Del Libro “La Batalla de La Tablada 200 Años” De: Juan Ticlla Siles:
10 La expedición del Teniente Coronel Gregorio Aráoz de La Madrid, sobre la retaguardia de los realistas del Alto Perú 1
Después de la derrota de Sipe Sipe, los restos del desmoralizado Ejército Auxiliar se retiraron hasta Tucumán, donde se había reconcentrado a fin de reorganizarse, ahí por segunda vez se hizo cargo del mismo el general Belgrano, quien trató, por todos los medios a su alcance, de darle nuevo vigor.
Ante esa emergencia reclamó auxilios a las provincias vecinas, pero éstas asoladas por la contienda y con la probable invasión realista a sus territorios nada pudieron hacer. Por otra parte, tampoco el gobierno de Buenos Aires podría allegar recursos, por el agotamiento de sus siempre pobrísimas arcas y los conflictos que ya vislumbraban.
Al valorar tan grave circunstancias, el general Belgrano entendió que, a pesar de todos los inconvenientes, algún tipo de ayuda se debía prestar a los sufridos altoperuanos, en parte nuevamente sojuzgados por la arremetida realista. En este sentido, Belgrano resolvió el envío de una expedición que debía actuar sobre la retaguardia del Ejército Real del Alto Perú.
Decidida la operación a espaldas del enemigo, ordenó al teniente coronel Gregorio Aráoz de La Madrid con trescientos jinetes, ciento cincuenta infantes y dos piezas de artillería -más tarde se le agregan cincuenta milicianos de Tucumán- que se dirigiera por el camino del Despoblado o de los Contrabandistas, hacia Oruro.
Esta columna al mando de La Madrid tenía varias misiones -tendían un mismo fin- que podemos resumir así:
-amagar el flanco Oeste de los realistas, sin comprometerse; -insurreccionar la región comprendida entre: Tupiza, San Pedro de Atacama y la provincia de Nor-Chichas;
-hacer creer al comandante del ejército Real del Alto Perú, que esta operación era parte importante de una de más envergadura que caería sobre sus espaldas;
-impedir que los realistas tomaran la ofensiva hacia el Sur[2].
Salió La Madrid en los últimos días de marzo de 1817 y una semana después llegó a San Carlos (Valles Calchaquíes-Salta) donde días después fue alcanzado por el capitán de Dragones José Alejandro Carrasco que conducía el medio centenar de milicianos, y unos setenta caballos, bastante menos que los que el general Belgrano le prometiera.
Según nos informa La Madrid en sus Memorias, la falta de cabalgaduras lo indujo a no ajustarse a las insurrecciones verbales recibidas, y en lugar de continuar su marcha por el camino del Despoblado, se apartó de él dirigiéndose a Casavindo (todavía en territorio jujeño) bastante próximo a la ruta central que conducía a Tupiza. De ahí siguió en dirección a Tarija donde, según noticias que tuvo podía incrementar en grado sumo su caballada.
El 8 de abril la columna alcanzó el caserío de Cangrejos -unas cuatro lenguas al Sur de Yavi- y ahí chocó con una partida realista de doce hombres al mando de un teniente que escoltaba correspondencia para el general de la Serna -había ocupado Jujuy- resultando del encuentro casi todos los enemigos muertos o prisioneros. Pero el secreto de la operación, tan celosamente guardado, quedó develado en parte, pues ya las poblaciones del camino se alertaron.
El 11 de abril, La Madrid penetraba en territorio altoperuano. Cruzó la serranía que separa Tupiza del camino a Tarija, y por la quebrada de Tolomosa traspuso el abra llamada Puerta del Gallinazo para alcanzar las inmediaciones de la villa de San Bernardo de Tarija. «Allí se le unió el caudillo [Eustaquio] Méndez con su partida, fueron como de 100 hombres».
