El Explorador J. Crevaux y el Río Pilcomayo Por: Santiago V. Guzmán (Cuarta parte)
II RESEÑA DE LAS EXPLORACIONES DEL Dr CREVAUX EN LA AMÉRICA ECUATORIAL (7) Julio Crevaux era un espíritu esencialmente predispuesto para los trabajos de investigación, cualquiera que fuese la escala a que hubieran de aplicarse sus facultades analíticas. La carrera que adoptó últimamente...
II
RESEÑA DE LAS EXPLORACIONES DEL Dr CREVAUX EN LA AMÉRICA ECUATORIAL (7)
Julio Crevaux era un espíritu esencialmente predispuesto para los trabajos de investigación, cualquiera que fuese la escala a que hubieran de aplicarse sus facultades analíticas. La carrera que adoptó últimamente acredita esta irresistible tendencia de su carácter. Indudablemente debía haber elegido la profesión de médico cediendo a su natural vocación por los estudios experimentales; pero cuando llegó al término del fatigoso aprendizaje y se encontró doctorado y con libertad para marcar un rumbo fijo a sus aspiraciones, la profesión adquirida no debía satisfacer las ansiedades de su alma. Por eso se le ve vacilar algún tiempo, aceptando con resignación el desempeño del cargo de médico de la marina de su patria, utilizando sus horas de solaz en el estudio sobre diversos temas científicos, como el relativo a la epizootia y otros que vieron la luz pública, pero que entre la inmensa labor intelectual del viejo mundo, a pesar de su mérito, no lograban descollar levantando su nombre como el jefe de una teoría nueva o el descubridor de uno de los muchos principios ocultos que presiden a la vida y a la destrucción de los seres animados.
A cierta altura de la existencia, cuando el hombre acaba de formarse por la plenitud de la juventud y el cultivo del cerebro, las inclinaciones nativas chocan frecuentemente con la profesión que se ha adoptado temprano inconsultamente, cediendo a la necesidad de adquirir una carrera para vivir de algo. Cuán angustiosa es esa lucha en que se considera temerario destruir los sacrificios empleados en la más radiante época de la vida para conquistar un título universitario, los compromisos que ese título trae, y las seducciones de la vocación que arrastra irresistiblemente por un camino desconocido, pero que de antemano se tiene la seguridad, de atravesar con entera firmeza!
Crevaux tuvo el coraje de romper esa cadena que lo ligaba a un terreno menos amplio que el que anhelaba recorrer su espíritu. Abandonó al médico, que muchas veces lleva la alegría al seno de la familia, por el explorador que hace la luz sobre millares de familias y resucita generaciones que fueron, con las cuales la ciencia se pone al habla para desentrañar los secretos que rodean a la criatura humana.
Los estudios geográficos y antropológicos le arrastraban invenciblemente en una época en que estas ciencias ejercen tan decisiva y múltiple influencia en todas las relaciones de la vida social. Existían además, las seductoras atracciones del estímulo que impulsa las ambiciones nobles y eleva los caracteres rectamente inspirados.
¡Cuán poderosos eran esos estímulos que le decidieron a lanzarse en la peligrosa carrera que lo ha llevado hasta el sacrificio! Desde hace diez años la exploración de los territorios poco o nada conocidos en el mundo antiguo y moderno, viene constituyendo una verdadera pasión en los hombres que consideran escaso el material recogido por las ciencias naturales y de aplicación. La Francia, aun cuando no ha descollado como potencia colonizadora, constituida en cambio en una vasta cátedra (cátedra muchas veces de repetición), se halla ligada al movimiento científico y no podía permanecer ni por su carácter cosmopolita ni por su ilustración, indiferente a los estudios que otros países procuraban llevar a cabo en diversas regiones del globo. Es así cómo, comprendiendo el elevado rol que le cabe en esta época en el estudio de las diversas comarcas de la tierra, ha emprendido por su parte o protegido empresas de este orden, que han aportado preciosos caudales al fondo común de las especulaciones científicas.
Joseph Halévy, solo y con exiguos recursos, venciendo todo género de dificultades, penetra en el Yemen en 1869 y da a conocer un país que los europeos no habían logrado explorar después que Elio Galo cruzó su territorio en la época de Augusto. El viajero trajo su cosecha de 696 inscripciones sabeanas, las cuales descifradas revelan la perfecta concordancia de las nomenclaturas geográficas antiguas con las modernas.
El abate David se introduce hasta el interior de la China y da a conocer una extensión de 800 leguas del continente asiático inexplorado hasta entonces.
Otro misionero francés, el abate Debaise, logra penetrar en el África austral hasta la misma ciudad en la cual permaneció agonizante tanto tiempo el perseverante Livinsgton, y menos afortunado que éste, muere envenenado por la influencia deletérea del clima de aquellas regiones inhospitalarias para la raza blanca.
Delaporte, encargado oficialmente de investigaciones arqueológicas, recorre el Cambodge y arranca de los despojos de sus monumentos las soluciones de una civilización extinguida hace siglos, y que exhumadas a la par de los palacios asirios, dan a conocer en toda su exactitud los esplendores del arte antiguo en el Oriente.
Todas estas expediciones que, llamando la atención del mundo científico, hacían objeto de legítima admiración a los audaces viajeros que se aventuraban en países desconocidos, extraños por las costumbres, por el idioma y por la índole, debieron molestar por largo tiempo el cerebro del joven médico, para quien cada nueva exploración debía ser una batalla campal en la cual él hubiera deseado ser el héroe a costa de cualquier sacrificio. Su vocación le encarriló por fin en la vía propia para el desenvolvimiento de sus dotes y aspiraciones y en la que ha sobresalido por su entereza, su portentoso coraje y su inquebrantable fe.
Tres viajeros notables han recorrido varias comarcas importantes de la América latina en estos últimos años: Mr. André, encargado por el Ministro de Instrucción Pública de Francia de formar colecciones de la flora, la fauna y las producciones minerales de la América ecuatorial, atraviesa gran parte de los territorios desiertos de Colombia, el Ecuador y el Perú, y después de estudiar la célebre cascada Tequendama formada por el rio Funza, que se precipita en una profundidad de 146 metros, esto es, tres veces la altura del Niágara, regresa a su patria llevando una rica colección de plantas, animales e importantes estudios físicos de tan privilegiadas regiones. Mr. Wiener, encargado oficialmente, asimismo, visita el alto y bajo Perú, dando vasta latitud y recogiendo preciosos materiales para los estudios americanistas, por los cuales había manifestado desde 1874 particular afición; asciende a uno de los más altos picos del Illimani, que bautiza con el nombre de Pico de París, y más tarde, después de una arriesgada exploración entre Quito y las cabeceras del rio Ñapo, poderoso afluente del Amazonas, comprueba la practicabilidad de la utilización de esa vena fluvial, llamada a desarrollar extensamente el movimiento comercial del Ecuador. El tercero de estos misioneros de la ciencia es Crevaux. Sus trabajos, por lo arriesgado de las circunstancias que les son peculiares y por el caudal de datos destinados a ilustrar la geografía y la antropología, sobresalen marcadamente sobre los que dejo enunciados, habiendo con justicia sido objeto de admiración en su patria y fuera de ella.
Véanos cómo y en qué regiones se llevaron a cabo sus estudios.
En 1876 el Dr. Crevaux recibió la misión del Ministerio de Instrucción Pública de marchar de Cayena, la capital de la Guayana francesa, al Amazonas, remontando el río Maroni, límite divisorio entre aquella y la Guayana holandesa; el descenso al Amazonas debía efectuarse por el rio Yary. Nuestro explorador emprendió su viaje en 1877 remontando el Maroni en una piragua que lo condujo hasta la tribu de los Bonnis, en donde, por causa de la insalubridad del clima, cayó enfermo siendo abandonado por los pocos tripulantes que lo acompañaban. Fue allí donde logró despertar cariño en el ánimo de un negro llamado Apatou, que desde entonces llegó a ser su compañero leal e inseparable. Apatou que conocía aquellas regiones condujo al explorador a las montañas del Tumac-Humac que separan las aguas del Maronide las del Yari y las cuales no habían podido ser visitadas por ningún europeo, no obstante las tentativas hechas desde el siglo pasado y el interés que despertaban por considerarlas depositarías de inmensas riquezas auríferas. En vez del oro el viajero encontró sólo tribus salvajes que tienen el hábito de impregnarse la cabeza y el cuerpo con una capa de arena micácea que les dá un aspecto metálico a la luz del sol.
En la falda de las montañas tiene sus fuentes el Apaouani, afluente del Yarí. Para descender por sus aguas se improvisó una ligera embarcación formada del tronco de un árbol. A su entrada en el Yarí, nuestro expedicionario fue recibido con manifestaciones de marcada hostilidad por una tribu que no había aún conocido europeos: merced a demostraciones pacíficas y enérgicas pudo continuar Crevaux sus observaciones hasta cerca de las fuentes del Yarí, recogiendo la evidencia de la navegabilidad de este rio en su curso superior; en su parte media, las aguas recorren un territorio escabroso y pendiente, formando pequeñas cataratas y rápidos que imposibilitan toda comunicación fluvial. Al llegar a una de estas cascadas, que se precipita por un sensible plano inclinado de veinte metros de altura, los pocos indígenas que le acompañaban retrocedieron espantados abandonando al audaz explorador. Pero Crevaux quería habituarse a vencer todos los peligros, y llega a vencerlos con admirable sangre fría. Acompañado de Apatou y otro negro que se les había asociado, se lanzó en medio de la rápida pendiente; la balsa fue un momento envuelta entre las espumosas olas de la catarata y reapareció luego en el fondo de la agitada corriente, como si la naturaleza hubiese querido respetar aquel testimonio del dominio de la voluntad del hombre sobre el poder de los elementos.
Después de recorrer 250 kilómetros por un trayecto sembrado de rompientes, totalmente desconocido e inhabitado, alcanzó por fin la región en que el Yarí fluyendo sobre un plano horizontal, corre sin obstáculo hasta reunir sus aguas tranquilas a las del robusto Amazonas. Siguiendo el curso de este rio, arribó al Pará el 30 de Noviembre, después de haber cruzado un territorio ajeno a todo elemento de civilización en el espacio de cuatro meses.
