Del libro de Jesús Miguel Molina Gareca:
La resolución ante la adversidad Dr. Guillermo Arancibia L. (Primera parte)
Esa tarde, una preciosa tarde de invierno
MUDOS TESTIGOS DE UNA VIEJA AMISTAD
Esa tarde, una preciosa tarde de invierno, tibia y con un sol propio del valle tarijeño, el viejo atrio de la antigua Capilla San Juan fue testigo de un encuentro y un diálogo entre dos de sus hijos notables de esta tierra.
El Dr. Víctor Paz E., ex presidente de Bolivia, volvía en su movilidad de una visita a un amigo suyo en el barrio El Carmen, por los cristales de la vagoneta celeste en un golpe de vista ve que ingresa a la capilla San Juan el Dr. Guillermo Arancibia L., a quien le une una amistad larga y sincera.
Detente, detente -le dice al chófer el Dr. Paz.
Los años y una vieja dolencia tienen al Dr. Paz aferrado a un bastón que con singular prestancia maneja. Abre la puerta de la vagoneta y el Dr. Paz llama como un amigo al otro
Guillermo, Guillermo! Hombre cómo estás? de dónde vienes? tanto tiempo te perdiste?
Mi querido Dr. Paz, verlo me hace bien, esta deferencia para conmigo me honra.
Nada de eso cómo has estado?...
Y los amigos suben las gradas de piedra que llevan al atrio de la capilla San Juan, con el fondo de la ciudad de Tarija y de mudos testigos los muros antiquísimos de la más antigua iglesia tarijeña conversan sobre temas propios de su amistad, y algo más...
Resultado de esa conversación es que la vida del Dr. Guillermo Arancibia da un giro más, tal vez el último...:
No vas a creer Armando -le dice en la noche a su hijo-. El Dr. Paz me pidió hoy que postule como Ministro de la Corte Suprema.
Me dijo que él no tiene poder alguno en el parlamento pero que confía en la entereza de varios parlamentarios que sabrán elegir a los Ministros por su capacidad y que él cree que tengo méritos suficientes para alcanzar la designación...No lo puedo creer, me parece mentira lo que hoy me dijo. No me estaré imaginando?... Jajaja
Este es el momento que íntimamente siempre esperó Guillermo Arancibia López. Aquél niño que había quedado huérfano de padre a los 8 años y que no tuvo tiempo para enfermarse porque al hacerlo no podría velar por la salud de su madre, hermano y hermanas. Ese joven que vio como la Revolución de 1952 expropió los terrenos que sus abuelos legaron a su familia. Ese hombre que no tuvo día de reposo por que el tenerlo significaba exponer a él y su familia a la inestabilidad, económica, veía ahora -como una ironía de la vida- que el principal actor de la reforma agraria que había afectado tanto a su familia, le solicitaba dar el paso a un escenario que marcaría por siempre su existencia.
EL VALLE, SIEMPRE EL VALLE...
El Valle de la Concepción es cuna de ilustres personalidades tarijeñas. Los tuvo en el mundo de las letras, en el mundo de la educación, en el ámbito de la guerra, de la medicina; la ciencia del Derecho no podía quedar exenta.
El padre de Guillermo Arancibia, Armando Arancibia Rivas, llegó a Tarija por vez primera el año 1928 como parte de una delegación de La Paz en visita a nuestra tierra. Le impactó el valle tarijeño, le impactó la sencillez y bondad de sus pobladores pero más impactado quedó por la belleza de sus mujeres, en especial de una que desde el primer día que la vio lo cautivó: Victoria América tuvo por nombre quien pocos años más tarde -en pleno conflicto chaqueño- se convirtió en su esposa de toda la vida.
La belleza juvenil de Victoria América López Pino lo encandiló desde el momento en que se conocieron; ese amor sincero por lo mágico e inocente se convirtió en matrimonio el mismo año de inicio de la guerra del Chaco: 1932. Sin embargo en el fuero interior del movilizado Arancibia estaba otro amor y otro compromiso, igual de puro, igual de venerable; su amor y su compromiso con su patria.
