VIA ETERNIS O EL ANTIMAJADERISMO
Lo extraño del título proviene de un conjunto de recuerdos que evocan el nostálgico olor de los días de adolescencia pasados. La memoria invoca a un conjunto de imágenes de la época vivida, que se entremezclan entre los rostros de los viejos amigos, el colegio (entonces era llamado...
Lo extraño del título proviene de un conjunto de recuerdos que evocan el nostálgico olor de los días de adolescencia pasados.
La memoria invoca a un conjunto de imágenes de la época vivida, que se entremezclan entre los rostros de los viejos amigos, el colegio (entonces era llamado Antoniano), la inocencia de tantas actitudes frente a la vida, el ceño fruncido de caracterizados maestros y la inconfundible imagen de alguien que cambió y reviró el plácido transcurso de nuestras vidas, en el indolente ambiente que caracterizaba (todavía lo es) atrasada Tarija.
Es imposible deshacer los mitos que han sido creados a nuestro alrededor y con nuestra participación -inconsciente quizás- en la conformación del mismo. Ese alguien, llegó a configurar un mito viviente, en cuanto su fama y popularidad recorrió rápidamente el ambiente de la educación tarijeña. Recuerdo así al Hno. Felipe Palazón, una imponente imagen del típico europeo cuyo rostro mostraba -reflejo del desagrado de toparse diariamente con el sol ajeno- un continuo enrojecimiento que iluminaba sus mejillas y daba mayor realce a lo notorio de su presencia.
En aquellos días, se inauguró la época del desencanto en la rutina de nuestra formación vital, puesto que la indolencia con que tradicionalmente veíamos el devenir comenzó a tomar nuevas proyecciones, en un sentido de mayor participación propia en la formación del modelo de vida a seguir o desarrollar.
Comenzó su lucha -que tuvo elementos de mitología por los caracterizados elementos intangibles que eran su objetivo contra el "majaderismo" que era la síntesis de un estilo de vida arraigado en nuestra forma de ser, devenido de nuestros ancestros del subdesarrollo, por el cual las iniciativas y capacidades propias vivían un pesado sueño mítico, esperando la varita mágica de un misterioso hado que lanzara su extraño conjuro para despertar todos nuestros éxitos dormidos y nuestras ansias calladas comenzaran a ensayar sus gritos.
El Hno. Felipe no era solamente una presencia educadora distinta, encerrada en los límites físicos del colegio Antoniano. A partir de su llegada, su nombre trascendía -son los orígenes del mito- hacia las calles, los barrios y los hogares. Pronto, en todos los colegios se murmuraba su nombre; los colegiales, con el miedo de conocer un "alguien” que parecía arrancar respeto de tan sólo pronunciarlo y padres y profesores, con la curiosidad de toparse y conocer a quien había venido a sacudir los ropajes del viejo siglo sobre la educación tradicional.
Desde el plano personal, no era fácil ser parte de ese proyecto. Primero, porque a nadie le gusta ser diferente a los demás en la época en que tratamos de parecemos hasta en los propios complejos. Segundo, porque era más fácil y cómodo seguir como hasta entonces, sin complicarse con nuevos métodos de aprendizaje, disciplina estricta (esto era lo más doloroso), fomento a las iniciativas (si entonces lo máximo era "idear" dónde perder el tiempo un día concreto), orientación para descubrir las capacidades y cultivar valores universales... y tercero, porque a nadie gusta que alguien sea tan capaz de influirnos, aunque ello signifique -en algunos casos- distorsionar tamaña grandeza dejando un gusto desagradable en su recuerdo.
El tren del cambio emitía un desagradable pitido a nuestros oídos, pero el maquinista era hueso duro de roer. No había manera de engañarlo con excusarse que la salida en grupo del colegio obedecía a motivos de trabajo en el desarrollo de proyectos de pequeña iniciativa empresarial o proyección social -según fuera el gusto- que, poco más tarde, su presencia repentina en la plaza principal originaba un desbande de proporciones entre todos los "majaderos" que habían acudido prestos al llamado del regocijo (inocente por cierto) con la presencia del sexo opuesto, el mismo que estallaba en risas de gozo ante tan destempladas situaciones de los "hombrecitos" que minutos antes hacían gala de su temple desafiante a la autoridad constituida del Hermano Director.
