Evo, Áñez y los jarrones chinos
La velocidad de la información ha superado cualquier tipo de pausa para en análisis. La semana pasada abortábamos in extremis una edición de La Mano del Moto que reflexionaba sobre lo que podía pasar con el informe de auditoría de la OEA. Fue una corazonada sin mayor información. Más al...



La velocidad de la información ha superado cualquier tipo de pausa para en análisis. La semana pasada abortábamos in extremis una edición de La Mano del Moto que reflexionaba sobre lo que podía pasar con el informe de auditoría de la OEA. Fue una corazonada sin mayor información. Más al contrario, fuentes elevadas seguían apuntando al martes 12 como fecha de difusión de ese documento. Ese día ya había nueva Presidenta. El informe lo publicó Luis Almagro en su cuenta de tuiter unas horas después de lo que tendría que haberse acabado de imprimir este suplemento.
En la tarde Evo Morales renunció al cargo, evidentemente obligado por las circunstancias y no por voluntad propia. Para algunos es sinónimo a golpe de Estado, aunque solo unos días antes el propio aparato comunicacional del Gobierno daba una definición de lo que era precisamente un golpe de Estado. Y los militares tenían papel preponderante. Lo del domingo pasado se parece macabramente demasiado a lo sucedido con Gonzalo Sánchez de Lozada hace 16 años y unos días.
Desde el exilio, Morales inició una feroz batalla por el relato acompañado por millones de cuentas en todo el mundo que necesitan referentes de izquierda en un momento de extrema debilidad formal ante el avance del populismo de derechas que ha resultado mucho más efectivo en el manejo del mensaje – Trump, Bolsonaro, Vox -.
Los expertos coinciden: De Evo se hablará en todo el mundo dentro de unas décadas como figura esencial de estas primeras décadas del siglo XXI. Entonces no importarán mucho los detalles. Ni si dio visto bueno al fracking o si entregó Tariquía o si se alió con los grandes empresarios soyeros en la Amazonía. Tampoco si la Ley de Educación es un compendio de buenas intenciones que nadie ha hecho funcionar en diez años o de si lo de la salud universal llegó a toda carrera en el último de sus 14 años de mandato y con lógica de seguro, no de derecho.
Lo importante será saber si la historia lo juzga como “víctima de un golpe de Estado racista”, como sus aliados tratan de posicionar; o como el Presidente que se postuló contra la Constitución y trató de robarse los resultados de su última elección, como dice la OEA, la estadística y sus detractores.
Ese legado se pelea en el escenario internacional y es a largo plazo. Algunos analistas vinculan directamente a ese objetivo las revueltas propiciadas en los últimos días, a una supuesta voluntad de trufar con sangre indígena esta salida. Sin embargo, gran parte del MAS empieza a percibir que la mejor reivindicación puede llegar precisamente en las ánforas.
El Gobierno de transición ha tomado posición con mucho ademán de revancha, sin entender que Evo fue derrotado, pero su iconografía no. Tampoco sus mensajes, que volvieron a ser los más votados el 20 de octubre – fraude arriba, fraude abajo -.
Nada hace indicar en este momento que la oposición vaya a lograr ahora un frente único contra el Movimiento Al Socialismo (MAS) que no lo lograron ni contra el Evo más fuerte (2014) ni contra el más debilitado (2019) por idénticas razones: la ambición.
Las conversaciones son discretas, pero avanzan, y son mucho más rápidas de lo esperado. El MAS orgánico de la nueva generación tiene claro que todo pasa por las ánforas y que se puede articular un mensaje adecuado que garantice una victoria. El otro no. Todo el entorno de Evo Morales considera que es más necesario fortalecerse como amenaza antes de sentarse a negociar.
Mientras tanto, Evo Morales se va convirtiendo en esa especie de jarrón chino, de valor incalculable y que concentra todas las miradas, pero que ya nadie sabe dónde poner para que no se rompa, y no desentone.