Las palabras de mi abu.
Una sinfonía de Beethoven espesa más el ambiente del viejo escritorio junto al humo del cigarrillo que emana de su boca; en su escritorio un montón de papeles viejos, amarillentos e ilegibles y una pequeña lupa sobre ellos. El ambiente es único, la biblioteca va de pared a pared y está...



Una sinfonía de Beethoven espesa más el ambiente del viejo escritorio junto al humo del cigarrillo que emana de su boca; en su escritorio un montón de papeles viejos, amarillentos e ilegibles y una pequeña lupa sobre ellos. El ambiente es único, la biblioteca va de pared a pared y está adornada de fotografías, me descubro como trofeo en alguna de ellas, un par de reconocimientos y sus CD´s y Cassettes, libros y más libros, recuerdos y más recuerdos.
Yo hablo y hablo, gesticulo y me emociono, él me sigue con una media sonrisa y su mirada taciturna, hasta veces triste, que se clava en mis ojos hasta que siento que es momento de parar y escuchar; da una pitada más y solo se atreve a decir “prudencia hijo, y paciencia…” un suspiro, una pitada más y las palabras de mi Abu se quedan ahí grabadas en mi mente y en mi corazón. La conversación se corta abruptamente con la llamada de mi abuelita a tomar el té, solo me queda levantarme y acompañarlo al comedor; llegamos y la mesa está llena de familia y las delicias de la Abu, y el se sienta, se toma su café, desmiga el pan para sus pajaritos y con su media sonrisa disfruta de sus hijos y sus nietos, sin mencionar palabra alguna.
Ese hombre que hoy es un ícono para nuestra ciudad, que formó a miles de personas, que lleno el Cántaro de historia, de cultura de pasión era mi abuelo. Ese viejito frágil, callado y sonriente al que vi llorar como un niño cuando la vida lo desgarró, quitándole a su hijo mayor, a mi papá, y que terminó por hundirlo en una tristeza que solo sé que terminó el día que se re encontraron en un abrazo en el cielo, un 25 de julio, el día de su cumpleaños número 85.
Hoy después de algunos años me atrevo a recordarlo en palabras, en su legado. El maestro de la lengua, de la historia y de la cultura de este pueblo me enseñó en la vida, prudencia y paciencia; aún cuando me hablan de él, siento la emoción de las personas que lo conocieron y se me hincha el pecho; no por su trayectoria, sino porque pude disfrutarlo como Abuelo. Ese hombre de letras y palabras, hablaba poco; pero su mirada y su caricia era tierna y frágil, sus palabras expresadas en los libros, en los poemas o en sus clases, jamás podrán igualarse a su mirada y a su media sonrisa.
Es difícil ser nieto de Carlos Ávila Claure, creo que me faltarán dos vidas más para poder tener ese poder en las palabras sin decir mucho: sin embargo, el ejemplo de vida, de amor al lenguaje y al valor de la expresión y la comunicación, el amor a la cultura de esta tierra, a su gente, a propios y extraños han quedado en mí como una meta a seguir.
Vuelvo a la mesa, todos han comenzado a irse; el Abu los despide a todos con un beso, me mira y se enciende su cigarrillo, me pasa uno y se ríe, me mira fijo y me agarra la mano; solo sonríe, el hombre de las palabras no necesita hablar, solo sonreír, el hombre de las palabras y las letras me marcó la vida sin hablar demasiado.
Te amo y te extraño abu, pero “prudencia.. y paciencia.”
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Una redacción y una forma de graficar con mucho sentimiento los pasajes más placenteros y llenos de ternura con el abuelo, padre, esposo, hermano, maestro y toda la exquisitez de haber compartido con un ejemplo de un hombre que compartió sabiduría y cariño en todos los lugares que tuvieron la suerte de compartirlo.
Ramiro Castellanos Vásquez
Yo hablo y hablo, gesticulo y me emociono, él me sigue con una media sonrisa y su mirada taciturna, hasta veces triste, que se clava en mis ojos hasta que siento que es momento de parar y escuchar; da una pitada más y solo se atreve a decir “prudencia hijo, y paciencia…” un suspiro, una pitada más y las palabras de mi Abu se quedan ahí grabadas en mi mente y en mi corazón. La conversación se corta abruptamente con la llamada de mi abuelita a tomar el té, solo me queda levantarme y acompañarlo al comedor; llegamos y la mesa está llena de familia y las delicias de la Abu, y el se sienta, se toma su café, desmiga el pan para sus pajaritos y con su media sonrisa disfruta de sus hijos y sus nietos, sin mencionar palabra alguna.
Ese hombre que hoy es un ícono para nuestra ciudad, que formó a miles de personas, que lleno el Cántaro de historia, de cultura de pasión era mi abuelo. Ese viejito frágil, callado y sonriente al que vi llorar como un niño cuando la vida lo desgarró, quitándole a su hijo mayor, a mi papá, y que terminó por hundirlo en una tristeza que solo sé que terminó el día que se re encontraron en un abrazo en el cielo, un 25 de julio, el día de su cumpleaños número 85.
Hoy después de algunos años me atrevo a recordarlo en palabras, en su legado. El maestro de la lengua, de la historia y de la cultura de este pueblo me enseñó en la vida, prudencia y paciencia; aún cuando me hablan de él, siento la emoción de las personas que lo conocieron y se me hincha el pecho; no por su trayectoria, sino porque pude disfrutarlo como Abuelo. Ese hombre de letras y palabras, hablaba poco; pero su mirada y su caricia era tierna y frágil, sus palabras expresadas en los libros, en los poemas o en sus clases, jamás podrán igualarse a su mirada y a su media sonrisa.
Es difícil ser nieto de Carlos Ávila Claure, creo que me faltarán dos vidas más para poder tener ese poder en las palabras sin decir mucho: sin embargo, el ejemplo de vida, de amor al lenguaje y al valor de la expresión y la comunicación, el amor a la cultura de esta tierra, a su gente, a propios y extraños han quedado en mí como una meta a seguir.
Vuelvo a la mesa, todos han comenzado a irse; el Abu los despide a todos con un beso, me mira y se enciende su cigarrillo, me pasa uno y se ríe, me mira fijo y me agarra la mano; solo sonríe, el hombre de las palabras no necesita hablar, solo sonreír, el hombre de las palabras y las letras me marcó la vida sin hablar demasiado.
Te amo y te extraño abu, pero “prudencia.. y paciencia.”
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Una redacción y una forma de graficar con mucho sentimiento los pasajes más placenteros y llenos de ternura con el abuelo, padre, esposo, hermano, maestro y toda la exquisitez de haber compartido con un ejemplo de un hombre que compartió sabiduría y cariño en todos los lugares que tuvieron la suerte de compartirlo.
Ramiro Castellanos Vásquez