Una planta para salvar el río Guadalquivir

El principal problema de la planta de Tratamiento de Aguas Residuales de Tarija es que a la fecha todavía no esté hecha. Parece increíble que en una ciudad del tamaño de Tarija, con los ingresos que ha manejado desde principio de siglo, una infraestructura de estas connotaciones no esté...

OPINIÓN
OPINIÓN
El principal problema de la planta de Tratamiento de Aguas Residuales de Tarija es que a la fecha todavía no esté hecha. Parece increíble que en una ciudad del tamaño de Tarija, con los ingresos que ha manejado desde principio de siglo, una infraestructura de estas connotaciones no esté hecha. Tarija no tiene un sistema para tratar las aguas residuales, ha contemplado quince años como se moría su río, y los dueños de la Alcaldía en todo ese tiempo, no hicieron nada.

Tarija tiene hoy aproximadamente un cuarto de millón de vecinos. A principios de siglo, ya con Óscar Montes como burgomaestre, apenas llegaba a la mitad. Ni el cambio de siglo ni el arribo de los buenos tiempos, de la nacionalización, de la multiplicación de ingresos ni nada sirvió para que del despacho del alcalde o de la repartición responsable surgiera una voz, un proyecto, una visión sobre el desarrollo de la ciudad y se concretara un sistema de recolección de vertidos y su consiguiente tratamiento. Esto para una ciudad que se decía quería ser modelo resulta muy contradictorio y difícil de sostener.

Mientras los más nostálgicos veían morir el Guadalquivir y se preguntaban qué estaba pasando, los tomadores de decisiones dejaban escapar una donación de 12 millones de dólares por esas cosas de la burocracia. No contentos con eso, la ciudad empezó a crecer hacia todos los lados, sin orden ni concierto, sin planificar ni siquiera los mínimos servicios básicos en un tiempo de expansión de derechos donde el Gobierno Municipal debía atender. La aparición y empoderamiento de urbanizaciones ilegales y barrios asentados fueron la tónica habitual en un momento en el que hacía falta liderazgo para evitar que Tarija se convirtiera en la enésima ciudad persa.

Es obvio que no se logró, y que por tanto, quienes sucedieron en la gestión al alcalde Montes, aún siendo en una transición pactada, tienen el derecho de intentar ordenar esta situación que convierte a Tarija en una ciudad subdesarrollada al no tratar sus propios vertidos de acuerdo a los criterios de las Agencias del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

No somos ilusos para no darnos cuenta que, con los tiempos que se han manejado, la mayoría de componentes urgentes del tratamiento de aguas van a llegar, sus primeras piedras, en plena campaña electoral de 2019 – 2020. Cinco años prácticamente al agua que solo pueden recuperarse si se demuestra que se ha consolidado un horizonte sin pérdidas, suficiente para el desarrollo de la ciudad (que no tardará en duplicar su población) e irreversible.

Esperamos que finalmente el Gobierno Nacional honre sus compromisos y de un empujón verdadero a la construcción de la planta de Tratamiento de San Luis, la que de verdad va a acabar con el problema, y también esperamos que la Alcaldía y la Gobernación cumplan con una planta de San Blas para abastecer una parte de la ciudad que nunca debía haberse poblado como lo ha hecho.

El Concejo, obviamente, tiene la obligación de fiscalizar y verificar todos los proyectos del municipio pensando en el interés general. Sería demasiado grotesco que la Directiva fruto de la alianza apadrinada por Montes, que no pudo resolver el problema en 15 años, y por el MAS, que lleva dos años dando largas a los compromisos verbalizados por el Presidente Evo Morales, maniobren para hacer fracasar o dilatar el primer intento más o menos serio de resolver un problema semejante en dos décadas.

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