Un hallazgo literario
Grata sorpresa fue conocer un libro escrito por un médico boliviano



Grata sorpresa fue conocer un libro escrito por un médico boliviano, nacido en Sucre, que hace años emigró a Estados Unidos de Norte América, en pos de un mejor destino. Su nombre, Humberto Párraga Chirveches. Hoy, corridas varias décadas, luce una brillante hoja de vida tanto en orden a producción científica así como –y esto nos interesa destacar— a su obra literaria, germinada más allá de nuestras fronteras, con varios títulos que a partir de 2011 fueron digitalizados, tal como se acostumbra en el país del norte y otras latitudes.
El epígrafe no es otro que Granos de arena, cuyas cubiertas encierran aforismos y reflexiones escritos por el autor. Quizás a la humildad del galeno encaje lo afirmado hace muchos años por Antón Chéjov en su libro Historia de mi vida: “El hombre es como un granito de arena comparado con la grandeza del Universo”. Y sorpréndete lector, no se trata de la autobiografía del cuentista, novelista y dramaturgo ruso, tal como sugiere el título.
Vayamos a lo propuesto. Granos de arena contiene infinidad de temas, bajo enfoques que fueron recogidos en el día a día. Así por ejemplo precisa que: “En la ancianidad avanzada los hombres caminan a paso menudito como si tuvieran dificultad en adaptarse al ilusorio traje encogido de la vejez. Caminan usualmente detrás de sus mujeres, del mismo modo que, cuando niños, caminaban detrás de sus madres”.
Lo anterior corresponde al capítulo tercero de la obra, que a juicio nuestro cobija los mejores razonamientos con un marcado tinte filosófico.
El escritor Alfonso Reyes, al examinar un tema específico del habla popular, apuntó: “los juegos de palabras se fundan a veces en el sonido, a veces en el sentido, o en ambas cosas a la vez”. Veamos lo que bajo este aspecto escribe Párraga Chirveches: “Tanta eternidad en el instante, tanto instante en la eternidad./ Tanta eternidad en la belleza, tanta belleza en la eternidad./ Tanta tristeza en la vida, tanta vida en la tristeza…”
Lo aseverado por el polígrafo mejicano, según podrá advertirse, se aplica a una parte del trabajo que hoy glosamos; aunque a medida que nos internamos en la lectura surgen otras modalidades basadas en observaciones directas, es decir en la experiencia vital, y la evocación de recuerdos.
El autor envuelto en una visión nostálgica apunta: “Hoy empecé a recordar sencillamente, mi nacimiento y mi infancia en gran detalle. Del momento de haber nacido naturalmente, en una casa de la calle Junín, de una ciudad de cuatro nombres…/ Hoy empecé a razonar razonablemente, que nunca tuve bucolismo de hacienda./ Sólo las calles, plazas y campanarios de la ciudad encalada, cuadra tras cuadra. ¡Chitón!, duerme mi niñez dulcemente…”
Por lo demás, algunas de las disquisiciones tienen mucha gracia. Así expresa que la luna es una pintora empedernida que sólo sabe usar el mismo color de plata; el sentido común señala que de tanto no usarlo se ha convertido en el menos común de los sentidos y se le ocurre que el ostentoso “perro salchicha” de los modernos automóviles es la limusina.
En todos los capítulos prevalece una actitud reflexiva de parte del escritor, denotando un análisis perspicaz, propio de los pensadores de fuste. Feliz encuentro con su prosa.