Los Silencios de Carlos Medinaceli Quintana -I- (*)
En circunstancias de los ocho años que tutelé la Feria Internacional del Libro de Tarija, como su Curador, no sé si creé, pero sí estimulé un espacio denominado “Conozca al Escritor” en el entendido de que, sobre todo los jóvenes y niños que se acercaran a un creador de elevadas...
En circunstancias de los ocho años que tutelé la Feria Internacional del Libro de Tarija, como su Curador, no sé si creé, pero sí estimulé un espacio denominado “Conozca al Escritor” en el entendido de que, sobre todo los jóvenes y niños que se acercaran a un creador de elevadas letras, se aproximarían a un hombre en su integridad y se desvanecería en ellos la idea de que el escritor es una esfinge de bronce, mármol o granito, vale decir un súper hombre.
Carlos Medinaceli Quintana, tuvo una vida íntegra –con sus cumbres y abismos- y por esa realidad constituye un verdadero ejemplo de vida.
Sin duda alguna, fue uno de los grandes pensadores e intelectuales que tuvo Bolivia y seguramente su obra será actual eternamente.
Carlos Medinaceli Quintana, fue el verdadero filósofo de Gesta Bárbara, y, como todo filósofo fue un preso de sus silencios. Y –a no dudarlo- fueron asaz introspección de silencios, los hados que marcaron los sinos de este intelectual prodigioso.
Fueron suficientes cincuenta y un años de vida de sembrador, para otorgar a Bolivia una trilla, que todavía puede ser aventada por generaciones, aún en su esoterismo de mutismos.
El silencio fue su heredad, hasta después de su muerte.
La tumba de uno de los más acaudalados en intelectualidad y patrimonio de dramaturgo de la historia de la patria, permaneció en el silencio del olvido por muchos años en el cementerio de La Paz, hasta que fue encontrada por el periodista Guimer Zambrana Salas.
El mutis del deterioro, reina en su casa de hacienda de Chequette, cantón Vichacla del municipio de Cotagaita.
Es más, la mudez de esa trilogía geográfica, guarda en secreto la verdadera cuna e identidad de la Chaskañawi, a la que se suma silente la tibia y pintoresca Tocla.
En vano Tristán Marof pretendió adjudicarle el nombre de Silvia a la protagonista de la novela, en uno de sus escritos intitulado “El Cholaje”.
El marco del mutis, se inicia en el parte de bautismo de Carlos Medinaceli Quintana, en él consta que recibió tal Sacramento el 30 de enero de 1898, pero no señala el lugar ni la fecha de nacimiento. Quién sabe una premonición para su ambivalencia de preferencia de destino entre Sucre y Potosí.
Otro de los sigilos acatados celosamente por él, fue el no rememorar su estirpe y antepasados.
Hacia 1785, fue enviado por los monarcas borbones rumbo a Charcas, Agustín Medinaceli y Cerda juntamente con su esposa Rosaura Lizarazu, él estaba especializado en minas y estaba encargado de realizar prospecciones para la corona.
Prosperando en emprendimientos de la plata, se afincó definitivamente en Cotagaita, construyendo un caserón en el lugar denominado Las Delicias.
Hacen hincapié, sus biógrafos, amigos y compañeros contemporáneos en el hecho, de que nunca o casi nunca se sintió a Carlos Medinaceli comentar sobre su ascendencia.
Otra de las mudeces que ornan el sino del escritor, es la que habita en el que fuera su domicilio en la ciudad de Sucre.
Ahora es una galería comercial, antro de denarios y superficialidades. Una placa avergonzada reza: “En esta casa nació Carlos Medinaceli, notable escritor boliviano”. “Homenaje de la Honorable Alcaldía Municipal de Chuquisaca y Peña de Arte Illapa” 30-I-898 – 12-V-949.
A los veinte años, junto a su madre y hermanos se radica en Potosí, ciudad la que sintió como suya. En esta colonial metrópoli, explota, desborda su creatividad.
Aporta con su solvencia, a cuantos periódicos y revistas emergen en la ciudad. Su temática es exuberante: desde la profunda problemática cultural, la identidad de la patria, hasta lo político y sociológico.
