El olor de los higos, las nueces y las frutillas de Encarnación Daza
Encarnación Daza nació en Tarija en el año 1959 en una de las salas del antiguo Hospital Regional San Juan de Dios. Su destino iba a ser dulce como el aire que respira cada mañana junto a las frutillas que le traen desde Yesera y difícil de romper como la corteza de las nueces tiernas del...
Encarnación Daza nació en Tarija en el año 1959 en una de las salas del antiguo Hospital Regional San Juan de Dios. Su destino iba a ser dulce como el aire que respira cada mañana junto a las frutillas que le traen desde Yesera y difícil de romper como la corteza de las nueces tiernas del Valle, pero en ese momento ella aún no lo sabía.
Su madre, Petrona Ochoa, junto a su padre, Andrés Daza, vendían desde siempre frutas en el antiguo mercado Central. “Siempre hemos vendido fruta”, cuenta orgullosa sonriendo detrás de las manzanas rojas. “Antes, las camionetas llegaban cargadas de fruta por la calle Bolívar. Allí era la puerta de madera y descargaban. Ellos eran los productores, los mayoristas. De ahí con el tiempo los llevaron a La Loma”, dice.
Cuando la ciudad empezó a crecer y las necesidades de la urbe cambiaron, trasladaron el lugar de entrega de productos por mayor hasta La Loma de San Juan para después volver a trasladarlos hasta El Campesino (y ahora hasta el mercado Abasto del Sur). Unos cien años antes de que doña Petrona conozca a don Andrés, por el año 1833 cuando Isaac Attié era alcalde de la ciudad, se construyó el mercado público en el mismo predio de la Recova Magariños (en su actual locación) pero no fue sino hasta el año 1843 que inició la historia del mercado como entidad municipal.
Cuatro años antes de que Encarnación venda en su propio puesto, en 1975 el mercado construido por don Isaac Attie fue demolido para dar paso al mercado Central de la ciudad de Tarija. Allí inicia su historia. Desde sus más remotas memorias ella recuerda el olor de las frutas. “Mis papás agarraban los higos, las uvas y los duraznos de Calamuchita”, cuenta. En esa época ya traían plátanos desde Cochabamba en camiones.
A partir de los 12 años, ella empezó a vender por su cuenta para ayudar a su madre que se quedaba en el puesto fijo del mercado. Si bien las ventas eran buenas, a veces se tenían que mover para buscar más clientes. Encarnación llenaba una canasta de gruesos higos morados apilados cuidadosamente para no dañarlos. Uno partido por la mitad se asomaba por la servilleta blanca que los protegía para mostrar la carne rosa del fruto. Se vendía a un boliviano la docena.
“Yo ya tenía mi clientela. Por ejemplo, estaba la señora de la Casa Forti, aquí cerca de la plaza principal. Ella era mi clienta favorita que me compraba todo. También la señora Castellanos que vendía los remedios. Ellas también me compraban”, recuerda.
El canchaje que se pagaba en esos años llegaba a costar 50 centavos hasta llegar a un boliviano, precio que se mantuvo hasta la actualidad. Hasta ahora, ella lleva 40 años vendiendo fruta y en este tiempo pudo observar los cambios que se realizaron en el mercado, tanto en la estructura como en el concepto del mismo. Pudo ver a los clientes de siempre y a las vendedoras más queridas caminar y desvanecerse en el ciclo ineludible de la vida, al cual nos dirigimos todos.
Encarnación se enamoró. Tuvo cinco hijos que ahora “ya están grandes” como dice ella. “Ya son profesionales, pero vienen a ayudarme. “Cinco como un racimo de uvas verdes”. Durante el crecimiento de sus hijos y desarrollo en el colegio y la universidad ella siguió en el mercado apoyándolos y se enfrentó a años muy difíciles económicamente.
Más aún, los momentos malos también vienen acompañados de recuerdos buenos. La amistad y la familiaridad de compartir con otras vendedoras, con las personas que se acercan a los puestos y la relación con los proveedores de las frutas son lazos inquebrantables. La vida dentro de un mercado también tiene sus propias reglas.
Los mercados conforman un reflejo de la sociedad compuesto por sectores. Están las panaderas, las vendedoras de frutas, las verduleras, las cocineras, las carniceras, las mujeres que traen los quesos y la leche, aquellas que venden las flores, las que preparan los desayunos y allí, en medio de una diversidad de productos debe priorizar el orden. Tarea nada fácil.
En el mercado también hay fiestas. El martes de albahaca se celebra con entusiasmo. En el año 2000, un turril de chicha reventó en medio del tumulto. Las personas creyeron que se trataba de una garrafa y para huir del peligro salieron corriendo sin importar nada. “Salían perdiendo los zapatos, pero cuando se dieron cuenta que era chicha. Media vuelta a buscar los zapatos”, relata y ríe.