Para Armando Arancibia Rivas esa lucha interna por mantenerse a buen seguro de la guerra y al lado de su esposa o ir al frente de batalla y cumplir consigo mismo y con algún nieto o hijo que preguntarían por su accionar en ese tiempo, lo consumía. El 10 de diciembre, apenas un mes después de casarse, convencido de su responsabilidad pide se lo movilice al frente; el 14 del mismo mes parte a cumplir su compromiso con su patria, que entendía era prolongación de su misma familia.
Característica de este tiempo en la ciudad de Tarija fue la llamativa cantidad de tarijeñas que se casaron con oficiales, sargentos y soldados llegados de otros lugares de Bolivia, quienes luego formaron distinguidas familias en el solar tarijeño. Para el que llegaba del norte a la ciudad de Tarija, camino a la guerra, nuestra tierra se convertía en un vergel, un refugio, un oasis, previo a la hecatombe del Chaco.
Muchos de los movilizados se trasladaban a pié desde lejanas distancias, por ejemplo muchos de los que venían de Cochabamba, Sucre y los valles Cruceños ingresaban a Tarija por el camino de Camargo y en gran parte hacían a pie más de 500 kilómetros. Aquellos que venían de La Paz y Oruro llegaban en tren hasta Villazón, desde ahí los más afortunados eran trasladados en motorizados, los demás debían hacer el trayecto a pie por el antiguo camino de Pulario, Quebrada Honda, Iscayachi, Tarija.
Desde Tarija para muchos no modificaba el procedimiento, pues tenían que seguir a pie hasta la misma línea de batalla.
Armando Arancibia Rivas, por su condición social, por su formación intelectual y su vinculación familiar con autoridades de la época pudo evitar la guerra y “emboscarse” en retaguardia o en cualquier otra etapa a más de 100 kilómetros de la línea de batalla, más su decisión fue contraria a estas opciones. Su decisión fue marchar al frente por propia voluntad.
Desde 1932 a 1935 fue testigo de la guerra, y sus tragedias.
Quedo inicialmente en Tarija en la Dirección General de Transportes, luego en Villa Montes como ayudante de la Dirección General de Etapas, finalmente formó parte de varias unidades de Caballería interviniendo directamente en acciones de la guerra.
Para alegría de los familiares -y estudiosos del tema- queda un “Diario de Campaña” que escrito en forma vibrante, ágil y agradable, se convierte en un fascinante texto de consulta para quienes ausculten los episodios de la guerra del Chaco y aquellos sucesos que en este Diario son testificados por un oficial que estaba en los mandos medios del ejército boliviano y pulsaba cuerdas igual de sensibles con respecto al sentimiento de la tropa y esa oficialidad joven y entusiasta que comandaba las tropas del Chaco.
Oportunamente copiamos un extracto del “Diario de Campaña’’ que muestra la acción y pensamiento de quien tenía cabal cuenta de la responsabilidad que acarreaba como oficial del ejército:
“22 de Septiembre de 1934.-
Serían más o menos las 10 cuando nuestros puestos avanzados chocaron con el enemigo. Después de una pequeña resistencia se replegaron a la línea, dando parte que el enemigo avanzaba en masa por el monte. Inmediatamente di parte al Tcnl. Sánchez y ordené en posición a mi escuadrón, esperando listos para rechazar cualquier ataque. Pasaría media hora, cuando vimos que el enemigo se nos venía por encima, y por oleadas. “¡Fuego!” ordené. En ese mismo instante se sintió como una granizada. El ruido era atronador durante unos 30 minutos, a lo que ordené cesar el fuego; pues el primer intento enemigo había sido desbaratado. Mis soldados entusiasmados gritaban a los pilas invitándoles a que nos atacaran...