El resultado de esta expedición no hizo más que alentar sus inclinaciones naturales, estimulándole a realizar nuevas investigaciones. La cuenca del bajo Amazonas le tenía seducido, y no debía abandonarla antes de entregar al arsenal de la ciencia los territorios que se hallan bajo el dominio de la barbarie y de lo desconocido. Después de maduro examen acerca de las regiones que debía explorar, se decidió por el Parou, estudiándolo, no desde su desembocadura en el Amazonas, sino desde sus fuentes primitivas. Al efecto, emprendió su viaje remontando el Oyapock, rio que deslinda los territorios del Brasil y la Guayana francesa. El Oyapock, reunía para él la circunstancia de no haber sido reconocido en todo su curso. Las diversas tentativas realizadas con este objeto desde el siglo XVI hasta 1832 no obtuvieron resultado alguno; los expedicionarios habían tenido que retroceder rechazados por la influencia mortífera del clima. El Parou, a su vez, era tan mal conocido, según la opinión de Gaffarel, que se le consideraba un afluente del Yarí.
Respecto del Oyapock, en el tratado de Utrecht se le denomina con el nombre de rio Vicente Pinzón, existiendo aún dudas acerca de la diferencia de estos canales; no está demás recordar que la bahía en la cual desemboca, descubierta por Yañez Pinzón en 1498, tiene una vieja celebridad por haberse señalado como término y límite entre los dominios de España y Portugal, y ser el punto desde donde empieza la línea de demarcación establecida por la bula de Alejandro VI, que tantas disputas ocasionó entre aquellos dos reinos.
La ascensión de esta vena fluvial efectuada en Agosto de 1878, no presentó grandes dificultades, no obstante hallarse interrumpido el curso del rio por continuos rápidos. El país que bañan sus aguas superiores se halla habitado por las tribus salvajes de las Acóquas, Oyampis, etc. Según refiere el explorador en una de sus memorias, el jefe de una de estas tribus se le presentó armado de una enorme caña de tambor mayor, con la mano sobre el pecho, en el cual ostentaba a guisa de condecoración una pieza de cinco libras con la efigie de Luis XIV.
Para descender a la hoya del Amazonas fue menester abordar un territorio impenetrable, cerrado por espesos bosques, el cual recorrió en 20 días de continuas fatigas auxiliado por la tribu de los Rocuyanas. Su permanencia entre estos le dio a conocer las conmovedoras ceremonias del maraké, en virtud de las cuales, los jóvenes que aspiran al matrimonio son sometidos durante quince días a las torturas del fuego y al martirio de las picaduras de las abejas y las hormigas rubias. Tuvo ocasión, asimismo, de conocer la famosa liana urari, vegetal del cual extraen los salvajes el veneno para sus flechas. Estudió hasta en sus más mínimos detalles la preparación de este veneno, y formó colecciones de las plantas que entran en esa nigromántica composición. Según escribe Gaffarell, algunas de estas plantas tienen la propiedad de detener, o por lo menos de retardar la circulación de la sangre, por lo cual su descubrimiento ha sido reputado como una adquisición de la que acaso pueda obtener excelentes resultados la medicina.
Desde las cabeceras del Yarí, a donde había llegado la expedición, se dirigió a la cuenca del Parou, inexplorado aún, el cual descendió sin arredrarse ante los contrastes de un viaje temerario, por un país desconocido y sobre las aguas de un rio erizado de rompientes.
Para formarse una idea aproximativa de esta exploración, baste decir que de las seis canoas y balsas que sirvieron a Crevaux para descender el rio, cinco zozobraron en las torrentosas cachuelas. El 29 de Diciembre, después de 41 días de navegación, penetró de nuevo en el Amazonas lleno de fé en la firmeza de su alma, como el general que regresa victorioso después de una desigual y larga batalla.
El éxito feliz de estos primeros viajes despertó en Crevaux una verdadera pasión por el Amazonas; desde 1639 en que Pedro Texeira exploró el robusto canal, no obstante los trabajos relativos a la demarcación de límites entre España y Portugal, las exploraciones y estudios de Martins, del profesor Agasis, del Dr. Couto Magalhaes, fundador de la navegación del Araguaya, los afluentes principales del ancho rio no eran bien conocidos en las regiones que llevan los nombres de Marañoni Solimoes. Crevaux concibió el designio de despejar las dudas que se abrigaban respecto a dos de sus considerables afluentes, el Putumayo y el Yapura. Aparte del interés meramente científico, se proponía descubrir una via comercial que pusiese en fácil comunicación las dos vertientes de los Andes.
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Manteníase respecto del primero la creencia que hasta hace poco se abrigaba acerca de los ríos Bermejo y Pilcomayo; asegurábase que el Putumayo se comunicaba con el Yapura por los canales del Peridá y del Pureos; tampoco se poseía una carta aproximativa acerca de su curso y condiciones para la navegación.
Nuestro infatigable explorador remontó, pues, halagado por tan laudables fines, el Putumayo, y después de diez y ocho días de penosa navegación llegó al pie de los Andes, demostrando la posibilidad de habilitar el rio para el servicio de los intereses comerciales de las provincias andinas del Ecuador. En vez de repasar el camino recorrido, prefiere estudiar el Yapura y emprende el más arriesgado de los viajes, sin arredrarse ni ante la insalubridad del clima, ni ante la hostilidad de los salvajes.
Es en la exploración de este afluente donde Crevaux ha dado pruebas elocuentes de su valor moral y de su resistencia física. Arredrados de la empresa los hombres de su escolta, sin más auxiliar que Apatou, no hesita en adjuntar a su expedición a un pirata de siniestra reputación, de apellido Santa Cruz, del cual se decía que se encargaba de asesinar a aquellos a quienes ofrecía sus servicios como protector. En tan poco tranquilizadora compañía desciende el Yapura recorriendo quinientas leguas, en cuya travesía era menester tener el ojo siempre despierto, y el imperio bastante para mantener a raya al bandido así como a los salvajes que seguían sus pasos en cuanto ponía el pié en tierra. “Un día, dice Gafarell en su reseña acerca de los viajes de Crevaux, el doctor penetra en un rancho (de la tribu antropófaga de los Ouitotos) y levanta la tapa de una vasija que contenía carne humeante: el cocido era la cabeza de un indio! Encima de la puerta se habían fijado un fragmento de cráneo y algunas flautas hechas de huesos humanos. Estas tribus no podían alegar el hambre por escusa, pues, a cada paso se levantan nubes de pájaros y bandadas de monos y pécaris que se cazan con facilidad; es que los Ouitotos se regalan con la carne humana. Con diversos pretextos, agrega, M. Crevaux, fue asaltado con provocaciones y amenazas: empero, gracias a su energía, pudo sobreponerse a todos los obstáculos. Durante cuarenta y tres días, fue necesario dormir a campo abierto, sin más abrigo que un techo de hojas; en el día, él y sus compañeros tenían los pies devorados por moscas que sorben la sangre y dejan su veneno en la llaga; en la noche ya era la lluvia, los mosquitos o los indígenas los que les impedían dormir.”
Estas penalidades de una peregrinación voluntaria en servicio de la ciencia tuvieron término el 9 de Julio, día en que el valiente explorador entraba en las aguas del Alto Amazonas. Muy divididos han estado los geógrafos respecto de los canales de desagüe del Yapura. Jorge, Juan y Antonio de Ulloa en sus Viajes a la América Meridional afirman que la corriente se divide en dos brazos, uno de los cuales lleva el nombre de Caquetá y el otro propiamente el de Yapura, el cual desagua por siete ú ocho ramales. En el siglo pasado los lusitanos en su litigio de fronteras con los españoles, se aprovechaban de esta confusión bautizando con el nombre del río el canal que mejor satisfacía su concupiscencia territorial. Últimamente el capitán de navío José da Costa e Azevedo, cree haber resuelto la cuestión afirmando, como sostenía Azara, el demarcador de los límites conforme al tratado de 1777, que el Yapura no posee más que dos bocas, denominada la una Auti-Paraná, y la otra Haranapú o Hyapurá, que es la principal. Es indudable que el diario de expedición del Dr. Crevaux, deba contener preciosos datos a este respecto.
A su arribo a la ciudad del Pará (24 de Julio 1879) después de haber recorrido 1,500 leguas sin otros instrumentos que la brújula y el teodolito, llegaba cargado de numerosas apuntaciones concernientes a la hidrografía y etnografía de la región explorada, así como de importantes colecciones pertenecientes a la flora ecuatorial.
Durante estas tres expediciones Crevaux había hecho un viaje completo de circunvalación por los ríos que demarcan el territorio de la Guayana francesa, y explorado el Yari y el Parou ; en el Alto Amazonas, el Putumayo y el Yapura, hasta sus más lejanas vertientes. Estos trabajos, aparte del prestigio que daban a su nombre, y del respeto con que el mundo culto premia los nobles sacrificios, le hicieron acreedor a una medalla de oro con la que fue condecorado por la Sociedad Geográfica de Paris.
En Agosto de 1880, después de un breve reposo a tan penosas fatigas, vuelve con vigor al teatro de sus estudios, la América ecuatorial. — Esta vez tentaba buscar una comunicación entre el Magdalena, que atraviesa el territorio de Colombia, con el Orinoco que corta el suelo de Venezuela. El 6 de Agosto parte de San Nazario acompañado de Mr. Lejanne, farmacéutico de la marina francesa, que había viajado por la India, Apatou, y Francisco Burban, marinero de confianza. Nada de particular ofrece su arribo a Sabanilla en la desembocadura del Magdalena, ni la ascensión de este rio surcado por el vapor. El derrotero de su exploración empieza en Neiva, término de la navegación normal. Por informes recogidos en este punto obtiene noticias de la existencia de varios afluentes desconocidos que desaguan en el Orinoco, siendo uno de los principales el Guabiare o Guayabero, considerado como uno de los grandes canales navegables de Colombia, según la opinión de Alcedo, el cual tiene origen en los páramos de Santa-Fe y encamina sus aguas sobre los llanos de San Juan; el curso de este rio era designado más por meras presunciones que por observaciones científicas.
