El Joyero
No había nada más hermoso que el cofre de mi abuelita,
No había nada más hermoso que el cofre de mi abuelita, pasé toda mi infancia soñando con descubrir los secretos que encerraba. Cuando mis hermanas y yo tuvimos uso de razón lo bautizamos con el nombre de "El Joyero", tal vez, ¿Piensan ustedes que era una cajita pequeña llena de adornos brillantes, forrada de raso rojo y con un espejito coqueto en la tapa?... están equivocados, el cofre de mi abuelita era una caja rústica de un metro y medio de largo colocada frente a la alta cama, era a la vez su asiento predilecto. Yo, no conocía de ella más que el color café y también la llave laar...ga y brillante que siempre colgaba de la perilla del catre.
Este cofre estaba cubierto con una alfombra afelpada, tan suave, tan suave que muchas veces me dormí gozando de su tersura, tenía dibujos de flores rosadas y rollizos angelitos que nos sonreían desde el fondo verde obscuro del gobelino precioso, usado por ella para ir a misa.
Por las noches mi abuelita con gran sigilo abría "El Joyero" asegurándose de que no hubieran "testigos" y sacando de sus profundidades uno de sus tesoros; nos reunía a los nietos.
¡Oh! ¡Momento feliz!... sentados a sus pies escuchábamos las narraciones o la lectura de fabulosas historias y cuentos de: "Las mil y una noches", los atrevidos viajes imaginados por Julio Verne, "Alicia en el país de las maravillas", "Pinocho", "Peter Pan", y otros. Nos hacía reír hasta que las lágrimas saltaban de los ojos, con las travesuras de "Urdimales", las "Aventuras de Gulliver", las hazañas del caballero andante "Don Quijote de la Mancha".
Otras veces, dábamos diente con diente temblando de miedo con las narraciones de leyendas populares, "relatos de víboras de siete cabezas", "Lagunas encantadas", de Almas, Duendes y Condenados.
Cuando nos preparábamos para recibir la Primera Comunión, cambiaba de Joyas, las historias bíblicas, aún recuerdo la tristeza que nos causaba la Joven curiosa convertida en estatua de sal, el miedo y terror en Las Plagas de Egipto y... cuando Moisés llevaba a su pueblo a través del desierto, mentalmente vivíamos la aventura; nos identificábamos con ella y éramos soldados del Pueblo de Dios y... al abrirse el Mar Rojo para darles paso, eufóricas, felices batíamos palmas.
Cercana la Navidad, nos obsequiaba el ramillete de la maravillosa Historia del Nacimiento del "Niñito Jesusito"(como lo llamaba cariñosamente), introduciéndolo con naturalidad a nuestro mundo infantil. ¡Cómo amábamos al molle que cobijó a la Sagrada Familia, en su regazo de ramas y hojas verdes y ¡¡Cómo!! despreciábamos a la higuera por su egoísmo, hasta que sus jugosos y sazonados frutos la reivindicaban.
para mantenernos quietecitos en los días de lluvia o de frío nos hacía jugar a las adivinanzas, comenzando con su: -"Masmari, masmari, ¿Qué será?- y luego la "Rinkichida" para el que no adivine, después cambiaba por los trabalenguas, las rimas y el juego de "La comidita", donde sin distinción de sexo interveníamos en la preparación de golosinas, los inolvidables ancucos, los tostados de maíz, las chirriadas y muchas delicias más.
Así... año tras año, nos entregaba una por una las piedras preciosas de su sabiduría y de su misterioso Joyero, fuera del: "Libro Sagrado", "Las Mil y una noches", "El Cura de la Aldea", "Los Miserables" (de Victor Hugo), "María" (de Jorge Isaac); las colecciones de la revista Leoplan, Tit Bits, peneca y Gorrión y decenas de títulos más... qué... qué habría dentro de la caja que guardaba con tanto celo? ... ¡Cuánto interrogante almacenado desde la infancia!...
Mi adorada abuelita, lectora incansable, amante de los amaneceres, de las noches de luna, del correr de las nubes, de los colores de la aurora; la que comprendía el lenguaje de la naturaleza, la que amaba las cosas simples y pequeñas de la vida...
Perdió la vista y no sobrevivió a esta tragedia.
La llave ploma quedó colgada de su llavero, olvidada... Pensé que el cofre seguiría cerrado para siempre, joyero depositario de nuestra feliz niñez y adolescencia. Pero... un buen día llegué de improviso a la casa paterna y me sorprendí al escuchar desusada algarabía en la (hasta ese momento) "alcoba sagrada" de mi abuelita. Acongojada entré y sorprendí a los chiquillos curioseando el tesoro de la bisabuela, la caja estaba, estaba abierta y en el centro de la estancia mi madre reconocía emocionada un pequeño zapatito rosado, su zapatito de cuando ella tenía cinco años. Poquiii-to a poco... me fui acercando y reconocí el velo de novia de mi hermana menor, el biberón de su primer bisnieto, fusiles, pistolas, autitos de mi único hermano varón y dentro de un sobre con sellos de ignotos países una colección de tarjetas primorosamente amarradas con cinta azul; eran las de mi hermana "trota-mundos" y nieta predilecta. ¡Por fin!... encontré mi primer cuaderno desaparecido misteriosamente, también brillaban dentro de un bolso de Primera Comunión detentes y medallas de la Guerra del Chaco, cucharas de plata con marcas y fechas de la Guerra del Acre, retazos de historia de su amada Bolivia que nos la trasmitía con fervor.
Queridos lectores, seguramente se preguntarán que fue de la "Caja Rústica", motivo de este relato, me apresuro a contestarles que: La caja rústica, el Joyero misterioso de nuestra niñez y adolescencia, existe aún, convertida en biblio-baúl familiar, ya que ese fué siempre el destino que le dio, la lectora número uno, su dueña: mi amada, mi inolvidable abuelita María.