El MAS en su regresión
El Movimiento Al Socialismo (MAS) es un fenómeno de estudio en todo el continente desde hace una década. Ha sido probablemente el partido más poderoso en un país, por encima del Partido del Trabajadores de Lula o del Frente Para la Victoria de los Kirchner. Reinventado en un momento de crisis...



El Movimiento Al Socialismo (MAS) es un fenómeno de estudio en todo el continente desde hace una década. Ha sido probablemente el partido más poderoso en un país, por encima del Partido del Trabajadores de Lula o del Frente Para la Victoria de los Kirchner. Reinventado en un momento de crisis total de la institucionalidad partidaria en Bolivia, se quedó prácticamente solo desde 2003, cohabitando con una serie de agrupaciones locales o partidos – empresa dirigidos por un mecenas.
El MAS empezó siendo un punto de encuentro en el que sumar demandas al más puro dogma laclaulino, y se convirtió poco a poco en una máquina de ganar elecciones. Su azul gremial, su ascedencia indígena y su poder territorial lo hacían infalible. Era un partido sin ideología, pero sí con reivindicaciones. En 2003 la agenda de octubre se convirtió en un programa de Gobierno, y el Instrumento encontró el acomodo de la intelectualidad de izquierda, los nacionalistas de Condepa y del MNR, los indigenistas y, más allá, algunos marxistas y laboristas.
No duró demasiado. El Instrumento era una herramienta para tomar el poder, no para debatirlo. Nadie podía poner de acuerdo el ultraliberalismo gremial o campesino – por muy solidario comunal que fuera - con las corrientes ecologistas, los leninistas o los puritanos indigenistas. De lo que se trataba era de gobernar.
Cuando el orden horizontal se quebró y el formato sindicalista pasó a ser una buena idea de la que alardear en noches de parrillada, el partido se convirtió en Gobierno, o viceversa, y la toma de decisiones se convirtió en la voluntad de Evo Morales. O de su entorno. Fernando Mayorga dice que Morales era un líder de discurso radical y acción pragmática. Traducido, no hubo tanta revolución detrás de lo verbal.
No le fue mal. Sin revolución, Bolivia creció una década seguida mientras se teorizaban modelos Productivos – Comunitarios para que nadie creyera que lo que funcionaban eran ambiciosas unidades de negocio, prósperas en ausencia del Estado, que redituaban en la familia. O lo vecinos.
En esas, los marxistas tocaron a Gramsci y dijeron que era tiempo de “derrotar y sumar”, aunque más parecía “blanquear y entregar”. El cambio se hizo casi sin avisar, en medio del superciclo hidrocarburífero de 2012 – 2014, pero las consecuencias se sintieron en 2016, y luego en 2019.
De tanto sumar blancoides – muchos de los que hoy siguen colgando selfies y reivindicando sus pititas para tratar de tapar los millonarios negocios. Las palmaditas. Y las parrilladas. – el MAS acabó perdiendo incluso su 50%. Y sí, Evo Morales acabó renunciando a la Presidencia el 10 de noviembre de 2019, obviamente contra su voluntad.
¿Qué MAS había el 10 de noviembre? ¿El 8? ¿El 20 de octubre? El propio Morales había renegado a sus bases y había pedido “caras conocidas”, y aunque se hicieron esfuerzos por no poner candidatos tan declaradamente jailones, o al menos no multimillonarios, las bases del proceso no se integran por ósmosis.
El quiebre constitucional del 10 de noviembre develó esa dicotomía del MAS, entre las bases que no iban a irse a ningún sitio, y los adheridos que dudaron poco en hacer maletas y retirarse de la primera línea de fuego. La sensación es que se quedó el MAS real, el que sí supo sumar simpatías para formar las grandes mayorías y que se asustaron al ver tomar mando en plazo a viejos piratas de mar.
La diáspora solo quiere decir que el MAS vuelve a ser el MAS, y nada más. No es cierto ese relato romántico de la liberación que algunos medios y opinólogos han comprado espoleados por un retrato de María Galindo a Eva Copa que pocos han entendido.
El MAS vuelve a ser una suma de demandas no atendidas, urgentes, que habían quedado soterradas y subordinadas a la administración del poder. Al relato mismo de Gobierno. Demandas que siempre estuvieron ahí. Y que siguen.