Después de cruzar los Andes a través de bosques vírgenes llega a las fuentes del desconocido canal el 21 de Octubre y construye una canoa con capacidad para cuatro personas y una balsa para sus bagajes. Es en la frágil cáscara de una nuez que se lanza en el seno de un rio no visitado en muchas de sus regiones por la planta del hombre. “Nuestros acompañantes, escribe en su diario de exploración, refiriéndose a los pocos hombres que le guiaron al través de las montañas, nuestros acompañantes nos miraban con cierto espanto a medida que el momento de la partida se aproximaba. Nos consideraban locos y rehusaban todas las ofertas que hacíamos a cada uno de ellos para que nos acompañasen. El Guayabera para ellos era lo desconocido, y por consiguiente alguna cosa de terrible. Según su relato, alguno tentó antes de ahora descenderlo y al fin de la jornada había regresado sobrecogido de terror después de haber encontrado indios feroces.”
El 25 emprende su aventurado viaje después de bautizar el terrible afluente con el nombre de Lesseps, en homenaje al famoso perforador de istmos. Pocas horas después de la navegación, la balsa se estrella y despedaza al descender un rápido contra uno de los bordes del rio y los viajeros se echan al agua para salvar la carga. — Este mal augurio al comienzo de un largo viaje no acobarda el ánimo de los expedicionarios; la balsa se rehace y la expedición continúa. Poco después, mientras Crevaux hace sus observaciones con la brújula en la mano, la balsa es arrastrada hacia un nuevo rápido obstruido por colosales bambúes; la frágil embarcación rueda por la líquida pendiente; el confiado observador es oprimido bajo los rígidos troncos y bañado en sangre, mientras Apatou salta por encima del obstáculo y Burban atraviesa el escollo a nado. Al día siguiente las observaciones se hacen en tierra por medio del teodolito; repentinamente un enorme Maracai acecha a distancia de treinta metros a los descuidados viajeros y se lame saboreando anticipadamente su presa. — “Lejanne, ¡un tigre!” dice serenamente Crevaux ; las armas han quedado en la balsa, no hay más que un solo fusil y éste no tiene más que un solo cartucho; Lejanne avanza hasta ponerse a diez metros de la fiera para asegurar su tiro y le atravieza certero el corazón!
El 2 de Noviembre, la expedición se encuentra en la garganta estrecha de un canal cerrado por elevadas moles de piedra, por donde corren las aguas rabiosas, levantando olas de espuma. ¿Es aquel un abismo impenetrable que termina en una catarata? Nadie lo sabe. Apatou esplora el sombrío i estrecho pasaje y en su mal francés, se limita a decir: “Ça mauvais, pouvais passer peut-être.” Los expedicionarios se miran, y cada cual hace un jesto que importa decir ¡ Adelante ! La chata se lanza al vertiginoso chiflón, luchando con las paredes de la gruta, contra las cuales quieren estrellarla las aguas, y que es menester desviar con firmes palancas, a cada paso, y después de recorrer unos sesenta metros vuelve a salir triunfante del seno de aquel abismo.
Un nuevo elemento de peligro amenaza la vida de los viajeros en lo sucesivo. Los caimanes abundan en el seno y márgenes del rio; Apatou es la primera víctima que les señala el riesgo; el pobre negro es arrancado de la balsa por los dientes del terrible saurio y sumergido en el fondo de la corriente. El agua hierve revelando una formidable lucha en el fondo del rio; aquella desaparición es angustiosa; es necesario salvar de la muerte al esforzado compañero de fatigas; de pronto la mano del negro se agarra a los endebles troncos de la balsa y auxiliado por los suyos vuelve ¿recobrar la vida, si bien dejando entre los dientes del caimán un pedazo de los músculos de la pantorrilla.
Sería largo enumerar las peripecias de este penoso viaje al través de regiones ignoradas, de tribus hostiles, de estrechos por donde las corrientes se precipitan en espantosa efervescencia. Dos de estos estrechos fueron bautizados por el explorador, el uno con el nombre de Angostura de las Estatuas y el otro con el de la Escalera. Baste decir que en una extensión de 150 leguas, no encontró la huella de un solo hombre.
“Nada más triste, dice en su diario, ni más abrumador que pasar así jornadas enteras, sin más testigos que animales más bien admirados que espantados y que nos miraban con un aire estúpido como si fuéramos monos que navegaban sobre el tronco de un árbol.”
Al atravesar por el territorio de los Piroas, en el cual el laborioso viajero había observado otra especie del célebre curare, se detiene a estudiar los caracteres de este vegetal y se interioriza con habilidad acerca de la fabricación del veneno que los salvajes emplean en sus flechas.
En medio de esta tribu la expedición es perseguida y corre serios peligros a causa de haber desenterrado momias indígenas, para llevarlas consigo, hecho reputado como un sacrilegio por los Piroas.
Al descender el Orinoco un funesto acontecimiento enturbia la satisfacción de haber vencido las dificultades de tan largo viaje. Francisco Burban, el intrépido marino, sucumbe durante una tormenta envenenado por la picadura de una raya. ‘‘Burban, dice Crevaux con esa resignación propia de los hombres habituados a desafiar la muerte, Burban ha muerto como un verdadero marino, en medio de la tempestad. No es menos glorioso sucumbir sobre una piragua que sobre un navío de alto bordo.”
En este último viaje Crevaux había trazado un itinerario de 850 leguas por agua, de las cuales 450 lo han sido en un país no explorado hasta entonces. Si la geografía debía manifestarse satisfecha de este valioso trabajo, la antropología no podía quedar tampoco descontenta; 52 cráneos y esqueletos, y 300 reproducciones fotográficas de regiones y tipos humanos, no conocidos aun, fueron el presente que pudo recoger en beneficio de esta ciencia llamada a revelar los secretos de la familia humana.
Entre otras observaciones y estudios que realizó de paso por la isla Guáranos, en la desembocadura del Orinoco, encontró una raza de hombres que a semejanza de los pájaros, hacen su vivienda sobre los árboles, los cuales profesan el culto de la luna. Entre el delta de este río y Trinidad pudo conocer otra tribu de indios geófagos, o que comen tierra, llevando algunos su glotonería más allá de todo límite. Es recién al término de tan largo viaje y después de quince días de permanencia bajo este ardiente clima, con el objeto de tomar retratos y coleccionar cráneos, que aquella naturaleza hercúlea se siente desfallecer y con una tranquilidad que tiene algo de heroísmo, escribe: “por la segunda vez he tenido la extrema felicidad de no caer enfermo sino cuando mi misión estaba completamente cumplida.”
Después de esta rápida reseña no se puede menos de convenir que el eminente explorador, aleccionado por el éxito, cediendo a la virilidad de un carácter templado en la fragua de la labor científica que ensancha el alma y la levanta sobre la nada de la vida, había llegado a persuadirse que ante la voluntad del hombre y el imperio de la razón, la naturaleza física tiene que doblegarse y abrirle paso humildemente para dejarle libre el camino por donde quiera que anhele estampar su dominadora planta! Es solo así como pueden explicarse estos viajes que con justicia han sido calificados con el nombre de dramas geográficos.
III
CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS TRIBUS DEL CHACO
Cómo tan experimentado viajero ha podido caer victimado por las tribus del Chaco en los primeros pasos de la exploración que se proponía llevar a cabo en el Pilcomayo? Diversas y contradictorias conjeturas se hacen a este respecto ; los que ignoran los detalles de la partida del Dr. Crevaux al interior del Chaco, juzgan que la carencia de datos acerca del carácter de las tribus que pueblan este territorio, ha conducido al explorador y sus compañeros a un seguro sacrificio; personas ilustradas creen que esta victimación ha sido producida por causa de la escolta armada que organizó en Tarija; otros piensan que esta expedición solo podía haberse realizado al amparo de un destacamento militar, bastante para poner a raya la audacia de los salvajes.
Respecto a lo primero, Crevaux y sus compañeros de expedición sabían bien que se internaban en medio de tribus harto conocidas por su ferocidad y su carácter traidor. Nadie mejor que los Misioneros del Colegio de Tarija han podido apreciar la índole de cada una de esas tribus. Con una perseverancia ejemplar y una audacia digna de sus predecesores los Jesuitas, que fueron los primeros que se consagraron a la evangelización del Chaco, los virtuosos franciscanos han levantado altares al Dios que venera el mundo católico sobre el suelo mismo donde poco hacia se había derramado sangre humana impasiblemente en la lucha bestial de los bárbaros que pueblan los vastos llanos de Manso. Los misioneros patentizaron al ardoroso explorador todos los peligros que corría cruzando un territorio habitado por la sanguinaria barbarie; podría decirse que presintiendo un funesto resultado procuraban disuadirle de la atrevida empresa que tentaba llevar a término con tanto celo.
Los hombres influyentes e ilustrados de Tarija, le hablaron en idéntico sentido. El General Jofré, que por haber desempeñado los primeros cargos en la administración y gobierno del departamento, podía apreciar lo arriesgado de una expedición auxiliada por doce o catorce hombres, en una carta dirigida al Dr. Crevaux en 6 de Marzo, a su arribo a aquella ciudad, decía entre otras oportunas observaciones relativas a los Tobas y Matacos : Pertinazmente refractarios de la civilización, su sistema es la destrucción del hombre que no sea de su raza. En esta degradante preocupación arrastran a todas las demás tribus, ejercitando como heroicas virtudes, el pillaje y la traición
Tan luego como VD. arribe a la misión de Aguairenda, partirán emisarios secretos que anunciarán a todas las tribus, la presencia de carayes sospechosos (así llaman a los blancos). Desde este momento Vd. y sus compañeros serán el objeto de las asechanzas de aquellos salvajes, cuya presencia no alcanzarán a columbrar sino por su huella.”
