¿Populismo o socialismo? Los procesos políticos en sus contradicciones
“Es la distribución de la propiedad y el ingreso, el control de los medios de producción, las políticas de desarrollo industrial y comercial, la generación permanente de empleo, la creación sostenida de riqueza, lo que hace que la pobreza desaparezca. Faltando esa dimensión estructural el...
“Es la distribución de la propiedad y el ingreso, el control de los medios de producción, las políticas de desarrollo industrial y comercial, la generación permanente de empleo, la creación sostenida de riqueza, lo que hace que la pobreza desaparezca. Faltando esa dimensión estructural el alivio a la pobreza es temporal y contingente a la disponibilidad de fondos públicos que lo financien”.
Esa es una síntesis que realiza Luis Javier Mejía, colombiano con doctorado en economía, sobre la diferencia de fondo entre el populismo y el socialismo. El primero es más discursivo, y aunque una vez en el poder puede aplicar medidas en favor de las mayorías empobrecidas, le falta un elemento de transformación estructural profunda que garantice que los cambios y mejoras sociales sean permanentes y evolucionen constantemente.
En un esfuerzo por entender las perspectivas de transformación real y estructural de una sociedad, particularmente las latinoamericanas bajo los regímenes progresistas de este siglo XXI, Mejía explica que el populismo “es un discurso que se usa para llegar al poder” apelando a “las emociones y sentimientos de las masas” respecto a temas como la desigualdad, la pobreza, la falta de vivienda, salud, educación, alimentos, etc.
“Pero no es un programa de gobierno, ya que, una vez en el poder, el político populista puede ir en cualquier dirección. Es un discurso de oportunidad, dependiente de la vida y la fortuna política de un caudillo, un movimiento o un partido”, agrega.
[caption id="attachment_248438" align="alignnone" width="469"] Se apela a las frustraciones nacionales para obtener apoyo de las clases populares[/caption]
Populismos y populismos
Al respecto, hace una distinción entre dos tipos de populismo en particular: el distributivo y el acumulativo. En el populismo distributivo “la facción de la clase dirigente que controla el poder lo usa primariamente para distribuir la riqueza social entre las masas o la clase baja de la sociedad”.
En tanto que en el populismo acumulativo los gobernantes usan el poder “primariamente para acelerar y consolidar el proceso de concentración de la riqueza en pocas manos”.
En ambos casos, la facción en el poder puede usar éste también con otros propósitos, “como enriquecerse y enriquecer a sus allegados, crear un régimen de subsidios y ayudas a las facciones por fuera del poder para comprar su aquiescencia, promover los intereses nacionales o entreverarlos con los de otros países, favorecer un sector de la economía a expensas de otro, hacerle ajustes al modelo predominante de desarrollo nacional, etc.”.
En ese sentido, también en ambos casos, el enfoque es fundamentalmente el momento inmediato y la reproducción del poder. “Hacer que el sistema de producción continúe creando riqueza no es parte necesaria de la propuesta populista de gobierno”, aunque reconoce que esto no quita la importancia “de poner pan en la mesa y techo sobre la cabeza de los pobres, aunque solo sea por un tiempo”.
El socialismo, en cambio, “es un programa de gobierno; ofrece una transformación de la manera como la sociedad produce y reparte los frutos del trabajo de todos; si es efectivo va a acabar con la pobreza como condición de la mayoría de la población y a cambiar las relaciones de poder entre los miembros de esa sociedad”.
Pero también reconoce que el populismo (incluso como discurso) puede tener un papel positivo en las transformaciones políticas que ocurren cuando las clases subalternas adquieren conciencia de la discriminación, marginalización y sumisión en que han vivido y se organizan y movilizan para corregirlas.
Sin embargo, enfatiza que la tarea de los líderes socialistas “va a ser la distribución de la riqueza y el ingreso de una manera sostenible, duradera, con un enfoque a largo plazo. Si ellos quiebran la economía han fracasado”.
Populismo, discurso y poder
Mejía habla del populismo desde dos puntos de vista: uno como un discurso usado por un político para despertar las emociones de las clases subalternas y mantenerlas unidas alrededor de su nombre, y otro como las decisiones de gobierno que toma el político populista cuando llega al poder.