El general Mitre -de quien tomamos el dato- critica la actitud de La Madrid de apartarse de sus instrucciones, y agrega: «De ese modo, una simple diversión se convertía en una verdadera operación de guerra ofensiva, sin base, sin plan y sin más objetivos que la buena o mala estrella del aventurero jefe de aquella expedición»[3].
Como hasta ahora le había acompañado el éxito. La Madrid resolvió conquistar la villa de Tarija, ocupada por un batallón del Regimiento del Cuzco, al mando del teniente coronel Mateo Ramírez. Otra fracción realista, unos cuarenta hombres, guarnecía el valle de la Concepción -próximo a Tarija- a órdenes del teniente coronel Andrés Santa Cruz (más tarde se pasaría al bando independiente y llegaría a ser presidente de Bolivia), quien accidentalmente se encontraba en San Bernardo de Tarija.
Por la dirección que había dado La Madrid a su avance. dejó Concepción a su derecha y logró interponerse entre la tropa que guarnecía el valle y la de la ciudad que amenazó por el Este, el lugar de ataque menos esperado. Al conocer la presencia de la independientes, el teniente coronel Ramírez intentó salir en su busca, pero un oportuno cañonazo lo intimó y se reconcentró en la villa, al Oeste del río Guadalquivir.
El día 14 de abril, La Madrid puso sitio a la ciudad acompañado por Méndez y su tropa, y el 15 de abril se produjo el combate. A esta acción los investigadores bolivianos la denominan ‘batalla de la Tablada’.
Uno de estos autores se refiere a ella, afirmando:
El 15 de abril, el general La Madrid [Sic. teniente coronel] a quien se había incorporado ya con sus fuerzas, que pasaban de mil hombres, los guerrilleros tarijeños Eustaquio Méndez,
José María Avilés y Manuel Uriondo [hermano del teniente coronel Francisco], acampó con estas tropas en la colonia de San Juan, desde donde saludó a la plaza con un disparo de cañón, enarboló la bandera celeste y blanca e intimó rendición a las tropas realistas que ocupaban la ciudad a órdenes del gobernador comandante Mateo Ramírez[4].
Tras el asombro, el día 16 los realistas intentaron quebrar el cerco, pero La Madrid en persona los rechazó matando unos cincuenta hombres y tomando otros tantos prisioneros. Luego comunicó al jefe realistas que los pedidos de auxilio que había enviado a Cotagaita, Cinti y Potosí habían sido interceptados, por lo que nada podía esperar. La guarnición realista se rindió a los independientes: tres tenientes coroneles (entre ellos se contó Santa Cruz), diez y siete oficiales y doscientos ochenta hombres de tropa. La Madrid se pudo incautar de casi quinientos fusiles y otras armas y muchos bastimentos.
El general Mitre nos informa acerca de la repercusión de la caída de Tarija:
La noticia de la rendición de Tarija fue la primera que tuvieron los realistas de la expedición argentina [Sic. revolucionaria], y cayó como un rayo en las provincias del Alto Perú. La fama abulto su importancia, dio a La Madrid un cuerpo de tropas de dos mil hombres, suponiendo una combinación con el ejército de Tucumán por la vía de Orán, lo que hizo cundir por todo el país la alarma en unos y la esperanza en otros.
Indica el mismo general Mitre que, los jefes españoles, sin noticias ciertas sobre la invasión del general La Serna a Jujuy y Salta, con el Alto Perú insurreccionado y aislado en las ciudades de Potosí Chuquisaca y Cota- gaita; otras fracciones del Ejército Real luchando contra las partidas de la ‘guerra de partidarios’ en Cinti, Valle Grande y Santa Cruz de la Sierra, casi perdieron la cabeza.
El único que no se amilanó fue el general Ricafort -jefe de la guarnición de Potosí- quien se adelantó con un batallón a Tupiza para mantener el contacto con de la Serna. El coronel O'Relly lo imitó y con dos batallones y una compañía de caballería ocupó las alturas de Cinti y Puna, quedando el coronel Lavin en observación en el valle de Cinti.