Luego terminaba su carta el Sr. Jofré con esta útil prevención: “Desconfíe Vd. siempre de las sumisiones y pactos de alianza o tregua, a que lo invitarán con frecuencia para traicionarlo con el mas frívolo pretexto o sin él (8)
Por su parte el Dr. Demócrito Cabezas, delegado de la Prefectura de Tarija para acompañar al expedicionario, y D. David Gareca, le hicieron iguales observaciones y solicitaron marchar en su compañía, a lo cual se negó absolutamente el Dr. Crevaux, no aceptando ofrecimiento alguno.
De las comunicaciones particulares, dirigidas a diversas personas por aquel, resulta que tenía perfecto conocimiento de lo riesgoso de su empresa, llegando a expresar en alguna de ellas que los datos que se le suministraban hacían vacilar un tanto su espíritu. El Dr. Crevaux, como lo dice en su nota al Ministro de Instrucción Pública de Francia, alcanzó a poseer la persuasión de que “la exploración del Pilcomayo era una empresa mucho más difícil y onerosa de lo que se pensaba Empero, a pesar de esta persuasión, el hábito contraído en sus anteriores viajes, y la sorprendente firmeza de su carácter le hicieron mirar sin recelo el camino desconocido que se había propuesto seguir a través del dilatado Chaco.
Participo de la opinión de los que creen que para que cualquier exploración sobre el Pilcomayo tenga resultado, son indispensables los auxilios de una comitiva armada, en número bastante para poder rechazar los ataques de los salvajes. Es necesario persuadirse que las tribus del Chaco septentrional han conservado su ferocidad primitiva, sin sufrir la más mínima degeneración en el trascurso de los siglos. El hábito de la traición aleve, la sed de sangre que irrita los instintos feroces de las naciones que pueblan las orillas del misterioso río se han conservado intactos en la descendencia, y si me es permitido decir, se han refinado haciéndose más bestiales en la continua lucha que las tribus han sostenido con las poblaciones cristianas más próximas. Los tataranietos son dignos de sus antepasados.
En 1683 el licenciado D. Pedro Ortiz de Zárate, de real estirpe, hijo del fundador de la ciudad de Jujuy, penetró en compañía del padre Solinas hasta el centro de las tribus de los Tobas, Mocovies y Mataguayos, procedentes de un mismo tronco. El licenciado prometíase reducirlos, estableciendo al efecto misiones destinadas a entregar los dominios de las tribus al imperio del dogma cristiano, en provecho del Rey.— Los indígenas recibieron a los misioneros con manifestaciones de paz, que alejaron los temores que habían abrigado en un principio. Un día en que el padre Solinas acababa de decir misa y que el Licenciado se preparaba a rezar la suya, los Tobas se acercaron al improvisado altar dando testimonio de sumisión a los evangelizadores. Presintiendo un acto alevoso, Solinas halagó a los allegados, les obsequió diversos objetos y les exhortó en nombre de una divinidad que les era desconocida pero que colmaba de beneficios a los que la reconocían; aquellos desgraciados fingieron escuchar humildemente esas palabras de fe y de esperanza, rodearon a sus pastores, y de pronto, lanzando gritos de júbilo, los acribillaron con sus flechas, aplastáronlos bajo los golpes de la bárbara macana, luego les cortaron la cabeza llevándola primero en triunfo, y despojándola después de sus órganos bebieron en nombre de la victoria en los sangrientos cráneos !Los horrores de esta victimación hicieron en lo sucesivo el nombre toba sinónimo de alevosía y ferocidad.
Un siglo más tarde, en 1744, el fervoroso Castañares tienta dominar por la persuasión aquellas tribus indomables, y seguido de un acaudalado habitante de Tarija, Francisco Azoca, y una escasa escolta, penetra en el territorio de los Mataguayos establecidos en la margen derecha del Pilcomayo. El misionero y su abnegado auxiliar son acogidos con muestras de respeto y de paz; el cacique Gallinazzo, invita a los peregrinos a fundar su misión en su toldería. Castañares ofrece satisfacer sus deseos a condición de que el cacique disponga prèviamente a sus vasallos para aceptar sus instrucciones, a lo cual se presta aquel y marcha a preparar a las tribus. Los acompañantes del misionero le inducen a desistir de su promesa y persisten en protegerle en medio de aquellas soledades donde le ofrecen erigir el primer templo cristiano; pero el misionero obliga a regresar a sus guías, lleno de inmensa fe y confianza en el poder de su palabra. Una mañana se presenta uno de los salvajes en la tienda del religioso Azoca y bajo el pretexto de buscar el perro que se le había extraviado días antes. El espía constata la ausencia de la escolta que guió a los peregrinos, y antes de que estos tuviesen tiempo para reflexionar sobre las desconfianzas que esta circunstancia despertaba en su espíritu, los bárbaros rodean a aquellos desdichados, el Cacique da el primer golpe sobre la frente del Apóstol, la turba se ceba en las indefensas víctimas y vitorea su triunfo haciendo libaciones en los vasos sagrados, que como símbolo de unción y de paz, había llevado al seno de la barbarie la mano siempre abnegada de la fe.
Así murió el segundo de los exploradores del Pilcomayo: su victimación tiene algo del sombrío sacrificio del explorador que en nuestro siglo anhelaba dar cima a la obra iniciada por el mártir religioso!
Los nietos de aquellas razas que parecen haber jurado rechazar toda vinculación con la familia humana ajena a la tribu, no han hecho más que imitar el ejemplo legado por sus abuelos.
Pero el poder invencible de la civilización tiene que arrancar un día del corazón de aquella sanguinaria descendencia los instintos de la fiera que degradan la naturaleza humana!
Esta ferocidad y estas inmolaciones no son exclusivas de las ardientes regiones del Chaco; en América, como en África, como en todas partes han dejado su sangrienta huella, llevando el luto al tranquilo hogar que abandonara el sabio en su afán por romper los velos que envuelven al hombre y la naturaleza.
Cuantos sacrificios consumados en esa peregrinación en medio del siglo de luz y de fraternidad en que vivimos! Garnier, sucumbe asesinado en la Indo-China, cuya fisonomía intenta revelar estudiándola de cerca; Lucerau, muere asesinado por los Comalis en las regiones del África Oriental; Dournaux-Duperé y Joubert intentan ligar mercantilmente la Algeria y el Senegal y se lanzan a las soledades del cálido Sahara. La travesía es arriesgada por la inhumanidad de las tribus algerianas del Souf, pero nada detiene a los exploradores. En el territorio de los Chambaas algunos indígenas piden protección a los viajeros deplorando haber extraviado la senda y hallarse extenuados de hambre, de sed y de fatiga. Los viajeros parten su pan y su vino con los mendigos compadeciendo su desnudez y su miseria, pero antes de escuchar la voz de la gratitud, son estrangulados en medio del desierto!
Hay en el fondo de los pueblos primitivos instintos secretos refractarios a toda civilización, como si comprendieran que las leyes sociales son diques opuestos al desborde de las pasiones, como si columbraran que no existe más que la esclavitud fuera de la vida errante e inactiva en que se desenvuelven sus estrechas concepciones. De ahí esa odiosidad al extranjero que pisa el salvaje territorio. Esta obstinación, este odio, tienen aún mayor ensanche y refinamiento en las tribus inmediatas a los pueblos cultos, sus eternos adversarios, y cuyos continuos choques engendran la sed de la venganza que sólo logra aplacar la sangre del hombre de raza blanca.
“Los salvajes, dice con mucha exactitud Cortambert, son ciertamente mucho menos temibles en los países alejados de la corriente de la civilización, que en las comarcas que se le avecinan, en las cuales este torrente devastador y fecundante extiende a su rededor, más bien vicios que semillas generosas”.
Pero es menester preguntarse ahora ¿y qué, la barbarie ha de estorbar por más tiempo que las investigaciones de la ciencia den a conocer regiones inmensas, que no obstante estar fuera del radio de la civilización, forman la unidad del territorio de la patria? No lejos de la ciudad alumbrada por la chispa eléctrica, casi al lado de la aldea donde se alza el campanario de la iglesia, como para atestiguar la elevación moral del hombre que fecunda el suelo con el poder de su brazo, campa la salvaje tribu pronta a llevar su tea de incendio sobre el hogar del labrador y la robusta mies. — Y la tribu entre tanto, en la plenitud de su albedrío, conmueve en confusa algazara el suelo de naciones donde impera la Magna Carta del Estado, expresión la más elevada del perfeccionamiento social!
Hay desgracias y sacrificios que muchas veces son para los pueblos la acusación de un error o la denuncia de la inefectividad de las instituciones. La muerte del explorador Crevaux es comprobación de esta verdadera monstruosidad: las tribus bárbaras dominan los territorios más ricos en el corazón de tres pueblos cultos. Esa muerte recorrerá la Europa pregonando la deformidad de los elementos sociales que se chocan en la América Meridional.
Pero ese sacrificio tiene que ser en adelante un programa: la extinción de la barbarie del corazón de la América. En este orden, creo que la medida de nuestros progresos podría estimarse en alto grado el día en que los primeros magistrados que gobiernan estos países, pudieran enviar este lacónico Mensaje al seno de la representación popular: Los beneficios de la constitución y las leyes amparan la propiedad y la vida hasta en el más apartado confín del territorio y los signos que denotaban los dominios de las tribus salvajes, se han borrado para siempre del mapa de la República.
Julio Crevaux y sus compañeros de martirio habrán sido entonces noblemente vengados, y aquel espíritu viril resucitará perpetuado su nombre en la primera ciudad que se levante a orillas del Pilcomayo ostentando sus blancas vestiduras de mármol, símbolo de una fecunda inmolación, anillo inquebrantable de la fraternidad de tres pueblos ligados por idénticos destinos: la República Argentina, el Paraguay y Bolivia.
(7) A falta de las obras del doctor Crevaux, que tuvo la bondad de obsequiarnos y que esperábamos recibir de Europa de un momento a otro, consultando la mayor exactitud para esta reseña, hemos seguido y tomado por base de nuestra narración, los importantes estrados de los viajes del distinguido explorador dados a luz por los Srs. Paul Gaffarel, y Cortambert, consultado el diario de su expedición al Magdalena, Guaviaré y Orinoco, así como noticias de antigua data referentes a algunos de los ríos que recorrió últimamente. S. V. G.
