Maradona, Grabar-Kitarovic y la suerte de Macron
Acabó el Mundial más político de los últimos años. Un Mundial que el todopoderoso presidente ruso Vladimir Putin había supervisado al detalle para presentar su candidatura a líder mundial y que debía ser el Mundial de las Estrellas, es decir, aquel en el que debían brillar los Cristianos...
Acabó el Mundial más político de los últimos años. Un Mundial que el todopoderoso presidente ruso Vladimir Putin había supervisado al detalle para presentar su candidatura a líder mundial y que debía ser el Mundial de las Estrellas, es decir, aquel en el que debían brillar los Cristianos Ronaldos, Salah, Leo Messi y Neymar, y que acabó convirtiéndose en el Mundial de los equipos.
Todos los Mundiales, por el mismo hecho de tratarse de una competición entre países, tienen mucho de político. Cualquier gesto, cualquier guiño, tiene una repercusión mundial, nunca mejor dicho. Infantino, el nuevo jefe de la supuestamente renovada FIFA, lo sabe perfectamente. Infantino ha traído al mundo del fútbol el buen rollo populista, donde se acabaron las clases altas privilegiadas, donde los presidentes de los países abrazan a los jugadores sudorosos bajo una torrencial lluvia para la entrega de medallas, donde el mismísimo zar se hace fotos en el vestuario con los perdedores, donde el mandamás del fútbol hace de portador de la Copa del Mundo hasta las manos del capitán.
Maradona estaba llamado a ser un personaje emblemático del Mundial acorde a la teoría política de outsiders y relatos ganadores, hasta que sus peinetas a los nigerianos y su “descompensación” recuperaron todos los recuerdos de su legado paralelo a lo que el “mejor jugador del mundo” dejó en las canchas. Eran tiempos difíciles en la Argentina del aborto y el FMI como para darle demasiado micrófono al astro.
Su lugar no tardó en ocuparlo una política profesional, esta sí con objetivos claros: Kolinda Grabar-Kitarovic, presidenta de Croacia y dispuesta a aprovechar el tirón de los éxitos que la generación de los hijos de la guerra apostaban por ofrecer.
En Bolivia no tardó en tener su eco por aquello de la afición de Morales a colarse en los palcos de estos eventos. Pronto circuló un meme en el que se desgranaban las virtudes de esta rubia voluptuosa y que entre otras cosas aseguraba que se pagó los pasajes, pidió los días libres y (ahí se evidenció la mentira) compartía gradería con los aficionados.
Grabar Kitarovic tiene dos objetivos políticos: Entrar en la Unión Europea como miembro de pleno derecho, y su reelección en, casualidades, 2019. No hay duda que los logros de la generación de Modric, Rakitic, etc, entrará en la historia de un país ultranacionalista y conservador y su imagen de primera hincha le ayudará, sin duda.
En Bolivia no se hablaba tanto de la ex Yugoslavia desde la “guerra” por la Autonomía y la supuesta estrategia de balcanización patrocinada por los Estados Unidos, que alentaba el enfrentamiento entre regiones. Entonces no había Wikipedia y en los países educados bajo la órbita norteamericana, los malos habían sido los serbios pro rusos comunistas. Ahora se complicó más una historia basada en el supremacismo y el odio étnico.
Con todo, lo normal para un país futbolísticamente pobre como el nuestro, es ponerse del lado de la Cenicienta, del no favorito, más cuando se trata de enfrentar a la todopoderosa Francia de los 2.000 millones de euros.
Emmanuel Macron saltaba en el palco y no daba crédito de su fortuna. Una de las líneas maestras de su campaña con la plataforma En Marche! que le llevó a la presidencia era precisamente cambiar el modelo de migración e integración étnica alimentado en Francia durante años. Macron apostaba por la línea dura y por romper los guetos aislados de migrantes de multitud de nacionalidades donde los más jóvenes crecen al margen de las “costumbres francesas”. Solo siete de los 23 jugadores franceses tienen padres franceses, tres llegaron desde países africanos, el resto creció en esos guetos. Macron, hábil en esto de construir relatos, sabrá utilizarlo.
