La rebelión del Gran Chaco

El Chaco necesita una profunda rebelión que abra un nuevo camino, un nuevo horizonte y sobre todo, permita superar de una vez las mil y una taras mentales e institucionales que con el tiempo se han ido aceptando como si fueran parte del ADN de la chaqueñidad. No, no es ley del chaqueño el...

EDITORIAL
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El Chaco necesita una profunda rebelión que abra un nuevo camino, un nuevo horizonte y sobre todo, permita superar de una vez las mil y una taras mentales e institucionales que con el tiempo se han ido aceptando como si fueran parte del ADN de la chaqueñidad. No, no es ley del chaqueño el victimismo ni la infelicidad, ni tampoco la corrupción ni el egoísmo, más bien todo lo contrario. ¿Por qué entonces las autoridades se siguen resistiendo a ser dueños de su propio destino?

La Autonomía Regional es una experiencia pionera en el país. Nadie tiene idea de hasta donde se puede desarrollar ni en qué momento quedará chica para las aspiraciones de sus habitantes, pero no se puede renegar del marco sin siquiera haber empezado a desarrollarlo.

El Chaco tiene una historia de olvido y abandono crónico. Una historia inexplicable a tenor de los acontecimientos del pasado siglo, la cruenta guerra con Paraguay y los ingentes recursos hidrocarburíferos que guarda en sus entrañas. Con todo, la carretera de vinculación con Tarija sigue siendo precaria y las fronteras un coladero.

Ese abandono es el que forjó el carácter chaqueño, tanto en lo que a resistencia se refiere como a la autosuficiencia. Algunos quedaron después de la guerra, otros se fueron, pero nunca recibieron un apoyo de más. El Estado se limitó a malcumplir sus obligaciones fronterizas y militares mientras las petroleras campaban a sus anchas en la impunidad. En ese contexto, el Chaco salió adelante sin pedir nada a nadie.

La historia es paralela con Tarija, sin caminos de asfalto que le conectaran con ninguna otra capital o frontera hasta el siglo XXI pese a una tradición política asentada en La Paz. Es a finales del siglo pasado, cuando con la descentralización y las leyes de participación popular, los ingresos se empiezan a incrementar y el Chaco exige, con todo derecho, su parte.

En algún momento el “adversario común” logra dividir y confrontar al departamento en sí mismo. El blanco del reclamo deja de ser el poder central nacional, administrador del 89 por ciento y todo lo demás, y se alimentan rencillas y peleas entre el Chaco y el resto de provincias del departamento de Tarija.

La Autonomía Regional es evidentemente una solución de consenso que debe permitirle al Chaco alcanzar sus objetivos de desarrollo y bienestar de sus vecinos. El poder ejecutivo es absoluto y la libertad para tomar decisiones, prácticamente también. El 45 por ciento de las regalías llega directa al Chaco y el del IDH, todavía no, pero sí íntegro luego de toda la gestión burocrática. Sí, es necesario eliminar esos pasos intermedios y facilitar las transferencias sin perder tiempos, ni generar susceptibilidades, ni absurdos gastos de gestión y operativos.

Más allá de ese problema puntual que hay que solucionar, el problema general no es entonces del marco, sino la capacidad de las autoridades que deben desarrollarlo. Las autoridades chaqueñas no han elaborado una agenda de desarrollo propia y más parecen abonadas al victimismo y a la prebenda que llegue del nivel central en función de alianzas políticas con un partido que, por cierto, nunca entendió ni compartió la autonomía.

Se cumplen diez años desde que se formalizó la figura de la Autonomía Regional y hasta ahora no avanza. Peor, no se dan muestras de que alguien la quiera hacer avanzar. El Chaco requiere de una rebelión urgente, en sus propias comunidades y municipios, porque las oportunidades aún están ahí, pero pueden acabar pasando.

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