(8) Esta carta vio la luz pública en el Trabajo de Tarija, días antes de la partida de Crevaux a las orillas del Pilcomayo
RESEÑA DE LAS EXPLORACIONES DEL Dr CREVAUX EN LA AMÉRICA ECUATORIAL (7)
Julio Crevaux era un espíritu esencialmente predispuesto para los trabajos de investigación, cualquiera que fuese la escala a que hubieran de aplicarse sus facultades analíticas. La carrera que adoptó últimamente acredita esta irresistible tendencia de su carácter. Indudablemente debía haber elegido la profesión de médico cediendo a su natural vocación por los estudios experimentales; pero cuando llegó al término del fatigoso aprendizaje y se encontró doctorado y con libertad para marcar un rumbo fijo a sus aspiraciones, la profesión adquirida no debía satisfacer las ansiedades de su alma. Por eso se le ve vacilar algún tiempo, aceptando con resignación el desempeño del cargo de médico de la marina de su patria, utilizando sus horas de solaz en el estudio sobre diversos temas científicos, como el relativo a la epizootia y otros que vieron la luz pública, pero que entre la inmensa labor intelectual del viejo mundo, a pesar de su mérito, no lograban descollar levantando su nombre como el jefe de una teoría nueva o el descubridor de uno de los muchos principios ocultos que presiden a la vida y a la destrucción de los seres animados.
A cierta altura de la existencia, cuando el hombre acaba de formarse por la plenitud de la juventud y el cultivo del cerebro, las inclinaciones nativas chocan frecuentemente con la profesión que se ha adoptado temprano inconsultamente, cediendo a la necesidad de adquirir una carrera para vivir de algo. Cuán angustiosa es esa lucha en que se considera temerario destruir los sacrificios empleados en la más radiante época de la vida para conquistar un título universitario, los compromisos que ese título trae, y las seducciones de la vocación que arrastra irresistiblemente por un camino desconocido, pero que de antemano se tiene la seguridad, de atravesar con entera firmeza!
Crevaux tuvo el coraje de romper esa cadena que lo ligaba a un terreno menos amplio que el que anhelaba recorrer su espíritu. Abandonó al médico, que muchas veces lleva la alegría al seno de la familia, por el explorador que hace la luz sobre millares de familias y resucita generaciones que fueron, con las cuales la ciencia se pone al habla para desentrañar los secretos que rodean a la criatura humana.
Los estudios geográficos y antropológicos le arrastraban invenciblemente en una época en que estas ciencias ejercen tan decisiva y múltiple influencia en todas las relaciones de la vida social. Existían además, las seductoras atracciones del estímulo que impulsa las ambiciones nobles y eleva los caracteres rectamente inspirados.
¡Cuán poderosos eran esos estímulos que le decidieron a lanzarse en la peligrosa carrera que lo ha llevado hasta el sacrificio! Desde hace diez años la exploración de los territorios poco o nada conocidos en el mundo antiguo y moderno, viene constituyendo una verdadera pasión en los hombres que consideran escaso el material recogido por las ciencias naturales y de aplicación. La Francia, aun cuando no ha descollado como potencia colonizadora, constituida en cambio en una vasta cátedra (cátedra muchas veces de repetición), se halla ligada al movimiento científico y no podía permanecer ni por su carácter cosmopolita ni por su ilustración, indiferente a los estudios que otros países procuraban llevar a cabo en diversas regiones del globo. Es así cómo, comprendiendo el elevado rol que le cabe en esta época en el estudio de las diversas comarcas de la tierra, ha emprendido por su parte o protegido empresas de este orden, que han aportado preciosos caudales al fondo común de las especulaciones científicas.
Joseph Halévy, solo y con exiguos recursos, venciendo todo género de dificultades, penetra en el Yemen en 1869 y da a conocer un país que los europeos no habían logrado explorar después que Elio Galo cruzó su territorio en la época de Augusto. El viajero trajo su cosecha de 696 inscripciones sabeanas, las cuales descifradas revelan la perfecta concordancia de las nomenclaturas geográficas antiguas con las modernas.
El abate David se introduce hasta el interior de la China y da a conocer una extensión de 800 leguas del continente asiático inexplorado hasta entonces.
Otro misionero francés, el abate Debaise, logra penetrar en el África austral hasta la misma ciudad en la cual permaneció agonizante tanto tiempo el perseverante Livinsgton, y menos afortunado que éste, muere envenenado por la influencia deletérea del clima de aquellas regiones inhospitalarias para la raza blanca.
Delaporte, encargado oficialmente de investigaciones arqueológicas, recorre el Cambodge y arranca de los despojos de sus monumentos las soluciones de una civilización extinguida hace siglos, y que exhumadas a la par de los palacios asirios, dan a conocer en toda su exactitud los esplendores del arte antiguo en el Oriente.
Todas estas expediciones que, llamando la atención del mundo científico, hacían objeto de legítima admiración a los audaces viajeros que se aventuraban en países desconocidos, extraños por las costumbres, por el idioma y por la índole, debieron molestar por largo tiempo el cerebro del joven médico, para quien cada nueva exploración debía ser una batalla campal en la cual él hubiera deseado ser el héroe a costa de cualquier sacrificio. Su vocación le encarriló por fin en la vía propia para el desenvolvimiento de sus dotes y aspiraciones y en la que ha sobresalido por su entereza, su portentoso coraje y su inquebrantable fe.
Tres viajeros notables han recorrido varias comarcas importantes de la América latina en estos últimos años: Mr. André, encargado por el Ministro de Instrucción Pública de Francia de formar colecciones de la flora, la fauna y las producciones minerales de la América ecuatorial, atraviesa gran parte de los territorios desiertos de Colombia, el Ecuador y el Perú, y después de estudiar la célebre cascada Tequendama formada por el rio Funza, que se precipita en una profundidad de 146 metros, esto es, tres veces la altura del Niágara, regresa a su patria llevando una rica colección de plantas, animales e importantes estudios físicos de tan privilegiadas regiones. Mr. Wiener, encargado oficialmente, asimismo, visita el alto y bajo Perú, dando vasta latitud y recogiendo preciosos materiales para los estudios americanistas, por los cuales había manifestado desde 1874 particular afición; asciende a uno de los más altos picos del Illimani, que bautiza con el nombre de Pico de París, y más tarde, después de una arriesgada exploración entre Quito y las cabeceras del rio Ñapo, poderoso afluente del Amazonas, comprueba la practicabilidad de la utilización de esa vena fluvial, llamada a desarrollar extensamente el movimiento comercial del Ecuador. El tercero de estos misioneros de la ciencia es Crevaux. Sus trabajos, por lo arriesgado de las circunstancias que les son peculiares y por el caudal de datos destinados a ilustrar la geografía y la antropología, sobresalen marcadamente sobre los que dejo enunciados, habiendo con justicia sido objeto de admiración en su patria y fuera de ella.
Véanos cómo y en qué regiones se llevaron a cabo sus estudios.
En 1876 el Dr. Crevaux recibió la misión del Ministerio de Instrucción Pública de marchar de Cayena, la capital de la Guayana francesa, al Amazonas, remontando el río Maroni, límite divisorio entre aquella y la Guayana holandesa; el descenso al Amazonas debía efectuarse por el rio Yary. Nuestro explorador emprendió su viaje en 1877 remontando el Maroni en una piragua que lo condujo hasta la tribu de los Bonnis, en donde, por causa de la insalubridad del clima, cayó enfermo siendo abandonado por los pocos tripulantes que lo acompañaban. Fue allí donde logró despertar cariño en el ánimo de un negro llamado Apatou, que desde entonces llegó a ser su compañero leal e inseparable. Apatou que conocía aquellas regiones condujo al explorador a las montañas del Tumac-Humac que separan las aguas del Maronide las del Yari y las cuales no habían podido ser visitadas por ningún europeo, no obstante las tentativas hechas desde el siglo pasado y el interés que despertaban por considerarlas depositarías de inmensas riquezas auríferas. En vez del oro el viajero encontró sólo tribus salvajes que tienen el hábito de impregnarse la cabeza y el cuerpo con una capa de arena micácea que les dá un aspecto metálico a la luz del sol.
En la falda de las montañas tiene sus fuentes el Apaouani, afluente del Yarí. Para descender por sus aguas se improvisó una ligera embarcación formada del tronco de un árbol. A su entrada en el Yarí, nuestro expedicionario fue recibido con manifestaciones de marcada hostilidad por una tribu que no había aún conocido europeos: merced a demostraciones pacíficas y enérgicas pudo continuar Crevaux sus observaciones hasta cerca de las fuentes del Yarí, recogiendo la evidencia de la navegabilidad de este rio en su curso superior; en su parte media, las aguas recorren un territorio escabroso y pendiente, formando pequeñas cataratas y rápidos que imposibilitan toda comunicación fluvial. Al llegar a una de estas cascadas, que se precipita por un sensible plano inclinado de veinte metros de altura, los pocos indígenas que le acompañaban retrocedieron espantados abandonando al audaz explorador. Pero Crevaux quería habituarse a vencer todos los peligros, y llega a vencerlos con admirable sangre fría. Acompañado de Apatou y otro negro que se les había asociado, se lanzó en medio de la rápida pendiente; la balsa fue un momento envuelta entre las espumosas olas de la catarata y reapareció luego en el fondo de la agitada corriente, como si la naturaleza hubiese querido respetar aquel testimonio del dominio de la voluntad del hombre sobre el poder de los elementos.
Después de recorrer 250 kilómetros por un trayecto sembrado de rompientes, totalmente desconocido e inhabitado, alcanzó por fin la región en que el Yarí fluyendo sobre un plano horizontal, corre sin obstáculo hasta reunir sus aguas tranquilas a las del robusto Amazonas. Siguiendo el curso de este rio, arribó al Pará el 30 de Noviembre, después de haber cruzado un territorio ajeno a todo elemento de civilización en el espacio de cuatro meses.
