Garvin, el maltés que está 13 años junto a San Roque
Nació el 29 de julio de 1972 en Malta, una isla de la Europa meridional que tiene tan solo 316 kilómetros cuadrados de extensión. Llegó a la ciudad de Tarija hace 13 años para cumplir su primera y única misión que le fue encargada.
Desde ese entonces, Garvin Grech, es el párroco de la iglesia de San Roque y se ha ganado el cariño y aprecio de los tarijeños, pero sobre todo de los sanroqueños, pues está a la cabeza de la fiesta religiosa más grande de esta tierra. Jovial, alegre y con un carácter efusivo, Garvin dice sentirse feliz y realizado con lo que logró hasta ahora como hermano carmelita, empero aclara que le falta todavía mucho por aprender y hacer, para cumplir el destino que Dios tiene para él.
El padre Garvin empieza a contar su historia y recuerda que su apego a la religión comenzó desde que él era niño, debido a que a sus 13 años ya tuvo el honor de ser uno de los 30 monaguillos, que pasaron todo un verano en la ciudad del Vaticano junto al Papa San Juan Pablo II. Sin embargo, ese su apego a la iglesia católica no fue el único motivo que lo llevó al camino que sigue ahora, pues el ejemplo de su abuela y una relación amorosa que se truncó tuvieron que ver mucho en su destino.
Su alegre infancia
Garvin habla con mucho afecto de sus padres y recuerda que de ellos tuvo un buen ejemplo de amor, matrimonio y de fe. Tuvo una infancia agradable y pasó gran parte de su niñez jugando en un jardín espacioso que tenía en su casa, pese a que su país posee un territorio chico. Él fue el primer hijo y el único niño, sobre todo porque en las familias de su mamá y papá, ninguno de sus tíos o tías se había casado. Debido a esto, él era muy querido.
Así, relata por ejemplo, que para designarle su nombre, el debate entre sus padres fue arduo y al final acordaron llamarle Garvin, producto de la unión de dos nombres que no pudieron consensuar: Garv (nombre irlandés) y Vincent (nombre ingles).“Jugábamos mucho en el jardín, yo siempre era una persona muy alegre, jovial y social, lo que forma parte de mis fortalezas”, dice. Añade también que el límite entre la alegría y la travesura era muy fino, tanto que a veces lo cruzaba. Así, que cuando terminó el sexto grado de primaria tuvo que ser cambiado de colegio para poder aprovechar mejor el aprendizaje en la etapa colegial.
“El hermano mayor de mi padre era el director del colegio La Salle allá en Malta y mis padres me pusieron ahí, pero como era tan jovial y hasta travieso, pasé clases ahí hasta los 6 años de primaria. Pasa que como mi tío era el director, me hacía la rocha, decía ‘tengo muñeca’ e incluso mi padre tuvo que hablar con mi tío para que me haga pasar de curso”, recuerda.
Toda esta situación no le gustó a su progenitor, por lo que al terminar primaria cambió a Garvin a la escuela pública y ahí tuvo que “luchar”. Ahora ya no podía faltarse a clases, ni hacer lo que quería. Se puso serio y finalmente logró buenas calificaciones.
En otros recuerdos, cuenta que cuando tenía 13 años le tocó rendir examen junto a otros 500 monaguillos para poder acompañar al Papa en el Vaticano durante todo un verano. Como él sabía hablar italiano, latín, maltés y un poco de árabe, quedó entre los 30 beneficiados.
El amor de Garvin
A la edad de 15 años el amor tocó la puerta de Garvin y empezó una relación de pareja con Johanna. Sin embargo, una enfermedad atacó a su compañera y tras 18 meses de enamoramiento, ella tuvo que dejar su país natal y migrar a Inglaterra para salvar su vida. “Desafortunadamente mi chica se enfermó con una enfermedad muy rara. Se trata de una enfermedad genética en la que le salieron quistes en la mucosa del pulmón y prácticamete si no se la trataba, moría” recuerda.
Con todo esto, el interés de Garvin por seguir los pasos de su tío, quien además de ser director de La Salle era lingüista, quedó en el pasado. “Me gustaba mi idioma, quería estudiar mi idioma, pero además quería ser profesor y lingüista. Eso era lo que yo quería, pero Dios quiso otras cosas”, añade.