Como discurso, el populismo enfatiza los temores, ansiedades, incertidumbre, resentimientos, ilusiones y otros aspectos vivenciales de las clases explotadas, y combina una variedad de temas.
Por ejemplo, la incompetencia y corrupción de la clase dirigencial, de empresarios y gobernantes de turno, la promesa de corregir los fracasos y gobernar para y con el pueblo, la grandeza de la nación y el pueblo, los enemigos internos y externos que ponen en peligro la grandeza de la nación y el bienestar del pueblo, la nostalgia de un pasado que fue mejor, la restauración de ese pasado en condiciones aún mejores y con énfasis en los beneficios que se obtendrán, etc.
“Cuando estos temas se mezclan se logra un discurso de alto contenido emocional”, que para mayor efecto se canaliza contra “los que han disfrutado del poder hasta el momento o algún grupo que en el imaginario popular sea responsable de la mala situación del momento”.
Según la enseñanza que deja la historia, una vez en el poder, los políticos populistas pueden ir “en cualquier dirección: uno pondrá su poder al servicio de la clase dirigente que había denunciado, otro lo pondrá a servir los intereses de las masas (según su leal saber y entender), y el más práctico tratará de hacer un gobierno que combine ambas cosas”.
En este sentido, el populismo es compatible con cualquier política económica (estatista, neoliberal, entreguista, proteccionista, etc.) y también con cualquier tipo de organización política, democrática o antidemocrática. “Lo que permanece constante es la manipulación de las masas para mantenerlas en estado de agitación emocional y de rechazo a sus enemigos” con el fin de preservar el poder, afirma Mejía.
Como ejemplo cita los casos del chavismo en Venezuela y de Trump en EEUU. Donald Trump “entregó el gobierno estadounidense a la banca y a la industria extractiva que había denunciado en su campaña y con la ayuda del Partido Republicano ha tomado la iniciativa para neutralizar los avances sociales y políticos populares de los últimos gobiernos”.
Y sus esfuerzos por excluir al Partido Demócrata de la toma de decisiones, atacar a los medios de comunicación, obstaculizar el libre ejercicio del voto, y “debilitar las instituciones de ‘salvaguardias y contrapesos’ (checks and balances) indican sus inclinaciones antidemocráticas”.
[caption id="attachment_248439" align="alignnone" width="393"] Trump, Bolsonaro y otros populistas contemporáneos de derecha[/caption]
En contraposición, Hugo Chávez creó un sistema de subsidios generosos para la alimentación, la vivienda, la salud y la educación de las clases bajas, mientras “al mismo tiempo intentaba debilitar la influencia de las clases media y alta por medio de una reforma agraria improvisada y una política de expropiaciones de empresas industriales y comerciales caprichosa y errática”.
Y “aunque el régimen chavista ha sufrido una oposición innecesariamente obstruccionista, la aplicación de tácticas similares a las trumpianas indica un sesgo antidemocrático que no es corregido por las organizaciones populares de respaldo al gobierno. Estas combinan tareas de coordinación local de los programas de alivio a la pobreza con las de grupo de choque paramilitar, pero para su funcionamiento interno no han institucionalizado mecanismos para dar voz y voto a sus beneficiarios o miembros”, afirma Mejía.
Sobre izquierdas y derechas
En Bolivia, Venezuela, Brasil, y demás países latinoamericanos, se hace mucha referencia a los términos “izquierda” y “derecha” desde uno y otro bando para descalificar al oponente y para posicionarse políticamente.
Para intentar clarificar el contenido de dichos conceptos, el economista colombiano explica que éstos son una simplificación de lenguaje “que nos permite referirnos a las prioridades aparentes de gobiernos, partidos, instituciones, organizaciones, individuos”.
En forma simple, se llama de derecha a quienes están de acuerdo con que los intereses de la clase dominante –quienes controlan el poder y los medios de enriquecimiento- tengan prioridad. Y se llama de izquierda a quienes consideran que los intereses de las clases explotadas deben tener prioridad.
También se dice que la derecha está a favor del “statu quo” (o sea mantener las cosas como están), mientras que la izquierda busca un cambio del “statu quo”, sin importar cuál es el sistema económico o político de ese statu quo.