El resultado de esta expedición no hizo más que alentar sus inclinaciones naturales, estimulándole a realizar nuevas investigaciones. La cuenca del bajo Amazonas le tenía seducido, y no debía abandonarla antes de entregar al arsenal de la ciencia los territorios que se hallan bajo el dominio de la barbarie y de lo desconocido. Después de maduro examen acerca de las regiones que debía explorar, se decidió por el Parou, estudiándolo, no desde su desembocadura en el Amazonas, sino desde sus fuentes primitivas. Al efecto, emprendió su viaje remontando el Oyapock, rio que deslinda los territorios del Brasil y la Guayana francesa. El Oyapock, reunía para él la circunstancia de no haber sido reconocido en todo su curso. Las diversas tentativas realizadas con este objeto desde el siglo XVI hasta 1832 no obtuvieron resultado alguno; los expedicionarios habían tenido que retroceder rechazados por la influencia mortífera del clima. El Parou, a su vez, era tan mal conocido, según la opinión de Gaffarel, que se le consideraba un afluente del Yarí.
Respecto del Oyapock, en el tratado de Utrecht se le denomina con el nombre de rio Vicente Pinzón, existiendo aún dudas acerca de la diferencia de estos canales; no está demás recordar que la bahía en la cual desemboca, descubierta por Yañez Pinzón en 1498, tiene una vieja celebridad por haberse señalado como término y límite entre los dominios de España y Portugal, y ser el punto desde donde empieza la línea de demarcación establecida por la bula de Alejandro VI, que tantas disputas ocasionó entre aquellos dos reinos.
La ascensión de esta vena fluvial efectuada en Agosto de 1878, no presentó grandes dificultades, no obstante hallarse interrumpido el curso del rio por continuos rápidos. El país que bañan sus aguas superiores se halla habitado por las tribus salvajes de las Acóquas, Oyampis, etc. Según refiere el explorador en una de sus memorias, el jefe de una de estas tribus se le presentó armado de una enorme caña de tambor mayor, con la mano sobre el pecho, en el cual ostentaba a guisa de condecoración una pieza de cinco libras con la efigie de Luis XIV.
Para descender a la hoya del Amazonas fue menester abordar un territorio impenetrable, cerrado por espesos bosques, el cual recorrió en 20 días de continuas fatigas auxiliado por la tribu de los Rocuyanas. Su permanencia entre estos le dio a conocer las conmovedoras ceremonias del maraké, en virtud de las cuales, los jóvenes que aspiran al matrimonio son sometidos durante quince días a las torturas del fuego y al martirio de las picaduras de las abejas y las hormigas rubias. Tuvo ocasión, asimismo, de conocer la famosa liana urari, vegetal del cual extraen los salvajes el veneno para sus flechas. Estudió hasta en sus más mínimos detalles la preparación de este veneno, y formó colecciones de las plantas que entran en esa nigromántica composición. Según escribe Gaffarell, algunas de estas plantas tienen la propiedad de detener, o por lo menos de retardar la circulación de la sangre, por lo cual su descubrimiento ha sido reputado como una adquisición de la que acaso pueda obtener excelentes resultados la medicina.
Desde las cabeceras del Yarí, a donde había llegado la expedición, se dirigió a la cuenca del Parou, inexplorado aún, el cual descendió sin arredrarse ante los contrastes de un viaje temerario, por un país desconocido y sobre las aguas de un rio erizado de rompientes.
Para formarse una idea aproximativa de esta exploración, baste decir que de las seis canoas y balsas que sirvieron a Crevaux para descender el rio, cinco zozobraron en las torrentosas cachuelas. El 29 de Diciembre, después de 41 días de navegación, penetró de nuevo en el Amazonas lleno de fé en la firmeza de su alma, como el general que regresa victorioso después de una desigual y larga batalla.
El éxito feliz de estos primeros viajes despertó en Crevaux una verdadera pasión por el Amazonas; desde 1639 en que Pedro Texeira exploró el robusto canal, no obstante los trabajos relativos a la demarcación de límites entre España y Portugal, las exploraciones y estudios de Martins, del profesor Agasis, del Dr. Couto Magalhaes, fundador de la navegación del Araguaya, los afluentes principales del ancho rio no eran bien conocidos en las regiones que llevan los nombres de Marañoni Solimoes. Crevaux concibió el designio de despejar las dudas que se abrigaban respecto a dos de sus considerables afluentes, el Putumayo y el Yapura. Aparte del interés meramente científico, se proponía descubrir una via comercial que pusiese en fácil comunicación las dos vertientes de los Andes.
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Manteníase respecto del primero la creencia que hasta hace poco se abrigaba acerca de los ríos Bermejo y Pilcomayo; asegurábase que el Putumayo se comunicaba con el Yapura por los canales del Peridá y del Pureos; tampoco se poseía una carta aproximativa acerca de su curso y condiciones para la navegación.
Nuestro infatigable explorador remontó, pues, halagado por tan laudables fines, el Putumayo, y después de diez y ocho días de penosa navegación llegó al pie de los Andes, demostrando la posibilidad de habilitar el rio para el servicio de los intereses comerciales de las provincias andinas del Ecuador. En vez de repasar el camino recorrido, prefiere estudiar el Yapura y emprende el más arriesgado de los viajes, sin arredrarse ni ante la insalubridad del clima, ni ante la hostilidad de los salvajes.
Es en la exploración de este afluente donde Crevaux ha dado pruebas elocuentes de su valor moral y de su resistencia física. Arredrados de la empresa los hombres de su escolta, sin más auxiliar que Apatou, no hesita en adjuntar a su expedición a un pirata de siniestra reputación, de apellido Santa Cruz, del cual se decía que se encargaba de asesinar a aquellos a quienes ofrecía sus servicios como protector. En tan poco tranquilizadora compañía desciende el Yapura recorriendo quinientas leguas, en cuya travesía era menester tener el ojo siempre despierto, y el imperio bastante para mantener a raya al bandido así como a los salvajes que seguían sus pasos en cuanto ponía el pié en tierra. “Un día, dice Gafarell en su reseña acerca de los viajes de Crevaux, el doctor penetra en un rancho (de la tribu antropófaga de los Ouitotos) y levanta la tapa de una vasija que contenía carne humeante: el cocido era la cabeza de un indio! Encima de la puerta se habían fijado un fragmento de cráneo y algunas flautas hechas de huesos humanos. Estas tribus no podían alegar el hambre por escusa, pues, a cada paso se levantan nubes de pájaros y bandadas de monos y pécaris que se cazan con facilidad; es que los Ouitotos se regalan con la carne humana. Con diversos pretextos, agrega, M. Crevaux, fue asaltado con provocaciones y amenazas: empero, gracias a su energía, pudo sobreponerse a todos los obstáculos. Durante cuarenta y tres días, fue necesario dormir a campo abierto, sin más abrigo que un techo de hojas; en el día, él y sus compañeros tenían los pies devorados por moscas que sorben la sangre y dejan su veneno en la llaga; en la noche ya era la lluvia, los mosquitos o los indígenas los que les impedían dormir.”
Estas penalidades de una peregrinación voluntaria en servicio de la ciencia tuvieron término el 9 de Julio, día en que el valiente explorador entraba en las aguas del Alto Amazonas. Muy divididos han estado los geógrafos respecto de los canales de desagüe del Yapura. Jorge, Juan y Antonio de Ulloa en sus Viajes a la América Meridional afirman que la corriente se divide en dos brazos, uno de los cuales lleva el nombre de Caquetá y el otro propiamente el de Yapura, el cual desagua por siete ú ocho ramales. En el siglo pasado los lusitanos en su litigio de fronteras con los españoles, se aprovechaban de esta confusión bautizando con el nombre del río el canal que mejor satisfacía su concupiscencia territorial. Últimamente el capitán de navío José da Costa e Azevedo, cree haber resuelto la cuestión afirmando, como sostenía Azara, el demarcador de los límites conforme al tratado de 1777, que el Yapura no posee más que dos bocas, denominada la una Auti-Paraná, y la otra Haranapú o Hyapurá, que es la principal. Es indudable que el diario de expedición del Dr. Crevaux, deba contener preciosos datos a este respecto.
A su arribo a la ciudad del Pará (24 de Julio 1879) después de haber recorrido 1,500 leguas sin otros instrumentos que la brújula y el teodolito, llegaba cargado de numerosas apuntaciones concernientes a la hidrografía y etnografía de la región explorada, así como de importantes colecciones pertenecientes a la flora ecuatorial.
Durante estas tres expediciones Crevaux había hecho un viaje completo de circunvalación por los ríos que demarcan el territorio de la Guayana francesa, y explorado el Yari y el Parou ; en el Alto Amazonas, el Putumayo y el Yapura, hasta sus más lejanas vertientes. Estos trabajos, aparte del prestigio que daban a su nombre, y del respeto con que el mundo culto premia los nobles sacrificios, le hicieron acreedor a una medalla de oro con la que fue condecorado por la Sociedad Geográfica de Paris.
En Agosto de 1880, después de un breve reposo a tan penosas fatigas, vuelve con vigor al teatro de sus estudios, la América ecuatorial. — Esta vez tentaba buscar una comunicación entre el Magdalena, que atraviesa el territorio de Colombia, con el Orinoco que corta el suelo de Venezuela. El 6 de Agosto parte de San Nazario acompañado de Mr. Lejanne, farmacéutico de la marina francesa, que había viajado por la India, Apatou, y Francisco Burban, marinero de confianza. Nada de particular ofrece su arribo a Sabanilla en la desembocadura del Magdalena, ni la ascensión de este rio surcado por el vapor. El derrotero de su exploración empieza en Neiva, término de la navegación normal. Por informes recogidos en este punto obtiene noticias de la existencia de varios afluentes desconocidos que desaguan en el Orinoco, siendo uno de los principales el Guabiare o Guayabero, considerado como uno de los grandes canales navegables de Colombia, según la opinión de Alcedo, el cual tiene origen en los páramos de Santa-Fe y encamina sus aguas sobre los llanos de San Juan; el curso de este rio era designado más por meras presunciones que por observaciones científicas.