Así pasó la historia de amor del padre Garvin, quien cuenta que hace ocho años atrás viajó a su pago para estar con su familia. Y fue justamente en ese viaje que la madre de su ex enamorada lo buscó y le dio la mala noticia de que Johanna murió, pero como siempre ella lo recordaba, quiso que él celebrase la misa de su despedida.“Pese a que era casada, siempre te ha respetado mucho”, le dijo la madre de Johanna a Garvin, por lo que el padre accedió a celebrar la misa de entierro de su ex enamorada. “Después del funeral hablé con su esposo y me dijo, ‘Garvin ella siempre se recordó de ti”, dice el padre con mirada nostálgica.
La abuela que amó a Bolivia
Pero su pasión y decisión de entregar su vida a Dios, así como de servir al prójimo, tuvo también mucho que ver con su “abuela”, a la que llama así de cariño. Se trataba en realidad de la persona que ayudaba a su verdadera abuela en los quehaceres del hogar y en la tienda que ella tenía.“Félix, el papá de mi padre, murió a los 30 años y le dejó a mi abuela con seis hijos. Mi abuela tenía en ese entonces una tienda, que tenía que estar abierta desde las cinco de la mañana hasta las 11 de la noche y si cerraba, le quitaban. Entonces mi abuela para mantener a seis hijos tenía que tener sí o sí a alguien para atender la tienda y poder atender a los niños”, explica.
Mariana es el nombre de aquella mujer a la que Garvin llegó a llamar abuela, pues le tomó gran cariño al ver lo que hacía para ayudar a Bolivia. “El amor que tenía por Bolivia esta mujer, sin nunca conocer o si quiera saber dónde quedaba”, expresa efusivamente. Cuenta que si ella ganaba el valor de 100 bolivianos, donaba 80 y se quedaba tan solo con 20, lo mínimo para sobrevivir. Dice que él la veía vivir tan solo con un pan y agua durante dos o tres días, pero ella se sentía realizada si lograba donar algo para que envíen ayuda a Bolivia.
Al consultarle porqué hacía eso su abuela cuando no tenía las condiciones para hacerlo y ni siquiera conocía a este país, dice que ella escuchaba hablar a los padres carmelitas malteces sobre Bolivia y cómo contaban de la pobreza que había en esta parte del mundo.“La gente era solidaria y no podemos ni siquiera imaginar. Recolectaba ropa, la lavaba, la planchaba y la arreglaba para enviarla a Bolivia. Entregaba todo, viviendo en la miseria”, recuerda.
Su sueño
Habiéndose formado desde los 18 hasta los 30 años en la iglesia Católica y pasado por países como Italia y Estados Unidos, Garvin logró durante esos 12 años varios títulos, como la licenciatura en humanidades, la licenciatura en teología, una maestría en teología pastoral y otra maestría en psicología y espiritualidad.Sin embargo, para él esto no es lo que más importa. “Yo no estoy aquí para recibir el qué bien de la gente, yo estoy aquí para cumplir la misión que Dios me dio y la primera misión es anunciar la buena noticia, eso es lo más importante y vivir lo que tengo que vivir, como consagrado, como hermano carmelita”, afirma al asegurar que está agradecido de formar parte de esa familia religiosa, que posee una trayectoria de vida espiritual de más de 800 años.Para finalizar, Garvin aclara que está al servicio de la comunidad y de lo que le instruyan sus superiores, pero mientras todo siga igual, él ansía consolidar un hogar para la comunidad en un terreno, que pudo comprar gracias al apoyo de sus padres. Éste se encuentra ubicado en la comunidad de La Victoria.
TRANSICIÓN A LA IGLESIA Y SUS RETOS EN TARIJA
El reto
Garvin dice que los primeros años a cargo de la fiesta de San Roque fueron un reto, ya que se sorprendía cuando veía las peleas de los chunchos, los conflictos, las cuestiones de organización. Hoy dice que sigue siendo difícil, pero ahora hay al menos unas 100 personas que apoyan la fiesta
El lingüista
Garvin cuenta que de adolescente quería estudiar la profesión de su tío, es decir, ser lingüista y estudiar su idioma para ser profesor, pero con todos los sucesos que pasaron en ese periodo, dejó esa aspiración y finalmente tomó la determinación de entregar su vida al servicio de Dios.
La Iglesia
A los 31 años, el padre Garvin llegó a Tarija para ser el párroco de la iglesia San Roque, desde donde ha podido conocer a los tarijeños y a su cultura. Recuerda que su estadía durante los primeros años fue difícil, pero ahora ya está mucho más familiarizado y “experto” en la fiesta grande.