“Así, pinochetistas chilenos, franquistas españoles, estalinistas soviéticos y castristas cubanos, por estar en el poder, reprimir las ideas de cambio y tener interés en el mantenimiento del statu quo eran considerados de derecha, mientras que sus opositores eran considerados de izquierda”, explica Mejía esta segunda interpretación.
Ambas palabras son útiles y dan una idea general de las posiciones que la gente adopta con respecto a los problemas sociales. Pero al mismo tiempo, “su significado específico es flexible y varía con las circunstancias por las que esté pasando una sociedad”.
Socialismo y populismo
Al igual que otros sistemas, el socialismo tiene un aspecto económico y otro político. En lo económico, el socialismo hace énfasis en la organización de las fuerzas productivas para crear riqueza, distribuirla equitativamente en la población, ocupar a la gente y eliminar la pobreza y la riqueza extremas. Para ello se considera fundamental el control social de los medios de producción.
En lo político, el socialismo se enfoca -teóricamente- en la organización democrática del Estado, con fuerte participación popular en la toma de decisiones. Por ello se considera fundamental la profundización de la democracia entre las clases subalternas, pero también garantizar canales a través de los cuáles estas clases tengan participación e influencia en las decisiones políticas de los gobernantes.
[caption id="attachment_248440" align="alignright" width="284"] El socialismo busca cambios profundos y duraderos en las relaciones políticas, sociales y económicas[/caption]
Para Mejía, hay una diferencia entre el populismo distributivo y la transformación socialista de un país. “Lo primero tiene impacto en la educación, la salud, la alimentación, los beneficios de jubilados e incapacitados para trabajar, las variaciones estacionales de empleo y los índices de pobreza”. En algunos estos aspectos, los gobiernos como el chavista en Venezuela o el de Morales en Bolivia, han mostrado importantes avances.
Sin embargo, recalca que el socialismo implica una redistribución “de la propiedad y el ingreso, el control de los medios de producción, las políticas de desarrollo industrial y comercial, la generación permanente de empleo, la creación sostenida de riqueza”. Sin estos cambios, la reducción de la pobreza es “temporal y contingente a la disponibilidad de fondos públicos que lo financien”.
Es decir, sin cambios estructurales de fondo, las mejoras que se experimentan pertenecen más bien a un régimen populista de tipo distributivo y no así a un socialismo, como se argumenta desde las esferas de poder.
Esa es una síntesis que realiza Luis Javier Mejía, colombiano con doctorado en economía, sobre la diferencia de fondo entre el populismo y el socialismo. El primero es más discursivo, y aunque una vez en el poder puede aplicar medidas en favor de las mayorías empobrecidas, le falta un elemento de transformación estructural profunda que garantice que los cambios y mejoras sociales sean permanentes y evolucionen constantemente.
En un esfuerzo por entender las perspectivas de transformación real y estructural de una sociedad, particularmente las latinoamericanas bajo los regímenes progresistas de este siglo XXI, Mejía explica que el populismo “es un discurso que se usa para llegar al poder” apelando a “las emociones y sentimientos de las masas” respecto a temas como la desigualdad, la pobreza, la falta de vivienda, salud, educación, alimentos, etc.
“Pero no es un programa de gobierno, ya que, una vez en el poder, el político populista puede ir en cualquier dirección. Es un discurso de oportunidad, dependiente de la vida y la fortuna política de un caudillo, un movimiento o un partido”, agrega.
[caption id="attachment_248438" align="alignnone" width="469"] Se apela a las frustraciones nacionales para obtener apoyo de las clases populares[/caption]
Populismos y populismos
Al respecto, hace una distinción entre dos tipos de populismo en particular: el distributivo y el acumulativo. En el populismo distributivo “la facción de la clase dirigente que controla el poder lo usa primariamente para distribuir la riqueza social entre las masas o la clase baja de la sociedad”.
En tanto que en el populismo acumulativo los gobernantes usan el poder “primariamente para acelerar y consolidar el proceso de concentración de la riqueza en pocas manos”.