...Desde el momento que un Comandante de Escuadra es responsable de la vida de un grupo de hombres que luchan bajo su dirección, depositan en el oficial toda su confianza, porque saben que él en un momento difícil sabrá remediar y poner todo su empeño -y su vida misma- para salvar a su tropa. Es por eso que el oficial debe obrar con mucha serenidad, porque de él depende el éxito o fracaso de una operación.” 1
El padre del futuro Dr. Guillermo Arancibia hizo en este tiempo, lo que años después su hijo retomaría: reseñar su experiencia de vida más impactante: su matrimonio y la guerra del Chaco.
De 1932 a 1935 está en el frente de batalla, en su “Diario de Campaña” vierte emociones, sensaciones, ideas, y describe acciones en las que participó y de las que tuvo conocimiento. Es un “Diario” pormenorizado en el que describe personalidades, y trata de recuperar nombres para que no se pierdan en el olvido, tal pasa por ejemplo con su camarada José Otero Reich (hermano del portalira cruceño Raúl) El siguiente pasaje que transcribimos del mencionado documento se publica por vez primera y fue el misterio que tanto tiempo hubo buscado el poeta de la Guerra del Chaco, Raúl Otero Reich, con respecto a cómo se dio la muerte de su hermano:
“En el instante en que me disponía a dar la orden, recibimos fuego de una ametralladora y sentí como un latigazo muy cerca de mí. Y era que una bala homicida le había cogido a Otero Reich que estaba a mi lado y lo vi caer, cuan largo era...
Yo me tendí, vi que Sánchez, su hermano y Guerrero corrían... Me incorporo. Lo mismo hace Otero Reich y me dice: Mi Teniente, no me abandone... entonces le vi que un golpe de sangre que le vino a la boca..., se apoyó en mí, y lo pude llevar uso diez pasos más atrás a que lo cure el Sanitario. La herida que recibió era fatal: le entró por el pulmón izquierdo y le salió por encima del corazón... Cuando di la vuelta para ordenar el doblamiento, las posiciones de mis soldados estaban vacías... ¡Oh! Entonces sí que me indigné. Creí que mi escuadrón se hubiese corrido. Recorrí unos pasos más de mi línea y estaban abandonadas.
Entonces me di cuenta de la gravedad de mi situación. Volví nuevamente donde dejé herido a Otero Reich para sacarle como le había prometido. Solamente me rodeaban tres estafetas y mi asistente.
Al Sanitario Sargento Gonzáles le dije que se fuera y el muchacho se fue llorando. A uno de mis estafetas le dije que con su fúsil me cubriera la retirada. Yo cogí de una punta la frazada en la que estaba Otero Reich y los otros tres de las otras puntas. Lo pudimos sacar 200 metros y en vista de la imposibilidad de continuar, fui en busca de más soldados.
Recorrí unos 300 metros. Encontré a Busch, a quién le manifesté lo que ocurría. Él también ignoraba y estaba extrañado por los soldados que no estaban en sus posiciones.
Como era muy amigo de Otero Reich, volvimos para ver si podíamos sacarlo. Logramos llevarle cien metros más, y en vista que el enemigo se nos venía encima y Otero Reich agonizaba, no nos quedó otra que dejarlo, después de despedirnos; él apenas nos contestó.”2
Pasajes de heroísmo y dolor, como el anterior, son varios los descritos en el “Diario de Campaña” del oficial Arancibia, quien desmovilizado queda en Tarija cautivo por la mujer más hermosa que hubo conocido. “Lo que no pudieron los paraguayos, me hizo esta belleza. Me capturó para siempre...! Evocaba el Dr. Arancibia, de entre los pocos recuerdos que su padre alguna vez le dijese.
América Victoria reunía a los atributos de la belleza, inteligencia y disciplina tarijeña, los de la fe cristiana más profunda, más su vocación de trabajo, tan urgente y necesaria en tiempos de guerra, y post a ella.