Estos movimientos mostraban que los jefes [realistas] esperaban un ataque de frente, y precaviéndose contra él, extendían su línea defensiva, esquivando su izquierda en previsión de un avance por Cinti, a fin de mantener así el dominio del camino de comunicaciones con Humahuaca, a la vez que proteger a Chuquisaca[5].
Teniendo una idea bastante concreta del dispositivo enemigo, La Madrid desistió de encaminarse hacia Cinti, que estaba bien defendida. Con el apoyo que le dieron las milicias de ‘partidarios’ excelentes baqueanos, marchó por sendas escondidas, franqueó la serranía trasportando a brazo su poca artillería, y cuando el enemigo menos lo esperaba, se situó a sus espaldas[6].
En medio de un Alto Perú convulsionado, a mediados de mayo La Madrid ya había franqueado el río Pilcomayo y recorrido unas ochenta leguas poniéndose a las puertas de Chuquisaca. Tras de protagonizar un episodio singular, en las últimas horas del día 20, ocupó las alturas de la Recolecta que dominan la ciudad. En tanto los realistas, confiados en las medidas defensivas tomadas, descansaban al amparo de un centenar de infantes con artillería.
Este joven La Madrid más valeroso y arriesgado que prudente, ahora hizo uso de tal virtud; con ello perdió la oportunidad de sorprender en la noche a la guarnición realista.
La suerte que hasta este momento había acompañado al jefe independiente le fue adversa por una manera coincidencia: la señal de iniciación del ataque a los realistas: dos cañonazos, por azar era la misma que éstos habían convenido para alertar a los defensores de la ciudad; de manera que al oír los disparos todos corrieron a las armas y se anuló el efecto de la sorpresa.
Rechazada la intimidación de rendirse, La Madrid ordenó el ataque, que fue rechazado antes de que se llegara a las trincheras. Las pérdidas para ambos bandos fueron casi similares: unas veinte bajas en el campo realista y unas treinta del bando independiente; pero estos últimos se dispersaron y confundidos perdieron empuje, lo que se incrementó a causa de la falta de experiencia -ya lo señalamos- en el combate en localidades.
La Madrid comprendió el sentido de este contraste y resolvió no insistir en un nuevo ataque a la plaza.
Podía optar por tres cursos de acción:
-retroceder hasta Tarija -conveniente base de operaciones- donde podría incrementar sus fuerzas e impulsar la ‘guerra de partidarios’, sobre todo al Este de la línea Tarija-Cochabamba;
-encaminarse hacia La laguna; Tomina; Valle Grande, donde los insurgentes -pese a la muerte del coronel Padilla- aun mantenían la iniciativa;
-marchar al azar en busca de soluciones favorables inesperadas.
Se decidió por la tercera -la más arriesgada y peligrosa- y según las noticias que pudo conocer el enemigo, se dirigió a Tarabuco, que estaba defendida por el teniente coronel La Hera con unos cuatrocientos hombres y dos cañones. En el trayecto, La Madrid fue reforzado por los caudillos altoperuanos: Esteban Fernández, y Agustín Rabelo desde La Laguna; y José Antonio Acebey desde Cinti, en total unos setecientos milicianos y mayor cantidad de indígenas.
Entre el 21 y 22 de mayo, la columna de La Madrid debía franquear la áspera meseta de Yamparáez, para alcanzar Tarabuco, pero al amanecer del primer día sufrió un ataque sorpresivo de cien realistas atrincherados en los cerros.
Los resultados del ataque realista fueron devastadores: un tercio de la infantería totalmente dispersas; los jinetes reuniendo sus cabalgaduras, la artillería extraviada y unos cuantos muertos completaban el cuadro. No se amilanó La Madrid y el 23, reorganizada su fuerza, entró en Tarabuco, que había sido abandonado por La Hera quien salió a buscar a O'Relly que avanzaba para reforzar a los realistas de aquella población.
