Una carta inesperada

Ya pasó el Día de la Madre, hubo un montón de regalos, millones de frases célebres, tazas, llaveros, lapiceros y demás cosas que intentaron alegrar su día, miles de mensajes de WhatsApp, el Face que explotó, Instragram estuvo lleno de corazones y besos. Y, ella que, a pesar que nos...

Ya pasó el Día de la Madre, hubo un montón de regalos, millones de frases célebres, tazas, llaveros, lapiceros y demás cosas que intentaron alegrar su día, miles de mensajes de WhatsApp, el Face que explotó, Instragram estuvo lleno de corazones y besos.

Y, ella que, a pesar que nos fuimos de su casa, siempre nos espera; ella, que siempre tiene una caricia inesperada para nosotros; ella que odia a la mujer que le arrebató a su ser querido y siempre tiene un consejo bajo la manga o un plato de comida listo para ser servido.

Algunas preguntas resoplan mi mente mientras escribo esta especie de carta inesperada, ¿Cuánto le debo? ¿Qué influencia tuvo en mí? ¿Cómo puedo agradecerle? A ella le debo esos consejos de primera mano, le debo esos aprendizajes recibidos desde que aprendí a caminar hasta ahora, le debo mi carácter, le debo mi alegría, a ella, le debo la vida.

Ahora que veo a mi esposa sentarse horas y horas, explicándoles a mis hijos, la existencia de Dios o cómo se fabrica un lápiz, como se hace el chocolate, para que sirven los fósforos, el proceso que consigue formar el jabón o cómo no burlarse de sus amiguitos cuando les ganan. Recuerdo esas mismas respuestas que mamá me decía cuando tenía apenas seis años.

Ella que solo espera que un día cualquiera llegues sin avisar, ella que solo quiere ese abrazo inesperado o que algún domingo llegues con el periódico, una taza de café y entables una charla cualquiera, comentándole que ese lápiz te hace firmar cheques, que ese chocolate te calienta en las mañanas, que los fósforos producen el fuego que calienta tu hogar, que el jabón te saca las bacterias, que se puede perder o ganar en la vida; y que, gracias a Dios, ella está a tu lado todavía.

Ella que nunca quiso perderte, pero lo acepta por verte feliz. Ella solo espera que algún momento, un día cualquiera la abraces y le susurres al oído: Mamá te amo, no quiere mensajes por WhatsApp, ni tarjetas en el Face, ni sus fotos en Instagram, ni regalos costosos, simplemente un beso, un beso que la haga feliz.

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