Unidos en matrimonio el primogénito es Guillermo Arancibia que entre los pocos y lejanos recuerdos de la figura paterna rememora la presencia de su padre en el ejército boliviano narrándole las más heroicas acciones de soldados y oficialidad boliviana en la guerra del Chaco. Esa reiterada cantidad de relatos fecunda en la mente infantil de Guillermo Arancibia, quien concibe desde esa tierna edad, y de manera casi secreta, su aspiración de vestir de militar, de ser parte de aquel ejército que tanto heroísmo desplegó en la guerra chaqueña, contra tanta adversidad.
Esos relatos son de los pocos que atesora de su padre, los otros -la mayoría- son relatos de su madre, de vecinos mayores del Valle, como aquel que reseña la trágica jornada en que su padre fallece:
A quienes pude consultar me indicaron que mi papá venía para Tarija con el fin de cumplir las formalidades del pago de predios en el Valle. Tramontando el abra del Portillo se desató una espantosa tormenta. Mi papá con otros viajantes -que en esa época era un viaje el del Valle a Tarija- buscaron donde guarecerse, en ello una descarga, un rayo y una centella que le alcanza, lo dejan tendido sin vida.
De entonces queda él como hermano mayor en su hogar y ante el desafío que se presenta, es el abuelo materno quien asume las responsabilidades de velar por el bienestar de la familia de su hija y de la suya propia.
Así como haría -pasado el tiempo- el Dr. Guillermo Arancibia con su primer nieto hombre, hizo el abuelo del niño Guillermo con él. Una entrega pura y santa en bien de inculcarle valores y principios que deben regir la vida de los hombres, no importando tiempo, no importando circunstancias.
Su niñez y adolescencia fue al lado del abuelo. En tiempos en que no había clases escolares los horarios de trabajo comenzaban al despuntar el alba, que ya encontraba al abuelo y al nieto en pie tomando mate o té y alistando los aperos de los caballos para recorrer la propiedad cerca el Zaire.
-Aliste avío, que tal vez tardemos en volver. Hay que ver los cercos y si ha entrado o no la plaga -dice el abuelo
En tiempos de actividades escolares las mañanas las dedica a la escuela del pueblo y en las tardes es ayudante y mano derecha del abuelo. Sábados recorren juntos las propiedades y aprende sobre la producción de uva, el trasegado para el vino; aprende a reponer cercos, es ayudante en la parición de las vacas y cuando el sol toma colores caprichosos y va escondiéndose allá entre los cerros asiste fascinado a las rondas que hacen los chapacos entonando sus coplas, según el calendario musical. Unas veces queda embelesado por la nostálgica y ronca melodía de la caña; otras veces se maravilla con la mágica interpretación que hacen de la Camacheña, el Violín, la Caja; pero lo que más le atrae es el cautivador encanto melodioso de la Guitarra.
Las tonadas de Tarija, según el calendario festivo y su interpretación en guitarra, le fascinan. Ahí tal vez, en ese momento, podemos encontrar el origen del hombre que a futuro redactaría el ensayo denominado “Etnia tarijeña”.
El día que yo me muera
nada nada v’ua dejar
Solamente mi pobre alma
Pa’que la sientan penar...
Tonada que le escuchamos interpretar en Sucre, cuando ya Presidente de la Corte Suprema se daba tiempo para quienes estudiábamos en aquella capital y frecuentábamos su amistad. Nos contaba que la aprendió en su niñez en una ronda de intérpretes y que aunque tonada de año nuevo, él la interpretaba “sin rigor científico, ni procedimiento estipulado, en tiempo de corpus...”3
Cerraba esas presentaciones con su clásico mensaje: “nunca olviden, Tarija es enorme encanto para redescubrir siempre”4
De esos años infantiles le vino su amor a la música, a la interpretación de instrumentos musicales. El abuelo ve en ese interés algo positivo, criado en la escuela del amor al arte entiende que debe dejar que esa vena prospere; no le hará mal, en todo caso le será de equilibrio a las pasiones y a la misma vida. Para el cumpleaños número 12 le regala una guitarra que el adolescente Guillermo atesoró como el mejor recuerdo de ese tiempo y como el más sólido acicate a su pasión por el arte.
