Tarija de antaño
La salud pública y los pocos médicos en la antigua Tarija
En la Tarija de antaño no existía un buen servicio de Sanidad Pública, incluso durante algún tiempo se instaló una oficina en la planta baja de la prefectura que fue atendida por Fermín Ávila, quien vacunaba y realizaba curaciones ligeras
Todos recuerdan a la antigua Tarija con mucha añoranza y pocos son los que puntualizan en sus necesidades. Hoy más que nunca los recuerdos de antaño destacan y las nostalgias por la antigua Tarija crecen. Pero un tema del que poco se ha hablado es de la salud pública de años antes.
Cuentan que durante los años 1925 y 1930 hasta la década del 40 había pocos médicos en la ciudad, especialmente tarijeños, pues apenas eran dos los doctores: Arturo Molina Campero y Deterlino Caso. Ellos gozaban de mucha nombradía.
Luego estaban los doctores Alberto Baldivieso, oriundo de Tupiza, pero “avecindado” y casado en Tarija. Cuenta el escritor Agustín Morales Durán en su libro “Estampas de Tarija” que era un prestigioso galeno que curó a varias generaciones alcanzando el respeto y el aprecio de toda la población.
También estaba el doctor Alberto Ostria Gutiérrez, sucrense, pero también residente y entroncado con familias del lugar. También Morales habla de un doctor Loria que casi siempre oficiaba de médico forense. Cuenta además que ocasionalmente venía de Sucre un oculista, el doctor Vaca Guzmán.
Estos cinco o seis médicos fueron prácticamente los únicos que atendieron la salud del pueblo, sea en el hospital, consultorios o en la misma casa de los enfermos. Más aún, un poco antes del año 1932 aparecieron otros y durante la Guerra la ciudad se llenó de médicos que vinieron del norte aunque con la principal finalidad de atender a los movilizados.
Relatan que varios instalaron sus consultorios y atendían al público, había muy buenos. Entre estos podemos citar a los doctores Bilbao La Vieja, Debbe. Farah, Aniceto Solares y en fin varios otros que una vez terminada la contienda retornaron a sus ciudades, quedándose algunos.
También fue importante la contribución de otro médico chuquisaqueño, el doctor Genaro Villa, especialista en paludismo. Luego el entonces joven Doctor Ortega.
Morales detalla que existían dos a tres dentistas entre los que estuvieron los doctores Rafael Suárez T, Gustavo Auza, Carlos Serrano, pero con el transcurrir de los años se fueron instalando otros jóvenes como los doctores Jorge Paz, Juan Colodro y Ariel Morales.
De acuerdo al escritor no existía un buen servicio de Sanidad Pública, incluso durante algún tiempo se instaló una oficina en la planta baja de la prefectura que fue atendida por Fermín Ávila, quien vacunaba y realizaba curaciones ligeras. Recién desde el año 1936 se estableció la sanidad en una casa particular en la calle Aniceto Arce, detrás de la iglesia Matriz, donde funcionó durante muchos años, preocupándose más por el paludismo.
Las farmacias de la antigua Tarija
En la cura de los tarijeños también jugaron importante rol las farmacias. Éstas siempre fueron instituciones de mucho respeto en la ciudad de Tarija y en el resto del país, pues cocinaban cierta magia que las hacía únicas. En ellas no sólo se vendían medicamentos, sino también se diagnosticaban varias enfermedades, y no podía faltar la mano de charla y consejos que antecedía a todo esto.
Desde pasados años si alguien tenía alguna dolencia lo único que hacía era ir a la botica y era ahí donde tenía todas las probabilidades de encontrar la respuesta. También hubo mucho de aquellos farmacéuticos que preparaban medicinas únicas, como si de una magia se tratara. Esta práctica en su tiempo fue muy exitosa.
Para la mayoría de los tarijeños de antaño, que recuerdan este pasaje del pago, había algo que destacaba a estas antiguas instituciones y esto se resumía en “las ganas de ayudar al prójimo”.
“Recuerdo que había una farmacéutica, cuyo esposo era un doctor, por lo que él tras una revisión nos recetaba sin cobrarnos, así que de la farmacia que quedaba cerca a la plaza principal ya salías con el remedio. Era realmente algo muy bueno. Lejos de tanta norma y malas intenciones, antiguamente había mucha bondad”, recuerda Lucinda Terán, una cochabambina que se mudó a Tarija desde hace 60 años por motivos de trabajo.
