La “bandera española” en un día de encierro: Crónicas de cuarentena
De lejos llega el canto de los pájaros, el parloteo de los loros de paso por la plaza Luis de Fuentes de Tarija, a media cuadra de donde vivo, segundo día de cuarentena y fue un lunes incomprensible de empezar, esta demás decir que no era como cualquier otro, como cuando uno se levantaba...
De lejos llega el canto de los pájaros, el parloteo de los loros de paso por la plaza Luis de Fuentes de Tarija, a media cuadra de donde vivo, segundo día de cuarentena y fue un lunes incomprensible de empezar, esta demás decir que no era como cualquier otro, como cuando uno se levantaba temprano, ducharse, ver la agenda y salir a cubrir.
Ahora no, despertar, prender la Tv, las noticias, y lo mismo de las últimas semanas, coronavirus, estadísticas de sospechosos, muertos y recuperados, finalmente la cobertura ordinaria que se resume en llamadas por teléfono, un viejo lobo de mar acostumbrado a recorrer sus puertos ahora confinado a un faro desde donde pretende verlo todo.
Habitúe de viejas tabernas, de lugares de comida callejera, chatarra, cerveza y vino. Eso se terminó ahora, las calles están vacías, los boliches cerrados, aprender a cocinar si quieres llevar algo al estómago que tenga sabor y que no sea solo un consabido pan integral, café negro y queso.
El primer día de la cuarentena sentí pánico, ¿dónde cuernos almorzaré?, automáticamente llevado por las multitudes que desembocaban en el mercado Central me dejé llevar por esa paranoia consumista, comprar lo que los otros compraban, productos de la canasta familiar y torpemente elijo lo que los otros elegían e intuitivamente adivino que eran los ingredientes de lo que me daban en la pensión.
Papa, cebolla, tomate, fideos, arroz, carne, pollo, huevos, zanahoria, brócoli, aderezos, queso, locoto (porque me gusta), aceite, sal, pimienta, hojitas de laurel, ajo, y me sentí un cojudo con todo eso ordenando en el refrigerador- que solo almacenaba latas de cerveza- y la despensa, una vez que llegué al departamento donde vivo.
Algo más tarde me pregunto: ¿éstas son mis cosas o mis ganas de vivir? Después buscar recetas, preguntar a los amigos cómo se hace un guiso de fideo, una sopita de pollo, un omelette de brócoli, la exnovia por fono que me explica en difícil su alquimia de cocina y yo, con mi ramito de rosas, invitándola a encontrarnos con ese pretexto en la hora permitida para ir al mercado, ¡Ay! que boludo, yo con mis florecitas y espinillas.
Sin embargo, no hay nada que no sea de otro mundo, al final aprendí a prepararme una “bandera española”, tomate y huevo revuelto, ajo y locoto para darle emoción, así de simple. La soledad de este encierro.
¿Quieres contarnos como lo estás viviendo? Mándanos tu texto o tus fotos a [email protected]
Ahora no, despertar, prender la Tv, las noticias, y lo mismo de las últimas semanas, coronavirus, estadísticas de sospechosos, muertos y recuperados, finalmente la cobertura ordinaria que se resume en llamadas por teléfono, un viejo lobo de mar acostumbrado a recorrer sus puertos ahora confinado a un faro desde donde pretende verlo todo.
Habitúe de viejas tabernas, de lugares de comida callejera, chatarra, cerveza y vino. Eso se terminó ahora, las calles están vacías, los boliches cerrados, aprender a cocinar si quieres llevar algo al estómago que tenga sabor y que no sea solo un consabido pan integral, café negro y queso.
El primer día de la cuarentena sentí pánico, ¿dónde cuernos almorzaré?, automáticamente llevado por las multitudes que desembocaban en el mercado Central me dejé llevar por esa paranoia consumista, comprar lo que los otros compraban, productos de la canasta familiar y torpemente elijo lo que los otros elegían e intuitivamente adivino que eran los ingredientes de lo que me daban en la pensión.
Papa, cebolla, tomate, fideos, arroz, carne, pollo, huevos, zanahoria, brócoli, aderezos, queso, locoto (porque me gusta), aceite, sal, pimienta, hojitas de laurel, ajo, y me sentí un cojudo con todo eso ordenando en el refrigerador- que solo almacenaba latas de cerveza- y la despensa, una vez que llegué al departamento donde vivo.
Algo más tarde me pregunto: ¿éstas son mis cosas o mis ganas de vivir? Después buscar recetas, preguntar a los amigos cómo se hace un guiso de fideo, una sopita de pollo, un omelette de brócoli, la exnovia por fono que me explica en difícil su alquimia de cocina y yo, con mi ramito de rosas, invitándola a encontrarnos con ese pretexto en la hora permitida para ir al mercado, ¡Ay! que boludo, yo con mis florecitas y espinillas.
Sin embargo, no hay nada que no sea de otro mundo, al final aprendí a prepararme una “bandera española”, tomate y huevo revuelto, ajo y locoto para darle emoción, así de simple. La soledad de este encierro.
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