Encarnación ahora vende frutas surtidas. Hay damascos, mandarinas y ciruelos a diez bolivianos la bolsita, aunque igual vende por unidades. Hay manzanas y peras. Las sandías en esta época de calor son las más requeridas, por tajada y enteras. Las papayas son recomendadas para aquellas personas que necesitan desintoxicarse. Las frutillas las producen en Yesera y las hay de todos los tamaños.
También se venden frutos secos. La época de nuez está por llegar. Al principio son dulces, lechosas y cremosas, luego su aceite se concentra y el sabor permanece en el paladar. Cuenta que ahora están de moda los arándanos, los traen desde Entre Ríos y Coimata. En un puesto, las personas encuentran frutos de muchos lugares, algunos muy lejanos a Tarija. Cada sabor y aroma significa transportarse a los lugares de su producción.
La Recova
La original Recova estaba ubicada en predios donde actualmente se encuentra el mercado Central (Domingo Paz/ Mcal. Sucre), junto a la capilla que pertenecía a la orden de los Padres Dominicos. El Prefecto de esa época, Manuel Rodríguez Magariños en enero de 1843 tuvo la iniciativa de construir un mercado público en la ciudad en predios del ex convento de Santo Domingo, siendo la población de ese año de 2.741 habitantes, según datos contenidos en el Anuario Nacional de esa época.
El original centro de abastecimiento de la ciudad de Tarija estaba construido con adobes de tierra, plafón de troncos de madera, caña y tejado rustico labrado en el “tejar”, cerca de la banda del río Guadalquivir, actual zona donde está ubicada la ciudadela universitaria. La recova se distinguía por la fuente agua construida en medio de la infraestructura, de la cual la vecindad se proveía del líquido elemento para su consumo y lo transportaba en cantaros a los hogares.
Tres frutas nutritivas que se produce en la región
Las nueces
La época de nuez está por llegar. Al principio son dulces, lechosas y cremosas, luego su aceite se concentra y el sabor permanece en el paladar. El alto contenido de la nuez en vitamina E le da un alto poder antioxidante y ayuda a prevenir el envejecimiento de nuestro organismo. Además, tiene vitaminas del grupo B (B1, B2, B3, B6 y B9) y zinc, entre otras propiedades.
Las frutillas
Las frutillas son traídas desde Yesera. Poseen grandes propiedades energizantes y antioxidantes. Tienen una alta dosis de vitamina C, además de ser ricas en fitonutrientes que permiten contrarrestar los efectos de los radicales libres, que son en muchas ocasiones los causantes de ciertos tipos de cáncer.
Los higos
Cualquiera que haya disfrutado del aroma de una higuera al atardecer necesitará pocas palabras para comprender que el higo es una fruta única. Su piel es suave, su pulpa melosa, aromática, dulce y tiene los toques crujientes de sus semillas. Contiene potasio, magnesio, fósforo, hierro, calcio y manganeso.
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Su madre, Petrona Ochoa, junto a su padre, Andrés Daza, vendían desde siempre frutas en el antiguo mercado Central. “Siempre hemos vendido fruta”, cuenta orgullosa sonriendo detrás de las manzanas rojas. “Antes, las camionetas llegaban cargadas de fruta por la calle Bolívar. Allí era la puerta de madera y descargaban. Ellos eran los productores, los mayoristas. De ahí con el tiempo los llevaron a La Loma”, dice.
Cuando la ciudad empezó a crecer y las necesidades de la urbe cambiaron, trasladaron el lugar de entrega de productos por mayor hasta La Loma de San Juan para después volver a trasladarlos hasta El Campesino (y ahora hasta el mercado Abasto del Sur). Unos cien años antes de que doña Petrona conozca a don Andrés, por el año 1833 cuando Isaac Attié era alcalde de la ciudad, se construyó el mercado público en el mismo predio de la Recova Magariños (en su actual locación) pero no fue sino hasta el año 1843 que inició la historia del mercado como entidad municipal.
Cuatro años antes de que Encarnación venda en su propio puesto, en 1975 el mercado construido por don Isaac Attie fue demolido para dar paso al mercado Central de la ciudad de Tarija. Allí inicia su historia. Desde sus más remotas memorias ella recuerda el olor de las frutas. “Mis papás agarraban los higos, las uvas y los duraznos de Calamuchita”, cuenta. En esa época ya traían plátanos desde Cochabamba en camiones.
A partir de los 12 años, ella empezó a vender por su cuenta para ayudar a su madre que se quedaba en el puesto fijo del mercado. Si bien las ventas eran buenas, a veces se tenían que mover para buscar más clientes. Encarnación llenaba una canasta de gruesos higos morados apilados cuidadosamente para no dañarlos. Uno partido por la mitad se asomaba por la servilleta blanca que los protegía para mostrar la carne rosa del fruto. Se vendía a un boliviano la docena.
“Yo ya tenía mi clientela. Por ejemplo, estaba la señora de la Casa Forti, aquí cerca de la plaza principal. Ella era mi clienta favorita que me compraba todo. También la señora Castellanos que vendía los remedios. Ellas también me compraban”, recuerda.
