El Mundial de los equipos

En tiempos de Mundial, la fiebre por el “deporte Rey” atraviesa todos los continentes. Cada edición se baten nuevos records de audiencias, de contratos millonarios, de pinchazos de televisión, de venta de entradas, camisetas, etc. El fútbol hace tiempo que dejó de ser un deporte para...

EDITORIAL
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En tiempos de Mundial, la fiebre por el “deporte Rey” atraviesa todos los continentes. Cada edición se baten nuevos records de audiencias, de contratos millonarios, de pinchazos de televisión, de venta de entradas, camisetas, etc. El fútbol hace tiempo que dejó de ser un deporte para convertirse en un negocio multimillonario, que a su vez guarda un secreto a voces que es la esencia del deporte: cualquier cosa puede pasar.

El fútbol ha construido su mito a través, precisamente, de la inmensidad de metáforas de la vida común y corriente que se pueden explicar a través del deporte de la pelota. Del fuera de juego o la tarjeta roja al 11 contra 11 que siempre gana Alemania. Lo cierto es que, hasta hace no tanto, antes de que la rivalidad Messi – Ronaldo convirtiera el juego en una especie de vedetismo deportivo cual papel couché, el secreto del fútbol para que gustara tanto era que no había que ser ni tan alto, ni tan flaco, ni tan rápido, ni nada. Que quien se esforzaba podía ganar y que cualquiera podía fallar.

El hecho de que el Mundial se juegue cada cuatro años da cantidad de juego para hacer similitudes con los tiempos políticos, metáforas del cambio, sueños de tiempos nuevos, etc. Este Mundial no es la excepción.
Los cuatro equipos en juego son, sobre todo, equipos.
Francia es el equipo multimillonario de las grandes estrellas que hay que manejar con mucho cuidado en el vestuario para que ninguno se enoje, pero que carga un pasado en el que algunas de las otras megaestrellas, como el goleador del Real Madrid Karim Benzema, han sido apartado por faltar a los principios éticos esenciales.

Inglaterra es el equipo revelación que no debería ser, pues fue campeón del Mundo en su Mundial y sí, aunque hayan pasado 52 años desde el 66, no se entiende fácilmente esto de los pasos atrás. Sin embargo, la Inglaterra que ayer se metió a semifinales de un Mundial es la selección que ha completado una renovación total después de años duros, de acumular fracasos, de fallar y caer, y que, sin embargo, al final se ha repuesto.

Bélgica es otro equipo que no contaba entre los grandes favoritos pero que no puede considerarse revelación. Más al contrario, es el equipo de una generación que ha cumplido sus procesos de crecimiento y desarrollo y ha llegado a una gran cita a consagrarse. Es, por lo tanto, el éxito de un trabajo de años que ha logrado alcanzar su lugar porque ha trabajado para ellos.

La cuarta en semifinales es Croacia, una eslava desgranada del yugo que cuenta, sobre todo, con el orgullo de sus jugadores por portar unos colores que lo han convertido en un equipo disciplinado y con capacidad de sufrir. Han pasado apenas en penales, pero han pasado.
De las cuatro selecciones, de los cuatro equipos, finalmente ganará el mejor. O tal vez el que más suerte tenga. Lo cierto es que este Mundial está dejando lecciones de antaño. Y es que los triunfos del colectivo no se alcanzan teniendo a la estrellita de turno en tu equipo. Nada hace uno si el resto no apoya. Las salidas precipitadas de los Cristianos, Messis y Neymares vuelven a demostrar que ganar no depende del individuo, sino del aporte a lo colectivo.
Seguro que el presidente Evo Morales, bien amante del fútbol, está tomando nota de los resultados de este Mundial.

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