También es inolvidable el recuerdo de una tarde de campeonato intercolegial, en que los ánimos caldeados de las barras superaron las frágiles fronteras de la mesura y comenzaron a aflorar en el ambiente palabras de grueso corte y dudoso origen, además de los primeros encontronazos aislados entre miembros de la exacerbadas turbas colegiales, que alentaban a su respectivo equipo en nuestro conocido coliseo, museo del básquetbol local. De pronto, la figura del Hno. Felipe cautivó las miradas de todos, al erguirse en el centro de la cancha y desde ahí, comenzar a repartir una penetrante mirada que acalló voces y ánimos, hasta el punto de que en pocos minutos el ambiente era tan sensible al silencio que se podía escuchar la bocina de un auto que a tres cuadras intentaba prevenirse de accidentes al cruce de una esquina. Seguidamente -no le importó que había espectadores de todos los colegios de Tarija- increpó tan duramente a los asistentes e hizo tal llamada a la reflexión desprovisto de altavoz alguno, que la tarde deportiva terminó con cantos, un respeto tan grande entre barras que parecía que no las había y la vigilante presencia del Hno. Felipe desde un asiento del mismo coliseo.
El Hermano Felipe tuvo también gestos de visionario, cuando comenzó ese notable trabajo de integración con lo que entonces era el Liceo Tarija. De alguna manera, ese establecimiento fue viviendo un proceso también de transformación a través de una extraña osmosis que generaba la permanente presencia del Hno. Felipe en el cambio fundamental inspirado al interior de su proceso enseñanza-aprendizaje. A más, fomentó la integración entre ambos colegios desde una perspectiva educativa que rompiera otros viejos moldes en la forma de enfocar el acercamiento y el descubrimiento entre los sexos, parte natural del proceso de maduración de los educandos.
Fue así que las generaciones de entonces-hombre y mujeres que estuvimos en los centros de irradiación de su influencia-compartimos la transmisión explicativa de esa tríada que sintetiza el desarrollo de la compleja personalidad humana y su autocontrol o dominio personal. Hablamos de su famosa VIA (Voluntad, Inteligencia, Afectividad), que otorgaba un elemento de mediación en la comprensión integral del ser. Tal conjunción de los aspectos volitivos, creativos y afectivos, comenzaron a despertar una exquisita sensibilidad hacia el mundo, hacia la realidad circundante, hacia la profunda complejidad interna, que poco a poco y de una distinta manera, imbricada en procesos distintos de asimilación y reflexión espiritualizada ejercieron su influencia en el desarrollo posterior de personalidades maduras y responsables, así como en la angustia de haber conocido los límites de la potencialidad humana para aquellos que se quedaron en el camino movidos por su desidia o el infortunio de no haber podido seguir adelante.
A veces me pregunto si nuestra generación hubiera sido la misma de no haberse dado el arribo de una carabela de conquistador educativo. Acosa fuéramos los mismos de entonces, en una perspectiva de no haber alcanzado tempranamente la orientación en la búsqueda de nuestra propia entelequia (al fin de cuentas, en ello radica nuestro constante devaneo hacia el horizonte grande), o de haberlo hecho no hubiera tenido los mismos contornos de ubicuidad con el propio referente de vida, o sea, la propia introyección de la realización personal en sí misma, volcada hacia nuestro interior.
El recuerdo -llegado aquí- se confunde con la intelección de su significado. Entonces, acude otro tipo de recuerdos, como las escogidas líneas que dieron introducción a un primer intento propio de intelectualizar una natural inclinación al arte de la poesía. Allí quedaron plasmados los conceptos rectores que lo trajeron (percepción personal) a Tarija.
Una profunda angustia desgarraba su integridad, toda vez que veía una juventud desprovista de mayores horizontes que no sea el de un transcurso lineal por el mundo, sin mejores ambiciones que las conocidas de primera mano. Se encontraba frente a una generación sin poder hablar un mismo idioma de mediación intergeneracional, pues su autoridad y manifiesta tendencia a un conservadorismo recatado, no podía dejar de ser un elemento de ruptura o bloqueo, aunque a la vez, fue el primero que rompió pautas tradicionales del respeto entre educador y pupilo al propiciar acercamientos desde una óptica de ofrecer compartir en cierto secreto algunos privilegios reservados para los "mayores de edad", aunque nada más fueran cosas tan sencillas como un cigarrillo o muy rara vez, un vaso de cerveza.
Puedo comprender, entonces, que su paso por ésta tierra tuvo mejores metas que el sólo deseo del cambio. Fue más allá de su responsabilidad profesional y se preocupó por el destino generacional, por la profundización de valores, por el rescate de capacidades, por la sublimación de cualidades, por tantas cosas que informan el destino de una generación desabrida, para volverla sal del mundo. Visto así, es fácil comprender lo ingrato de semejante tarea y no culpo a quiénes no supieron o no pudieron sintonizar la onda de su propósito mayor: devolvernos la fe en nosotros mismos, en generar la subversión de la alegría de sabernos capaces de luchar por nuestra tierra, por nuestro destino, por nosotros mismos, por nuestros hijos, por nuestra vida, en fin, por devolvernos las riendas del futuro, aunque podamos equivocarnos en alguna parte del camino, porque siempre confió en que sabremos volver por la senda correcta.