En ambos casos, la facción en el poder puede usar éste también con otros propósitos, “como enriquecerse y enriquecer a sus allegados, crear un régimen de subsidios y ayudas a las facciones por fuera del poder para comprar su aquiescencia, promover los intereses nacionales o entreverarlos con los de otros países, favorecer un sector de la economía a expensas de otro, hacerle ajustes al modelo predominante de desarrollo nacional, etc.”.
En ese sentido, también en ambos casos, el enfoque es fundamentalmente el momento inmediato y la reproducción del poder. “Hacer que el sistema de producción continúe creando riqueza no es parte necesaria de la propuesta populista de gobierno”, aunque reconoce que esto no quita la importancia “de poner pan en la mesa y techo sobre la cabeza de los pobres, aunque solo sea por un tiempo”.
El socialismo, en cambio, “es un programa de gobierno; ofrece una transformación de la manera como la sociedad produce y reparte los frutos del trabajo de todos; si es efectivo va a acabar con la pobreza como condición de la mayoría de la población y a cambiar las relaciones de poder entre los miembros de esa sociedad”.
Pero también reconoce que el populismo (incluso como discurso) puede tener un papel positivo en las transformaciones políticas que ocurren cuando las clases subalternas adquieren conciencia de la discriminación, marginalización y sumisión en que han vivido y se organizan y movilizan para corregirlas.
Sin embargo, enfatiza que la tarea de los líderes socialistas “va a ser la distribución de la riqueza y el ingreso de una manera sostenible, duradera, con un enfoque a largo plazo. Si ellos quiebran la economía han fracasado”.
Populismo, discurso y poder
Mejía habla del populismo desde dos puntos de vista: uno como un discurso usado por un político para despertar las emociones de las clases subalternas y mantenerlas unidas alrededor de su nombre, y otro como las decisiones de gobierno que toma el político populista cuando llega al poder.
Como discurso, el populismo enfatiza los temores, ansiedades, incertidumbre, resentimientos, ilusiones y otros aspectos vivenciales de las clases explotadas, y combina una variedad de temas.
Por ejemplo, la incompetencia y corrupción de la clase dirigencial, de empresarios y gobernantes de turno, la promesa de corregir los fracasos y gobernar para y con el pueblo, la grandeza de la nación y el pueblo, los enemigos internos y externos que ponen en peligro la grandeza de la nación y el bienestar del pueblo, la nostalgia de un pasado que fue mejor, la restauración de ese pasado en condiciones aún mejores y con énfasis en los beneficios que se obtendrán, etc.
“Cuando estos temas se mezclan se logra un discurso de alto contenido emocional”, que para mayor efecto se canaliza contra “los que han disfrutado del poder hasta el momento o algún grupo que en el imaginario popular sea responsable de la mala situación del momento”.
Según la enseñanza que deja la historia, una vez en el poder, los políticos populistas pueden ir “en cualquier dirección: uno pondrá su poder al servicio de la clase dirigente que había denunciado, otro lo pondrá a servir los intereses de las masas (según su leal saber y entender), y el más práctico tratará de hacer un gobierno que combine ambas cosas”.
En este sentido, el populismo es compatible con cualquier política económica (estatista, neoliberal, entreguista, proteccionista, etc.) y también con cualquier tipo de organización política, democrática o antidemocrática. “Lo que permanece constante es la manipulación de las masas para mantenerlas en estado de agitación emocional y de rechazo a sus enemigos” con el fin de preservar el poder, afirma Mejía.
Como ejemplo cita los casos del chavismo en Venezuela y de Trump en EEUU. Donald Trump “entregó el gobierno estadounidense a la banca y a la industria extractiva que había denunciado en su campaña y con la ayuda del Partido Republicano ha tomado la iniciativa para neutralizar los avances sociales y políticos populares de los últimos gobiernos”.
Y sus esfuerzos por excluir al Partido Demócrata de la toma de decisiones, atacar a los medios de comunicación, obstaculizar el libre ejercicio del voto, y “debilitar las instituciones de ‘salvaguardias y contrapesos’ (checks and balances) indican sus inclinaciones antidemocráticas”.
