Crimen en Climate: Cuando la violencia nos supera

Sucedió la madrugada del sábado. Una joven de 19 apuñaló a otra de 26, que se desangró hasta la muerte. La primera tiene un hijo, la segunda tres. Las dos pasaban la noche en uno de esos boliches que han proliferado por la Circunvalación y otros barrios alejados. Compartían con amigos,...

OPINIÓN
OPINIÓN
Sucedió la madrugada del sábado. Una joven de 19 apuñaló a otra de 26, que se desangró hasta la muerte. La primera tiene un hijo, la segunda tres. Las dos pasaban la noche en uno de esos boliches que han proliferado por la Circunvalación y otros barrios alejados. Compartían con amigos, compartían con bebida, hasta que en un clic, la noche se convirtió en una pesadilla de muerte y destrucción.

No se trata de prohibir estos boliches, ni de demonizarlos, ni de que la Intendencia de repente se haga unos días la exquisita mientras los ha dejado crecer sin control. Todos los jóvenes tienen derecho a divertirse y seleccionar el boliche de acuerdo a sus preferencias. Lo que sí es necesario es que los propietarios sean conscientes de los riesgos de su propio negocio.

La violencia juvenil, el unos contra otros, las tarascadas, puñaladas, acoso sexual, robos, humillaciones, y un largo etcétera de manifestaciones violentas ha tomado dimensiones preocupantes entre la población joven y ahí están los datos de la Defensoría y de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen y peor, los testimonios en las redes sociales de padres e hijos.

Sin ánimo de adentrarnos en las fangosas arenas del sexismo o el moralismo cargado de machismo, estos niveles de violencia se han desatado más entre las mujeres que entre los hombres de acuerdo a los relatos de la Defensoría y los agentes. Cada semana aparecen videos en las redes juveniles de peleas a las salidas de los colegios; unos días antes del asesinato dos jóvenes golpearon a cuatro policías que pretendían restituirlas, y un largo etcétera de ejemplos.

El crimen del viernes es el resultado de una reacción violenta aparentemente por celos sobre una tercera persona. Una reacción condenable independientemente del género de quien lo ejecute, pero lo cierto es que en los últimos meses, se ha incrementado entre las mujeres jóvenes. Ningún colectivo feminista permitiría justificar un feminicidio por una reacción “por celos”, así que en este caso, también hay que buscar causas estructurales en el desencadenamiento de la acción violenta.

Algo estamos haciendo mal cuando el empoderamiento y la liberación de la mujer en una sociedad machista, como la boliviana, está siendo entendida entre los más jóvenes como una repetición de los parámetros violentos masculinos.

Mientras algunos colectivos y sobre todo, instituciones, lanzan campañas “rosas” para reivindicar lo femenino y la igualdad, allí donde se desarrollan las jóvenes de hoy hay muchas niñas, adolescentes, metiéndose una navaja en el bolsillo, cargando un cuchillo en el cinturón que no dudará en emplear llegado el momento no solo para proteger su espacio sino para invadir el de otro.

Se trata de la reacción real a un mundo agresivo y violento, particularmente en Tarija, que ocupa según el Ministerio Público un deshonroso cuarto lugar nacional en delitos de violencia familiar con 1.347 hechos o en violaciones, que registra 86 en los primeros seis meses de 2018, solo 8 menos que Cochabamba, que nos cuadruplica en población.

La violencia nunca conduce a nada y siempre genera más violencia, pero el silencio tampoco. Ni la pasividad ante las cifras. Ni las excusas. De momento, esas acciones están llevando a otro escenario de violencia que cabe abordar lo antes posible, y en este caso, no se trata de apuntar a la Policía, o a las autoridades, ni a los maestros, sino a cada uno de los tarijeños. Es hora de enfrentar la violencia, pero sin más violencia.

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