La memoria invoca a un conjunto de imágenes de la época vivida, que se entremezclan entre los rostros de los viejos amigos, el colegio (entonces era llamado Antoniano), la inocencia de tantas actitudes frente a la vida, el ceño fruncido de caracterizados maestros y la inconfundible imagen de alguien que cambió y reviró el plácido transcurso de nuestras vidas, en el indolente ambiente que caracterizaba (todavía lo es) atrasada Tarija.
Es imposible deshacer los mitos que han sido creados a nuestro alrededor y con nuestra participación -inconsciente quizás- en la conformación del mismo. Ese alguien, llegó a configurar un mito viviente, en cuanto su fama y popularidad recorrió rápidamente el ambiente de la educación tarijeña. Recuerdo así al Hno. Felipe Palazón, una imponente imagen del típico europeo cuyo rostro mostraba -reflejo del desagrado de toparse diariamente con el sol ajeno- un continuo enrojecimiento que iluminaba sus mejillas y daba mayor realce a lo notorio de su presencia.
En aquellos días, se inauguró la época del desencanto en la rutina de nuestra formación vital, puesto que la indolencia con que tradicionalmente veíamos el devenir comenzó a tomar nuevas proyecciones, en un sentido de mayor participación propia en la formación del modelo de vida a seguir o desarrollar.
Comenzó su lucha -que tuvo elementos de mitología por los caracterizados elementos intangibles que eran su objetivo contra el "majaderismo" que era la síntesis de un estilo de vida arraigado en nuestra forma de ser, devenido de nuestros ancestros del subdesarrollo, por el cual las iniciativas y capacidades propias vivían un pesado sueño mítico, esperando la varita mágica de un misterioso hado que lanzara su extraño conjuro para despertar todos nuestros éxitos dormidos y nuestras ansias calladas comenzaran a ensayar sus gritos.
El Hno. Felipe no era solamente una presencia educadora distinta, encerrada en los límites físicos del colegio Antoniano. A partir de su llegada, su nombre trascendía -son los orígenes del mito- hacia las calles, los barrios y los hogares. Pronto, en todos los colegios se murmuraba su nombre; los colegiales, con el miedo de conocer un "alguien” que parecía arrancar respeto de tan sólo pronunciarlo y padres y profesores, con la curiosidad de toparse y conocer a quien había venido a sacudir los ropajes del viejo siglo sobre la educación tradicional.
Desde el plano personal, no era fácil ser parte de ese proyecto. Primero, porque a nadie le gusta ser diferente a los demás en la época en que tratamos de parecemos hasta en los propios complejos. Segundo, porque era más fácil y cómodo seguir como hasta entonces, sin complicarse con nuevos métodos de aprendizaje, disciplina estricta (esto era lo más doloroso), fomento a las iniciativas (si entonces lo máximo era "idear" dónde perder el tiempo un día concreto), orientación para descubrir las capacidades y cultivar valores universales... y tercero, porque a nadie gusta que alguien sea tan capaz de influirnos, aunque ello signifique -en algunos casos- distorsionar tamaña grandeza dejando un gusto desagradable en su recuerdo.
El tren del cambio emitía un desagradable pitido a nuestros oídos, pero el maquinista era hueso duro de roer. No había manera de engañarlo con excusarse que la salida en grupo del colegio obedecía a motivos de trabajo en el desarrollo de proyectos de pequeña iniciativa empresarial o proyección social -según fuera el gusto- que, poco más tarde, su presencia repentina en la plaza principal originaba un desbande de proporciones entre todos los "majaderos" que habían acudido prestos al llamado del regocijo (inocente por cierto) con la presencia del sexo opuesto, el mismo que estallaba en risas de gozo ante tan destempladas situaciones de los "hombrecitos" que minutos antes hacían gala de su temple desafiante a la autoridad constituida del Hermano Director.
También es inolvidable el recuerdo de una tarde de campeonato intercolegial, en que los ánimos caldeados de las barras superaron las frágiles fronteras de la mesura y comenzaron a aflorar en el ambiente palabras de grueso corte y dudoso origen, además de los primeros encontronazos aislados entre miembros de la exacerbadas turbas colegiales, que alentaban a su respectivo equipo en nuestro conocido coliseo, museo del básquetbol local. De pronto, la figura del Hno. Felipe cautivó las miradas de todos, al erguirse en el centro de la cancha y desde ahí, comenzar a repartir una penetrante mirada que acalló voces y ánimos, hasta el punto de que en pocos minutos el ambiente era tan sensible al silencio que se podía escuchar la bocina de un auto que a tres cuadras intentaba prevenirse de accidentes al cruce de una esquina. Seguidamente -no le importó que había espectadores de todos los colegios de Tarija- increpó tan duramente a los asistentes e hizo tal llamada a la reflexión desprovisto de altavoz alguno, que la tarde deportiva terminó con cantos, un respeto tan grande entre barras que parecía que no las había y la vigilante presencia del Hno. Felipe desde un asiento del mismo coliseo.
