Sandoval, Hilarión Noguera, Lorenzo y Jorge Gareca, Nivardo Aguirre, Alejandro Vedia, Luis Ramón y Plácido Antelo, Matilde Rojas, Lucio Cardozo. (el “zorro” Lucio) llamado así cariñosamente por sus amigos. Todos ellos desde meses atrás tenían desafiadas sus apuestas por fuertes sumas de dinero. Se escuchaba decir “Voy por el Moñon”, el “Crestón”, el “Pinto”, el “Cenizo”, el “Ají seco”, el “Colorao” o por el “gallino” que se llamaba al gallo “Mojfloro”, con su peso de 4-6 de 5-7 etc. esas riñas estaban ya aceptadas.
La casa o coliseo para estas riñas, generalmente era la casa de don Carlos Cherroni, un italiano muy estimado por la sociedad y el pueblo de Tarija.,