Cara de cartón, Óscar, cara de cartón
Óscar Ortiz iba a ser Presidente. Lo expresaba con toda la convicción y expresividad que sus rasgos le permitían cada vez que tenía ocasión. Entre las manos limpias y la renovación, se coló en la campaña de 2019 como el tercero en discordia, tratando de convencer a toda la nación que su...
Óscar Ortiz iba a ser Presidente. Lo expresaba con toda la convicción y expresividad que sus rasgos le permitían cada vez que tenía ocasión. Entre las manos limpias y la renovación, se coló en la campaña de 2019 como el tercero en discordia, tratando de convencer a toda la nación que su candidatura era la que más crecía y por tanto, la que iba a derrotar a Evo Morales en las urnas.
Ortiz hablaba de juventud y renovación pese a llevar década y media en la política. Ortiz se hacía el nuevo cada vez que le preguntaban por aquellas cosas tan antiguas del referéndum revocatorio que se aprobó siendo presidente del Senado en 2005 y otras “minucias” de la gestión de la Gobernación de Santa Cruz, esa misma que cohabitó con Evo Morales y sostuvo esa especie de pacto de no agresión.
En su plan de renacimiento, acabó siendo el candidato de Bolivia Dice No tras el pulso de Demócratas con Samuel Doria Medina en la que ni ellos mismos creyeron que iban a ganar. Demócratas puso toda la carne en el asador para evitar que el cementero estuviera en la papeleta, pero vistos los resultados, no tenía otra alternativa. Cuando Unidad Nacional se retiró, Óscar Ortiz fue cabeza de cartel.
Ortiz era el hombre de Rubén Costas, de las petroleras y de la Cainco, las instituciones por las que hizo carrera. Su tiempo en diputados se dedicó a azotar siempre que pudo a YPFB y a auditar algunos otros proyectos vistosos de Morales, que siempre le dieron chance a salir bien parado en la crítica.
De candidato le fue mal, pero las paradojas del destino lo colocaron en situación privilegiada. Óscar Ortiz era senador y no le dio la gana de renunciar al cargo amparado en la misma normativa que daba cobertura a Evo Morales como candidato y como candidato sin renunciar: el Pacto de San José y su derecho humano.
Si a Ortiz le hubiera ido mejor como candidato Evo Morales hubiera vuelto a ser Presidente de Bolivia y no hubieran tenido que forzar el fraude chapucero que le endosa la OEA al ex Gobierno. Ortiz se quedó por debajo del 5 por ciento (4,41%) tras hundirse en Santa Cruz - donde los votantes eligieron a Mesa como “voto útil” - y muy lejos del 10 por ciento que le vaticinaban las encuestas. Si le hubiera ido aún peor, la segunda vuelta estaba servida. Pero se quedó en el punto exacto que desencadenó la furia.
“Cara de cartón”, recomendaba el expresidente español Mariano Rajoy a aquellos que en política debían aguantar el tipo después de un mal resultado. El propio Rajoy era el máximo exponente de esa ritualidad, hasta que llegó Ortiz. No exponerse, no reaccionar.
Con la misma cara de cartón con la que eludió renunciar a su cargo de senador, encajó la supina derrota y días después, como si no pasara nada, se presentó como el enlace necesario entre el ejecutivo y el legislativo en el nuevo tiempo de Áñez.
Ortiz, con su cara de universitario aplicado, capitalizó las tareas de negociación de la pacificación en el hemiciclo, y como si nada hubiera pasado, recuperó el espacio de legislador eficiente y dialogante. Los analistas más arriesgados le conceden la autoridad sobre la mitad del gabinete, los de perfil más dialogante y técnico, evidentemente en pugna permanente con el sector duro de Arturo Murillo.
Ortiz es el hombre de Rubén Costas, que arrinconado aún logró quedarse con la jefatura de campaña de Juntos, y que en realidad no era más que un cargo simbólico e irónico. Demócratas estuvo técnicamente fuera de Juntos en varios momentos previos de la proclamación con un Samuel Doria Medina jugando órdagos y un Erik Foronda obsesionado con el potencial de Jeanine Áñez.
En la semana “horribilis” del Gobierno, cuando sonaba vacante la Presidencia de YPFB, más que seguramente anhelada por Ortiz, el Senador aceptó asumir un cargo en el gabinete tal vez pensando en las mieles de la estatal. Sin embargo, pasó de jugar un rol mediáticamente central como enlace legislativo y jefe de campaña a una cartera menor, como la de Desarrollo Productivo, que básicamente se dedica a negociar con los innumerables grupos de presión y a gestionar empresas en quiebra, a la que además se le ha endosado la responsabilidad de reactivar el país.