El Hermano Felipe tuvo también gestos de visionario, cuando comenzó ese notable trabajo de integración con lo que entonces era el Liceo Tarija. De alguna manera, ese establecimiento fue viviendo un proceso también de transformación a través de una extraña osmosis que generaba la permanente presencia del Hno. Felipe en el cambio fundamental inspirado al interior de su proceso enseñanza-aprendizaje. A más, fomentó la integración entre ambos colegios desde una perspectiva educativa que rompiera otros viejos moldes en la forma de enfocar el acercamiento y el descubrimiento entre los sexos, parte natural del proceso de maduración de los educandos.
Fue así que las generaciones de entonces-hombre y mujeres que estuvimos en los centros de irradiación de su influencia-compartimos la transmisión explicativa de esa tríada que sintetiza el desarrollo de la compleja personalidad humana y su autocontrol o dominio personal. Hablamos de su famosa VIA (Voluntad, Inteligencia, Afectividad), que otorgaba un elemento de mediación en la comprensión integral del ser. Tal conjunción de los aspectos volitivos, creativos y afectivos, comenzaron a despertar una exquisita sensibilidad hacia el mundo, hacia la realidad circundante, hacia la profunda complejidad interna, que poco a poco y de una distinta manera, imbricada en procesos distintos de asimilación y reflexión espiritualizada ejercieron su influencia en el desarrollo posterior de personalidades maduras y responsables, así como en la angustia de haber conocido los límites de la potencialidad humana para aquellos que se quedaron en el camino movidos por su desidia o el infortunio de no haber podido seguir adelante.
A veces me pregunto si nuestra generación hubiera sido la misma de no haberse dado el arribo de una carabela de conquistador educativo. Acosa fuéramos los mismos de entonces, en una perspectiva de no haber alcanzado tempranamente la orientación en la búsqueda de nuestra propia entelequia (al fin de cuentas, en ello radica nuestro constante devaneo hacia el horizonte grande), o de haberlo hecho no hubiera tenido los mismos contornos de ubicuidad con el propio referente de vida, o sea, la propia introyección de la realización personal en sí misma, volcada hacia nuestro interior.
El recuerdo -llegado aquí- se confunde con la intelección de su significado. Entonces, acude otro tipo de recuerdos, como las escogidas líneas que dieron introducción a un primer intento propio de intelectualizar una natural inclinación al arte de la poesía. Allí quedaron plasmados los conceptos rectores que lo trajeron (percepción personal) a Tarija.
Una profunda angustia desgarraba su integridad, toda vez que veía una juventud desprovista de mayores horizontes que no sea el de un transcurso lineal por el mundo, sin mejores ambiciones que las conocidas de primera mano. Se encontraba frente a una generación sin poder hablar un mismo idioma de mediación intergeneracional, pues su autoridad y manifiesta tendencia a un conservadorismo recatado, no podía dejar de ser un elemento de ruptura o bloqueo, aunque a la vez, fue el primero que rompió pautas tradicionales del respeto entre educador y pupilo al propiciar acercamientos desde una óptica de ofrecer compartir en cierto secreto algunos privilegios reservados para los "mayores de edad", aunque nada más fueran cosas tan sencillas como un cigarrillo o muy rara vez, un vaso de cerveza.
Puedo comprender, entonces, que su paso por ésta tierra tuvo mejores metas que el sólo deseo del cambio. Fue más allá de su responsabilidad profesional y se preocupó por el destino generacional, por la profundización de valores, por el rescate de capacidades, por la sublimación de cualidades, por tantas cosas que informan el destino de una generación desabrida, para volverla sal del mundo. Visto así, es fácil comprender lo ingrato de semejante tarea y no culpo a quiénes no supieron o no pudieron sintonizar la onda de su propósito mayor: devolvernos la fe en nosotros mismos, en generar la subversión de la alegría de sabernos capaces de luchar por nuestra tierra, por nuestro destino, por nosotros mismos, por nuestros hijos, por nuestra vida, en fin, por devolvernos las riendas del futuro, aunque podamos equivocarnos en alguna parte del camino, porque siempre confió en que sabremos volver por la senda correcta.