Pero es como si la vida se hubiese ensañado con este niño, adolescente que escucha a los mayores del Valle de una revolución en La Paz, en Tarija. Dicen que ha caído el gobierno -uno más- sin embargo quienes llegan mandan agentes por todo el país para que las tierras sean para los campesinos y no para sus actuales poseedores. Los López pasan por una mediana posesión de tierras, todas cultivadas, sin embargo el odio centralista de país irradia un rencor muy fuerte y envía desde el altiplano a un contingente de indígenas para que arrasen las propiedades y al igual que en otros casos prendan fuego a la casa de los “patrones”, las bodegas y no suficientes con ello a los mismos viñedos (!)
Este escenario doloroso es presenciado por el adolescente Guillermo. Es testigo de las lágrimas de impotencia del abuelo. Su madre viene a Tarija con sus hermanas para mejor cuidarlas del odio y abuso de los enviados desde el altiplano. Los mismos campesinos que antes trabajaban en las tierras de su abuelo, no sienten la furia vengativa y partidaria que traen los venidos del norte. Es más pasando el tiempo esos mismos campesinos buscarían al antiguo propietario de las tierras, y abuelo de Guillermo Arancibia, César López Paz para hacerle conocer la intención que tenían de devolver las tierras que la revolución había arrancado a su familia. El abuelo, en un gesto tal vez de hidalguía, no quiere aceptar lo que le fue arrebatado por la violencia. Orgullo señorial, chochería aristocrática, no se sabe, sin embargo es sabido que rechaza esas intenciones y nunca más volvería a esas tierras.
Son tremendos tiempos de inquietud que hacen que parte de la infancia de Guillermo sea transitada en el orfanato de niños y otro tiempo en la casa de los abuelos maternos.
POSTHUME, POSTHUME...
Recóndita aspiración, infantil sublime sueño… .botas y uniforme de parada. Charreteras, traje marcial, presencia militar. Todo conjugaba en la mente infantil, adolescente y juvenil de Guillermo Arancibia; casi como un susurro deja conocer su deseo una tarde a su familia.
Corría el año 1957, con mucho esfuerzo se logra que el hermano menor de Guillermo, Luís Arancibia, viaje a la ciudad de La Paz donde estudiaría medicina y colmaría con muchas satisfacciones profesionales el esfuerzo que la familia había hecho para sostener este estudio Pasados los años, el Dr. Luís Arancibia se establece en Bermejo, donde deja un grato recuerdo por su trabajo, y don de gente.5
Ya las secuelas de la revolución de 1952, con su trauma para las familias que lo perdieron todo con ella, mermaban. La vida continuaba...
Guillermo Arancibia analiza que su familia está por el momento a buen recaudo. Existe un ingreso económico estable, es necesario formarse profesionalmente. El esfuerzo hecho para que el hermano menor haga ese camino ya está hecho. Ahora piensa en él. Tal vez por vez primera en todos estos años desde la pérdida del padre y luego del abuelo, piensa en su futuro.
Desde siempre le viene a su mente la imagen de su padre marchando a la guerra del Chaco, le alucina la idea de ese paso gallardo, de ese temple ante las balas enemigas, esa evocación de su niñez lo vincula a un anhelo que lo guardaba en lo más profundo de su ser. El vestir traje militar, el reivindicar la figura militar lejos de los vaivenes de la política. Ese anhelo que desde su niñez incuba se manifiesta una tarde ante su madre. Hace público su deseo de partir al Colegio Militar de Aviación en Santa Cruz.
