Los diarios del General O’Connor fueron donados al Archivo Nacional
El pasado 4 de agosto, las memorias manuscritas del general irlandés Francisco Burdett O’Connor
El pasado 4 de agosto, las memorias manuscritas del general irlandés Francisco Burdett O’Connor (1791 – 1871) fueron entregados al Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia para su restauración y preservación.
Los diarios de O’Connor son de un alto valor histórico pues son los únicos escritos por uno de los protagonistas de la emancipación americana y contienen de información sobre las múltiples facetas del general, desde su vida militar hasta sus ocupaciones como hacendado en Tarija, región en la que decidió pasar el resto de su vida.
Los diarios abarcan un periodo largo de tiempo - los años 1823, 1824, 1826-1827,1833 y 1849-1865- en los que O’Connor tuvo muchas funciones y comenta sobre ellas. Esto es relevante porque aporta hallazgos significativos sobre cómo era la vida en el siglo XIX en un lugar que no se ha estudiado en profundidad.
Además de los manuscritos la donación incluye parte de la correspondencia del general, entre la que se encuentran cartas de Antonio José de Sucre y una carta escrita a los bolivianos en 1871 la que expresa su preocupación por la situación del país y el cambio de Constitución.
Los diarios y demás documentos pertenecían a la biblioteca familiar de Eduardo Trigo O’Connor d’Arlach, descendiente del general, quien dispuso realizar la donación para que esté al alcance de investigadores y académicos. Su familia hizo la donación y a continuación se presenta el discurso de Eduardo Trigo Moscoso en el acto de entrega:
Distinguida concurrencia,
En nombre de mi familia tengo el honor de presentarme ante el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia para cumplir la voluntad de mi padre, Eduardo Trigo O’Connor d’Arlach, descendiente del general Francisco Burdett O’Connor, y hacer entrega, en calidad de donación, de una parte del diario del general O’Connor.
Junto a la parte hasta ahora en poder de la familia Trigo Moscoso se entrega, en versión digital, el diario de los años 1823 y 1824, gracias a las gestiones de Alvaro Moscoso Blanco, y un registro fotográfico, también en versión digital, de la casa-hacienda del general en Tarija, posiblemente el último edificio en pie, en territorio nacional, que esté tan íntimamente ligado a uno de los Libertadores.
En abril de 1819 Francis, o Frank, O’Connor resuelve incorporarse a la Legión Irlandesa con el grado de teniente coronel. De la misma manera que Alejandro Magno quemara sus naves para demostrar a sus tropas que no había posibilidad de dar marcha atrás, al desembarcar en América castellaniza su nombre y esta decisión hace que el destino de Francisco quedara indisolublemente unido al de las naciones americanas. Él mismo afirma que cuando salió de su patria fue con la intención de no volver más a ella, porque su familia sufría persecuciones del gobierno inglés. En octubre de 1871, 52 años después de su llegada a América, el General Francisco Burdett O’Connor, de la Orden de Libertadores de Venezuela, Cundinamarca y el Perú; coronel de los ejércitos de Colombia, General de Brigada de los del Perú y General de División de los de Bolivia cierra sus ojos azules de mirada penetrante en Tarija, el rincón de sus amores, cargado del peso de los años y de la gloria.
Nada ha debido ser más edificante en la vida de O’Connor que el testimonio de real afecto dado a nuestra patria al echar raíces en ella y dejar este registro escrito, de su puño y letra, de su actividad diaria. La sinceridad de sus juicios, la imparcialidad de sus opiniones y la rigurosidad de sus narraciones son el principal mérito de sus diarios, pero no menor importancia tiene el hecho de que estos son los únicos relatos escritos por un libertador que se conservan hasta nuestros días. En O’Connor, y sus descendientes, resalta un saludable apetito por la expresión, reflejado no solamente en sus diarios ya que frecuentes fueron sus contribuciones en El Cóndor de Chuquisaca.