En esta situación, La Madrid optó por la maniobra más difícil. Salió en busca de la agrupación de O'Relly -la más fuerte- con la intención de impedir su reunión con La Hera. Pero en su apuro no cubrió su retaguardia que fue acometida por la Hera. Tomado entre dos fuegos, el 7 de junio, La Madrid se encontró frente a mil quinientos enemigos. Se vio obligado a retirarse precipitadamente, para evitar ser aniquilado y el 9 llegó a Tarabuco sin que le dieran tregua. Desde esta población la retirada se convirtió en una fuga, más o menos ordenada, marchando día y noche sin comer ni dormir.
El 11 de junio, cuando los restos de la columna de los insurrectos llegó a Sopachuy apenas pudieron tomar un breve descanso. Al aclarar el día siguiente cayó sobre ella la columna del coronel La Hera, que la arrolló y dispersó, huyendo como pudieron La Madrid y sus hombres. Por suerte para ellos, los realistas agotados por la persecución no pudieron continuarla.
Salió La Madrid rumbo a Tarija, y allí no terminaron las penurias de la expedición. La villa había sido tomada por el coronel Ricafort, y ni si quiera los esfuerzos de Uriondo, Méndez y otros caudillos pudieron detener la fuga del jefe independiente. Por orden del general Belgrano debió seguir a Orán, y luego por el camino del fuerte del río del Valle y el de Pitos, llegando a Tucumán a fines de noviembre de 1817.
Aunque sumariamente conocidos los hechos, podemos inferir que, con aciertos y errores -los últimos fueron muchos- La Madrid, en cierta medida, logró cumplir la misión asignada: Colocarse, por medio de un rodeo, en la retaguardia del Ejército Real del Alto Perú, para interrumpir las comunicaciones de estas fuerzas con sus bases de operaciones, a la vez que consiguió alentar nuevos levantamientos de la ‘guerra de partidarios’. Ambos propósitos contribuyeron a la retirada del general de la Serna a Cotagaita.
Para finalizar este acápite, no podemos menos afirmar que la mayoría de los investigadores que analizaron estos sucesos, están acordes en expresar que el coronel La Madrid -fue ascendido después de la toma de Tarija - una vez más acreditó su condición de valiente hasta la temeridad. También demostró que las severas críticas que pueden formularse a su forma de conducir las operaciones son merecidas: se apartó, sin razones fundadas de las buenas instrucciones recibidas, y luego en aventuradas incursiones, olvidó la reflexión y responsabilidad que le cabía, no sólo para con sus abnegados subalternos sino con aquellos caudillos que lo apoyaron sin retaceos, y con su audacia sin límites puso en peligro el objetivo primordial de la expedición.
Sin embargo, dadas las circunstancias poco ortodoxas en las que tuvo que actuar, y los éxitos parciales obtenidos: la toma de Tarija, por ejemplo; consideramos que la crítica no puede ser ni tan concluyente ni tan severa como algunas que hemos leído.
13
LUGONES[7]
José J. Biedma
Dispuesto el general Belgrano a molestar la retaguardia del enemigo con expediciones parciales que mantuvieran vivo el fuego revolucionario en los pueblos del Alto Perú, cortaran sus líneas de comunicaciones, arrebataran sus recursos y le hostilizaran permanentemente, despachó al comandante La Madrid con una columna de 350 a 400 hombres.
En ella iba Lugones, sufriendo su degradación, como simple aventurero.
Aquella expedición, aunque descabellada en su dirección militarmente considerada, hará honor eterno a Madrid y sus compañeros por la legendaria reputación que su audacia les conquistó.
El 3 de marzo de 1817 salió de Trancas y tomó el camino de las cuestas, atravesó la meseta del Despoblado y se corrió por retaguardia del enemigo.
