Se vendía leche al pie de la vaca puerta a puerta
El movimiento citadino y los jinetes en una Tarija de cuento
A la "oración" y llegando la noche, eran los muchachos quienes daban bulla y vida, especialmente en las esquinas bien alumbradas de las plazas y plazuelas, también en los atrios de las iglesias y solares, con juegos y correrías



El movimiento de la Tarija tranquila se extraña más que nunca debido a los tiempos en los que vivimos. Pero más aún, lo extrañan los adultos mayores que vivieron en la época de la Tarija de antaño, un tiempo donde la paz era un don diario de esta ciudad.
Así lo cuenta Carmen Suárez, quien recuerda que antiguamente los paseos en las añejas calles eran el aire “que alimentaba el alma”. Cuenta que las plazas y las puertas de las casas tomaron mucho protagonismo, pues eran estos lugares los centros de reunión.
Carmen recuerda que por el centro y desde diferentes latitudes aparecían los escolares, luego los empleados públicos, los comerciantes, en fin, todos daban movimiento y animación a la ciudad, especialmente en su parte central.
“La actividad no cesaba hasta después del mediodía, hora en la que se notaba cierta tranquilidad. Pues las gentes almorzaban o descansaban, pero en verano aún en estas horas se veía a mucha gente que iba y venía de los agradables baños en nuestro hermoso río Guadalquivir”, recuerda.
Pero no solo había movimiento en las mañanas, pues según escribe Agustín Morales Durán en su libro “Estampas de Tarija” en las tardes también el deambular los animaba, casi siempre se notaba movimiento en calles y plazas.
A la "oración" y llegando la noche, eran los muchachos quienes daban bulla y vida, especialmente en las esquinas bien alumbradas de las plazas y plazuelas, también en los atrios de las iglesias y solares, con juegos y correrías.
Más aún, estos juegos terminaban temprano, porque en esos tiempos pasadas las ocho de la noche ya se consideraba tarde, aunque hay quienes dicen que en las noches de retreta las salidas se prolongaban un poco más. “Cuando había retreta todos dábamos vuelta la plaza, una y otra vez en grupos de amigos”, dice Lucía Álvarez.
Cuenta Carmen que eran contados los vehículos motorizados que transitaban por nuestras calles, sin embargo, había algunos coches y camiones. Agustín Morales recuerda a los famosos "citroenes" de los hermanos Lema "Ulupica" y "Tiznao”. Más aún, dice que el que llamaba la atención era un extrañísimo y lujoso auto "Ford" modelo 1927 del hombre más acaudalado de Tarija: don Moisés Navajas.
Este vehículo aparecía muy rara vez para trasladar a su dueño y esposa de su principesca mansión hasta su chalet, o a su misterioso parque propio o a algunas de sus herméticas quintas en las afueras de la ciudad.
También es muy recordado uno de los grandes camiones "White" del gringo Gamba y otros de un señor Zanabria, que ingresaban haciendo bufar su estridente motor y bocina.
El protagonismo de los burros
Pero al movimiento citadino se añadía el de los simpáticos burritos en los que nuestros gentiles chapacos traían las provisiones de leña y otras cargas para ser vendidas en la ciudad.
Relata el escritor que éstos no faltaban en las calles, plazas y cercanías de la Recova (mercado principal); pero también estaban los lindos y briosos caballos montados por gente más pudiente o viajeros que iban hacia sus fincas.
“Tampoco faltaban en las mañanas algunas vacas y burras lecheras, llevadas por campesinas que recorrían de puerta en puerta ofreciendo leche al pie de la vaca o la burra negra, lo último como remedio para ciertos males" apunta Morales.
También es muy recordado uno de los grandes camiones "White" del gringo Gamba y otros de un señor Zanabria, que ingresaban haciendo bufar su estridente motor y bocina
Cuenta que resultaba interesante recibir “Servicio domiciliario" de fresca leche, pues campesinas conocidas de los alrededores llevaban las ubres hasta el interior mismo de los patios caseros y ordeñaban en presencia de la clientela una espumosa y calentita leche para tomarla de inmediato.
“La leche de burra negra era ordeñada y vendida en unos vasitos chiquitos y seguramente por receta”.
Cuenta Carmen que para la "burrada y caballada" casi en todas las casas habían grandes corrales en las partes posteriores, especialmente en los barrios alejados. Allí solían ir los muchachos traviesos a montar, jinetear y molestar a los caballos, yeguas y burros.
Por unos tragos en caballo
La mayoría de la gente tenía burros o caballos para utilizarlos en viajes cuando se presentaba la ocasión. Pero, el escritor recuerda que había personajes populares y conocidos que siempre andaban a caballo aunque sea para ir a comprar algo o a la misa. O incluso para subir a la calle ancha a beberse unos mates de buena chicha.
Cuentan que un cuadro común era ver al “loco Morales” aparecer borracho sobre su alazán por la plaza y otros lugares, ya todos lo conocían. Cuentan que podía dormirse sobre el animal sin ningún peligro.
También había otros temibles jinetes que daban sustos a la gente cuando convertían a las plazas y calles en pistas de carreras. Entraban al galope espantando a todo quien esté paseando tranquilo y distraído.
Apuntes sobre la temática
Transporte
La mayoría de la gente tenía burros o caballos para utilizarlos en viajes cuando se presentaba la ocasión.
Corrales
Casi en todas las casas había grandes corrales en las partes posteriores, especialmente en los barrios alejados. Allí solían ir los muchachos traviesos a montar y jinetear.
Leche de burra
Se vendía en la puerta de la casa, leche de burra negra. “La leche de burra negra era ordeñada y vendida en unos vasitos chiquitos y seguramente por receta”.