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CUANDO UN HIJO SE VA

El libro del destino tiene renglones chuecos y letra ilegible y cuesta mucho descifrar en el  tiempo el por qué de una partida inesperada. Sencillamente, no hay palabra que explique, no hay luz que ilumine, ni remanso que brinde paz cuando un hijo se va… salvo el entender que se trata de una...

El libro del destino tiene renglones chuecos y letra ilegible y cuesta mucho descifrar en el  tiempo el por qué de una partida inesperada. Sencillamente, no hay palabra que explique, no hay luz que ilumine, ni remanso que brinde paz cuando un hijo se va… salvo el entender que se trata de una misión cumplida, de un tiempo que ha llegado a su fin, de una palabra ya dicha, de una sonrisa ya brindada, de una ternura ya entregada y que en otra dimensión y tiempo, esa presencia no es ausencia, sino vida nueva.

No es posible brindar consuelo a quien se queda con el dolor, a esos que no podrán -todavía por lo menos- resignar la ausencia y el silencio, que de pronto habita desde el dolor del suceso. Vivir pierde la esencia mágica de la alegría, la tibieza de la risa compartida, cuando el alma está congelada en la angustia y cuesta mirar al sol.  No es fácil estar en ese lugar y nadie lo desea. Pero a alguien le toca estar ahí, quizás para entender que nada es eterno y que no somos dueños de la vida. Que el destino siempre es incierto y a veces burlesco… en tanto no se vea más allá y entendamos que venimos por algo, para hacer algo y el final no se lo mide desde el amor que se le ha dado al ser amado, sino desde la aceptación de que hay designios que no podemos comprender y menos aceptar… en tanto no veamos que en la vida nuestro paso es fugaz, porque algunos nacen para estadías con misiones son más cortas y otros, simplemente prolongan su paso  en el tiempo, porque otras misiones son más exigentes o cuesta aceptar finalmente eso.

Nadie enseña la resignación ni la conformidad. Es cuestión de tiempo y de perspectiva. Hay que madurar en el alma la ilusión del reencuentro, sin que el tránsito futuro sea pesado ni cargado de tristeza. Hay que mirar el tiempo que falta con la certeza de que todo pasa y el dolor se transforma en luz para el resto del camino, en templanza para recobrar la esperanza y en ilusión para seguir creyendo que nada está perdido, cuando se ha amado con ese amor entrañable que solo los padres dan y que refleja a Dios en su esencia más pura… hay que seguir caminando, porque quedan todavía otros motivos para seguir viviendo, para seguir brindando amor, para encontrar de nuevo la paz y recibir resignación.

Fuerza amigos, que siempre habrá un hombro ofrecido para apoyarse y seguir… El, no será un recuerdo, sino una presencia viva desde la luz eterna.


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