Del Libro ¨Estampas de Tarija¨ 1574 - 1974 de Agustín Morales Durán
La linda ciudad de Tarija
La ciudad donde nací y pasé los mejores años de mi vida
La ciudad donde nací y pasé los mejores años de mi vida, era linda, colorida y alegre, por eso la quería en todos sus aspectos, porque constituía una ciudad bien formada, aunque relativamente pequeña, con sus calles rectas, su Plaza principal siempre arreglada y, al igual que las plazuelas, rebosando de florido vergel enmarcado de plantas y flores; sus iglesias como centros de la fe de un pueblo tan creyente y cristiano; sus edificios públicos y particulares llenos de sucesos y recuerdos; los colegios y escuelas donde abrevamos sed de saber; su comercio, vendedoras y personajes populares; su gente siempre cordial y sincera; la alegre campiña de los contornos; el rumoroso rio Guadalquivir donde pasamos inolvidables días; los simpáticos campesinos chapacos, en fin, la vida y actividad de aquellos tiempos, formaba la diaria animación de la ciudad, con sus costumbres y tradiciones; todo el ambiente sencillo y alegre de aquellas inolvidables épocas, sazonadas con las fiestas, los días de regocijo y también de tragedia y tristeza cuando llegó la guerra con su trajín de movilizados, elementos bélicos y preocupaciones; más la secuela de la contienda que dejó sus profundas huellas y significó un estremecimiento que despertó a la antes tranquila y hasta patriarcal vida citadina.
Todos esos acontecimientos, de los que fui testigo y partícipe, aunque todavía niño o jovenzuelo, desfilarán en estas “ESTAMPAS”, como remembranzas de lejanos días vividos y gozados con tanta intensidad, que ahora —después de casi medio siglo— vuelven en panorámica visión retrospectiva, para que los tarijeños de ayer recuerden y quizás añoren con nostalgia toda una época feliz que ya nunca volverá... y para los de hoy sepan que esa tierra pródiga que nos vio nacer, tuvo etapas pletóricas de bonanza, armonía y paz ciudadana.
RECUERDOS LEJANOS:
LOS FESTEJOS DEL PRIMER CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA 1925
Resulta un poco difícil —después de medio siglo de existencia— poder recordar claramente y describir con exactitud, los acontecimientos vistos, vividos y gozados cuando apenas llegaba a los 4 años, y es esto lo que ahora pretendo, aunque es lo más remoto que puedo rebuscar en las profundidades de mi memoria; son recuerdos vagos, imprecisos, pero que todavía pueden ser rememorados.
Así, recuerdo que en aquellos primeros años de mi niñez, la gente de mi tierra hablaba con insistencia acerca de las fiestas del Centenario (1.925), y aunque en mi inocencia no me explicaba muchas cosas, fui contagiado con la novedad y lo que más puedo precisar de aquellos acontecimientos, por haberme impresionado más intensamente, fue la:
ILUMINACIÓN DE EDIFICIOS
Todos los principales edificios públicos, como ser: la Prefectura, que entonces estaba en la casa de don Juan Navajas, esquina de la Plaza principal y calle General Bernardo Trigo, todavía no se había construido el Palacio de Gobierno; luego el Concejo Municipal que era donde actualmente se levanta el Palacio Consistorial. Ambos edificios eran casas antiguas de dos pisos con balcones sobresalientes, pero el Municipio fue una construcción antigua, más vieja y sus balcones de madera daban la impresión de abandono; los estoy viendo: pintados de un azul fuerte, llenos de focos eléctricos que muy apenas daban los colores de la Bandera Nacional.
En la misma Plaza y donde actualmente se levanta el Palacio Prefectural, existía el Cuartel, un enorme edificio con grandes balcones hacia la Plaza y con un amplio portón de ingreso; también fue iluminado, lo mismo que el edificio del Club Social, situado en vieja casona de dos pisos a media cuadra del actual. La Empresa de Luz y Fuerza de Calabi-Frigerio haciendo esquina con las calles 15 de Abril y Sucre, era de mayor profusión luminosa; al frente de ésta funcionaba la Policía de Seguridad, también decorada en sus balcones con foquitos de color y así, algún otro edificio particular, como el “Plaza Hotel” de don Elias Dorakis, principal establecimiento del ramo en la ciudad, situado frente al Hotel Atenas que, años más tarde hizo construir ese conocido griego, como una de las principales construcciones modernas.
Pero la principal impresión que no se borra de mi memoria, fue la iluminación de la Botica “Cruz Roja” de don Justino López, que estaba frente a la casa donde nací: en la calle Gral. Bernardo Trigo, a media cuadra de la Plaza principal “Luis de Fuentes”. Tenía —recuerdo bien— dos relieves redondos a ambos lados de la puerta, donde sobresalían gruesas cruces rojas y otras decoraciones de yeso en todo el frontis, todos fueron iluminados dándoles una esplendente vista nocturna.