Costas pierde centralidad, Ortiz también, y con todo… es buen momento para sacar la cara de cartón.
Ortiz hablaba de juventud y renovación pese a llevar década y media en la política. Ortiz se hacía el nuevo cada vez que le preguntaban por aquellas cosas tan antiguas del referéndum revocatorio que se aprobó siendo presidente del Senado en 2005 y otras “minucias” de la gestión de la Gobernación de Santa Cruz, esa misma que cohabitó con Evo Morales y sostuvo esa especie de pacto de no agresión.
En su plan de renacimiento, acabó siendo el candidato de Bolivia Dice No tras el pulso de Demócratas con Samuel Doria Medina en la que ni ellos mismos creyeron que iban a ganar. Demócratas puso toda la carne en el asador para evitar que el cementero estuviera en la papeleta, pero vistos los resultados, no tenía otra alternativa. Cuando Unidad Nacional se retiró, Óscar Ortiz fue cabeza de cartel.
Ortiz era el hombre de Rubén Costas, de las petroleras y de la Cainco, las instituciones por las que hizo carrera. Su tiempo en diputados se dedicó a azotar siempre que pudo a YPFB y a auditar algunos otros proyectos vistosos de Morales, que siempre le dieron chance a salir bien parado en la crítica.
De candidato le fue mal, pero las paradojas del destino lo colocaron en situación privilegiada. Óscar Ortiz era senador y no le dio la gana de renunciar al cargo amparado en la misma normativa que daba cobertura a Evo Morales como candidato y como candidato sin renunciar: el Pacto de San José y su derecho humano.
Si a Ortiz le hubiera ido mejor como candidato Evo Morales hubiera vuelto a ser Presidente de Bolivia y no hubieran tenido que forzar el fraude chapucero que le endosa la OEA al ex Gobierno. Ortiz se quedó por debajo del 5 por ciento (4,41%) tras hundirse en Santa Cruz - donde los votantes eligieron a Mesa como “voto útil” - y muy lejos del 10 por ciento que le vaticinaban las encuestas. Si le hubiera ido aún peor, la segunda vuelta estaba servida. Pero se quedó en el punto exacto que desencadenó la furia.
“Cara de cartón”, recomendaba el expresidente español Mariano Rajoy a aquellos que en política debían aguantar el tipo después de un mal resultado. El propio Rajoy era el máximo exponente de esa ritualidad, hasta que llegó Ortiz. No exponerse, no reaccionar.
Con la misma cara de cartón con la que eludió renunciar a su cargo de senador, encajó la supina derrota y días después, como si no pasara nada, se presentó como el enlace necesario entre el ejecutivo y el legislativo en el nuevo tiempo de Áñez.
Ortiz, con su cara de universitario aplicado, capitalizó las tareas de negociación de la pacificación en el hemiciclo, y como si nada hubiera pasado, recuperó el espacio de legislador eficiente y dialogante. Los analistas más arriesgados le conceden la autoridad sobre la mitad del gabinete, los de perfil más dialogante y técnico, evidentemente en pugna permanente con el sector duro de Arturo Murillo.
Ortiz es el hombre de Rubén Costas, que arrinconado aún logró quedarse con la jefatura de campaña de Juntos, y que en realidad no era más que un cargo simbólico e irónico. Demócratas estuvo técnicamente fuera de Juntos en varios momentos previos de la proclamación con un Samuel Doria Medina jugando órdagos y un Erik Foronda obsesionado con el potencial de Jeanine Áñez.
En la semana “horribilis” del Gobierno, cuando sonaba vacante la Presidencia de YPFB, más que seguramente anhelada por Ortiz, el Senador aceptó asumir un cargo en el gabinete tal vez pensando en las mieles de la estatal. Sin embargo, pasó de jugar un rol mediáticamente central como enlace legislativo y jefe de campaña a una cartera menor, como la de Desarrollo Productivo, que básicamente se dedica a negociar con los innumerables grupos de presión y a gestionar empresas en quiebra, a la que además se le ha endosado la responsabilidad de reactivar el país.
Costas pierde centralidad, Ortiz también, y con todo… es buen momento para sacar la cara de cartón.