En el paraje denominado Los Cangrejillos (8 de abril) sorprendieron al correo de Lima con comunicaciones para el adversario. Muerto el oficial, y la mitad de la tropa que le escoltaba, enterado por ellas el comandante patriota de las instrucciones y noticias que se remitían al jefe del ejército invasor a Salta, varió de dirección, torciendo sus instrucciones y se dirigió sobre la villa de Tarija guarnecida a la sazón por un batallón que mandaba don Mateo Ramírez.
A las afueras de Tarija, en el inmediato valle de Concepción, existía una fuerza de más de cien hombres de caballería e infantería que mandaba el teniente coronel don Andrés de Santa Cruz, famoso después en Bolivia y Perú.
Santa Cruz se hallaba en esos momentos en la plaza y al conocer la presencia de Madrid interpuesto entre estas y sus fuerzas, ordenó a su segundo, llamado Malacabeza, que hostilizara a los patriotas o concurriera al pueblo en su auxilio.
El 15 de abril de 1817 en las primeras horas de la mañana se presentó en el campo de batalla. Madrid casi sorprendido decidió atacarlo, con las escasas fuerzas que tenía a la mano: dispuso que don Manuel Cainzo, ayudante de Húsares, con diez hombres cargara por la derecha, el aventurero Lugones con ocho por la izquierda, mientras él en el centro con catorce hombres se precipitaba al toque de degüello sobre el adversario.
Este rompió nutrido fuego sobre nuestros valientes que, sin contestarlo, pues habían echado la carabina a la espalda, empleando solo el sable, dieron tan soberbia carga que triunfaron en pocos minutos.
Lugones se distinguió especialmente en este encuentro siendo el último que abandonó la persecución al toque de retirada y reunión que hacía sonar La Madrid a su retaguardia.
Cincuenta muertos y otros tantos prisioneros fueron el resultado al esfuerzo de aquellos 35 bravos.
Inmediatamente de esta victoria La Madrid mandó un oficio de intimación con el ayudante Cainzo al jefe de la plaza en que decía: «Si el feje que guarnece esta plaza no se rinde a discreción en el término de cinco minutos, será pasado a cuchillo igualmente que su tropa». Momentos después capitulaba.
Belgrano haciendo acto de justicia, devolvía poco después en ejercicio de su autoridad de Capitán General, sus facultades, exenciones y privilegios de capitán de caballería de los ejércitos de la Patria al bizarro ‘aventurero’ Lugones que, degradado por su participación en la sublevación de Santiago, había recuperado heroicamente su jerarquía militar en los campos de la Tablada y sobre las trincheras de Tarija.
Catorce días más tarde la pequeña columna patriota se ponía en marcha hacia la opulenta Potosí y poco antes de llegar a ella, a la altura del Baño de don Diego variaba en dirección a Chuquisaca, yendo de comandante de su vanguardia el capitán Lugones.
[1] Emilio A. Bidondo. Alto Perú. Insurrección, libertad, Independencia. La Paz [Buenos Aires: Rivolín]
1989: 298-306. [T]
[2] Para los detalles de esta expedición. Cf.: Emilio A. Bidondo. "Incursiones del teniente coronel Gregorio Aráoz de La Madrid sobre la retaguardia del Ejército Real del Alto Perú", en: Academia Nacional de la Historia. investigaciones y Ensayos No. 38. En prensa. [B]
[3] Bartolomé Mitre. Ob. Cit., tomo III, pág. 192. [B]
[4] Tomás O'Connor d'Arlach. Tarija. Bosquejo histórico. La Paz (Bolivia), 1974, pág. 85. Parte de La
Madrid desde Tarija. [B]
[5] Bartolomé Mitre. Ob. cit., tomo III, págs. 195 y 196. [B]
[6] Extracto del parte circunstanciado referente a las acciones ocurridas en Cinti, los días 31 de enero,
1, 2 y 3 de febrero de 1816. Combate de Mojo, 24 de febrero de 1816. [B]
[7] José J. Biedma. "Lugones". En: El coronel Lorenzo Lugones. 1796 -10 de agosto- 1896. Buenos
Aires: G. Kraft, 1896: XLIII-XLV. [T]