Para la historiadora Lupe Cajías las farmacias siempre mantuvieron un aire de misterio y alquimia. Según escribe en su columna “Desde la Tierra”, “antiguamente las boticas eran barberías y centros de conspiración y susurros, letra de tango y confidencia de coquetas porque esos sitios conocían sus secretos”.
Agrega que dichas instituciones tienen una particular historia en Bolivia, desde la fundación de esa carrera a fines del Siglo XIX, como rama independiente de la Medicina, y mantuvieron un aire de misterio y alquimia.
Las nostalgias de las farmacias en Tarija
En Tarija, antiguamente a las farmacias se las llamaba boticas, eran tres o cuatro siendo la principal, más grande y conocida -especialmente por gente pobre- “La Cruz Roja” de don Justino López. Ésta se encontraba situada a media cuadra de la plaza principal en la calle General B. Trigo.
Según relata el escritor Agustín Morales en su libro “Estampas de Tarija”, “La Cruz Roja” constituía una institución de salud porque atendía permanentemente con inmenso surtido de drogas, remedios y artículos anexos. El boticario era colaborado por su hermano don Eulogio o sus hijos, además de muchos empleados.
Según recuerda Luisa Carrillo de 90 años, don Justino fue infatigable, laborioso, y esforzado boticario que se lo encontraba día, noche, y feriados atendiendo a la extensa clientela.
Cuenta Morales en su escrito que el establecimiento fue el más grande de la ciudad, pues poseía cuatro puertas sobre la calle, amplios mostradores, estanterías, laboratorios y sección cosméticos, revistas y varios.
Según el escritor casi nunca faltaba el remedio para la receta que se buscaba, aunque también se detalla que fueron tiempos en los que toda receta se la preparaba desde sus mínimos componentes. “No faltaban remedios importados. Nunca volvió a existir en Tarija una farmacia y droguería igual”, dice Lucinda.
Pero en su documentación Morales también registra la existencia de otras farmacias más pequeñas como la botica de Don Moisés Navajas, que si bien era surtida se abría esporádicamente y cerró definitivamente antes de la guerra.
Luego señala otra relativamente grande, antigua e importante que era la de don Enrique Borda, ubicada a media cuadra de la iglesia San Francisco en la calle La Madrid. Más aún, cuentan que al morir el propietario ésta cerró para siempre.
También existió “La Guadalquivir” de don Deterlino Caso, ubicada frente a la Recova sobre la calle Sucre, ésta era atendida por su propietario que fue médico y sus hijas. Según escribe Morales ésta tenía una llamativa característica, pues exhibía frascos de colores.
Pero en este cúmulo de recuerdos a Luisa se le vienen a la memoria otras boticas, así recuerda a la farmacia “La Salud” de don Alberto Arce, que después fue vendida a don Alberto Rodo Pantoja, quien era más poeta que boticario. Esta botica estaba ubicada en la esquina Sucre e Ingavi.
Finalmente estaba la botica de don Mario Martínez que abría sus puertas en la plaza principal y que más servía como centro de reunión de los principales caballeros de la ciudad, atendiendo solo recetas que las preparaba el mismo propietario, que fue uno de los pocos boticarios titulados, un caballero sucrense enraizado en el pago, casado y con muchos hijos en la ciudad.
La llegada de las cadenas de farmacias
Años más tarde en Tarija las boticas pasaron a llamarse farmacias, las nuevas normas restringieron su acción. Con los años y en los últimos tiempos llegaron las grandes cadenas farmacéuticas, que de cierta manera quitaron mercado a las pequeñas farmacias de barrio, por lo que muchos de estos emprendimientos a nivel local y nacional terminaron por cerrarse.
De acuerdo a Cajías en 2015 la tradicional “Farmacia Oruro”, heredera de la pionera “Farmacia Bristol”, anunció el cierre de su atención a los clientes en el centro histórico paceño. “Poco antes, otra botica pequeña cerró sus puertas cerca de la Plaza Murillo y una de las más antiguas, la “Farmacia Colón”, su puso en venta”.
Para los pobladores que recuerdan la alquimia de las farmacias antiguas el paso del tiempo ha enterrado un gran valor. Cajías resume este fenómeno de la siguiente manera “Los nuevos empleados de las farmacias modernas no conocen a nadie, hay que sacar ficha para una apurada atención, (…). Nadie se queda a charlar y hay que contentarse con la oferta de un sorteo, con algún premio que nunca toca”.