Ante alguien que sacrificó su niñez, adolescencia y parte de su juventud por ayudar a su familia es difícil objetar algo cuando plantea una decisión de vida. Su madre, las hermanas saben que será un militar de prestigio, por la disciplina heredada del abuelo y el carácter forjado en su vida, todos en el hogar saben que le aguardan los más expectables logros que esa vida puede propinar.
Cualquier argumento en contra se desvanece ante la presencia de esa voluntad férrea que no dudó en trabajar en todos los ámbitos con tal de llevar sustento a su hogar, ante esa energía que se prestó a todos los oficios que la dignidad entiende como mejor escuela. Nadie se opone y todos le felicitan.
Son pocas las prendas que debe llevar, sabe que allá tendrá que comenzar un periodo de su vida, tal vez el más importante y como hasta el momento la vida sólo le propinó enseñanzas, duras las más. Sabe que este desafío podrá vencer.
Pero el destino tiene caminos que sólo Dios conoce. Ubicado en el colegio militar de Santa Cruz, luego de su instrucción, toma un pequeño descanso que es interrumpido por la comunicación desde Tarija. La comunicación señala: “Urgente traslado a Tarija”. Comunicación tal sólo podía ser augurio de algo fatal, solicita permiso y al día siguiente llega en un vuelo a Tarija.
Siente al llegar a Tarija un triste y sutil aroma en el ambiente. Esto contrasta con el tiempo de año nuevo que la ciudad vive. Su madre está muy enferma. Hermano mayor en fin debe “ver, prever y proveer”6 sus hermanas menores, debe cuidar a la madre en su lecho; sin embargo el Colegio Militar no concede más que una licencia y por un tiempo limitado. La enfermedad de su madre se prolonga, la situación económica le aflige. Sobre ello vence el plazo para el retorno a Santa Cruz.
Entre los viejos reglamentos militares de Bolivia existía una orden que prohibía a todo cadete contraer matrimonio en su proceso de formación o pretender ingresar al Colegio Militar, estando en situación civil de casado.
El caso es que en el tiempo en que el cadete Arancibia atendía a su convaleciente madre no ha dejado de notar, que entre las visitas de amigos y familiares que en ese momento se presentan está siempre una muchacha lozana, juvenil y hermosa. El permiso de los militares establece un tiempo limitado, pero el cadete es corazón puro más que orden y siente que encontró la compañera de su vida.
El ímpetu juvenil de los 20 años es más fuerte que cualquier Reglamento y no mediando sino los trámites de la complicidad juvenil, de la pasión ardorosa de los 20 años, sin reparar en reflexiones y protocolos que en estos casos están demás, se desposa pocos días antes de volver a Santa Cruz.
El cadete Arancibia ¿conocía o no el Reglamento? Es algo que ya no podremos averiguar. En todo caso conocido el hecho en el Colegio Militar, desarrollado el proceso se dispone su baja. A diferencia de los otros golpes recibidos: la muerte del padre o la expropiación de las tierras de su familia; la baja del Colegio Militar por presentarse en “estado civil de matrimonio”, la asume con mayor reflexión y calma. No era tiempo de llorar o postrarse, sino de levantarse nuevamente. “Es más no hay tiempo para llorar o postrarse”, se dice así mismo.
Cerrada su relación con la fuerza militar retorna a Tarija a comenzar de nuevo. Sin embargo en su fuero interno queda el sueño de vestir de militar...
Poco tiempo pasa y la vida le da un nuevo y duro golpe, la muerte de la madre.7 Esa es una estocada de la que le costaría recuperarse. El velorio, la celebración religiosa, el entierro, la despedida es una procesión triste de espíritus amigos y familiares.
Para cualquier persona tantos golpes harían difícil el poder levantarse, pero Arancibia los entiende como lecciones de vida que asimiladas le obligarán a superarse una y otra vez..