Pero había también –contemporáneamente- un silencio compartido con el tedio, que pocos recuerdan: su larga permanencia en una tediosa oficina de trámites mineros, donde seguramente nació su animadversión hacia los abogados y tinterillos.
Dice Armando Alba: “meses y meses abrumado, se dedicó a examinar memoriales e instancias de litigantes sin escrúpulos” “…se quedaba meditando en la infinita miseria humana que trascendía de esos legajos”
Escribía Claudio Peñaranda en “La Mañana” de Sucre, en agosto de 1921:
“Singular esplendor ha tenido en La Villa Imperial de Potosí, la Fiesta de la Poesía y la Belleza, en la cual concursaron más de treinta autores.
La Flor Natural y la Banda del Gay Saber, ha sido concedida al silencioso poeta chuquisaqueño adolescente Carlos Medinaceli”… “La poesía laureada, elegante en la forma, erudita y hondamente filosófica en el fondo, es muy digna del lauro”… “Firmó él con el seudónimo de Parsifal su poema Las Voces de la Noche”.
Pero una crítica hiriente hizo, que cerrara su espíritu y obra a la realización poética.
Varias fueron las diversas “contra-críticas” que se vertieron a su favor. Las más, con argumentos asaz categóricos, devastaban y cercenaban la crónica publicada en “El Radical de Potosí”, con la autoría de Luis Serrudo Vargas.
Digno de resaltar, es que toda la opinión pública se manifestó a favor del poeta con justicia premiado, pero, porfiada y lastimosamente, Medinaceli comenzó a alejarse del arte que hasta ese momento había sido su oasis preferido. Afirmando a poco tiempo, que: “Dios no lo había llamado al terreno de la poesía”. Y he aquí que sobreviene uno de los más grandes silencios de Carlos Medinaceli Quintana.
Revisando la prosa depurada, elegante, con un exquisito manejo del lenguaje, a uno le queda seguramente la duda, si la patria no perdió un poeta mayor y de envergadura.
Confirma ese mutismo poético –categóricamente- esa nota escrita por el mismo Medinaceli:
“Sucedió que ayer tarde, el Director me pidió que le diera “algún verso mío” para el número de gala de “El Nacional”… “murmuré, confuso, atónito y disperso: yo le juro, le prometo, le garantizo, le certifico, le compruebo: que jamás, nunca, ¡nunca! He cometido ningún verso, ¡soy una persona honrada!”
Carlos Medinaceli Quintana, tuvo una vida íntegra –con sus cumbres y abismos- y por esa realidad constituye un verdadero ejemplo de vida.
Sin duda alguna, fue uno de los grandes pensadores e intelectuales que tuvo Bolivia y seguramente su obra será actual eternamente.
Carlos Medinaceli Quintana, fue el verdadero filósofo de Gesta Bárbara, y, como todo filósofo fue un preso de sus silencios. Y –a no dudarlo- fueron asaz introspección de silencios, los hados que marcaron los sinos de este intelectual prodigioso.
Fueron suficientes cincuenta y un años de vida de sembrador, para otorgar a Bolivia una trilla, que todavía puede ser aventada por generaciones, aún en su esoterismo de mutismos.
El silencio fue su heredad, hasta después de su muerte.
La tumba de uno de los más acaudalados en intelectualidad y patrimonio de dramaturgo de la historia de la patria, permaneció en el silencio del olvido por muchos años en el cementerio de La Paz, hasta que fue encontrada por el periodista Guimer Zambrana Salas.
El mutis del deterioro, reina en su casa de hacienda de Chequette, cantón Vichacla del municipio de Cotagaita.
Es más, la mudez de esa trilogía geográfica, guarda en secreto la verdadera cuna e identidad de la Chaskañawi, a la que se suma silente la tibia y pintoresca Tocla.
En vano Tristán Marof pretendió adjudicarle el nombre de Silvia a la protagonista de la novela, en uno de sus escritos intitulado “El Cholaje”.