El canchaje que se pagaba en esos años llegaba a costar 50 centavos hasta llegar a un boliviano, precio que se mantuvo hasta la actualidad. Hasta ahora, ella lleva 40 años vendiendo fruta y en este tiempo pudo observar los cambios que se realizaron en el mercado, tanto en la estructura como en el concepto del mismo. Pudo ver a los clientes de siempre y a las vendedoras más queridas caminar y desvanecerse en el ciclo ineludible de la vida, al cual nos dirigimos todos.
Encarnación se enamoró. Tuvo cinco hijos que ahora “ya están grandes” como dice ella. “Ya son profesionales, pero vienen a ayudarme. “Cinco como un racimo de uvas verdes”. Durante el crecimiento de sus hijos y desarrollo en el colegio y la universidad ella siguió en el mercado apoyándolos y se enfrentó a años muy difíciles económicamente.
Más aún, los momentos malos también vienen acompañados de recuerdos buenos. La amistad y la familiaridad de compartir con otras vendedoras, con las personas que se acercan a los puestos y la relación con los proveedores de las frutas son lazos inquebrantables. La vida dentro de un mercado también tiene sus propias reglas.
Los mercados conforman un reflejo de la sociedad compuesto por sectores. Están las panaderas, las vendedoras de frutas, las verduleras, las cocineras, las carniceras, las mujeres que traen los quesos y la leche, aquellas que venden las flores, las que preparan los desayunos y allí, en medio de una diversidad de productos debe priorizar el orden. Tarea nada fácil.
En el mercado también hay fiestas. El martes de albahaca se celebra con entusiasmo. En el año 2000, un turril de chicha reventó en medio del tumulto. Las personas creyeron que se trataba de una garrafa y para huir del peligro salieron corriendo sin importar nada. “Salían perdiendo los zapatos, pero cuando se dieron cuenta que era chicha. Media vuelta a buscar los zapatos”, relata y ríe.
Encarnación ahora vende frutas surtidas. Hay damascos, mandarinas y ciruelos a diez bolivianos la bolsita, aunque igual vende por unidades. Hay manzanas y peras. Las sandías en esta época de calor son las más requeridas, por tajada y enteras. Las papayas son recomendadas para aquellas personas que necesitan desintoxicarse. Las frutillas las producen en Yesera y las hay de todos los tamaños.
También se venden frutos secos. La época de nuez está por llegar. Al principio son dulces, lechosas y cremosas, luego su aceite se concentra y el sabor permanece en el paladar. Cuenta que ahora están de moda los arándanos, los traen desde Entre Ríos y Coimata. En un puesto, las personas encuentran frutos de muchos lugares, algunos muy lejanos a Tarija. Cada sabor y aroma significa transportarse a los lugares de su producción.
La Recova
La original Recova estaba ubicada en predios donde actualmente se encuentra el mercado Central (Domingo Paz/ Mcal. Sucre), junto a la capilla que pertenecía a la orden de los Padres Dominicos. El Prefecto de esa época, Manuel Rodríguez Magariños en enero de 1843 tuvo la iniciativa de construir un mercado público en la ciudad en predios del ex convento de Santo Domingo, siendo la población de ese año de 2.741 habitantes, según datos contenidos en el Anuario Nacional de esa época.
El original centro de abastecimiento de la ciudad de Tarija estaba construido con adobes de tierra, plafón de troncos de madera, caña y tejado rustico labrado en el “tejar”, cerca de la banda del río Guadalquivir, actual zona donde está ubicada la ciudadela universitaria. La recova se distinguía por la fuente agua construida en medio de la infraestructura, de la cual la vecindad se proveía del líquido elemento para su consumo y lo transportaba en cantaros a los hogares.
Tres frutas nutritivas que se produce en la región
Las nueces
La época de nuez está por llegar. Al principio son dulces, lechosas y cremosas, luego su aceite se concentra y el sabor permanece en el paladar. El alto contenido de la nuez en vitamina E le da un alto poder antioxidante y ayuda a prevenir el envejecimiento de nuestro organismo. Además, tiene vitaminas del grupo B (B1, B2, B3, B6 y B9) y zinc, entre otras propiedades.
Las frutillas
Las frutillas son traídas desde Yesera. Poseen grandes propiedades energizantes y antioxidantes. Tienen una alta dosis de vitamina C, además de ser ricas en fitonutrientes que permiten contrarrestar los efectos de los radicales libres, que son en muchas ocasiones los causantes de ciertos tipos de cáncer.
Los higos
Cualquiera que haya disfrutado del aroma de una higuera al atardecer necesitará pocas palabras para comprender que el higo es una fruta única. Su piel es suave, su pulpa melosa, aromática, dulce y tiene los toques crujientes de sus semillas. Contiene potasio, magnesio, fósforo, hierro, calcio y manganeso.
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