Algo que llamaba mayormente la atención, al extremo de que la gente se paraba a contemplar con verdadera admiración, fue la famosa “Casa Dorada” de don Moisés Navajas, suntuosa mansión por el lujo y rareza de su construcción estilo greco-romano, rodeada de hermosas columnas estriadas situadas sobre los zócalos, con altos y bajos relieves dorados y plateados; sobre las columnas del primer piso se colocan enormes estatuas con figuras mitológicas, las mismas que a su vez sostienen otros pilares y dinteles para la planta alta, rematando éstas con esculturas que sobresalen al techo, cada una representa algo así como a la estatua de la libertad, porque lleva el brazo derecho en alto sosteniendo una tea. Todo este famoso edificio de puertas metálicas forradas con relieves e incrustaciones decorativas semejando un sinfín de flores y hojas raras, en su integridad fue iluminado como nunca más en toda su existencia volvió a hacerse; eran miles de foquitos de colores artísticamente distribuidos en las partes más sobresalientes, presentando en conjunto una visión asombrosa de belleza y resplandor difícil de poder describir.
Parecerá raro, pero es lo que más me impresionó y lo que mayormente recuerdo de los festejos del Centenario; claro que hubieron otros acontecimientos como desfiles, juegos pirotécnicos y demostraciones que muy vagamente quedaron en mi memoria.
FAMOSA EXPOSICIÓN
Algo que todavía puedo rememorar, fue la Exposición Agrícola que se realizó en las aulas, corredores y patios del Colegio Nacional San Luis, abarcando hasta la antigua como amplia casona que tuvo mucha fama por aquellos años, conocida como la hermosa “Casa de las palmeras”, colindante con el anterior y que daba hacia las calles Ingavi y de “La Palma” o Aniceto Arce.
Allí se exhibieron productos de la tierra como: frutas, verduras y otras, así como escogidos ejemplares de animales a cuál más interesantes. Todavía recuerdo algunas enormes sandías producidas en la finca del Dr. Carlos Paz “La Compañía”; eran para mí algo descomunal, como que nunca volví a ver otras tan grandes; las estoy viendo: verdes, jaspeadas y de otras tonalidades, con su pulpa colorada, harinosa, tentadoras las que fueron abiertas. También recuerdo unos hermosos higos negros, morados y blancos, toda una variedad, grandes y raros; habían sido de las higueras de don Moisés Navajas. Pero lo que más me impresionó, fue un voluminoso chancho, fue tan grande y gordo que no me explico cómo lo habrían llevado hasta allí, pues no podía levantarse, permanecía echado de costado, así comía y berreaba que daba miedo; creo que fue criado y presentado por un señor muy conocido como “Loro Gareca” que se dedicaba a la crianza y engorde de “cuchis” y que vivía por la plazuela del molino.
INAUGURACIÓN DEL CAMINO CARRETERO A VILLAZÓN.
EL PRIMER AUTOMÓVIL.
No puedo precisar con exactitud si fue con motivo del Centenario o un poco después, que se realizó la inauguración del primer camino carretero que une a mi tierra con la punta de rieles situada a más de 200 kilómetros en la frontera Argentina de Villazón, pero sí recuerdo que fue un acontecimiento que revolucionó el tranquilo ambiente de la ciudad, pues la población íntegra se volcó a las alturas de la Loma de San Juan, llegando hasta “Las Barrancas”. Allí se reunió todo el pueblo a esperar la llegada del primer automóvil que vendría por la flamante carretera, pues ya antes habían sido traídas “a lomo de bestias” algunas máquinas que bufaban por las calles empedradas de Tarija.
Seguramente en alguna parte del camino se realizaría la ceremonia de inauguración, yo lo único que recuerdo es la fantástica llegada del esperado auto, fue algo grandioso, toda la multitud situada en los cerros y cuanta altura había, deliraba al avistar desde lejos una nube o polvareda que poco a poco se acercaba hasta aparecer en medio de ella un hermoso automóvil largo y potente; lo estoy viendo: era como una bañadera, con la capota doblada hacia atrás, color borra de vino, con lindos estribos y cuatro puertas, venía manejado por un piloto extrañamente ataviado, cubierto de pies a cabeza por un “mameluco”, llevaba antiparras o “chofas” como se llamaban entonces a los anteojos de viento, cubiertas las manos con gruesos guantes de cuero, la cabeza con pasamontaña, también de cuero, que le cubría ambos lados de la cara, y cuando hizo parar a la máquina, fue sacado como un héroe, creo que era un gringo, que después “echó raíces” y formó familia, de apellido Burri, suizo-alemán y que luego con sus hermanos atendieron el servicio de correos y transportes hacia Villazón, como pioneros de esa actividad, manejando el primer automóvil de servicio público; al tiempo trajeron un Omnibus que era del mismo color de aquel. No puedo decir nada acerca del camino porque apenas fui hasta la Loma de San Juan, que era ya mucho.