El marco del mutis, se inicia en el parte de bautismo de Carlos Medinaceli Quintana, en él consta que recibió tal Sacramento el 30 de enero de 1898, pero no señala el lugar ni la fecha de nacimiento. Quién sabe una premonición para su ambivalencia de preferencia de destino entre Sucre y Potosí.
Otro de los sigilos acatados celosamente por él, fue el no rememorar su estirpe y antepasados.
Hacia 1785, fue enviado por los monarcas borbones rumbo a Charcas, Agustín Medinaceli y Cerda juntamente con su esposa Rosaura Lizarazu, él estaba especializado en minas y estaba encargado de realizar prospecciones para la corona.
Prosperando en emprendimientos de la plata, se afincó definitivamente en Cotagaita, construyendo un caserón en el lugar denominado Las Delicias.
Hacen hincapié, sus biógrafos, amigos y compañeros contemporáneos en el hecho, de que nunca o casi nunca se sintió a Carlos Medinaceli comentar sobre su ascendencia.
Otra de las mudeces que ornan el sino del escritor, es la que habita en el que fuera su domicilio en la ciudad de Sucre.
Ahora es una galería comercial, antro de denarios y superficialidades. Una placa avergonzada reza: “En esta casa nació Carlos Medinaceli, notable escritor boliviano”. “Homenaje de la Honorable Alcaldía Municipal de Chuquisaca y Peña de Arte Illapa” 30-I-898 – 12-V-949.
A los veinte años, junto a su madre y hermanos se radica en Potosí, ciudad la que sintió como suya. En esta colonial metrópoli, explota, desborda su creatividad.
Aporta con su solvencia, a cuantos periódicos y revistas emergen en la ciudad. Su temática es exuberante: desde la profunda problemática cultural, la identidad de la patria, hasta lo político y sociológico.
Pero había también –contemporáneamente- un silencio compartido con el tedio, que pocos recuerdan: su larga permanencia en una tediosa oficina de trámites mineros, donde seguramente nació su animadversión hacia los abogados y tinterillos.
Dice Armando Alba: “meses y meses abrumado, se dedicó a examinar memoriales e instancias de litigantes sin escrúpulos” “…se quedaba meditando en la infinita miseria humana que trascendía de esos legajos”
Escribía Claudio Peñaranda en “La Mañana” de Sucre, en agosto de 1921:
“Singular esplendor ha tenido en La Villa Imperial de Potosí, la Fiesta de la Poesía y la Belleza, en la cual concursaron más de treinta autores.
La Flor Natural y la Banda del Gay Saber, ha sido concedida al silencioso poeta chuquisaqueño adolescente Carlos Medinaceli”… “La poesía laureada, elegante en la forma, erudita y hondamente filosófica en el fondo, es muy digna del lauro”… “Firmó él con el seudónimo de Parsifal su poema Las Voces de la Noche”.
Pero una crítica hiriente hizo, que cerrara su espíritu y obra a la realización poética.
Varias fueron las diversas “contra-críticas” que se vertieron a su favor. Las más, con argumentos asaz categóricos, devastaban y cercenaban la crónica publicada en “El Radical de Potosí”, con la autoría de Luis Serrudo Vargas.
Digno de resaltar, es que toda la opinión pública se manifestó a favor del poeta con justicia premiado, pero, porfiada y lastimosamente, Medinaceli comenzó a alejarse del arte que hasta ese momento había sido su oasis preferido. Afirmando a poco tiempo, que: “Dios no lo había llamado al terreno de la poesía”. Y he aquí que sobreviene uno de los más grandes silencios de Carlos Medinaceli Quintana.
Revisando la prosa depurada, elegante, con un exquisito manejo del lenguaje, a uno le queda seguramente la duda, si la patria no perdió un poeta mayor y de envergadura.
Confirma ese mutismo poético –categóricamente- esa nota escrita por el mismo Medinaceli:
“Sucedió que ayer tarde, el Director me pidió que le diera “algún verso mío” para el número de gala de “El Nacional”… “murmuré, confuso, atónito y disperso: yo le juro, le prometo, le garantizo, le certifico, le compruebo: que jamás, nunca, ¡nunca! He cometido ningún verso, ¡soy una persona honrada!”