Macri, el FMI y la oposición boliviana

Apenas dos años y medio ha tardado Mauricio Macri en recordar a la Argentina cual era el camino equivocado. Dos años y medio para recordar a los argentinos que lo que se vota en las ánforas no son rumores ni productos del marketing, lemas de buena onda y estrategias de redes sociales. Ni...

EDITORIAL
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Apenas dos años y medio ha tardado Mauricio Macri en recordar a la Argentina cual era el camino equivocado. Dos años y medio para recordar a los argentinos que lo que se vota en las ánforas no son rumores ni productos del marketing, lemas de buena onda y estrategias de redes sociales. Ni siquiera son aspectos de tipo ideológico social. Lo que se vota esencialmente son políticas económicas.

Cuando llegó la hora de la verdad, Macri acudió al Fondo Monetario Internacional (FMI). No era de extrañar. Mauricio Macri no es ni un revolucionario ni un innovador, más bien todo lo contrario por mucho que se empeñen sus asesores de comunicación. Tampoco es un renovador. Hasta el momento no se ha despegado ni un ápice de lo que los análisis de sus contrincantes advertían.

En la Argentina han subido los precios de todos los servicios básicos en porcentajes magníficos para los usuarios comunes y mucho menos para los grandes consumidores. En la Argentina se ha empezado a desmontar poco a poco, o no tan poco a poco en el caso de las pensiones, el Estado del Bienestar que se ha construido a lo largo de una historia gloriosa de Estado abierto y solidario. La Argentina de Macri ha mantenido, obviamente, los subsidios directos que tanto gustan a la derecha y que extrañamente se han convertido en seña de la última oleada de Gobiernos de corte nacional popular de izquierda en el continente.

Mauricio Macri llegó a ser presidente casi sin hacer promesas. Sí estaba en sus planes levantar el cepo al dólar, medida que tanto erosionó la gestión de Cristina Fernández por la propaganda que se le hizo y que, ya con las cartas sobre la mesa, cuando los analistas empezaron a sincerarse advirtieron de las consecuencias que tendría la medida, desde la inflación desbocada hasta la especulación desmedida. También pagar los fondos buitres. Todas se están cumpliendo. De ahí al FMI, para Macri, solo había un paso.

Argentina vuelve a un ciclo que ya transitó hace no tanto tiempo y cuyas consecuencias son conocidas: miles de argentinos perdieron sus ahorros y peor, frustraron sus sueños de vida autónoma. El problema de acudir al FMI no es solo reconocer la incapacidad y pedir suelo financiero, sino las medidas que vendrán y que se traducen en recortes drásticos. El FMI de Cristine Lagarde, otra de las que planteaba refundar el capitalismo en plena crisis europea, no se ha caracterizado precisamente por alejarse de la ortodoxia en sus recetas: recortes radicales en el gasto público, congelación salarial, capitalizaciones, etc.
Los medios argentinos, incluso los más proclives a la línea del Gobierno, han agitado todos los fantasmas del corralito del inicio del siglo.

Si alguna conclusión se debe extraer de esta situación para Bolivia es precisamente que no se trata de ganar, sino de gobernar. Los pupilos de Durán Barba del círculo rojo, la política emocional, etc etc, siguen considerando un logro haberle ganado la elección al peor candidato que pudo elegir el peronismo luego de 12 años de gestión kirchnerista contra viento y marea. Se trata de gobernar, no de ganar.

Ni de una ni de otra cosa, por el momento, hay noticias de la oposición boliviana. El contexto de agotamiento se parece con la salvedad que el MAS no ha elegido un sucesor desnaturalizado, sino que ha insistido en presentar al mismo candidato de las últimas tres elecciones, pero que se ha desnaturalizado a sí mismo. El Evo de hoy se parece poco al Evo de 2005.

Es verdad que el MAS es el Gobierno menos a la izquierda y menos nacionalista de los que se alinearon en la izquierda nacional popular a principios de siglo. Que su gran logro sigue siendo la nacionalización de hace doce años sin haberlo desarrollado en forma de soberanía. Que sus medidas no han ido por fortalecer su valor interno propio, es decir la de sus recursos humanos y sus empresas, sino por impulsar esta especie de capitalismo de Estado a lo chino que se resfría, también a lo chino, cada vez que la demanda de materias primas lo hace.
La evolución de lo que pase en Argentina no es ajeno a Bolivia, ni a su Gobierno, ni a su oposición. Es tiempo de que ambos construyan sus programas de forma sincera y las presenten al público, para evitar sorpresas desagradables.

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