[caption id="attachment_248439" align="alignnone" width="393"] Trump, Bolsonaro y otros populistas contemporáneos de derecha[/caption]
En contraposición, Hugo Chávez creó un sistema de subsidios generosos para la alimentación, la vivienda, la salud y la educación de las clases bajas, mientras “al mismo tiempo intentaba debilitar la influencia de las clases media y alta por medio de una reforma agraria improvisada y una política de expropiaciones de empresas industriales y comerciales caprichosa y errática”.
Y “aunque el régimen chavista ha sufrido una oposición innecesariamente obstruccionista, la aplicación de tácticas similares a las trumpianas indica un sesgo antidemocrático que no es corregido por las organizaciones populares de respaldo al gobierno. Estas combinan tareas de coordinación local de los programas de alivio a la pobreza con las de grupo de choque paramilitar, pero para su funcionamiento interno no han institucionalizado mecanismos para dar voz y voto a sus beneficiarios o miembros”, afirma Mejía.
Sobre izquierdas y derechas
En Bolivia, Venezuela, Brasil, y demás países latinoamericanos, se hace mucha referencia a los términos “izquierda” y “derecha” desde uno y otro bando para descalificar al oponente y para posicionarse políticamente.
Para intentar clarificar el contenido de dichos conceptos, el economista colombiano explica que éstos son una simplificación de lenguaje “que nos permite referirnos a las prioridades aparentes de gobiernos, partidos, instituciones, organizaciones, individuos”.
En forma simple, se llama de derecha a quienes están de acuerdo con que los intereses de la clase dominante –quienes controlan el poder y los medios de enriquecimiento- tengan prioridad. Y se llama de izquierda a quienes consideran que los intereses de las clases explotadas deben tener prioridad.
También se dice que la derecha está a favor del “statu quo” (o sea mantener las cosas como están), mientras que la izquierda busca un cambio del “statu quo”, sin importar cuál es el sistema económico o político de ese statu quo.
“Así, pinochetistas chilenos, franquistas españoles, estalinistas soviéticos y castristas cubanos, por estar en el poder, reprimir las ideas de cambio y tener interés en el mantenimiento del statu quo eran considerados de derecha, mientras que sus opositores eran considerados de izquierda”, explica Mejía esta segunda interpretación.
Ambas palabras son útiles y dan una idea general de las posiciones que la gente adopta con respecto a los problemas sociales. Pero al mismo tiempo, “su significado específico es flexible y varía con las circunstancias por las que esté pasando una sociedad”.
Socialismo y populismo
Al igual que otros sistemas, el socialismo tiene un aspecto económico y otro político. En lo económico, el socialismo hace énfasis en la organización de las fuerzas productivas para crear riqueza, distribuirla equitativamente en la población, ocupar a la gente y eliminar la pobreza y la riqueza extremas. Para ello se considera fundamental el control social de los medios de producción.
En lo político, el socialismo se enfoca -teóricamente- en la organización democrática del Estado, con fuerte participación popular en la toma de decisiones. Por ello se considera fundamental la profundización de la democracia entre las clases subalternas, pero también garantizar canales a través de los cuáles estas clases tengan participación e influencia en las decisiones políticas de los gobernantes.
[caption id="attachment_248440" align="alignright" width="284"] El socialismo busca cambios profundos y duraderos en las relaciones políticas, sociales y económicas[/caption]
Para Mejía, hay una diferencia entre el populismo distributivo y la transformación socialista de un país. “Lo primero tiene impacto en la educación, la salud, la alimentación, los beneficios de jubilados e incapacitados para trabajar, las variaciones estacionales de empleo y los índices de pobreza”. En algunos estos aspectos, los gobiernos como el chavista en Venezuela o el de Morales en Bolivia, han mostrado importantes avances.
Sin embargo, recalca que el socialismo implica una redistribución “de la propiedad y el ingreso, el control de los medios de producción, las políticas de desarrollo industrial y comercial, la generación permanente de empleo, la creación sostenida de riqueza”. Sin estos cambios, la reducción de la pobreza es “temporal y contingente a la disponibilidad de fondos públicos que lo financien”.
Es decir, sin cambios estructurales de fondo, las mejoras que se experimentan pertenecen más bien a un régimen populista de tipo distributivo y no así a un socialismo, como se argumenta desde las esferas de poder.