Después de cruzar los Andes a través de bosques vírgenes llega a las fuentes del desconocido canal el 21 de Octubre y construye una canoa con capacidad para cuatro personas y una balsa para sus bagajes. Es en la frágil cáscara de una nuez que se lanza en el seno de un rio no visitado en muchas de sus regiones por la planta del hombre. “Nuestros acompañantes, escribe en su diario de exploración, refiriéndose a los pocos hombres que le guiaron al través de las montañas, nuestros acompañantes nos miraban con cierto espanto a medida que el momento de la partida se aproximaba. Nos consideraban locos y rehusaban todas las ofertas que hacíamos a cada uno de ellos para que nos acompañasen. El Guayabera para ellos era lo desconocido, y por consiguiente alguna cosa de terrible. Según su relato, alguno tentó antes de ahora descenderlo y al fin de la jornada había regresado sobrecogido de terror después de haber encontrado indios feroces.”
El 25 emprende su aventurado viaje después de bautizar el terrible afluente con el nombre de Lesseps, en homenaje al famoso perforador de istmos. Pocas horas después de la navegación, la balsa se estrella y despedaza al descender un rápido contra uno de los bordes del rio y los viajeros se echan al agua para salvar la carga. — Este mal augurio al comienzo de un largo viaje no acobarda el ánimo de los expedicionarios; la balsa se rehace y la expedición continúa. Poco después, mientras Crevaux hace sus observaciones con la brújula en la mano, la balsa es arrastrada hacia un nuevo rápido obstruido por colosales bambúes; la frágil embarcación rueda por la líquida pendiente; el confiado observador es oprimido bajo los rígidos troncos y bañado en sangre, mientras Apatou salta por encima del obstáculo y Burban atraviesa el escollo a nado. Al día siguiente las observaciones se hacen en tierra por medio del teodolito; repentinamente un enorme Maracai acecha a distancia de treinta metros a los descuidados viajeros y se lame saboreando anticipadamente su presa. — “Lejanne, ¡un tigre!” dice serenamente Crevaux ; las armas han quedado en la balsa, no hay más que un solo fusil y éste no tiene más que un solo cartucho; Lejanne avanza hasta ponerse a diez metros de la fiera para asegurar su tiro y le atravieza certero el corazón!
El 2 de Noviembre, la expedición se encuentra en la garganta estrecha de un canal cerrado por elevadas moles de piedra, por donde corren las aguas rabiosas, levantando olas de espuma. ¿Es aquel un abismo impenetrable que termina en una catarata? Nadie lo sabe. Apatou esplora el sombrío i estrecho pasaje y en su mal francés, se limita a decir: “Ça mauvais, pouvais passer peut-être.” Los expedicionarios se miran, y cada cual hace un jesto que importa decir ¡ Adelante ! La chata se lanza al vertiginoso chiflón, luchando con las paredes de la gruta, contra las cuales quieren estrellarla las aguas, y que es menester desviar con firmes palancas, a cada paso, y después de recorrer unos sesenta metros vuelve a salir triunfante del seno de aquel abismo.
Un nuevo elemento de peligro amenaza la vida de los viajeros en lo sucesivo. Los caimanes abundan en el seno y márgenes del rio; Apatou es la primera víctima que les señala el riesgo; el pobre negro es arrancado de la balsa por los dientes del terrible saurio y sumergido en el fondo de la corriente. El agua hierve revelando una formidable lucha en el fondo del rio; aquella desaparición es angustiosa; es necesario salvar de la muerte al esforzado compañero de fatigas; de pronto la mano del negro se agarra a los endebles troncos de la balsa y auxiliado por los suyos vuelve ¿recobrar la vida, si bien dejando entre los dientes del caimán un pedazo de los músculos de la pantorrilla.
Sería largo enumerar las peripecias de este penoso viaje al través de regiones ignoradas, de tribus hostiles, de estrechos por donde las corrientes se precipitan en espantosa efervescencia. Dos de estos estrechos fueron bautizados por el explorador, el uno con el nombre de Angostura de las Estatuas y el otro con el de la Escalera. Baste decir que en una extensión de 150 leguas, no encontró la huella de un solo hombre.
“Nada más triste, dice en su diario, ni más abrumador que pasar así jornadas enteras, sin más testigos que animales más bien admirados que espantados y que nos miraban con un aire estúpido como si fuéramos monos que navegaban sobre el tronco de un árbol.”
Al atravesar por el territorio de los Piroas, en el cual el laborioso viajero había observado otra especie del célebre curare, se detiene a estudiar los caracteres de este vegetal y se interioriza con habilidad acerca de la fabricación del veneno que los salvajes emplean en sus flechas.
En medio de esta tribu la expedición es perseguida y corre serios peligros a causa de haber desenterrado momias indígenas, para llevarlas consigo, hecho reputado como un sacrilegio por los Piroas.
Al descender el Orinoco un funesto acontecimiento enturbia la satisfacción de haber vencido las dificultades de tan largo viaje. Francisco Burban, el intrépido marino, sucumbe durante una tormenta envenenado por la picadura de una raya. ‘‘Burban, dice Crevaux con esa resignación propia de los hombres habituados a desafiar la muerte, Burban ha muerto como un verdadero marino, en medio de la tempestad. No es menos glorioso sucumbir sobre una piragua que sobre un navío de alto bordo.”
En este último viaje Crevaux había trazado un itinerario de 850 leguas por agua, de las cuales 450 lo han sido en un país no explorado hasta entonces. Si la geografía debía manifestarse satisfecha de este valioso trabajo, la antropología no podía quedar tampoco descontenta; 52 cráneos y esqueletos, y 300 reproducciones fotográficas de regiones y tipos humanos, no conocidos aun, fueron el presente que pudo recoger en beneficio de esta ciencia llamada a revelar los secretos de la familia humana.
Entre otras observaciones y estudios que realizó de paso por la isla Guáranos, en la desembocadura del Orinoco, encontró una raza de hombres que a semejanza de los pájaros, hacen su vivienda sobre los árboles, los cuales profesan el culto de la luna. Entre el delta de este río y Trinidad pudo conocer otra tribu de indios geófagos, o que comen tierra, llevando algunos su glotonería más allá de todo límite. Es recién al término de tan largo viaje y después de quince días de permanencia bajo este ardiente clima, con el objeto de tomar retratos y coleccionar cráneos, que aquella naturaleza hercúlea se siente desfallecer y con una tranquilidad que tiene algo de heroísmo, escribe: “por la segunda vez he tenido la extrema felicidad de no caer enfermo sino cuando mi misión estaba completamente cumplida.”
Después de esta rápida reseña no se puede menos de convenir que el eminente explorador, aleccionado por el éxito, cediendo a la virilidad de un carácter templado en la fragua de la labor científica que ensancha el alma y la levanta sobre la nada de la vida, había llegado a persuadirse que ante la voluntad del hombre y el imperio de la razón, la naturaleza física tiene que doblegarse y abrirle paso humildemente para dejarle libre el camino por donde quiera que anhele estampar su dominadora planta! Es solo así como pueden explicarse estos viajes que con justicia han sido calificados con el nombre de dramas geográficos.
III
CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS TRIBUS DEL CHACO
Cómo tan experimentado viajero ha podido caer victimado por las tribus del Chaco en los primeros pasos de la exploración que se proponía llevar a cabo en el Pilcomayo? Diversas y contradictorias conjeturas se hacen a este respecto ; los que ignoran los detalles de la partida del Dr. Crevaux al interior del Chaco, juzgan que la carencia de datos acerca del carácter de las tribus que pueblan este territorio, ha conducido al explorador y sus compañeros a un seguro sacrificio; personas ilustradas creen que esta victimación ha sido producida por causa de la escolta armada que organizó en Tarija; otros piensan que esta expedición solo podía haberse realizado al amparo de un destacamento militar, bastante para poner a raya la audacia de los salvajes.
Respecto a lo primero, Crevaux y sus compañeros de expedición sabían bien que se internaban en medio de tribus harto conocidas por su ferocidad y su carácter traidor. Nadie mejor que los Misioneros del Colegio de Tarija han podido apreciar la índole de cada una de esas tribus. Con una perseverancia ejemplar y una audacia digna de sus predecesores los Jesuitas, que fueron los primeros que se consagraron a la evangelización del Chaco, los virtuosos franciscanos han levantado altares al Dios que venera el mundo católico sobre el suelo mismo donde poco hacia se había derramado sangre humana impasiblemente en la lucha bestial de los bárbaros que pueblan los vastos llanos de Manso. Los misioneros patentizaron al ardoroso explorador todos los peligros que corría cruzando un territorio habitado por la sanguinaria barbarie; podría decirse que presintiendo un funesto resultado procuraban disuadirle de la atrevida empresa que tentaba llevar a término con tanto celo.
Los hombres influyentes e ilustrados de Tarija, le hablaron en idéntico sentido. El General Jofré, que por haber desempeñado los primeros cargos en la administración y gobierno del departamento, podía apreciar lo arriesgado de una expedición auxiliada por doce o catorce hombres, en una carta dirigida al Dr. Crevaux en 6 de Marzo, a su arribo a aquella ciudad, decía entre otras oportunas observaciones relativas a los Tobas y Matacos : Pertinazmente refractarios de la civilización, su sistema es la destrucción del hombre que no sea de su raza. En esta degradante preocupación arrastran a todas las demás tribus, ejercitando como heroicas virtudes, el pillaje y la traición
Tan luego como VD. arribe a la misión de Aguairenda, partirán emisarios secretos que anunciarán a todas las tribus, la presencia de carayes sospechosos (así llaman a los blancos). Desde este momento Vd. y sus compañeros serán el objeto de las asechanzas de aquellos salvajes, cuya presencia no alcanzarán a columbrar sino por su huella.”
Luego terminaba su carta el Sr. Jofré con esta útil prevención: “Desconfíe Vd. siempre de las sumisiones y pactos de alianza o tregua, a que lo invitarán con frecuencia para traicionarlo con el mas frívolo pretexto o sin él (8)
Por su parte el Dr. Demócrito Cabezas, delegado de la Prefectura de Tarija para acompañar al expedicionario, y D. David Gareca, le hicieron iguales observaciones y solicitaron marchar en su compañía, a lo cual se negó absolutamente el Dr. Crevaux, no aceptando ofrecimiento alguno.
