Reflexiones desde el Cursillo El sacrificio de la cruz

Hemos tenido presente la pasión de Jesús, hemos vuelto a recordar paso a paso, todos sus sufrimientos; la traición de su apóstol que había caminado con El, que había compartido todos sus momentos y de pronto pudo más la ambición y lo entregó a sus enemigos.Recordemos la dolorosa...

Hemos tenido presente la pasión de Jesús, hemos vuelto a recordar paso a paso, todos sus sufrimientos; la traición de su apóstol que había caminado con El, que había compartido todos sus momentos y de pronto pudo más la ambición y lo entregó a sus enemigos.Recordemos la dolorosa experiencia del huerto de los Olivos, la lucha de su humanidad frente al dolor de la crucifixión y sobretodo el peso inimaginable de los pecados de los hombres cargados sobre El, el único puro, el único santo.Tres eran los sentimientos que afligían el corazón del Redentor: Tristeza, terror, abatimiento; la tristeza era el sentimiento dominante como lo declaró el mismo Señor:”Triste está mi alma hasta la muerte”.  Sumido en esta mortal tristeza, tembloroso de espanto, profundamente abatido, necesitaba el alivio de la oración y pide al Padre:”No se haga mi voluntad sino la tuya”, es un ejemplo para nosotros de una obediencia profunda.El Viernes Santo día de dolor, hemos recorrido al menos mentalmente junto a Jesús, el doloroso camino hacia el calvario con la cruz a cuestas; El inherente, cargando con el peso de nuestras culpas, así cayendo una y otra vez sobre la tierra, bajo los golpes de los verdugos llegó a la cima del calvario para sufrir el más cruel de los suplicios, la crucifixión.  En medio de esta  cruel agonía pidió al Padre: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”.   Que lejos estamos de parecernos al Maestro, cuando nos lastiman solo maldecimos.Todos estos acontecimientos nos estremecen el alma, al recordar la brutalidad con la que martirizaron al Señor, pero todo esto, ¿Serán para nosotros momentos de emotividad y luego el olvido, la indiferencia para volver a recordar el próximo Viernes Santo?. El Señor solo quiere que respondamos a su sacrificio, El quiere nuestra conversión, nuestro cambio de vida, que ya no nos hagamos daño unos a otros, que nos miremos como hermanos, que vivamos con amor lo que significa sin engaños, sin envidias, sin injusticias.Cristo es el supremo dechado y el prototipo de toda virtud y perfección moral.  En El se aprende a detestar el pecado y se cobra aliento para aspirar a aquel ideal de suprema justicia delineado en las bienaventuranzas que se han encarnado en Jesús crucificado: la suma pobreza en su desnudez, el hambre y la sed de justicia en su sed abrasadora, la aflicción en su tremendo desamparo, la persecución en todo el proceso de la pasión.La mansedumbre brilló en medio de tantos ultrajes; la limpieza de corazón en su odio al pecado, el amor a la paz en la pacificación de Dios y los hombres, la misericordia en el perdón otorgado al buen ladrón.Todos los años, visitamos las iglesias para adorar a Jesús Sacramentado, allí las manos de quienes arreglaron ese altar, han puesto toda su capacidad y su esfuerzo para hacer un lugar digno de la presencia y de la realeza de Dios.En cada iglesia admiramos los detalles y la hermosura de cada altar.  Creo que al Señor le gusta y se complace en permanecer en ese lugar, que con tanto esmero han preparado sus hijos.Este es un claro ejemplo de cómo tenemos que limpiar nuestra conciencia con una sincera confesión, debemos adornar nuestra alma y nuestro corazón con las flores más preciosas, más perfumadas, con rosas de amor, con jazmines de obediencia, con claveles de caridad, con pequeñas y diminutas florecitas de humildad;  preparar un precioso lugar para que el Domingo de Pascua entre y permanezca allí el Redentor.

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