No hay duda de que esta edición del Mundial 2018 ha dejado, de nuevo, un montón de ejemplos del fútbol que aplicar en política, donde no se trata de estrellas, sino de proyectos; y donde gana, como diría Fermín, quien marca un gol más.
Todos los Mundiales, por el mismo hecho de tratarse de una competición entre países, tienen mucho de político. Cualquier gesto, cualquier guiño, tiene una repercusión mundial, nunca mejor dicho. Infantino, el nuevo jefe de la supuestamente renovada FIFA, lo sabe perfectamente. Infantino ha traído al mundo del fútbol el buen rollo populista, donde se acabaron las clases altas privilegiadas, donde los presidentes de los países abrazan a los jugadores sudorosos bajo una torrencial lluvia para la entrega de medallas, donde el mismísimo zar se hace fotos en el vestuario con los perdedores, donde el mandamás del fútbol hace de portador de la Copa del Mundo hasta las manos del capitán.
Maradona estaba llamado a ser un personaje emblemático del Mundial acorde a la teoría política de outsiders y relatos ganadores, hasta que sus peinetas a los nigerianos y su “descompensación” recuperaron todos los recuerdos de su legado paralelo a lo que el “mejor jugador del mundo” dejó en las canchas. Eran tiempos difíciles en la Argentina del aborto y el FMI como para darle demasiado micrófono al astro.
Su lugar no tardó en ocuparlo una política profesional, esta sí con objetivos claros: Kolinda Grabar-Kitarovic, presidenta de Croacia y dispuesta a aprovechar el tirón de los éxitos que la generación de los hijos de la guerra apostaban por ofrecer.
En Bolivia no tardó en tener su eco por aquello de la afición de Morales a colarse en los palcos de estos eventos. Pronto circuló un meme en el que se desgranaban las virtudes de esta rubia voluptuosa y que entre otras cosas aseguraba que se pagó los pasajes, pidió los días libres y (ahí se evidenció la mentira) compartía gradería con los aficionados.
Grabar Kitarovic tiene dos objetivos políticos: Entrar en la Unión Europea como miembro de pleno derecho, y su reelección en, casualidades, 2019. No hay duda que los logros de la generación de Modric, Rakitic, etc, entrará en la historia de un país ultranacionalista y conservador y su imagen de primera hincha le ayudará, sin duda.
En Bolivia no se hablaba tanto de la ex Yugoslavia desde la “guerra” por la Autonomía y la supuesta estrategia de balcanización patrocinada por los Estados Unidos, que alentaba el enfrentamiento entre regiones. Entonces no había Wikipedia y en los países educados bajo la órbita norteamericana, los malos habían sido los serbios pro rusos comunistas. Ahora se complicó más una historia basada en el supremacismo y el odio étnico.
Con todo, lo normal para un país futbolísticamente pobre como el nuestro, es ponerse del lado de la Cenicienta, del no favorito, más cuando se trata de enfrentar a la todopoderosa Francia de los 2.000 millones de euros.
Emmanuel Macron saltaba en el palco y no daba crédito de su fortuna. Una de las líneas maestras de su campaña con la plataforma En Marche! que le llevó a la presidencia era precisamente cambiar el modelo de migración e integración étnica alimentado en Francia durante años. Macron apostaba por la línea dura y por romper los guetos aislados de migrantes de multitud de nacionalidades donde los más jóvenes crecen al margen de las “costumbres francesas”. Solo siete de los 23 jugadores franceses tienen padres franceses, tres llegaron desde países africanos, el resto creció en esos guetos. Macron, hábil en esto de construir relatos, sabrá utilizarlo.
No hay duda de que esta edición del Mundial 2018 ha dejado, de nuevo, un montón de ejemplos del fútbol que aplicar en política, donde no se trata de estrellas, sino de proyectos; y donde gana, como diría Fermín, quien marca un gol más.