De las comunicaciones particulares, dirigidas a diversas personas por aquel, resulta que tenía perfecto conocimiento de lo riesgoso de su empresa, llegando a expresar en alguna de ellas que los datos que se le suministraban hacían vacilar un tanto su espíritu. El Dr. Crevaux, como lo dice en su nota al Ministro de Instrucción Pública de Francia, alcanzó a poseer la persuasión de que “la exploración del Pilcomayo era una empresa mucho más difícil y onerosa de lo que se pensaba Empero, a pesar de esta persuasión, el hábito contraído en sus anteriores viajes, y la sorprendente firmeza de su carácter le hicieron mirar sin recelo el camino desconocido que se había propuesto seguir a través del dilatado Chaco.
Participo de la opinión de los que creen que para que cualquier exploración sobre el Pilcomayo tenga resultado, son indispensables los auxilios de una comitiva armada, en número bastante para poder rechazar los ataques de los salvajes. Es necesario persuadirse que las tribus del Chaco septentrional han conservado su ferocidad primitiva, sin sufrir la más mínima degeneración en el trascurso de los siglos. El hábito de la traición aleve, la sed de sangre que irrita los instintos feroces de las naciones que pueblan las orillas del misterioso río se han conservado intactos en la descendencia, y si me es permitido decir, se han refinado haciéndose más bestiales en la continua lucha que las tribus han sostenido con las poblaciones cristianas más próximas. Los tataranietos son dignos de sus antepasados.
En 1683 el licenciado D. Pedro Ortiz de Zárate, de real estirpe, hijo del fundador de la ciudad de Jujuy, penetró en compañía del padre Solinas hasta el centro de las tribus de los Tobas, Mocovies y Mataguayos, procedentes de un mismo tronco. El licenciado prometíase reducirlos, estableciendo al efecto misiones destinadas a entregar los dominios de las tribus al imperio del dogma cristiano, en provecho del Rey.— Los indígenas recibieron a los misioneros con manifestaciones de paz, que alejaron los temores que habían abrigado en un principio. Un día en que el padre Solinas acababa de decir misa y que el Licenciado se preparaba a rezar la suya, los Tobas se acercaron al improvisado altar dando testimonio de sumisión a los evangelizadores. Presintiendo un acto alevoso, Solinas halagó a los allegados, les obsequió diversos objetos y les exhortó en nombre de una divinidad que les era desconocida pero que colmaba de beneficios a los que la reconocían; aquellos desgraciados fingieron escuchar humildemente esas palabras de fe y de esperanza, rodearon a sus pastores, y de pronto, lanzando gritos de júbilo, los acribillaron con sus flechas, aplastáronlos bajo los golpes de la bárbara macana, luego les cortaron la cabeza llevándola primero en triunfo, y despojándola después de sus órganos bebieron en nombre de la victoria en los sangrientos cráneos !Los horrores de esta victimación hicieron en lo sucesivo el nombre toba sinónimo de alevosía y ferocidad.
Un siglo más tarde, en 1744, el fervoroso Castañares tienta dominar por la persuasión aquellas tribus indomables, y seguido de un acaudalado habitante de Tarija, Francisco Azoca, y una escasa escolta, penetra en el territorio de los Mataguayos establecidos en la margen derecha del Pilcomayo. El misionero y su abnegado auxiliar son acogidos con muestras de respeto y de paz; el cacique Gallinazzo, invita a los peregrinos a fundar su misión en su toldería. Castañares ofrece satisfacer sus deseos a condición de que el cacique disponga prèviamente a sus vasallos para aceptar sus instrucciones, a lo cual se presta aquel y marcha a preparar a las tribus. Los acompañantes del misionero le inducen a desistir de su promesa y persisten en protegerle en medio de aquellas soledades donde le ofrecen erigir el primer templo cristiano; pero el misionero obliga a regresar a sus guías, lleno de inmensa fe y confianza en el poder de su palabra. Una mañana se presenta uno de los salvajes en la tienda del religioso Azoca y bajo el pretexto de buscar el perro que se le había extraviado días antes. El espía constata la ausencia de la escolta que guió a los peregrinos, y antes de que estos tuviesen tiempo para reflexionar sobre las desconfianzas que esta circunstancia despertaba en su espíritu, los bárbaros rodean a aquellos desdichados, el Cacique da el primer golpe sobre la frente del Apóstol, la turba se ceba en las indefensas víctimas y vitorea su triunfo haciendo libaciones en los vasos sagrados, que como símbolo de unción y de paz, había llevado al seno de la barbarie la mano siempre abnegada de la fe.
Así murió el segundo de los exploradores del Pilcomayo: su victimación tiene algo del sombrío sacrificio del explorador que en nuestro siglo anhelaba dar cima a la obra iniciada por el mártir religioso!
Los nietos de aquellas razas que parecen haber jurado rechazar toda vinculación con la familia humana ajena a la tribu, no han hecho más que imitar el ejemplo legado por sus abuelos.
Pero el poder invencible de la civilización tiene que arrancar un día del corazón de aquella sanguinaria descendencia los instintos de la fiera que degradan la naturaleza humana!
Esta ferocidad y estas inmolaciones no son exclusivas de las ardientes regiones del Chaco; en América, como en África, como en todas partes han dejado su sangrienta huella, llevando el luto al tranquilo hogar que abandonara el sabio en su afán por romper los velos que envuelven al hombre y la naturaleza.
Cuantos sacrificios consumados en esa peregrinación en medio del siglo de luz y de fraternidad en que vivimos! Garnier, sucumbe asesinado en la Indo-China, cuya fisonomía intenta revelar estudiándola de cerca; Lucerau, muere asesinado por los Comalis en las regiones del África Oriental; Dournaux-Duperé y Joubert intentan ligar mercantilmente la Algeria y el Senegal y se lanzan a las soledades del cálido Sahara. La travesía es arriesgada por la inhumanidad de las tribus algerianas del Souf, pero nada detiene a los exploradores. En el territorio de los Chambaas algunos indígenas piden protección a los viajeros deplorando haber extraviado la senda y hallarse extenuados de hambre, de sed y de fatiga. Los viajeros parten su pan y su vino con los mendigos compadeciendo su desnudez y su miseria, pero antes de escuchar la voz de la gratitud, son estrangulados en medio del desierto!
Hay en el fondo de los pueblos primitivos instintos secretos refractarios a toda civilización, como si comprendieran que las leyes sociales son diques opuestos al desborde de las pasiones, como si columbraran que no existe más que la esclavitud fuera de la vida errante e inactiva en que se desenvuelven sus estrechas concepciones. De ahí esa odiosidad al extranjero que pisa el salvaje territorio. Esta obstinación, este odio, tienen aún mayor ensanche y refinamiento en las tribus inmediatas a los pueblos cultos, sus eternos adversarios, y cuyos continuos choques engendran la sed de la venganza que sólo logra aplacar la sangre del hombre de raza blanca.
“Los salvajes, dice con mucha exactitud Cortambert, son ciertamente mucho menos temibles en los países alejados de la corriente de la civilización, que en las comarcas que se le avecinan, en las cuales este torrente devastador y fecundante extiende a su rededor, más bien vicios que semillas generosas”.
Pero es menester preguntarse ahora ¿y qué, la barbarie ha de estorbar por más tiempo que las investigaciones de la ciencia den a conocer regiones inmensas, que no obstante estar fuera del radio de la civilización, forman la unidad del territorio de la patria? No lejos de la ciudad alumbrada por la chispa eléctrica, casi al lado de la aldea donde se alza el campanario de la iglesia, como para atestiguar la elevación moral del hombre que fecunda el suelo con el poder de su brazo, campa la salvaje tribu pronta a llevar su tea de incendio sobre el hogar del labrador y la robusta mies. — Y la tribu entre tanto, en la plenitud de su albedrío, conmueve en confusa algazara el suelo de naciones donde impera la Magna Carta del Estado, expresión la más elevada del perfeccionamiento social!
Hay desgracias y sacrificios que muchas veces son para los pueblos la acusación de un error o la denuncia de la inefectividad de las instituciones. La muerte del explorador Crevaux es comprobación de esta verdadera monstruosidad: las tribus bárbaras dominan los territorios más ricos en el corazón de tres pueblos cultos. Esa muerte recorrerá la Europa pregonando la deformidad de los elementos sociales que se chocan en la América Meridional.
Pero ese sacrificio tiene que ser en adelante un programa: la extinción de la barbarie del corazón de la América. En este orden, creo que la medida de nuestros progresos podría estimarse en alto grado el día en que los primeros magistrados que gobiernan estos países, pudieran enviar este lacónico Mensaje al seno de la representación popular: Los beneficios de la constitución y las leyes amparan la propiedad y la vida hasta en el más apartado confín del territorio y los signos que denotaban los dominios de las tribus salvajes, se han borrado para siempre del mapa de la República.
Julio Crevaux y sus compañeros de martirio habrán sido entonces noblemente vengados, y aquel espíritu viril resucitará perpetuado su nombre en la primera ciudad que se levante a orillas del Pilcomayo ostentando sus blancas vestiduras de mármol, símbolo de una fecunda inmolación, anillo inquebrantable de la fraternidad de tres pueblos ligados por idénticos destinos: la República Argentina, el Paraguay y Bolivia.
(7) A falta de las obras del doctor Crevaux, que tuvo la bondad de obsequiarnos y que esperábamos recibir de Europa de un momento a otro, consultando la mayor exactitud para esta reseña, hemos seguido y tomado por base de nuestra narración, los importantes estrados de los viajes del distinguido explorador dados a luz por los Srs. Paul Gaffarel, y Cortambert, consultado el diario de su expedición al Magdalena, Guaviaré y Orinoco, así como noticias de antigua data referentes a algunos de los ríos que recorrió últimamente. S. V. G.
(8) Esta carta vio la luz pública en el Trabajo de Tarija, días antes de la partida de Crevaux a las orillas del Pilcomayo