Pasando los años diría que en su vida muchos hechos eran “inevitables” pero otros tal vez se los podría haber evitado. La pérdida de los padres era inevitable y -aunque con dolor- lo asimiló como algo natural al ser humano; empero el sueño de ser militar, ese quedó como rescoldo en su espíritu y que de tanto en tanto lo sentía arder en su pecho...
Pasan los días, meses y años y un día ya consagrado como una de las más altas autoridades del poder judicial de Bolivia le llega la invitación para asistir al “Licénciamiento militar” de su primer nieto varón.
El acto, su profundo sentido patriótico, las notas marciales interpretadas por la banda militar, le conmueven las fibras más sensibles. Ver desfilar a su nieto en uniforme militar, verlo besar la bandera y hacer el juramento lo siente como una transfiguración suya en aquel joven que ahora ayuda a que su sueño se realice, así sea en parte.
Pasado el momento solemne todos los familiares felicitan al que pudo vencer un año de instrucción militar, cuando le llega el turno, el abuelo felicita a su nieto y como si un logro propio fuera pide la libreta y alzándola dice:
“¡Ésta libreta la guardaré yo!”-atesorando en sus manos la libreta militar del nieto
La alegría del momento trasluce en su rostro radiante.
Quien desde niño había pensado en convertirse en militar atesora entre sus más preciados documentos esa libreta militar.
El tiempo nunca detiene su andar... Luego de aquella tarde en que los familiares y amistades habían ido a despedir al Dr. Arancibia al eterno, los familiares se acercan a ver lo que atesoraba en una gaveta de su escritorio. En medio de fotos de sus hijos y sus nietos, cartas y poemas a su esposa, se encontraba la libreta militar.
1 Diario de Campaña del Subteniente Armando Arancibia (inédito)
2 Diario de Campaña del Subteniente Armando Arancibia (inédito)
3 Siendo Ministro de la Corte se daba tiempo para distenderse de sus arduas actividades compartiendo con los entonces muchachos estudiantes que estábamos en Sucre. Un par de veces agarró la guitarra y entonaba esas coplas que aprendió en su niñez y adolescencia, siendo para nosotros un espectáculo. Luego se retiraba indicándonos que no quería provocar la rabia de su mujer o de su “confidente”, así llamaba a su hija menor, que entonces le acompañaba estudiando allá en Sucre.
4 Esta singularidad de culminar sus intervenciones con oraciones o frases desafiantes o de refuerzo e identidad, se plasmaban también en sus intervenciones oficiales, cuando cerraba sus discursos con expresiones propias de los pueblos indígenas, tales son por ejemplo: “Aguiye yaeya ñandereko” o “Yaiko yave metira miñó, jaya eñotaiko yaikota yaiko aramiño ñanderekombide”... esto es verdaderamente singular tomando en cuenta que las sentencias en idioma indígena de Arancibia, se dieron años antes que el proceso político boliviano actuase 1 f) en conjunto a esos pueblos indígenas.
5 Sobre la vida del Dr. Luis Arancibia López, tenemos una declaración del bermejeño notable Rubén Reyes, quien dice: "El Dr. Arancibia fue un médico excepcional, dedicó su vida atendiendo la salud de los bermejeños. Fue Director de la Caja de Salud Cordes. Dicho hospital, con construcciones de madera, fueron bajo su administración el mejor lugar para la salud en Bermejo. Certero en sus diagnósticos, preciso en las intervenciones quirúrgicas, generaba confianza a quienes acudían a sus consultas, sea en el Seguro Cordes, sea en su consultorio particular a cuadra y media de la plaza Campero. Su fallecimiento ha sido muy lamentado. El hospital de la Caja Cordes en Bermejo, ahora lleva su nombre, de igual manera existe una calle con su nombre.”
6 LUCIANI ALBINO/Ilustrísimos Señores!/Madrid /1979/pp. 172 (El Patriarca de Venecia cita la frase y para que no se le atribuya la autoría la ubica entre comillas)
Continuará...