De las páginas del conjunto de documentos que hoy ponemos a disposición de la comunidad investigadora se desprenden varias facetas de O’Connor. La más conocida muestra a un soldado de carácter fuerte, honesto e incorruptible, que destaca por sus dotes de técnico, planificador y estratega. En palabras del general Miller, O’Connor fue universalmente estimado por su valentía, desinterés y comportamiento caballeroso. Fue O’Connor quien definió el lugar donde se trabaría la batalla de Ayacucho, que ha sellado nuestra independencia y llenado de gloria al Mariscal Sucre.
Tomás O’Connor d’Arlach, en el prólogo de la segunda edición del libro “Recuerdos”, publicada en Madrid en 1916, en clara muestra de admiración hacia el héroe y amor filial a su abuelo, pide que “la historia de Bolivia dé a su nombre un lugar en sus inmortales páginas, y que la patria recuerde alguna vez al que fue uno de sus más heroicos, más leales, más desinteresados y más abnegados servidores”.
Terminada la guerra de la independencia y en los albores de la naciente república, los diarios del general nos muestran a una persona dedicada a varias actividades públicas: Bolívar le encomienda elegir un lugar de la costa apto para un puerto; Ballivián le encarga estudiar la navegabilidad del rio Pilcomayo; en 1836 es nombrado Ministro Plenipotenciario ante Inglaterra, pero fiel a su firme deseo de no volver a Europa rechaza el cargo. Ha dedicado mucho tiempo a la distribución de tierras y a la pacificación de los indígenas en la parte sur del país; y permanente ha sido su preocupación por la situación de la frontera con Argentina. Fue una persona que, pese a la distancia geográfica entre Tarija y los centros del poder, mantenía correspondencia con muchas personalidades, y por el correo regular estaba enterado de los hechos que ocurrían en diferentes latitudes, ya que recibía “papeles públicos ingleses”, “papeles peruanos” y “papeles bolivianos”, enviados desde Cochabamba, Potosí o Chuquisaca. Se puede entender, entonces, una faceta de político y de hombre de frontera.
Quizás el aspecto menos conocido de O’Connor es el de hombre de hacienda y, en ese sentido, su diario adquiere un valor incalculable. Margarita Robertson y Erick Langer sostienen que estos documentos nos permiten ver tal vez el único ejemplo de un hacendado en el siglo XIX en América Latina. Es probable que no haya otro testimonio que permita comprender a cabalidad a un hombre que vive del ganado, capaz de disponer de recursos entre sus haciendas, que trabaja una mina de sal que le genera preocupaciones, se encarga de los caminos -aunque sean sendas- que le permitan llegar a todos los rincones de sus haciendas. Muestra a un hombre que pasaba tardes enteras dedicado a la carpintería, una de las actividades que más placer le generaba. Con el paso del tiempo aprendió a destilar el aguardiente, posiblemente lo que hoy conocemos como singani.
El privilegio de ocupar el mismo lugar que mi padre ocupara 13 años atrás, cuando presentaba Tarija en la Independencia del Virreinato del Rio de la Plata en este mismo auditorio, toca las fibras más íntimas y posiblemente nuble de emoción mi voz. Quienes lo conocieron seguramente valoran su sencillez y su gran calidad humana. Abogado, diplomático, historiador y periodista, ha recibido de su madre, Raquel, estos diarios. Mi padre ha buscado incesantemente a O’Connor para tratar de entender sus orígenes, sus motivos y, principalmente, su legado.
Como guardián de esta joya preciosa para la historia y tesoro de valor inestimable para la familia, él ha decidido que sean conservados en el mayor y más importante custodio de nuestra memoria. Que el ejemplo de grandeza y desprendimiento de mi padre sea imitado por quienes tengan en su poder este tipo de documentos de valor histórico y, de esa manera, se beneficie la colectividad.
Muchas gracias por su presencia y gentil atención.
Eduardo Trigo Moscoso